El sismo de hace dos días reavivó esa extraña sensación, entre terror e incertidumbre, que se me instala entre el pecho y la garganta cada vez que hay un temblor. Tal vez sea porque este 4 de febrero se cumplen 47 años del terremoto de 1976.
Cada año, desde entonces, rememoramos las cifras de los fallecidos, los heridos y los damnificados. Para quienes lo sobrevivimos sin mayores pérdidas humanas ni materiales es el recordar lo que pasó desde las tres de la mañana hasta los siguientes meses. Aún, sin duda, no se agota el anecdotario de esos días fatídicos.
En mi caso, era una niña que vivía con sus padres en una colonia clase media baja de la zona 7 y el terremoto me sorprendió en una especie de duermevela, pues me había levantado al baño unos 15 minutos antes. Como todas las noches en ese entonces me bañé antes de dormir y ya en pijama me acosté lista para el miércoles de clases en el colegio donde estudiaba la primaria.
En medio de los movimientos de la cama y de la casa entera un grito desgarrador, agudo y particularmente largo y espeluznante, que luego me enteré lanzó una vecina asustada, fue el trasfondo que escuché mientras con los ojos entreabiertos veía cómo todo se movía.
En la cuadra ni rejas ni portones separaban las casas de los vecinos así que pronto todos nos vimos en la calle sin saber qué pasaba.
Sonaban, también, vidrios quebrándose y luego los gritos de mi mamá llamándonos, a mi hermano segundo y a mí, para que saliéramos a la calle. La tierra aún seguía en un vaivén que sentí interminable cuando ya en el jardín frontal me encontré con doña Lina, quien por ese tiempo apoyaba con las tareas domésticas, y que ya había salido de la casa.
En la cuadra ni rejas ni portones separaban las casas de los vecinos así que pronto todos nos vimos en la calle sin saber qué pasaba. Mi papá, según relató luego mi mamá, tuvo una pesadilla y le impidió el paso de salida de la habitación donde dormían con mi hermano pequeño, en ese entonces de un año tres meses. Además del susto y de que se cayeran en la cocina algunos víveres, platos, etcétera, ahí donde vivíamos no hubo mayores estragos.
La radio era la principal fuente de información. Ese día se suspendieron todas las actividades, pues mi papá, que trabajaba en una dependencia estatal se dio a la tarea de recorrer algunas tiendas de los alrededores y regresó a contarnos las novedades.
Mi familia paterna vivía en la misma colonia que nosotros y tampoco sufrió mayores daños. La de mi mamá, en Quezaltepeque, Chiquimula, luego lo supimos, tampoco, pero quedaron incomunicados, porque se cayó el puente de Aguas Calientes y durante meses, antes de la construcción de un puente provisional, los buses y demás transportes llegaban a una orilla y del otro lado tanto las cargas como las personas tomaban otro transporte que los llevara a la capital y viceversa.
Hoy, a 47 años de esa tragedia, me pregunto si tanto individual como socialmente estamos preparados para sobrellevar con menos estragos que entonces un fenómeno de tal magnitud.
Dos días después, el 6 de febrero, a eso del mediodía hubo otro fuerte temblor. Sirvió, como hubiera dicho Pávlov, de refuerzo al terror que me causó el terremoto del 4. Lo viví en el centro de salud de la colonia a donde a eso de las 10 de la mañana habíamos acudido masivamente para que nos vacunaran para prevenir alguna enfermedad que ya olvidé. Ahí la sensación de incertidumbre y de angustia entre el pecho y la garganta terminó por instalarse.
Desde entonces es un terror del que aún no he logrado sobreponerme, pues cuando hay un sismo y me percato, el cuerpo me tiembla a la vez que la ansiedad me recorre y la mente me queda literalmente en blanco.
Hoy, a 47 años de esa tragedia, me pregunto si tanto individual como socialmente estamos preparados para sobrellevar con menos estragos que entonces un fenómeno de tal magnitud. En verdad lo dudo. La reciente pandemia de Covid-19 y sus efectos emocionales, económicos y políticos, entre otros, apenas empiezan a mostrársenos como una carga ineludible.
Por mi parte, con una actitud más bien displicente, he pensado preparar la mochila de emergencia y rogar porque, aunque las predicciones digan lo contrario, en verdad no suceda otro terremoto.