Etiqueta: Oliverio García Rodas

  • El cándido Chinchilla y sus 80 angelitos

    El proceso de selección y posterior elección de Óscar Chinchilla poco a poco va mostrando cómo los que imaginábamos que habían desaparecido, o al menos disminuido sus mañas y ambiciones, no solo no se han ido, sino, con el apoyo del jefe del Ejecutivo y de sus ministros, están saliendo fortalecidos.

    La poca o nula explicación sobre la salida de Oliverio García Rodas, que hace un par de semanas intentábamos entender, ahora va cobrando sentido. Y lo más lamentable, poco a poco aparece una historia más que espeluznante. García Rodas no se retiró de la contienda solo por cuestiones de tipo personal o familiar, como él argumentó. Salió principalmente por razones de seguridad personal.

    Lo dijo claramente dos veces en la única entrevista que dio sobre el asunto. Nadie que sepamos le ha puesto atención a semejante afirmación, a pesar de que estamos en una época en que suponíamos que las cuestiones políticas ya no se dirimían con violencia. Pero resulta que el candidato a dirigir el Parlamento retira su candidatura precisamente porque estaba en juego su seguridad personal. Lo dijo más que claro y lo repitió claramente.

    Peor aún, no se atrevió a acusar a nadie, pero ha resultado evidente que las amenazas no provinieron de la oposición, sino de los grupos políticos que supuestamente lo estaban postulando.

    Sucede que García Rodas había hecho pública su disposición a continuar con la agenda reformista impulsada por Mario Taracena y la UNE. Y es esa agenda, entre otras cosas, la que está siendo puesta en cuestión por la mayoría parlamentaria jefeada desde la Casa Presidencial. No es que él estuviera de acuerdo en todos los aspectos de la reforma del sector justicia, pero para sobrevivir como político aceptaba que el Congreso tendría que ser el espacio de la discusión y el debate sin injerencias espurias. Pero además parece que Oliverio García se dio cuenta de que el rebaño que quería conducirlo a la silla presidencial no era precisamente de ovejas y que por detrás había un interés muy particular: regalar la Terminal de Contenedores Quetzal (TCQ), darla por un plato de lentejas, pero del cual sus electores, los de las grandes bancadas, quieren llevarse una tajada sin que les importe que el país pierda un recurso indispensable.

    El presidente está extrañamente interesado en acelerar el negocio, a todas luces contrario a los intereses del país. Sabemos cómo comenzó esa historia, y en este espacio desde 2012 hemos trasladado informaciones que permitían, desde entonces, saber que lo adecuado para el país no era hacer esa concesión onerosa. El momento es crucial y la cuestión importante para el futuro del país, por lo que no queda claro por qué la Presidencia de la República y la Procuraduría General de la Nación quieren acelerar la decisión. Que los nuevos propietarios quieran resolver pronto su negocio es problema de ellos, y no de la Presidencia ni del Congreso de la República, donde deben prevalecer los intereses del país, y no los de una corporación empresarial.

    Curioso resulta, por decir lo mínimo, que de la noche a la mañana un número superior al centenar de diputados decidan no solo apoyar a Óscar Chinchilla, sino también apresurar la decisión para que el Estado reciba la limosna de 30 millones de dólares por dejar que TCQ se enriquezca por 25 años. El gato encerrado no parece serlo tanto, y es a partir de esto que resulta claro de dónde y por qué García Rodas consideraba que él mismo y su familia estaban en peligro. La aceptación de esos votos malditos parecía estar condicionada a regalar (o vender a precio de banano) bienes de la sociedad guatemalteca que pueden propiciar mejoras sustantivas y permanentes a las arcas públicas.

    ¿Por qué no pensar en un asocio público-privado en el que las ganancias se repartan en partes iguales, ya que las tierras son públicas? ¿Por qué insistir en mantener los términos desventajosos con los que la cuadrilla de Pérez Molina había realizado la concesión? Estas preguntas hay que respondérselas a los guatemaltecos con meridiana claridad, comportamiento que, ya lo sabemos, no es usual en el actual presidente y su séquito militar.

    La elección tenía, pues, sus condiciones, y fueron estas las que aceptó Óscar Chinchilla en su visita a Casa Presidencial el 4 de noviembre. Chinchilla aceptó las condiciones ilegales e ilegítimas que no quiso aceptar García Rodas. De ahí que negara ese encuentro con el presidente. Chinchilla aceptó las amenazas que hicieron retroceder a García Rodas muy probablemente porque él ya era parte de ese entramado de negociaciones espurias e ilegales para lesionar a la sociedad guatemalteca concediendo bienes públicos.

    Pero no asistió solo. Lo acompañó el derrotado candidato presidencial y dueño de su partido en lo que todo hace suponer un pacto político entre FCN y CREO para controlar los recursos que los actuales dueños de TCQ quieren dar por la concesión. Todos sabemos lo que fueron las juntas directivas del período patriota. La piñatización de los recursos del Congreso era la fachada detrás de la cual se escondían los negocios turbios de los diputados. Las secretarias obtenían jugosos extrasueldos porque guardaban secretos o, en el peor de los casos, pagaban diezmo a los jefes, como quedó demostrado con las denuncias contra Christian Boussinot.

    Los votos que se compran en la calle se pagan en los baños del Congreso, me confesaron en distintas oportunidades más de un par de ahora exdiputados. «Y solo se les paga a aquellos cuyos votos cuentan», agregaban. De ahí que las bancadas crecían artificialmente porque el negociador, que no necesariamente era el jefe del bloque, podía ofrecer un grupo disciplinado de votos, atractivo por su número. Era por ello que los electos por partidos chicos luego saltaban a bancadas grandes: porque era en ellas donde se hacían los negocios. No era equivocada, por lo tanto, la afirmación del dipukid Giordano de que «había que estar con el equipo ganador».

    Las bancadas chicas, pues, no son necesarias, por lo que no reciben sobres, sino apenas promesas de apoyos en el Legislativo y una que otra comisión.

    Todo eso quiso cambiar la Junta directiva del Congreso, hasta ahora presidida por Mario Taracena. Todo ello quería seguir evitando García Rodas. Todo eso es lo que los más de 80 diputados quieren que siga sucediendo. Todo eso es lo que el presidente y el dueño de CREO quieren seguir promoviendo al poner como tema fundamental de discusión la aprobación del contrato con TCQ, inmediatamente después de la elección de la Junta Directiva del Congreso, todo sin mayores beneficios futuros para el país. ¿Lo permitirá la sociedad?

  • Una caída poco explicada

    La elección de la Junta Directiva del Congreso para el período 2017 se ha visto llena de sobresaltos. El presidente de la república, muy al estilo patriota, maniobró para hacerse del control del Legislativo, pero la alianza PP-Líder que le permitió a Otto Pérez controlar el Congreso durante casi todo su mandato no resultó tan eficiente y sólida en manos de Jimmy Morales.

    Los incautos podrían achacar el fracaso de la candidatura de Oliverio García Rodas a la presidencia del Congreso a la falta de experiencia política del presidente Morales, lo cual resulta una lectura más que simplista. El fracaso de la planilla de los PP-Líder, hoy bajo otras siglas, se debió a que en el Congreso hay por lo menos medio centenar de diputados que han entendido que los vientos que soplan no son los del oscurantismo y el autoritarismo, características de las que hace gala el diputado García Rodas y le encanta ejercer al jefe del Ejecutivo, y a que hay en la sociedad actores que, levantando su voz, consiguen que se origine una opinión pública crítica a tales comportamientos.

    Hombre oscuro, de pocas palabras y sonrisa sarcástica, García Rodas es un sobreviviente de la vieja política. Elegido diputado por el Partido Patriota en las últimas tres elecciones, todas las veces figuró como parte importante del listado nacional, lo que significa que es un hombre del aparato, de los que hasta el último momento estuvieron próximos al jefe Otto. En las supuestas trifulcas que la prensa creó entre ottistas y baldettistas, a García Rodas siempre se lo puso entre los próximos al general. Sin embargo, recientemente circuló la copia de un cheque de no pocos miles de quetzales girado en favor de García Rodas de la cuenta personal de Baldetti. Estaba, pues, en la gracia del rey y la reina.

    Su cercanía con el poder es de larga data, la cual no se ha traducido nunca en propuestas serias, mucho menos progresistas, en el Congreso. Fue más bien quien llevaba al pleno las propuestas del Ejecutivo cuando estas no eran presentadas por el jefe de bancada. Sin ocupar nunca posiciones de alta visibilidad, García Rodas ha sabido mantenerse en el círculo más próximo de los grupos militares que nos han gobernado.

    No obstante esa proximidad con el poder, cuando ha querido dar el salto a puestos de relevancia, algo inexplicable se ha atravesado en su camino y ha tenido que dar marcha atrás sin mayores explicaciones. Así fue cuando se lo postuló para ocupar una silla en la Corte de Constitucionalidad. Su jefe, Otto Pérez, lo bajó de las nubes y sin decir agua va lo sustituyó por Alejandro Maldonado Aguirre. Por qué García Rodas, siendo un hombre de partido y supuestamente próximo a Pérez Molina, no consiguió la nominación y fue superado por alguien que ni era del PP y estaba para entonces buscando la reelección es algo que nunca fue explicado. Mansamente se regresó a su curul y siguió siendo fiel y sincero a los designios del general, para entonces omnipotente. Sufrió la misma desazón cuando, en la terna de candidatos para sustituir a Roxana Baldetti en la Vicepresidencia, Pérez Molina tuvo que sustituir a Carlos Contreras. Su nombre fue presentado y anunciado con bombos y platillos para que luego, horas antes de la elección, fuera sustituido, de nuevo, por Alejandro Maldonado Aguirre. Era la posibilidad de ser resarcido por el primer gran desaire, pero, sin que mediaran explicaciones, el aún gobernante lo bajó de la lista y colocó al entonces magistrado constitucional.

    García Rodas es parco en las entrevistas, huye de los micrófonos y las cámaras y muy pocas veces toma la palabra en el pleno, caso en el cual es directo y conciso. Dícese que es, sin embargo, un buen tejedor de acuerdos, ágil en los entretelones políticos y fiel escudero de los militares en apuros. Tal vez por ello el presidente Morales pensó en él para encabezar su planilla en el Congreso. Sería su aguerrido guardián, como desde la curul lo fue de Pérez Molina durante ocho años.

    La planilla retrataba de cuerpo entero y en tres dimensiones los intereses y apoyos de Jimmy Morales. Allí estaba un exconvicto por tráfico de drogas, una agresiva diputada que trata de imitar a Baldetti y oscuros y mediocres políticos tránsfugas. Oliverio no le hizo el feo a ese equipito, pues, sacramentado por el excómico, imaginó que ahora sí, por fin, llegaría a un cargo de importancia. La suerte estaba echada y su elección parecía solo cuestión de tiempo. Casi un centenar de diputados se relamían y frotaban las manos pensando que, al dar su voto, la restauración de la vieja política estaría consumada.

    Pero no había beneficios y premios seguros para todos, y García Rodas parece no ser bueno para esos negocios. Él sabe decir sí, tejer simpatías y apoyos, pero no sabe buscar recursos de fuentes oscuras para premiar a los electores. Los escogidos comenzaron a ser cuestionados desde sus propias bancadas, más para dar a otros los beneficios que por tener ideas contrarias sobre el manejo del Congreso en momentos de crisis.

    Y la candidatura de García Rodas, como en las veces anteriores, comenzó a naufragar. Jimmy Morales dejó todo en manos de sus articuladores, quienes, estando más que vigilados, no pudieron reunir los premios suficientes y seguros para controlar disidencias. Desde fuera llovieron las críticas y, es de suponer, también las presiones al postulador (Jimmy Morales) y al principal postulado (Oliverio García) para que no llegaran a la Junta Directiva lacras evidentes. Ni uno ni otro lograron reaccionar adecuadamente, muy posiblemente porque, si bien García Rodas es un magnífico escudero, Morales no tiene ante él la ascendencia que Pérez Molina ejercía. Coinciden en el interés por detener el aún tímido proceso de reformas, pero no se tienen la suficiente confianza como para conformar juntos un grupo de interés.

    De esa cuenta, y como en anteriores ocasiones, García Rodas se bajó del barco y dejó con los colochos hechos a Jimmy Morales y a la banda de impresentables que le habían impuesto como acompañantes. Dicen que pidió cambios, pero los efecenistas no estaban para discusiones porque, considerándose ya vencedores, lo querían a él más como pieza que como líder, situación que muy posiblemente lo amilanó y llevó, junto con otras causas que desconocemos, a retirar su candidatura y, con ello, a tirar al piso el castillo de naipes que ya los ex-PP y ex-Líder habían construido.

    De nuevo García Rodas ha dado (o lo han hecho dar) un paso al costado, y con ello vuelve la esperanza de que la dinámica reformista que se vivió este año en el Congreso pueda mantenerse. Tal vez no se logren todas las reformas que la democratización del Estado y la política requieren, pero al menos se podrá abrir la brecha para que paulatinamente pasemos de un Estado lento y atrasado a uno más democrático y progresista.

  • La lucha por la presidencia del Congreso (2)

    El presidente Jimmy Morales y sus jefes exmilitares mafiosos se lanzaron a capturar el Congreso, pero aún no lo han logrado. ¿Quién se quedará con el Congreso?

    Hace dos semanas reflexionaba sobre la importancia de la contienda política por el control del Congreso. Analizaba las opciones conocidas entonces y cómo el asunto parecía un laberinto ajeno al ciudadano de a pie. Cuestionaba si hemos madurado políticamente lo suficiente como para interesarnos y poner atención a temas como la lucha por el control del Congreso de la República.

    Identifiqué tres escenarios: la reelección de Mario Taracena; la continuidad del control de la UNE, pero ya no con Taracena en la presidencia; y un acuerdo entre la UNE y el FCN-Nación para mantener a Taracena, pero permitiendo la incorporación a la Junta Directiva del Congreso de los gánsteres del círculo de allegados al presidente Jimmy Morales. Sin embargo, se registró un giro importante en los acontecimientos: la negociación entre la UNE y el FCN-Nación fracasó y no se produjo acuerdo, ya que en la misma casa presidencial se reunieron los gánsteres, quienes decidieron permanecer en la retaguardia y buscar un rostro decente que compitiera con Taracena. Allí surge la figura de Oliverio García Rodas, un lobo viejo, respetado, muy hábil y conocedor del arte de transitar en los laberintos del Congreso. Pero también cuestionado.

    Al principio, la contraofensiva del FCN-Nación parecía dar resultados: Taracena perdió rápidamente los votos que necesitaba para reelegirse y el Congreso parecía listo para votar y elegir a García Rodas y a su planilla de exmilitares mafiosos. Sin embargo, una planilla de impresentables encabezada por el experimentado (pero también cuestionado) García Rodas empezó a ser el blanco de una ola de críticas y enojo ciudadano.

    Los más paranoicos y aficionados a la teoría de la conspiración empezaron a decir que esa era la planilla que debía ganar, puesto que así era más fácil tenerla a la vista y en la mira para empezar el proceso de depuración del Congreso: Oliverio García Rodas parecía estar siendo lanzado por el mismo Jimmy Morales para presidir el Congreso que hay que depurar en 2017, a la cabeza de una Junta Directiva de mafiosos que irían cayendo uno por uno. En 2015 y 2016 se habría avanzado en la depuración de los organismos Ejecutivo y Judicial para que con la planilla de Jimmy Morales y García Rodas, del FCN-Nación, se procediera a la depuración del Legislativo en 2017.

    El hecho es que ni la planilla de Taracena ni la de García Rodas tenían los votos, de modo que se puso el proceso en un impasse. En este punto surge una tercera opción: integrar una planilla con pluralidad partidaria, encabezada por la diputada Nineth Montenegro. Rápidamente la UNE vio con buenos ojos la posibilidad: Orlando Blanco, jefe de bancada, indicaba que podrían renunciar a la presidencia toda vez que se evite el pacto de impunidad que implicaría que a la Junta Directiva lleguen los gánsteres de Jimmy.

    La evolución de este proceso no ha pasado desapercibida para la embajada más poderosa en Guatemala: el embajador Todd Robinson ha insistido en que no intervienen, pero asegura que el proceso les interesa mucho y declaró que buscará reunirse con los tres candidatos y que se respetará la decisión de los diputados. O sea, al entendido, por señas.

    Pero vuelvo a mi conclusión de hace dos semanas: el proceso tiene en alerta a la clase política. También a la embajada estadounidense y, estoy seguro, al resto de la comunidad internacional. ¿Y nosotros, la ciudadanía guatemalteca?

    ¿Nos da igual una interferencia de poderes descarada por parte de Jimmy Morales, el riesgo de volver a ver mafiosos controlando la agenda legislativa y la fiscalización del Ejecutivo?