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  • Tambalea la estructura que heredó Ricardo Quiñónez

    Tambalea la estructura que heredó Ricardo Quiñónez

    El alcalde Ricardo Quiñónez tiene varios frentes abiertos. Uno dentro de la misma municipalidad donde ha despertado descontento de los trabajadores, otro con su mismo partido que decidió aliarse a Valor sin su visto bueno. El conflicto más grave es con los vecinos que lo han expulsado de dos zonas y ha perdido simpatizantes en lugares importantes.

    La dinastía Arzú que ha estado 37 años al frente de la Municipalidad de Guatemala está tambaleando, y no es por un viento fuerte de «revolución» que sopla desde fuera. Es un cisma que está dejando ver las costuras rotas provocadas tras la muerte del patriarca Álvaro Arzú en 2018.

    Ricardo Quiñónez, no goza de la simpatía ni de la fidelidad que despertaba su antecesor. Sus decisiones han llamado a la «insubordinación» de varios grupos de empleados que quieren un cambio como lo gritan los trabajadores de la Empresa Municipal de Agua (Empagua); la Entidad Metropolitana Reguladora de Transporte (Emetra); la Policía Municipal de Tránsito (PMT) y la Empresa Municipal de Transporte (EMT). Otros, en puestos administrativos, susurran la traición: no votarán por el unionismo.

    El candidato presidenciable por el partido Vamos, Alejandro Giammattei, hace su ingreso a la sala magna de la Municipalidad de Ciudad de Guatemala junto con el alcalde capitalino en julio 2019

    La molestia se presenta en los trabajadores quienes, acostumbrados a trabajar con Arzú, tan solo le dieron el beneficio de la duda a Quiñónez; los vecinos molestos también se lo recuerdan en algunos recorridos durante la campaña.

    Quiñónez ganó las elecciones municipales de 2019 con 167,021 votos. De su rival lo separaron 14,968 sufragios, siendo esta la diferencia más corta de los últimos años. En 2015 el unionismo aventajó por 123,821 votos al partido Viva, y en 2011 sacó una ventaja de 34,858 votos sobre Creo. La ventaja se ha ido reduciendo, y en la última elección la victoria fue más bien la inercia del recuerdo de Álvaro Arzú.

    La cohesión de los empleados tampoco es la misma que existía cuando vivía «Don Álvaro». Desde dentro de la municipalidad no lo ven como un líder natural, más bien reprochan su carácter colérico y presuntuoso que disimula cuando llegan las cámaras.

    Ricardo Quiñonez recorre la calle principal de la colonia Maya, zona 18, en compañía de su esposa, Dominique Wilson Arzú, en una caminata electoral junto con la candidata presidencial del partido Valor, Zury Ríos, en mayo

    Integrantes de la Municipalidad, bajo la condición del anonimato, explican que él era un hombre de confianza de Álvaro Arzú —fue diez años Concejal I—, pero no lo consideran su sustituto. Lo ven como un buen cuadro operativo, pero sin liderazgo. Quiñónez está casado con Dominique Wilson Arzú, hija de la hermana pequeña de Álvaro Arzú, parentesco al que muchos atribuyen la confianza de la que gozaba frente al fallecido alcalde.

    Fue el mismo Quiñónez quien decidió desmarcarse de lo que consideraba un lastre para su gobierno municipal. Con un ofrecimiento único en las condiciones de retiro, «obligó» a que una parte de los empleados con más experiencia y fieles a «Don Álvaro» dejaran sus cargos, luego llevó a su equipo.

    Para realizar esta investigación, Plaza Pública solicitó una entrevista con Quiñónez. El departamento de comunicación de la Municipalidad tomó el requerimiento, pero jamás dio respuesta. Los acercamientos de la prensa han sido varios, por ejemplo, el medio Ojoconmipisto solicitó el 13 de septiembre del 2021 una entrevista, pero casi dos años después no han tenido respuesta. El alcalde es reacio a dar entrevistas. También se buscó una entrevista con Álvaro Arzú Escobar y el equipo del partido Valor-Unionista. Se les llamó a su teléfono celular, se contactó con quienes llevan sus agendas, pero los mensajes fueron ignorados.

    Una invitación a salir para los «arzuistas»

    El 9 de diciembre del 2019, tan sólo seis meses después de haber ganado la elección, el alcalde y sus concejales cambiaron las condiciones de jubilación que regían a quienes laboraban en la comuna desde 1975, es decir, modificó los parámetros bajo los que se retirarían «los arzuistas». Esto quedó retratado en la citación a Congreso hecha a la directora de Recursos Humanos, Mónica Rubio.

    Rubio declaró bajo juramento que quienes renunciaran antes de enero de 2020 podrían tener una jubilación del 60% de su salario, sin importar el monto. Después de esa fecha seguirían recibiendo un 60% de su salario, pero con un máximo de 10,000 quetzales. Los afectados eran quienes tenían más de 25 años en la institución y ganaban más de 16,000 mensuales. La mayoría eran jefes o directores de unidades.

    Simpatizantes del partido Unionista acompañan al alcalde Quiñonez en una caminata electoral por la colonia Maya, zona 18, en mayo

    Con esta «invitación» de Quiñónez se retiró el coronel Fernando Waldemar Reyes Palencia, quien fue investigado en su momento por el asesinato de monseñor Juan Gerardi. Cuando ocurrió el crimen era el jefe de la guardia presidencial, después fue nombrado jefe del comando antisecuestros del Estado Mayor Presidencial. Cuando Arzú regresó a la Municipalidad lo contrató como jefe de la Policía Municipal de Tránsito (PMT), y en los últimos meses fue Gerente de Operaciones de Emetra y alcalde auxiliar de la zona 5.

    Otro cuadro «arzuista» que salió tras la propuesta fue Carlos Fernando García Díaz, ex Director de Mercados, integrante del comité ejecutivo del Partido Unionista y dirigente de los grupos para pedir el voto en las elecciones.

    También se jubilaron Sandra Leticia Gordillo Cabrera, exauditora interna de la Municipalidad; Ana María Cofiño Lascoutx, quien fue secretaria de Obras Sociales de la Esposa del Presidente en el gobierno de Arzú y tenía el puesto de Directora Ejecutiva en la Municipalidad.

    Quiñonez junto con una simpatizante del partido Unionista durante la caminata electoral en zona 18 junto con la candidata presidencial Zury Ríos

    Uno de los extrabajadores que tenía un puesto de dirección y que dejó la Municipalidad hace unos meses señaló que: «Nosotros movíamos la maquinaria de votación con los empleados. ¿Se acuerda del plan hormiga? Nosotros éramos los encargados. Movíamos a toda la gente (empleados) para pedir el voto. No había que rogarles. Había uno que otro que ponía peros, aunque la mayoría iba hasta con alegría. Eso ya no ocurre».

    El «plan hormiga» fue descubierto por la Comisión Internacional Contra la Impunidad (Cicig) en el caso por financiamiento electoral ilícito del Partido Unionista, donde se descubrió que el unionismo usó fondos públicos para movilizar a empleados y así pedir el voto para Álvaro Arzú en las elecciones de 2011 y 2015. La estrategia consistía en cubrir las 22 zonas de la capital en cuatro semanas. Para esto se dividió la ciudad en cuatro regiones identificadas así: A, R, Z, U.

    Arzú, Quiñónez y los unionistas usaron TuMuni para financiar sus campañas, según el MP y Cicig

    La investigación indicó que el plan era dirigido por el actual alcalde, Ricardo Quiñónez. En 2019 la Fiscalía Especial Contra la Impunidad (Feci) solicitó el retiro de antejuicio por los delitos de financiamiento electoral ilícito, fraude y peculado. Según la investigación, él también era el encargado de dirigir el «Plan 8» que consistía en agasajar a los empleados cuando notaban que estaban perdiendo simpatía por el unionismo. Para esto realizaban actividades familiares y de dispersión con tal de ganarse su voluntad.

    Quejas con los aumentos salariales

    El retiro no era una opción para todos, beneficiaba apenas a un sector. Quienes siguieron trabajando para Quiñónez lo hicieron bajo las condiciones del pacto colectivo, un trato que, a lo interno, perciben como desigual.

    Un trabajador actual que pidió el anonimato, explicó que los trabajadores ya no quieren ir y casi los obligan a participar en las actividades convocadas por la Municipalidad. «Hay chats con palabras claves como “hoy habrá almuerzo” u “hoy habrá cena”. Eso significa que habrá actividades en el día o en la noche y deben ir. Los que están contratados como 011 no desean participar. Los que tienen contratos 022, 029 o en renglón 185 —es decir contratos temporales— sí van porque les dicen que no les renovarán el contrato», explica el empleado municipal.

    Según el portal de gobierno local, la Municipalidad gastó en 2022, 150.7 millones de quetzales en plazas fijas (renglón 011) y 231.9 millones en contratos temporales.

    Afiliados de los partidos Valor e Unionista durante la caminata electoral en la zona 18

    Parte de los trabajadores que están contratados como 011 se niegan a participar porque no han recibido aumento real. Sólo un bono único por cumpleaños aprobado en el pacto colectivo vigente del 2019-2021. Si han laborado en la municipalidad por más de 10 años, reciben 6,000, pero si suman menos de diez años, son 3,000. El pacto laboral incluyó un «modulador de puestos», con esto se determinó quién recibiría aumento y por cuánto. «Hubo empleados de confianza de las autoridades que recibieron aumento de hasta 3,000. Mientras que para otros el aumento fue de 35 o 15 quetzales, eso molestó», agrega la fuente.

    En el nuevo pacto colectivo firmado en diciembre pasado para el período 2022-2024 se mantuvieron las mismas condiciones que en el firmado en 2019. Sin embargo, este de nuevo no se reflejó en los empleados de la Empresa Municipal de Agua (Empagua), el ala de la municipalidad de Guatemala que más incidentes ha registrado y que deja ver más incomodidades internas.

    Videos confirman la existencia de una caverna de 8 metros que Empagua negó en citación y comunicado

    En 2021, Plaza Pública evidenció con videos la existencia de una caverna debajo de la Calzada Roosevelt, misma que autoridades de Empagua y la Municipalidad minimizaron, pero que luego corroboró la Coordinadora Nacional Contra la Reducción de Desastres. Finalmente la Municipalidad realizó los trabajos para sellar la oquedad. Ese mismo año fallecieron dos empleados de la empresa municipal mientras inspeccionaban el sistema de drenajes, otro reportaje de este medio reveló que operan sin el equipo mínimo necesario.

    A esto se suma el descontento interno que es grande. «Entre diciembre de 2021 y enero del 2022 se despidieron a más de 200 empleados sin causa. Algunos a punto de jubilarse», explicó Francisco Cermeño, secretario de conflictos del sindicato de Empagua, Supragua. La empresa municipal tiene contratados bajo renglón 011 a 1,331 personas. Más 147 que están bajo el renglón 022. En los oficios de la Municipalidad se justifican los despidos por una reorganización.

    En las entrañas del Unionismo

    En 2018 el Alcalde Álvaro Arzú Irigoyen y su hijo Álvaro Arzú Escobar estaban trabajando para expulsar a la Cicig, y no estaban concentrados en la comuna. Quiñónez, quien era Concejal I, fue el designado para atender las tareas en la municipalidad. Sin embargo, la muerte de «Don Álvaro» cambió el mapa y se creó un vacío de poder.

    Quiñónez quedó como el candidato del unionismo. Si la elección de 2019 hubiese sido una carrera, habría ganado por segundos. Quienes lo conocieron antes de 2018 dicen que su cambio fue radical, a pesar de que ganó la alcaldía por muy poco.

    «Cuando fue electo cambió radicalmente porque pensó que era autosuficiente. Retiró a las personas que pudieran hacerle sombra y, por decirlo así, marcó distancia con el unionismo. Le dijo a Alvarito (Arzú Escobar) que ahora mandaba él», narra una persona que estuvo en la municipalidad hasta hace unos meses.

    Roberto Arzú García-Granados, el otro hijo del exalcalde, asegura que recibió en su partido a parte de los purgados de la municipalidad, aunque prefirió no ahondar en si estos cuadros ocupan algún lugar importante en la agrupación Podemos que lo postulaba como candidato a la presidencia.

    «Quiñónez perdió el rumbo. Despidió a la gente de Álvaro Arzú. ¡Despidió a todos! A él le gusta que le aplaudan los embajadores, ir a cócteles, que lo inviten a las bodas de estos grandes empresarios a quienes les da licencias sin trámites. Tiene cero liderazgo. Él por sí sólo no ganaría una elección, no tiene las posibilidades de ganar la siguiente elección», indicó.

    Alejandro Giammatei durante una reunión con el alcalde capitalino en la sala de la municipalidad de Guatemala, en julio 2019

    Al inicio de este periodo municipal, Quiñónez tenía vientos favorables a su favor, inició el año 2020 con el respaldo del recién electo presidente. Alejandro Giammattei asistió a la toma de posesión de Quiñónez, fue el único alcalde al que apoyó desde el inicio.

    El alcalde hizo una alianza con el jefe del Ejecutivo, algo que había aprendido de su antecesor.

    Arzú Irigoyen había logrado un vínculo con el gobierno de Jimmy Morales (2019 a 2020) y, como parte de ese apoyo, dos integrantes del gabinete eran cuadros unionistas: el ministro de Gobernación, Enrique Degenhart y el ministro de Finanzas, Víctor Martínez.

    Ese lazo con Morales que le dejó Arzú tras su muerte, y la nueva alianza con Giammattei, le permitió a Quiñónez tener autonomía frente a los fieles del fallecido alcalde. Le permitió que algunos «arzuistas» dejaran la Municipalidad y se trasladaran a un puesto en el gobierno central. Entre ellos, Augusto Romeo Ponce Barrientos, quien era alcalde auxiliar de la zona 17, ex Director de Recursos Humanos y exintegrante del Comité Ejecutivo del Partido Unionista, fue nombrado como Interventor de Ferrocarriles de Guatemala (Fegua) en los últimos meses de gobierno de Morales y se mantuvo en el puesto hasta finales del 2022.

    También figura el exvocero de la Municipalidad  —y ahora candidato a alcalde— Carlos Sandoval, quien pasó a ser Secretario de Comunicación Social del gobierno de Vamos por cinco meses. Después fue trasladado como Viceministro del Deporte y la Recreación del Ministerio de Cultura, donde fue cesado cinco meses después. Sandoval ya no regresó a la Municipalidad.

    Con los Arzú y sus seguidores fuera de la Municipalidad, el actual alcalde conformó su equipo.

    En su círculo cercano se encuentra el vicealcalde, Victor Martínez; Alessandra Gallio Abud, concejal II; el actual secretario de la municipalidad, Héctor Leonel Flores García, quien fue concejal en el período pasado; y el concejal IV, Kevin Roberto Aldana. El último de los allegados es Pedro Licinio Ruano, actual alcalde auxiliar de la zona 14 y financista de la campaña del unionismo en 2017. Ruano es investigado en el caso Caja de Pandora. En los chats recuperados por el Ministerio Público se puede mostrar cómo estaba molesto por haber sido relegado y explicaba que se iría. Antes hablaría con Quiñónez. Casi ocho años después sigue en la Municipalidad.

    Quiñónez con Zury, una decisión que no fue propia

    La solvencia con la que el alcalde intenta manejar la Municipalidad termina cuando se trata del control del Partido Unionista. En esa arena sus decisiones tienen menos valor.

    Integrantes del partido señalan que la unión la decidió el diputado Álvaro Arzú Escobar con su grupo de confianza: Héctor Cifuentes, ex Secretario municipal y exsecretario presidencial en el gobierno de Arzú; el ex ministro de Gobernación, Enrique Degenhart; además de los diputados Lázaro Zamora; y el asesor de la bancada Unionista, Alejandro Martínez. No todos estaban de acuerdo, Quiñónez no lo estaba, pero el control político del partido no lo tenía él. Tras la realización de la asamblea en noviembre de 2021, quedó fuera del Comité Ejecutivo Nacional y relegado a ser presidente del Consejo Político, un cargo menor.

    «En el conflicto incluso se llegó a pensar en dejar fuera a Quiñónez. Sonó el nombre de Isabelita (Isabel Arzú Escobar) cómo la candidata. Pero después hubo un acuerdo con el alcalde», indicó una fuente.

    La candidata a la presidencia por el partido Valor, Zury Ríos, aplaude a los mariachis en compañía del alcalde capitalino, Ricardo Quiñónez, sentada en un comedor del mercado central de Ciudad de Guatemala, en octubre 2022

    Después de todo ambos estaban obligados a entenderse: Quiñónez tenía el control de la alcaldía y el presupuesto para hacer campaña, mientras los unionistas tenían el control del partido. La tregua llegó. Aunque esa unión Valor-Unionista dejó víctimas en el camino, como la renuncia del diputado Enrique Montano Méndez el mismo día que se hizo pública la alianza.  «El día de hoy presenté mi renuncia irrevocable al Partido Unionista, al único partido al que he pertenecido en mi paso por la política…», publicó en su cuenta de Twitter.

    Roberto Arzú García-Granados explicó en una entrevista que algunos grandes empresarios obligaron al unionismo a entenderse entre sí y con el partido Valor.  «Les impusieron que tenían que estar juntos», dijo Arzú García-Granados.

    Zury Ríos y los caciques que la respaldan

    Un exfuncionario del gobierno de Arzú, que lo acompañó en la Municipalidad, y exmiembro del Comité Ejecutivo del unionismo, explicó que las diferencias no serán ventiladas. «Harán como que todo está bien. Si ganan la alcaldía habrá una reconciliación, si no casi seguro que habrá una separación», indicó la fuente. Que cómo otros exarzuistas prefieren guardar su anonimato.

    Los mítines de Quiñónez como focos de protesta

    Las redes sociales han mostrado lo que la televisión abierta, canales de cable y periódicos no mostraban: el rechazo de la población al alcalde Quiñónez.

    En la zona 21 —que ha vivido una crisis por falta de agua— el alcalde fue confrontado por vecinos. Lo que sería una caminata por parte de Quiñónez y simpatizantes, terminó siendo un saludo a unos cuantos vecinos en una colonia cerrada, pues afuera había una manifestación esperando al alcalde para reprocharle la falta de agua y transporte colectivo. En los videos que circulan se escucha gritar a las personas: «No podemos aceptar autobuses viejos, pintados como nuevos. Es una burla para nosotros», o «el agua es un derecho, es un crimen negárnosla», y «viejo corrupto, corrupto», le gritaron en la cara.

    Zury Ríos y Ricardo Quiñónez posan para la foto de grupo al cierre de la caminata electoral en zona 18, en mayo

    En la zona 18 personas con cárteles de protesta también recriminaron al alcalde la falta de agua. «Tiene miedo porque el pueblo ya se dio cuenta que usted no sirve para Alcalde». Un grupo de vecinos en la colonia Las Ilusiones incluso se paró enfrente de buses amarillos que trasladaban a los simpatizantes de Quiñónez. «El alcalde sólo trae personas acarreadas. Fuera», gritaban los vecinos.

    En la zona 7, vecinos de la colonia Tikal 3 se unieron y amenazaron con tapar las calles si no les daban solución a sus problemas. En la zona 15 pasó lo mismo. Vecinos le dieron un ultimátum para que distribuyera agua.

    Las protestas tienen una implicación más allá del reclamo y los apuros provocados: son las zonas con las que debía congraciarse para garantizar su reelección. Así lo muestran los datos de las elecciones anteriores. De los 19 centros de votación instalados en la ciudad, en 2019 el unionismo perdió en cinco frente al partido Creo: Las zonas 7, 17, 18, 21 y 24, justo las que han liderado las protestas contra Quiñónez.

    El alcalde ganó en dos zonas populosas: zonas 1 y 5. Al unir esos votos con los obtenidos en zona 7, 18 y 21 (en estas cinco zonas se concentra el 52% de votos), el unionismo obtuvo 82,545 votos frente a 84,590 de Roberto González en los mismos centros electorales. Es decir, la ventaja fue mínima.

    Sin embargo, las zonas que terminaron dando la victoria a Ricardo Quiñónez fueron las zonas 11, 14, 15, 16, donde el unionismo obtuvo un promedio del 50% de los votos, y el candidato de Creo no más del 30%. Ahí el actual alcalde logró obtener una diferencia de 14,009 votos, casi la totalidad de la diferencia que separó a Quiñónez de González.

    «Al analizar los datos se establece que Quiñónez logró que no le sacaran mucha ventaja en las zonas que perdió, pero sí logró obtener una ventaja significativa en cuatro zonas (11, 14, 15 y 16) donde logró el 50% de votos y Roberto González no. Esa fue la clave de la victoria del Unionismo», explicó el analista político, Ángel Ramírez. 

    Las primeras lluvias de este año afectan más la popularidad de Quiñónez, las mismas han mostrado que el sistema de drenajes está colapsando de nuevo provocando inundaciones en calles y pasos a desniveles. Esto ha sido aprovechado por los contendientes a la alcaldía.

    Las encuestas varían según quien las presente. Algunas dan una ventaja de 20 puntos a favor de Quiñónez sobre el segundo lugar, Roberto González, de Creo. Otras dan a González cuatro puntos sobre Quiñónez. Muy atrás aparece el exalcalde de Santa Catarina Pinula, Antonio Coro de la Unidad Nacional de la Esperanza, y el exvocero de la Municipalidad, Carlos Sandoval con el Partido Todos.

    En la elección pasada el actual alcalde ganó con la menor diferencia de votos desde 1985. ¿Será posible destronar al Unionismo? Si la tendencia sigue, sólo la dispersión de votos parece que puede salvar a Quiñónez de ser el último representante de la dinastía Arzú después de 37 años.

  • Arzú, ¿un neoliberal?

    El recién fallecido expresidente y alcalde de la ciudad de Guatemala, Alvaro Arzú, es conocido por muchas cosas, entre ellas su rol en la firma de la paz. Por lo que quizá sea menos conocido es por el papel que desempeñó en las privatizaciones de, entre otras empresas, Telgua. Tal vez esto se deba a que la historia de las privatizaciones en Guatemala todavía no se ha terminado de escribir y muchos aspectos aún permanecen en la oscuridad.

    Pero algo sabemos. El rol de Arzú en la privatización de las telecomunicaciones no empezó en 1996 con su presidencia, sino en 1991, cuando fue canciller en el gobierno de Serrano Elías. Serrano Elías no tenía particular interés en privatizar Telgua, pero debía resolver un problema considerable de deuda internacional. Para renegociar 70 millones de dólares estadounidenses de la deuda bilateral que Guatemala tenía con México, envió a su canciller, Arzú, a México en 1991. Arzú logró un acuerdo según el cual México reestructuraría la deuda ante el compromiso de Guatemala de privatizar varias empresas, entre ellas Telgua, llamada entonces Guatel.

    Desde ese momento quedó afirmado el interés de México en Guatel. Pero el viaje de Arzú ocurrió solo meses después de que el Grupo Carso, de Carlos Slim, y otras compañías hubieran adquirido Telmex. México también había empezado a actuar como un líder regional, sobre todo en negocios.

    Ayau recordaba que Arzú había apoyado la privatización con una condición: que la empresa de telecomunicaciones no fuera vendida a «la oligarquía».

    No tardaron los problemas políticos de Serrano Elías en relegar a un segundo plano los preparativos para privatizar Guatel. Y tampoco levantó mucho el vuelto durante el gobierno siguiente, el de Ramiro de León Carpio. De León Carpio contrató al ahora difunto líder ideológico liberal Manuel Ayau para que preparara la reforma de la Ley de Telecomunicaciones y el proceso de privatización. Pero De León Carpio enfrentó el mismo dilema que sus antecesores: si la privatización se hacía bien, la venta de los activos del Estado podía contribuir a hacer los servicios de telecomunicaciones más eficientes y a proveer un considerable monto de ingresos a las arcas del Estado; si se hacía mal, existía el riesgo de entregarle una mina de oro solamente a un grupo de empresarios y en el proceso afianzar el poder de un nuevo —o de un viejo— grupo de la élite. Sin embargo, esto último estaba ya a punto de suceder con la compra de la primera concesión celular por parte de Mario López Estrada, entonces ministro de Comunicaciones, hoy dueño de la compañía Tigo (que controla el 43 % del mercado de la telefonía del país) y considerado el hombre más rico de Guatemala. De León Carpio no impulsó el proceso con mucho ímpetu.

    De ese modo, no fue sino con la llegada de Arzú a la presidencia cuando comenzó la privatización. Con apoyo de USAID, la agencia de cooperación estadounidense, un grupo de empresarios y de políticos empezó a preparar una propuesta de ley para reformar las telecomunicaciones. Este grupo, liderado por Alfredo Guzmán, se inspiró y apoyó en el grupo cercano a Ayau, de la Universidad Francisco Marroquín. Arzú había sostenido conversaciones con Ayau cuando aún era candidato presidencial, y Ayau recordaba que Arzú había apoyado la privatización a regañadientes y con una condición: que la empresa de telecomunicaciones no fuera vendida a «la oligarquía».

    Arzú en dos actos: la paz neoliberal y la sombra de la corrupción

    Es difícil saber en quién pensaba Arzú cuando hablaba de «oligarquía». Porque, obviamente, él mismo se consideraba parte de ella. Lo que es cierto es que, cuando Arzú llegó al poder, cambió la directiva de Guatel y puso a Alfredo Guzmán como director. Aunque, dentro del marco de los acuerdos de paz, Arzú negoció y aceptó préstamos con el Banco Interamericano de Desarrollo y con el Banco Mundial para la «reforma del Estado» que incluyeron condiciones relacionadas con la venta de Guatel, la venta estaba ya en camino y las condiciones fueron más proforma que una presión real. Se aprobó entonces una Ley de Telecomunicaciones que se inspiraba en las ideas de Manuel Ayau y que es considerada la más liberal de las Américas, y se puso en venta Guatel.

    El primer intento fracasó por falta de ofertas. La única empresa que se mostró interesada fue Telmex. En las condiciones de venta se estipulaba que la compañía compradora tenía que contar con al menos 1.5 millones de líneas en operación y con al menos 10 millones de quetzales en ventas. Con ello se excluía en la práctica a las empresas locales. La oferta de Telmex se rechazó supuestamente por que «ni siquiera cubría el valor de los bienes de la empresa». Pero sucedía también que, a pesar de los vínculos que existían entre México y Guatemala desde hacía varios años, había un recelo contra los mexicanos y muchos no los querían como nuevos dueños de Guatel. Según Guzmán, en cambio, parte de la culpa de este primer fracaso la tenía la misma ley. Dado que era muy liberal, implicaba competencia desde el primer día y así ofrecía a los nuevos dueños menos oportunidades de volverse monopolio, razón por la cual la compañía no resultaba lo suficientemente atractiva.

    Apoyó la privatización, pero menos como un instrumento económico que como una manera de cambiar relaciones de poder a favor de un sector emergente.

    La solución fue cambiar la ley y las condiciones de venta. Como resultado, Luca, S. A., un grupo de inversionistas locales liderado por el hondureño Ricardo Bueso, ganó la subasta. Después vendieron Telgua a Telmex con un excelente margen de ganancia, y más tarde otros inversionistas reemplazaron a Bueso en Luca, S. A., como principal inversionista local.

    La condición expresa de Arzú (que no se le vendiera a la oligarquía) parecía cumplirse. En cambio, entraron en el juego otros actores, cercanos al presidente, que pertenecían a las nuevas élites. Entre ellos estaban Alfredo Guzmán y Fritz García-Gallont, gerente de Telgua y ministro de Comunicaciones respectivamente.

    No sabemos con certeza cuál otro de los grupos locales ganó algo con la venta de Telgua y qué otras cosas obtuvieron. Lo que sabemos es que los que perdieron, por lo menos en el corto plazo, fueron, por un lado, los usuarios de Guatemala, que recibieron una Telgua operada por Telmex con poca competencia, y, por el otro lado, el Estado de Guatemala, que obtuvo pocos ingresos de la venta, los cuales, de haber sido mayores, podrían haberse dedicado a los proyectos sociales incluidos en los acuerdos de paz o a pagar deudas.

    ¿Cuál fue el interés particular de Arzú en esta privatización y en la forma como se realizó? ¿Fue Arzú un neoliberal? Es cierto que llegó a apoyar la privatización, pero menos como un instrumento económico que como una manera de cambiar relaciones de poder a favor de un sector emergente. No fue liberal en el sentido de Ayau ni fue neoliberal su ideología. Arzú era más bien un hombre que supo manejar un proceso político en la compleja situación de la transición de la Guatemala de posguerra. Una transición de un Estado —y de un sector de telecomunicaciones— controlado por los militares en alianza con la oligarquía a un Estado controlado por la oligarquía en alianza con élites emergentes y con el consenso de viejas y nuevas facciones dentro de los militares.

     

    Nota de la autora. Este ensayo se basa en un trabajo extenso presentado en el libro Globalización, Estado y privatización: proceso político de las reformas de telecomunicaciones en Centroamérica, de Benedicte Bull (Flacso, 2008).

  • Arzú no se va: prometen mantener su legado y su «lucha por la independencia de Guatemala»

    Arzú no se va: prometen mantener su legado y su «lucha por la independencia de Guatemala»

    Primero, el desconcierto. Luego, la reacción: un funeral de Estado con todos los honores para levantar el perfil de un alcalde y expresidente. Dos días de actos institucionales, sollozos y loas en los que se obviaron los señalamientos en su contra y se prometió continuar con sus esfuerzos por mantener “la soberanía de Guatemala”. Así fue la despedida en tres actos de Álvaro Enrique Arzú Irigoyen.

    Acto 1. Lo inesperado, la reacción 

    Comenzó como un rumor que pronto se confirma. El cuerpo de Álvaro Arzú, alcalde de Ciudad de Guatemala y ex presidente del país en el período 1996-2000, se traslada al Sanatorio El Pilar, en la zona 15 de la capital, el viernes 27 de abril a las seis de la tarde. Una hora después, se sabe con certeza: ha muerto.

    “El presidente Álvaro Enrique Arzú Irigoyen falleció de un paro cardiorespiratorio secundario de un infarto mientras practicaba deporte. Descanse en paz nuestro presidente. Hoy y siempre, alcalde de la Ciudad de Guatemala”. Con la voz quebrada, Carlos Sandoval, vocero de la comuna y mano derecha del alcalde, da una conferencia de prensa de 47 segundos en la que hace el anuncio.

    Durante un par de horas, familiares y personas cercanas al jefe edil van llegando al hospital. Empleados municipales, miembros del Ejército, el ministro de Gobernación, Enrique Degenhart, y diputados como Felipe Alejos no pierden la oportunidad de acercarse.

    A las 20:30 comienza el movimiento. La carroza fúnebre que se había estacionado frente al sanatorio arranca, rumbo a zona 16. Minutos después, se comenta que va vacía. Una segunda carroza sale poco más tarde, en dirección a una funeraria de zona 9.

    Los agentes de la Policía Nacional Civil (PNC) que esperan fuera del lugar confirman que el cuerpo del alcalde se trasladó a la funeraria para que lo embalsamen antes enviarlo a su casa. Al día siguiente, de nuevo, los rumores contarán que el segundo vehículo tampoco llevaba el cadáver. Que fue un tercer automóvil particular el que lo trasladó directamente a su domicilio.

    Mientras todo esto pasa, en la entrada norte de la municipalidad, un grupo de personas se reúne para levantar un improvisado altar. Empleados municipales reparten café a las aproximadamente 60 personas que aguantan las lágrimas mientras encienden velas y dedican cantos religiosos al alcalde.

    En el grupo hay varios perfiles. La mayoría son trabajadores municipales y sus familiares. Vilma de Aragón llegó hace una hora. Trata de aguantar las lágrimas, pero no lo consigue. Cuenta que Arzú fue el abuelo de sus cuatro hijos. Su esposo lleva años laborando en la comuna. “Fue el mejor jefe. Ningún otro político tuvo esa dicha de robarse nuestros corazones”.

    Vilma no se olvida de hacer referencia a los procesos de investigación por financiamiento electoral ilícito que el Ministerio Público y la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) iniciaron en su contra. Claro, Vilma no los describe así. “Lo estaban acosando de una manera muy fuerte”, resume.

    «Todo se va a caer, hasta el transmetro se va a caer. Era algo que él protegía»

    Juan García, vecino del Barrio San Gaspar, de la zona 1, tampoco quiso perderse la oportunidad de llegar a recordar al alcalde. “Es un político único. Siempre luchó por la Ciudad de Guatemala”. Rápidamente, responde a la pregunta acerca de cómo ve los señalamientos en su contra. “Como ciudadano lo veo… lo veo como algo político”.

    A pocos metros, Blanca Ordóñez cuida las velas que rodean el altar para que no se apaguen. Blanca es presidenta de la asociación de comerciantes y mercados de la capital. “Él dejó huella en el país. Dejó raíces. Un gran liderazgo y un ejemplo”, asegura. Ordóñez espera que la muerte de Arzú no entorpezca proyectos de mercados satelitales que habían comenzado con el alcalde.

    Sobre los señalamientos del MP y la CICIG, lo tiene claro: “Si él era responsable de eso, ahí estaba la justicia para perseguirlo. Si había pruebas de lo que hablan, tenían que haberlas mostrado. Y a la fecha ya vio que no pudieron quitarle el antejuicio”.

    Alrededor de las diez y media de la noche, Sandoval —el vocero— aparece entre la multitud. “Esperamos paz en el corazón de toda la familia del alcalde Álvaro Enrique Arzú Irigoyen —dice, antes de levantar la voz:— Nuestro presidente, nuestro alcalde, el único político que jamás perdió una elección ”. El dato es erróneo: en 1990 se postuló a presidente por el Partido de Avanzada Nacional (PAN) y quedó en cuarto lugar, en unas elecciones que ganó Jorge Serrano Elías. Pero aquí no importa: se jalea como si fuera cierto.

    Sandoval continúa: “Estuvo presente, luchando…”. “¡Vive!”, le interrumpen los asistentes. Alguien grita: “¡Que viva Álvaro Arzú! (“¡¡Que viva!!”) ¡Que viva el mejor alcalde que ha tenido Guatemala! ¡El mejor presidente de la Historia! ¡Él defendió a su Guatemala! (¡¡Que viva!!) ¡El único líder que dio la cara!”.

    El vocero agradece a las personas su asistencia y les recomienda ir a descansar. Mañana será otro día. El cuerpo del alcalde de la Ciudad de Guatemala será velado en el Palacio Nacional.

    Arzú en dos actos: la paz neoliberal y la sombra de la corrupción

    Acto 2. Honras para el presidente

    Frente a la bandera a media asta, once filas de cadetes, ingenieros de combate, policías militares y kaibiles se mantienen de pie, inamovibles, a la espera de que el acto empiece. El comandante de la división de honores da instrucciones de las actividades que comenzarán en pocos minutos.

    La llegada del cadáver de Arzú al Palacio Nacional, prevista para las 10 de la mañana del sábado 28 de abril, se retrasa media hora. Una trompeta anuncia la cercanía del cortejo fúnebre y el lugar se queda inmediatamente en un tenso silencio. La sirena de una patrulla, los latigazos de un pastor de cabras y algunos murmullos aislados son los únicos sonidos perceptibles.

    “Dan comienzo los honores al excelentísimo Presidente Constitucional y Comandante General del Ejército de Guatemala del período 1996-2000, don Álvaro Enrique Arzú Irigoyen”, clama una voz por los altavoces.

    El féretro llega subido a un jeep verde olivo del Estado Mayor de la Defensa, custodiado por tres patrullas de la Policía Nacional Civil, diez motocicletas de la Policía Municipal de Tránsito (PMT) y dos camiones del Cuerpo de Bomberos Municipales.

    El jeep se estaciona frente al Palacio Nacional. Una pintada escrita con letras rojas lo recibe. “Jimmy a la guillotina”, se lee bajo las botas de los militares.

    El féretro con los restos del ex Presidente de la República entra al Palacio Nacional, el sábado por la mañana, escoltado por la prensa.

    En la agenda de un funeral de Estado laico no faltó la invocación a Dios, por parte del capellán del Ejército. Antes de un padrenuestro y una bendición del ataúd, el capellán lee un extracto de la carta del Apóstol San Pablo a los Corintios: “Todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo”, cita, con la ironía de saber que Arzú ya nunca será juzgado por un tribunal terrenal.

    El ataúd se introduce en el Palacio, acompañado de un breve aplauso de los asistentes que quedan atrás, de pie tras las vallas ubicadas en la Plaza de la Constitución.

    En el Salón Banderas, en el segundo nivel, comienzan los honores por parte de los funcionarios. Morales, más solo hoy que ayer, da un discurso breve, con la voz engolada, inquebrantable.

    En el Palacio Nacional, el ataúd fue colocado el centro del Salón de la Bandera

    En nueve minutos tiene tiempo de personificar en Arzú al caminante de Antonio Machado; de citar una oración a San Agustín; de jactarse de continuar el trabajo de reparación de carreteras del ex presidente y, por supuesto, de llamar la atención a la comunidad internacional. “Guatemala es una república soberana. Nosotros los respetamos. Respétennos ustedes a nosotros”. La oportunidad no la podía perder.

    “Nunca tuvo un doble discurso. Su ‘sí’, fue ‘sí’, su ‘no’ fue ‘no’. Luchó hasta el final. Y vivió y murió a su manera”, remarca Morales, quien encontró en Arzú un aliado en su batalla personal por sacar a Iván Velásquez, jefe Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) del país.

    El último cacique de los criollos

    Luego, comienza el desfile de fotos, de “vallas” a los costados del féretro, de pésames, abrazos y llanto desconsolado. Ministros, diputados, magistrados de diferentes instituciones… todos reservan unos minutos para permanecer de pie al lado del ataúd, guardando una distancia prudencial con la caja que contiene los restos de Álvaro Arzú.

    En su turno, Carlos Sandoval se apoya ligeramente en una esquina del ataúd. Mira su mano, toma aire y levanta la vista. Los ojos hinchados delatan a una persona que lleva toda la mañana del sábado llorando.

    La hilera de funcionarios, dignatarios, personal de la municipalidad y de diferentes instituciones no termina. Un sollozo a la entrada del salón se eleva entre el murmullo de los presentes. Es el de Ricardo De la Torre Gimeno, gerente municipal, que —el rostro enrojecido— recibe a alguno de los presentes con un abrazo acompañado de un gemido. Roberto Ardón, director ejecutivo del Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y Financieras (CACIF), se queda unos minutos consolando a De la Torre, antes de acercarse a la familia.

    En los asientos delanteros, continúa el desfile. En un momento, Isabel Arzú, hija del alcalde, se echa hacia atrás, se sienta en una silla y hunde su rostro entre sus manos. El momento la sobrepasa. Su madre se acerca a consolarla. Algo le dice, y a los segundos vuelve a levantarse para seguir abrazando a los asistentes.

    Poco después se decide mover el ataúd al Patio de la Paz, en el primer nivel del Palacio. Un espacio más amplio, para que la gente que quiera acercarse a despedirse pueda hacerlo con libertad.

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    Una fila de personas camina, lentamente, hacia el féretro del expresidente. Algunas le dedican una breve mirada a la derecha, casi sin pausa, antes de continuar el recorrido. Otras se toman más tiempo. Un quejido, unas palabras imperceptibles de despedida, un gesto con los labios, una caricia al cordón que los separa del ataúd. Las coronas y arreglos florales no dejan de ingresar en todo el día.

    Ya por la tarde, en la Plaza de la Constitución la gente hace cola para entrar. “¡A cinco la rosa!”, gritan dos mujeres, armadas con varios ramos de flores. Unas cincuenta personas esperan para firmar el libro de condolencias a la entrada del Palacio Nacional.

    Dentro del Patio de la Paz, la gente continúa despidiéndose. Los familiares de Arzú, que se habían ausentado a mediodía, regresan a sus lugares. Las mujeres de la familia —hijas y nietas del alcalde— rodean el ataúd, con la mirada perdida. Patricia Escobar, viuda del expresidente, se sube para apoyar su mano en la caja y las mujeres se desmoronan. El eco de los sollozos se escucha en un salón en el que las personas asistentes solo pueden mirar la escena compungidas.

    En unas sillas, tres mujeres mantienen una conversación entre susurros, mezcla de catarsis y pesimismo.

    —Todo se va a caer, hasta el transmetro se va a caer. Era algo que él protegía.

    —Y era el único transporte seguro.

    — No creo que haya alguien así en la muni, pero ni siquiera parecido.

    — Ahora van a estar sucias las calles, los parques, todo.

    “¡Arzú!”, rompe el silencio de solemnidad la voz de un hombre. “¡Nos sorprendiste con tu muerte, pero aquí estamos!”. El hombre continúa el recorrido hacia la salida, y antes de dejar la sala se despide con un sonoro “¡Y fuera la Cicig!”.

    Los corredores de los 10K, a la salida de la carrera, desfilaron bajo varias instalaciones que proyectaban imágenes del difunto presidente en varios momentos históricos de la vida reciente del País.

    Mientras, a dos kilómetros del Palacio Nacional, frente a la municipalidad de Guatemala, cientos de corredores esperan el banderazo de salida para iniciar la 10K, la carrera nocturna programada para las 19:00, que la organización se negó a cancelar (“es lo que hubiera querido el alcalde”). Minutos antes del comienzo, un animador vocifera detrás de un micrófono “¡Un aplauso! ¡Que llegue hasta el cielo!”. “¡Arzú! ¡Arzú! ¡Arzú! ¡Arzú!”, le responde la gente.

    La reacción es otra al mencionar al presidente del Gobierno. “Nuestro alcalde está ahora acompañado de nuestro presidente, Jimmy Morales”, continúa el animador. Durante unos breves segundos los abucheos se escuchan en las primeras filas.

    Cuenta atrás, un cañonazo, papeles de colores en el aire y la carrera inicia. En la línea de salida, sobre las personas que comienzan a correr, flotan dos cubos metálicos sobre los que se difunden imágenes de Álvaro Arzú en diferentes momentos de su gestión.

    En varios puntos de la carrera, sobre pequeños escenarios que reproducen música a todo volumen, los animadores no pierden la oportunidad para recordar al alcalde al ritmo de las canciones: “¡Arzú, Arzú, nuestro líder eres tú!”

    De vuelta en el Patio de la Paz, el personal empieza a limpiar el salón. Las puertas se cierran al público a las 20:30. Fuera, unas cien personas todavía esperan para poder entrar. Arzú pasa la noche del sábado en el Palacio Nacional, rodeado de 130 coronas de flores que instituciones y personas particulares llevaron a lo largo del día.

    Acto 3. “La lucha continúa”

    El domingo comienza parecido al sábado. Mismos honores en la Plaza de la Constitución, una bendición similar, y 21 salvas ensordecedoras que dan inicio a una marcha hacia la Municipalidad de Guatemala.

    El féretro del alcalde se carga sobre un armón de artillería, una especie de caja metálica pintada de negro, que antiguamente se llenaba de munición. Del armón tira un jeep verde oscuro de la Segunda Guerra Mundial, que Estados Unidos donó a Guatemala durante el conflicto armado.

    El domingo por la mañana, el ataúd del ex Presidente de la República es nuevamente colocado encima del carro ceremonial para su traslado a la municipalidad

    El vehículo recorre toda la sexta avenida de la zona uno, a paso lento, custodiado por agentes de la PMT y PNC y por miembros del Ejército. A los lados, un pasillo de vecinas y vecinos señala el camino.

    “Hay rosas, hay banderas”, se escucha al inicio del recorrido. Un grupo de mujeres grita al paso del féretro, con los ojos llenos de lágrimas. “¡Que viva Álvaro Arzú!”. “¡El mejor alcalde de Guatemala!”. “¡Siempre vivirá en la memoria de todos!”. La voz de un hombre destaca por encima de la del resto de personas: “¡Acusado de delitos que él no cometió! ¡Thelma Aldana va a pagar muy caro lo que hizo!”. El vehículo continúa avanzando.

    La gente camina en procesión. Algunos aplausos aislados, animados por gritos de “que viva Álvaro Arzú (que viva)”, “Arzú, Arzú, Arzú” y “que viva el mejor presidente de toda Guatemala”.

    Aproximándose a la sede de la municipalidad, el cortejo de familiares, ciudadanos y autoridades que acompañaron el recorrido del féretro.

    Un rodeo a la municipalidad y el féretro hace entrada por la 20 calle, con el estridente sonido de las alarmas de los Bomberos Municipales de fondo. Hay unos minutos de descontrol, en los que las personas asistentes —decenas, cientos— se acercan al ataúd. El personal de tránsito hace una barrera entrelazando los brazos y los restos del alcalde se acercan a la entrada del edificio municipal, a través de un pasillo de cadetes de la Guardia de Honor.

    Sobre las gradas, la familia de Arzú ya está colocada para iniciar el acto. Las nietas del expresidente no han parado de llorar ante el público en todo el fin de semana. Isabel Arzú reparte pañuelos entre ellas, mientras el personal coloca una manta de flores en la parte superior del ataúd. Sobre ella, una bandera de la municipalidad y encima, el casco de primer comandante en jefe del Cuerpo de Bomberos Municipales, con el nombre de Álvaro Arzú impreso en letras mayúsculas.

    Una empleada municipal llora durante la despedida oficial realizada frente a la municipalidad

    Álvaro Enrique Arzú Escobar, hijo del alcalde y presidente del Congreso de la República, toma el micrófono por primera vez en estos dos días. Un par de anécdotas (el radio que siempre acompañaba a su padre, el tráfico que hicieron llevando el féretro al Palacio Nacional) y el diputado hace un discurso en la línea del que pronunció Jimmy Morales la jornada anterior: “Nos enseñó que un ‘sí’ es ‘sí’, un ‘no’ es ‘no’. No hay medias tintas. Eso es para cobardes. Y él no era cobarde. Él era guerrero”.

    Álvaro Arzú, el intocable se balancea en su pedestal

    Y también, al igual que Morales, Arzú no deja pasar la oportunidad de utilizar el homenaje a su padre como atril político. “Él comenzó una lucha en sus últimos meses de vida. Una lucha por la defensa de la soberanía de Guatemala, por la independencia de Guatemala. Pero sobre todo por la dignidad de Guatemala (‘¡Bravo!’, es interrumpido por los aplausos). Nos dio una gran lección de coraje, de valor, de amor, y determinación. Sacrificó su vida en esa lucha. Y, papi, te prometo que la vamos a continuar y la vamos a ganar.”.

    De nuevo los aplausos.

    La voz se le quiebra en un par de ocasiones, pero no deja que una lágrima le cruce el rostro. Al terminar, su madre se desmorona entre sus brazos. Él, rostro serio, mirada al frente, impasible.

    Álvaro Arzú Escobar, hijo del difunto, se despide públicamente del padre, frente a miles de empleados de la municipalidad

    Después, unas escuetas palabras de Ricardo Quiñónez, hasta ahora concejal primero y próximo alcalde de la ciudad (“Fue para mí un amigo, un mentor”, “Nos preparó para seguir adelante y mantener su legado”); una canción religiosa (no podía faltar); y un desapercibido acto del personal de la municipalidad: la liberación de un par de palomas, que no consiguen levantar vuelo. Algunas personas se acercan a Patricia Escobar que, con la mirada perdida y una media sonrisa que aparece y desaparece, las abraza.

    El acto, de apenas una hora, culmina. El féretro vuelve a cargarse y se acerca, ahora sí, a un vehículo fúnebre. Dicen, lo llevan a Antigua Guatemala, la vieja capital, donde cerrarán las actividades con un acto familiar y un entierro privado.

    Así se despide después de dos días a quien un perfil de Plaza Pública definió como el último cacique de los criollos. Murió un viernes a las cinco y media de la tarde mientras jugaba en un campo de golf.

  • Arzú en dos actos: la paz neoliberal y la sombra de la corrupción

    Arzú en dos actos: la paz neoliberal y la sombra de la corrupción

    Dos hechos marcan la vida política del fallecido alcalde Álvaro Arzú Irigoyen. Por ellos la Historia lo recordará. La firma de los Acuerdos de Paz con la guerrilla, que pusieron fin a la guerra interna que desangró Guatemala, en el momento cúspide de su carrera política; y los señalamientos de corrupción en su prolongada administración municipal en el ocaso de su existencia, en cuya defensa se alió con otros políticos señalados de hechos similares para detener los avances de la lucha contra la corrupción y la impunidad.

    Cuando en la noche del 29 de diciembre de 1996, el presidente Álvaro Enrique Arzú Irigoyen, salió del Palacio Nacional de la Cultura para anunciar el fin de la guerra fratricida que durante 36 años había desangrado al país, se estaba convirtiendo en el político más avanzado de la historia reciente de Guatemala. Acompañado de su esposa, Patricia Escobar, los integrantes de la Comisión de la Paz del Gobierno, los comandantes guerrilleros y rodeado de un grupo de niñas con velas en las manos, un Arzú emocionado, como pocas veces se le vio en público, con voz temblorosa y pausada, hacia el tan esperado anuncio. “Pueblo de Guatemala, la paz ha sido firmada”.

    Firmar la paz durante el primer año de su mandato (1996-2000) fue su obsesión. Se preparó para ello desde que inició su campaña electoral en 1995, y ya electo, a partir del 14 de enero de 1996, se dedicó a tiempo completo a lograr lo que sus tres antecesores no pudieron hacer. 

    Fue ese acto, quizá, el que más reconocimiento y simpatía trajo al polémico líder entre amigos y adversarios. No por el hecho mismo de la firma, sino por la voluntad política que en ese momento histórico se requería para finalizar la guerra. Por “su valentía”, según Gustavo Porras Castejón, su mano derecha en ese proceso; por “su compromiso con la paz y con el país”, según el difunto comandante guerrillero Rolando Morán. O porque, como diría años después su primero aliado y luego enemigo político, Mario Taracena Díaz-Sol, la paz era una condición sine qua non (o la guerra un obstáculo) para llevar adelante sus planes de transformación neoliberal.

    Arzú, que como canciller de Jorge Serrano Elías reconoció la independencia de Belice al mismo tiempo que defendía la idea de un diferendo territorial, como presidente impulsó un proyecto de “modernización” del Estado apegado a los principios de ajuste estructural y a líneas del Consenso de Washington: creó la Superintendencia de Administración Tributaria, reformó los registros públicos e impulsó leyes a menudo bajo una lógica exclusiva de favorecer la inversión privada, incrementó la inversión pública en infraestructura, como la de Minería, o la prohibición de que el Banco Central imprimiera moneda, desmanteló la Dirección General de Caminos y privatizó algunos de los activos más importantes y estratégicos del Estado (telecomunicaciones, el correo, la empresa eléctrica, ferrocarril, un banco de desarrollo), en una oleada abrumada de sospechas de corrupción y de beneficio personal de sus allegados, que 20 años después deja resultados desiguales: disparó el acceso a la telefonía (ahora un oligopolio con tres compañías) y mejoró la estabilidad de la energía eléctrica (que los consumidores pagan al precio más caro de la región), el servicio de correo no existe, el ferrocarril tampoco. Y Banrural, prohijado por aquellas reformas, creció hasta convertirse en el segundo banco más grande del país bajo el mando de Fernando Peña, hoy en prisión preventiva acusado de corrupción, y, según le dijo a su directiva en 2016 un miembro de la Superintendencia de Bancos, un banco de consumo, ya no de desarrollo. Todas estas reformas, y sobre todo la privatización, le ofrecían al mismo tiempo otra ventaja: Arzú, que era tanto un miembro de la élite oligárquica, como un convencido de que el control político debía recaer en el Estado, vio en el reparto de los negocios públicos una posibilidad de fragmentar el poder económico, como años antes lo había entrevisto Vinicio Cerezo.

    Su gobierno se empeñó en cumplir con los aspectos operativos de los acuerdos de paz, que básicamente consistían en la desmovilización y desarme de los guerrilleros, la creación de la Policía Nacional Civil (fundada sobre las bases de la corrupta y represiva Policía Nacional), y en el inicio del proceso de reducción paulatina de las fuerzas del Ejército. Del cumplimiento de los puntos sustantivos de los acuerdos, poco; y el propio presidente se negó a recibir el informe de la Comisión de Esclarecimiento Histórico sobre las atrocidades del conflicto armado. El fracaso de la consulta popular de 1999 para reformar la Constitución respondió en gran media a la falta de apoyo del Ejecutivo.

    Es difícil exagerar la importancia de la figura política de Arzú en las últimas cuatro décadas.

    Es difícil exagerar la importancia de la figura política de Arzú en las últimas cuatro décadas. Lo cierto es que haber firmado la paz le valió un reconocimiento nacional e internacional que pocos políticos guatemaltecos han alcanzado. Algo que le hará un lugar en la historia pese a las sombras que dominan buena parte de su vida política. La paz le valió también para mantener por décadas la simpatía (en decadencia natural durante los últimos años) de los capitalinos que lo votaron como su alcalde en cinco ocasiones. Un primer período de 1986 a 1990; y cuatro consecutivos que deberían haber ido de 2004 a 2020. La muerte lo encontró justo en el ecuador del último.

    Quienes mantuvieron una relación inseparable con Arzú durante los últimos 30 años destacan tres características suyas que “no variaron ni un milímetro” a pesar del cambio de los tiempos y las circunstancias: su altanería y arrogancia: mandar y ordenar, a todos y sobre todo; el orgullo por su ascendencia criolla y oligarca; y su antipatía por las críticas de la prensa.

    Representantes de todos los cuerpos militares recibieron el ataúd del expresidente Álvaro Arzú, en la Plaza de la Constitución.

    Cientos de litros de tinta se han utilizado para escribir sobre los aciertos y desaciertos de la vida política de Arzú. Desde sus inicios, en los años 70, en las filas del anticomunista partido Movimiento de Liberación Nacional, y luego en los cargos públicos ocupados, en su papel como líder político, en la fundación de sus dos partidos (el de Avanza Nacional (PAN) y el Unionista), o durante su gobierno y sus administraciones municipales, sobresalen, casi siempre, los rasgos autoritarios de su carácter, su conservadurismo y su defensa a ultranza del statu quo.

    El último cacique de los criollos

    Pero según Adolfo Méndez Vides, el escritor guatemalteco autor de Arzú. Y el tiempo se me fue, su biografía autorizada, el expresidente tenía “una serie de cualidades humanas” que pocos conocían y que sus adversarios se negaban a reconocer. “Todo mundo dice que soy de derecha, de extrema derecha —recuerda Méndez Vides que le dijo en una ocasión—, pero yo he hecho más cosas por los pobres y desprotegidos de este país que toda la izquierda junta”.

    Arzú, coinciden quienes compartieron con él en su gobierno y la municipalidad, “siempre estaba convencido de que lo que hacía era lo correcto”, aunque se equivocara y aunque otros —incluidos sus amigos— le dijeran que estaba equivocado. Era duro y perfeccionista, al punto de que hería con frecuencia a quienes no hacían las cosas como quería, pero también era “extraordinariamente fiel y agradecido”, dice una de las fuentes. Así se explican, por ejemplo, que haya protegido hasta el último momento al fallecido capitán Byron Lima Oliva, condenado por la muerte de monseñor Juan Gerardi, y quien sirvió en su Estado Mayor Presidencial durante su presidencia. Este asesinato es considerado la mancha más oscura del gobierno de Arzú (más incluso que su política de privatización de los bienes públicos estratégicos), no solo porque ocurrió apenas 15 meses después de la firma de la Paz, sino por la supuesta presencia de su hijo Diego Arzú en la escena del crimen.

    Arzú no se va: prometen mantener su legado y su «lucha por la independencia de Guatemala»

    Óscar Gaitán, un oficial de Policía Municipal que fue herido de balada en 2008 en un asalto a la unidad de transporte público donde viajaba, asegura que “el mismísimo alcalde Arzú” le llegó a ver al hospital del Seguro Social donde fue operado, se encargó de los gastos de su recuperación y los de su familia durante su convalecencia, y “hasta ofreció donar sangre”. No fue posible contrastar el testimonio de este agente que habla entre sollozos frente al volcán de coronas y arreglos florales que decenas de personas han puesto en las afueras del Palacio Municipal.

    Pero Méndez Vides, quien durante dos años se reunió todos los miércoles por las tardes en su despacho para entrevistarlo sobre su vida, asegura que Arzú “era un tipo extraordinario”. Tenía, dice, “una manera especial de ser; era un ser humano especial, con una memoria pródiga, y una gran responsabilidad social”.

    La familia Arzú observa, adolorida, las ceremonias de homenaje en la entrada del Palacio Nacional.

    El cáncer de piel que padeció al salir de la Presidencia, y que logró superar en los cinco años siguientes, aseguran cercanos colaboradores suyos, “lo sensibilizó”, “lo hizo un ser humano más sensible”, “le cambió la perspectiva de la vida”; “hizo que se preocupara más por los desfavorecidos”. “La mitad de los artistas de Guatemala recibían ayuda suya, pero nunca lo pregonaba”, asegura Méndez Vides.

    Esos cambios que le atribuye el escritor y mercadólogo no fueron percibidos más que por sus cercanos e íntimos. Otros empleados de la municipalidad hablan de gritos, insultos, exabruptos e imposiciones. “A los del quinto nivel (del Palacio Municipal), les dejaba pasar cualquier cosa; hasta abusos e ilegalidades. Pero a los de abajo nos trataba como si fuéramos empleados de segunda categoría”, se queja una trabajadora edil.

    “Era muy exigente”, recuerda su biógrafo. “No daba la misma orden dos veces. La daba una sola vez, y el que no se acostumbrara a ese sistema quedaba fuera de su círculo”. Pero era así, argumenta, porque estaba acostumbrado a obtener resultados al instante. “Hasta la manera en que murió fue al estilo Arzú; se murió en un instante”, dice Méndez Vides. El fulminante infartó que sufrió el alcalde el 27 de abril le quitó la vida en segundos.

    Arzú aceptó contar sus memorias a Méndez Vides a cambio de que este las publicara hasta después de su muerte. “El acuerdo era publicar el libro de manera póstuma, no quería que fuera en vida”. Pero después de leer, revisar y corregir la versión final de su biografía, cambió de opinión. “¿Por qué tengo que morirme para que salga?, me dijo un día de mediados del año pasado, y me autorizó a publicarlo”.

    Su mejor defensa siempre fue el ataque

    Cuando en la tarde del 5 de octubre de 2017, Álvaro Arzú Irigoyen irrumpió en la sala de prensa del Ministerio Púbico (MP), donde la fiscal general Thelma Aldana, y el jefe de la Comisión Internacional contra la Impunidad (Cicig), Iván Velásquez Gómez, explicaban a la prensa los detalles del denominado caso Caja de Pandora, el jefe edil retomaba su liderazgo político nacional de antaño. Se ubicada, también, como el articulador y cabeza de un movimiento que unía a políticos, empresarios y delincuentes que habían sido implicados en las investigaciones de casos de corrupción destapados por el MP y la Cicig a partir de abril de 2015.

    El caso Caja de Pandora tiene que ver con las investigaciones realizadas por el MP y la Cicig en torno a una estructura criminal que operaba desde la prisión la cual era liderada por el capitán Byron Lima Oliva, y que implicaba a autoridades del Sistema Penitenciario y del Ministerio de Gobernación del gobierno de Otto Pérez Molina, así como a familiares de Lima Oliva, abogados y una larga lista de personas que llegaba hasta la municipalidad capitalina y el alcalde Arzú Irigoyen.

    El paso de la bandera nacional durante las honras fúnebres.

    Según las investigaciones, el jefe edil autorizó contratar de manera irregular y con fondos municipales a una cooperativa dirigida por Lima Oliva para la adquisición de suministros y bienes para el partido Unionista. El alcalde también autorizó, según la acusación, concederle puestos de trabajo en la comuna de al menos tres mujeres, vinculadas con Lima Oliva y el también fallecido Obdulio Villanueva, exintegrante del Estado Mayor Presidencial de Arzú y (al igual que Lima Oliva) condenado por el asesinato del obispo Juan Gerardi.

    Arzú se unió a Jimmy Morales en su lucha por deshacerse del jefe de la Cicig

    El MP y la Cicig iniciaron un proceso judicial para retirar la inmunidad al alcalde Arzú, para que pudiera ser investigado por los delitos de peculado financiamiento electoral ilícito. Después de un proceso de cinco meses, en marzo pasado, la Sala Tercera de Apelaciones rechazó en definitiva la petición, y el jefe edil falleció sin que fuera investigado por las sospechas en su contra. Pero su vinculación, la de funcionarios de la municipalidad y allegados suyos a este caso, desató su ira y lo puso al frente de un movimiento en contra del trabajo de la MP y la Cicig.

    Dos agentes de seguridad del MP impidieron que Arzú se abalanzara en contra de Aldana y Velásquez mientras daban la conferencia de prensa. Molesto y desencajado, exigió, sin éxito, que le dieran el micrófono para intervenir en la conferencia. “Pásenme el micrófono; pásenme el micrófono”, exigía. Nadie le hizo caso.

    “Este par de individuos (Aldana y Velásquez) lo que están es pasándome la factura, porque no pudieron dar otro golpe de Estado al presiente constitucional de la República que no ha cometido delitos”, dijo, furioso, ese día a los periodistas al no poder interrumpir la conferencia. Se refería a la defensa y apoyo que días antes había dado al presidente Jimmy Morales en su intento de declarar “non grato” al comisionado Velásquez, quien junto a la Fiscal General había presentado un caso en contra del mandatario por financiamiento electoral ilícito. “Gracias a mí no ha habido otro golpe de Estado”, repitió, colérico.

    Álvaro Arzú, el intocable se balancea en su pedestal

    A partir de ese momento, Arzú se unió a Morales en su lucha por deshacerse de Velásquez. Promovió la alianza de las bancadas más cuestionadas en el Congreso, con la que logró que su hijo, Álvaro Arzú Escobar, fuera elegido presidente de ese organismo, para desde esa posición de poder, apoyar al Ejecutivo en las acciones que el mandatario pretende impulsar para detener la lucha contra la corrupción y la impunidad.

    “Yo firmé la paz, pero también puedo hacer la guerra”, proclamó frente a un grupo de alcaldes el 29 de agosto del año pasado. Así era Arzú. Dispuesto a lo que fuera necesario por defender sus intereses.

    El ataúd de Álvaro Arzú, en el centro del Salón de las Banderas del Palacio Nacional.

    Murió sin ver los resultados de sus esfuerzos por acabar con la Cicig; justo dos días antes de que, según diversas fuentes políticas y medios, el presidente Morales anunciará “drásticas” medidas para debilitar los esfuerzos de la comisión.

    Murió también sin concretar una obsesión poco conocida: hacer una película sobre Maximiliano I, el emperador mexicano sobre cuya vida hizo una amplia investigación, en la que concluía que, contra lo que señala la historia oficial, no murió fusilado en Querétaro (México), sino que huyó a El Salvador, en donde cambió su identidad. “Era un admirador apasionado de Maximiliano”, lamenta su biógrafo, Méndez Vides. “Quería hacer una película sobre su vida; lo tenía todo, la documentación, la historia, hasta el director. Ya no la logró hacer”.

  • Contra la Cicig

    Contra la Cicig

    Tiene la Cicig casi todo en contra, menos la razón y nuestra confianza. (Perderá nuestra confianza cuando pierda la razón, pero de momento no ha perdido ninguna de las dos).

    Tiene en contra al presidente Morales, con toda su inmoralidad.

    Tiene en contra la desesperación de Jimmy.

    Tiene en contra al alcalde Arzú, porque lo tiene a su alcance, casi acorralado, como nunca ha estado.

    Tiene en contra a una jauría de delincuentes a los que algunos empresarios siguen llamando “empresarios”, a los que algunos políticos siguen llamando “políticos”, a los que algunos exmilitares siguen llamando “militares”, y a los que algunos propagandistas siguen llamando “gente honrada”.
    A los que alguna gente honrada sigue llamando “buenos guatemaltecos”.

    Tiene en contra a algunos conspiranoicos norteamericanos que tienen pesadillas con el fantasma rotundo de Putin.

    Tiene en contra a esa forma de corrupción que los perseguidos llaman Ley, o Magistratura, y no es más que filfa,
    mentira,
    engaño,
    noticia falsa.

    Tiene en contra el tiempo y en contra la inercia de la Historia, que parecía inconmovible, pero la ha roto o ya está rota.

    Ahí bajamos todos, arrastrados por el río hacia la catarata, orgullosos señores de nuestro flotador

    Y tiene en contra, a veces, nuestra desidia: apenas mirones en el espectáculo de nuestra propia tragedia costumbrista, gastados en nuestras trifulcas diarias e individuales. Ahí bajamos todos, arrastrados por el río hacia la catarata, orgullosos señores de nuestro flotador.

    Pero tiene algo a favor, ya lo dijimos, y no son detalles menores: la razón general y nuestra confianza.

    O sea, la Justicia, que es mucho más que la legalidad, y también la legalidad. Porque la Cicig no viola ni la Constitución ni las normas internas, aunque muchas de ellas sean injustas, y merecerían ser reformadas. La Cicig es un organismo que en su versión más limitada aspira a hacer cumplir la ley, y en su visión más ambiciosa y deseable está obligada a procurarnos un mejor espacio de Justicia. “Obligada”, decimos. Aunque el Ejecutivo, parte del Congreso y de la derecha, y algunos jueces han querido hacernos creer que la Cicig se extralimitaba en sus funciones cuando proponía procesos de reforma al sector justicia, en realidad estaba obligada: quizá sea la parte más sustancial de su mandato.

    Serenata heroica para un presidente sin futuro (y un par de ideas más)

    Con relación a la Cicig, al Ministerio Público, y a la lucha contra la corrupción y la impunidad, Morales no ha dejado desde hace meses de jugar juegos de palabras y de desdecirse:

    1. Esta semana denunció que hace dos años la Cicig allanó ilegalmente la Casa Presidencial, cuando hace dos años dijo que ni siquiera habían allanado la Casa Presidencial, mucho menos de manera ilegal.
    2. Su gente apela a la seguridad nacional, cuando nuestra seguridad es la Justicia, y a esa apunta más claramente a la Cicig. La seguridad del país sufre con la amenaza de los aparatos político-económico ilícitos que los investigadores y los fiscales están combatiendo.
    3. Hace unos meses, cuando querían deshacerse del peso de la Cicig, decían que su problema no era con la institución, sino con el comisionado Iván Velásquez, mientras pretendían desviar sus investigaciones hacia las pandillas, en lugar de dejar que se concentraran en la corrupción. En cambio, esta semana también, Morales levantó una vez más su ceja filosófica, enturbió la voz y pidió que la Procuraduría General de la Nación investigue a los investigadores de la Cicig, por sucesos que ya conocía hace meses.

    ¿En qué quedamos, Señor Presidente?

    También tiene, y eso no debemos olvidarlo, la geopolítica hemisférica de su lado

    En realidad, el discurso de Morales es tan errabundo e incoherente que, lejos de crear confusión, arroja claridad con su torpeza. El problema es, como ha sido siempre, la institución completa, o, mejor dicho, que se investigue a cierta gente: a políticos, a empresarios grandes, a quien no debe. Por eso hacen y harán todo lo posible para cambiarle el rumbo, desmantelarla, expulsarla. O te pliegas o te aplasto. Y todos sus intentos los disfrazarán de perversiones mayúsculas o de lírica: Nacionalismo, Unidad, Soberanía, Seguridad Nacional, Defensa de la Ciudadanía, Debido Proceso, Presunción de Inocencia, Lucha contra el Comunismo. Los envolverán en todas esas banderas que erizan la piel de nuestro conservadurismo atroz e inclemente.

    Ya lo sabíamos y lo decíamos hace meses:

    «No podemos dudar de que de eso se trata. De sacar a Velásquez del país para que se olvide la sangre; a Velásquez y también un poco la lucha contra la corrupción. La sucesión de hechos lo ratificaNo solo querían expulsarlo: querían cambiar el modelo. El de la Cicig. No era la persona: era también la institución. Que se distrajera de lo que hace, que se ocupara del crimen organizado, del narcotráfico, de las pandillas [Nota desde el futuro: esto lo consiguieron. Les bastó con colocar como ministro a Degenhart, el increíble], es decir, de la brutal sangre del Roosevelt. Otros que querían pena de muerte. Sumaria, muchos. Esa forma de limpieza que llaman ejecución extrajudicial, ese sucio asesinato. Memes que rogaban el retorno de Sperisen no porque lo consideren inocente de haber ejecutado presos, sino precisamente porque lo consideran responsable, y por lo tanto una forma de solución. Les impresionó, se supone, la sangre del Roosevelt, su efecto en las fotografías, la idea de que siempre brotará de nuevo una vez que se haya ido la señora que limpia. Pero sin preguntarse por qué la sangre brota siempre de nuevo o nunca se borra aquí, como un remordimiento o como el recuerdo de un crimen, mientras no se hace justicia.
    Y es porque es el recuerdo de un crimen, o de muchos: pero uno de ellos es el de la corrupción. Hay tanta sangre, entre otras causas, porque hay tanta corrupción».

    La Cicig tiene eso, que no es poco: la razón general y nuestra confianza. (No una confianza acrítica: una confianza escrutadora, pendiente ahora del desarrollo de las investigaciones más recientes y de las propuestas de reforma.)

    También tiene, y eso no debemos olvidarlo, la geopolítica hemisférica de su lado: si la política local es el río que nos lleva, la geopolítica gobierna las mareas.
    Una es el tiempo y la otra, el clima.

    La Cicig, dicho está, tiene casi todo en contra. Lo que no hemos mencionado es que la tienen más complicada sus adversarios.

  • ¿Justicia transicional para las élites?

    ¿Justicia transicional para las élites?

    Los marxistas tienen un punto interesante relacionado con la instrumentalización del Estado. Sostienen que el problema de la corrupción no solo es una cuestión de clase, sino que se encuentra en el corazón del capitalismo mismo. Y aquí no solo hablan de la apropiación de la plusvalía, como aparece en las viejas fórmulas de economía política. Tiene que ver con que, sin la captura del Estado, el capitalismo es imposible[i].

    Los casos de corrupción que vienen destapando el Ministerio Público y la CICIG dan cada vez más elementos para vislumbrar que, además de la clase política, son los grandes empresarios quienes más han participado, promovido y naturalizado la corrupción en Guatemala. Hay indicios que cada día parecen dar más razón a esa hipótesis.

    Esta situación de incertidumbre que sienten los empresarios ha acentuado una recomposición de las posiciones que hoy los conforman (no, no son una articulación ni homogénea, ni monolítica). Como se ha señalado recientemente todo apunta a que las viejas categorías de estudio de élites (como la división entre tradicionales, tradicionales en transición y emergentes) van perdiendo actualidad analítica. La cárcel, al convertirse en una posibilidad real, es un factor que trastoca el horizonte de lo posible; un factor que ha de ser considerado profundamente no solo por ellos, sino por sus operadores y analistas.

    Elites que se fotografían en un hotel, o cómo pasar de la justicia transicional a la justicia transformativa

    El actuar sui generis de actores como los aglutinados alrededor de la Cantina, que apoyan abiertamente la lucha anticorrupción, es un caso extraño, pero que no queda al margen. A eso se suma el errático posicionamiento de los directivos de la Fundesa, que un día no parecen apoyarla y otro sí, y también el renovado protagonismo de actores históricamente señalados de manipular la política usando todo el peso que su dinero les permite, como Dionisio Gutiérrez. Además, se puede postular la hipótesis de que existe una fisura entre miembros del Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y Financieras (CACIF), que se divide entre los viejos contrainsurgentes espalda plateada y otros jóvenes más “moderados”, que decidieron, pragmáticamente, posar en la controversial foto del Frente Contra la Corrupción.

    Los empresarios han de decidir si quieren optar por un modelo independiente de estas prácticas, o si quieren seguir navegando impunemente en la ola de la corrupción.

    El asunto de fondo es que la burguesía guatemalteca está recibiendo no solo señales inequívocas de que los tiempos van cambiando, sino golpes directos, duros y en incremento. Estos han quedado de-codificados no solo en el caso de Arzú, en donde la impunidad al parecer está garantizada, por lo que no significa demasiado. El verdadero mensaje apareció primero en el caso de Corrupción y Construcción, que implicó a Porras Zadik (hermano de uno de los miembros de la Cantina), y más adelante otros, como el de Traficantes de Influencias, que implicaron a personajes originarios del más rancio linaje finquero y palmero, como Hugo y Milton Molina, y que en la actualidad se encuentran prófugos. En pocas palabras, son cosas que nunca habíamos visto antes en Guatemala y que no se sabe si los sorprenden más a ellos que a nosotros.

    Como se señalaba arriba, pareciera que estos casos destapan esa idea tan difícilmente desechable del marxismo. Y esta no es necesariamente que el Estado opere como un instrumento para mantener a las clases trabajadoras sometidas bajo un régimen de dominación (aunque sí lo es, como se verá más adelante), sino que el Estado ha sido una piedra angular para facilitar el crecimiento y apropiación del capital. La crisis que se plantea, entonces, se relaciona con el hecho de que los empresarios han de decidir si quieren optar por un modelo económico, político y social independiente de estas prácticas, o si quieren seguir navegando impunemente en la ola de la corrupción.

    Esta crisis, entonces, plantea la necesidad de realizar una transición, lo que obviamente conlleva al desarrollo de un modelo de justicia transicional. ¿Pero transición a qué?, ¿a simplemente detener el encarcelamiento de empresarios? Esta idea ha sido ya planteada por varios de sus operadores que aparecen indirecta o directamente en las planillas de sus distintas facciones, ahora amorfas, así como por otros actores independientes.

    Al parecer, la primera en plantear la necesidad de pensar en el modelo fue Dina Fernández, directora fundadora de Soy 502, tras la declaración de non grato que el Presidente Jimmy Morales hiciera en agosto del año pasado contra el director de la CICIG. Si bien, Fernández no hace una propuesta concreta, desarrolla una serie de preguntas que se pueden resumir de la siguiente forma: no podemos meter a todos los corruptos a la cárcel porque nos quedaríamos sin políticos y sin empresarios.

    A esto, se suma el planteamiento de Phillip Chicola, quien propone un modelo público confesional, que no conlleva ninguna otra consecuencia más que un mea culpa masivo. Este mea culpa no atañe exclusivamente a los grandes corruptores de la política guatemalteca, sino que ha de ser enunciado por la totalidad de la sociedad. Es decir, no cuestiona directamente a los empresarios. (No hay que olvidar aquí que Chicola es asesor político del CACIF.)

    Finalmente, el domingo recién pasado, Fernando Carrera (quien mantiene una independencia de las élites económicas, y que participó en el gobierno de Otto Pérez Molina primero como Secretario de Segeplan, luego como Canciller y finalmente como embajador de Guatemala ante la Naciones Unidas) avanzó en algunos aspectos del debate. Carrera definitivamente ha profundizado en la idea y le ha dado contenido a lo que Fernández y Chicola venían enunciando prácticamente como un “borrón y cuenta nueva”. Sin hacer referencia directa a ellos, señala que éstas ideas relacionadas al reconocimiento público son solo un primer paso, que ha de ser continuado por un proceso más complejo que implica que no exista más impunidad, que los hechos sean juzgados, que haya una reparación por el daño causado y una modificación del sistema de justicia en donde el encarcelamiento sea la excepción y no la norma.

    Pero hay que profundizar en el análisis poniendo otros elementos en la mesa. Como se mencionó ya dos veces arriba, todo indica que los casos de corrupción ponen en evidencia algo que los marxistas vienen diciendo desde hace mucho tiempo. Si bien no es lo único que ha hecho, el Estado ha servido como un instrumento mediante el cual se considera normal ejercer un tipo de violencia contra las clases trabajadoras y subalternas, al tiempo que se ve como anormal que esa misma violencia se ejerza en contra de las élites económicas.

    El debate por la transición debe abordarse integralmente, y beneficiar a todos los sectores y clases sociales de Guatemala.

    La lucha contra la corrupción está, pues, haciendo visible este debate en la esfera pública, a pesar de quienes buscan desviarlo. Asuntos específicos, como que los tiempos prolongados (años, literalmente) que pasan los acusados en prisión preventiva, nunca habían sido un problema para nadie, con excepción de los directamente afectados. A eso, se suma que el derecho ha sido frecuentemente utilizado como un mecanismo para neutralizar a activistas políticos y defensores de derechos humanos, quienes quedan encarcelados por prolongados períodos de tiempo, precisamente por las prácticas mediante las cuales las élites económicas instrumentalizan a su favor el mal funcionamiento de la justicia guatemalteca. Esto también incluye la privatización de la seguridad que se usa para reprimirlos y la reinvención de categorías como el enemigo interno en figuras como el terrorismo.

    Entonces, definitivamente que el debate por la transición (que puede o no incluir la justicia transicional) es central para recomponer el país. Pero este debate no ha de quedar anclado exclusivamente en el carácter de excepcionalidad que representa que ahora los miembros de la élite económica puedan sufrir la misma suerte de las clases trabajadoras, los activistas políticos y defensores de derechos humanos que se les oponen. El debate por la transición es, entonces, algo que debe abordarse integralmente, a modo de que responda de forma positiva para todos los sectores y clases sociales de Guatemala. Esa reforma al sistema de justicia ha de considerar cómo resolver el problema de los miles de personas que se encuentran privadas de libertad esperando juicio. Además, se han de buscar mecanismos no solo para detener, sino para castigar a aquellos que usen la justicia para neutralizar a líderes y activistas políticos que se le oponen a las élites económicas mismas.

    El asunto de fondo, al final de cuentas, es que el problema de la corrupción es el problema de la justicia guatemalteca en general y la arbitrariedad con que ésta se aplica. No podemos pensar, entonces, en planificar un modelo transicional solo porque ahora los ricos de este país sufren lo mismo que el resto de guatemaltecos. Si vamos a pensar una transición, que ésta sea para algo que beneficie a todos. La justicia tiene que, por fin, empezar a ser justa. De lo contrario, por mucho que les arda, las élites económicas tendrán que asumir que los marxistas siguen y seguirán teniendo la razón.

     
    [i] Con esto no se pretende reducir el estudio de las élites a las empresariales, ni tampoco el análisis del Estado a una perspectiva mecánica y meramente instrumentalista.
  • Vucub Caquix, el Siete Vergüenzas

    «No había sol. Y había uno que se engrandecía. Se llamaba Nuestras Siete Vergüenzas [el orgullo, la ambición, la envidia, la mentira, el crimen, la ingratitud y la ignorancia]…».

    «Y dijo: “Yo seré grande sobre la gente […] Seré su sol [¿Tonatiuh?)], su luz. Seré su luna […] Grande es mi iluminación. Soy su camino […] Mis ojos son brillantes, destellos de esmeraldas. Mis dientes, cuajados de piedras como el cielo. Mi nariz brilla de lejos como la luna y mi vista ilumina la superficie de la tierra cuando salgo de mi trono. Así pues, siempre seré sol, seré luna” […] Pero no era cierto. No era el sol el Siete Vergüenzas. Nada más se jactaba de sus plumas, de sus escamas. Todavía no salían el sol, la luna, las estrellas. Todavía no había amanecido, por lo cual Nuestras Siete Vergüenzas se hacía pasar por un sol, por una luna […] Solo ambicionaba grandeza»[1].

    En el mito relatado en el Pop wuj, los gemelos Junajpú e Ixbalanqué se dieron cuenta de que, mientras existiera un ser soberbio que suplantara la divinidad, la humanidad y la justicia, no iba a despuntar el sol (el conocimiento), la ira iba a reinar y la acumulación excesiva de riqueza y de poder iba a envanecer a los seres humanos, por lo que determinaron acabar con Vucub Caquix para que no interrumpiera el destino de la humanidad. Unieron esfuerzos, acudieron a sus mayores (abuelos) y, utilizando su creación tecnológica (la cerbatana), abatieron al soberbio, que se posaba en el árbol de nance, que era su bastión y reducto (¿la Municipalidad?). Le pegaron «con un bodoque en la mandíbula y dañaron sus dientes, sus ojos esmeraldas y su pico, símbolos externos de los cuales se vanagloriaba y deificaba el Siete Vergüenzas»[2].

    Luego de atacar su soberbia y derrumbar su bastión, llegó la humillación y acabó el poder. «Ya solo a tientas andaba cuando le quitaron el motivo de su orgullo»[3]. Y surgen el ser humano, el conocimiento, los valores y la civilización. ¡Amanece!

    Recordaba esta parte del libro sagrado k’iche’ (reserva de la cosmovisión y testimonio de la historia, de la filosofía, de la ética y de la moral del pueblo en su relación con la madre tierra, el cosmos, la sociedad, el pensamiento y el ser humano) al observar la vida y los hechos de Álvaro Arzú en la historia de Guatemala. Él representa la esencia del colonialismo, del racismo y del machismo. Es producto de la historia colonial. No es individualidad política ni producto de la contemporaneidad. Es convergencia de siglos de opresión, de expolio y de desprecio del ser humano diferente. Es la doble moral que sustentó las invasiones occidentales de los siglos XV y XVI a territorios indígenas, mediante las cuales se violentaron pueblos, soberanías y cosmovisiones.

    No es simplemente Álvaro Arzú. Es el colonialismo. Es también el espejo del rey de España, que exige que pidamos disculpas por los invasores muertos a manos de los pueblos que se defendieron de la ambición imperial de España. Es el descaro. Es la violencia. Es la corrupción y la impunidad. Es el capataz de la finca llamada Guatemala. Es la privatización que mata a los pobres y engorda a los ricos. Es el sistema.

    Contra eso, para que amanezca la democracia, para que se eleve el sol de la justicia y de la equidad, para erradicar la soberbia política y el autoritarismo pigmentocrático, para que resurja el pueblo, tal como lo señala el Pop wuj, son necesarios el análisis crítico de la realidad y su cuestionamiento, entender el aislamiento individual que ha impuesto el sistema, conocer las fortalezas y que imperen la dignidad y la tolerancia.

    Para ello es necesario construir colectivos plurales de pensamiento y de acción, retomar la sabiduría ancestral, acompañarse de la mística de las luchas populares y de los pueblos y cuestionar la verdad única impuesta y el modelo económico y político hegemónico para abatir la soberbia y la vanidad basadas en el poder material que ostenta el Tonatiuh eterno y dar paso a la sociedad plural.

    Como dice Evo Morales en su decálogo del buen vivir: «Construir un mundo con una democracia real y participativa, en el que quienes gobiernen manden obedeciendo. Un mundo sin oligarquías, sin jerarquías, sin monarquías financieras. Un mundo en el que la acción política esté destinada al servicio de la vida como compromiso humano ético y moral».

     

    [1] Adrián Inés Chávez, traductor (1979). Pop wuj. México: Ediciones de la Casa Chata.

    [2] Ibid.

    [3] Ibid.

  • El nuevo mascarón de la impunidad

    Durante dos años y medio, la clase política, que no tiene mucha clase, que tampoco es profesionalmente política y que está tomada por la corrupción, ha parecido huérfana de liderazgo.

    Tan débil se encontraba que, para sustituir el gobierno corrupto del Partido Patriota (PP), solo tenían en la canasta al Frente de Convergencia Nacional (FCN-Nación), con el advenedizo Jimmy Morales como estandarte. Tras ocho meses del inicio de la caída del PP, con la identificación de su secretaria general y vicepresidenta de la república, Roxana Baldetti, como ejecutora de una basta operación de saqueo, el Gobierno pasó a manos del FCN.

    Un partido formado por antiguos militares comprometidos con la contrainsurgencia, por lo que difícilmente tienen las manos limpias de sangre. Un círculo de militares retirados que solo sabía ejercer poder a la vieja usanza castrense. En tal sentido, pronto trazaron sus líneas de actividad y coparon, mediante la compra de voluntades, las curules necesarias para ser bancada mayoritaria en el Parlamento. Llegó con un número desnutrido de congresistas, al igual que Jorge Serrano Elías, el aprendiz de dictador, pero pronto alcanzó el número suficiente para tener el control del Legislativo. Nuevos en el poder, viejos en las mañas y prácticas políticas.

    Lo que no lograron fue convertir a su delfín, Jimmy Morales, en un líder político, mucho menos en un estadista. El hombre, acostumbrado a las tablas, no pudo con los podios y empezó haciendo el ridículo. Su audiencia tuvo que tragarse la instrucción de repetir la jura de la bandera o estrofas del himno nacional como parte del discurso. Poco a poco el repertorio se le terminó y, cuando la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig) y el Ministerio Público (MP) vincularon a su hijo y a su hermano a un proceso criminal, la sonrisa desapareció de su rostro.

    Si sus inicios fueron erráticos, revestidos de cierta ingenuidad política, sus desempeños posteriores han mostrado a un hombre resentido, irracional y cobarde. Lejos de asumirse como estadista, ha quedado relegado a la banca política, solo visible cuando debe firmar alguna de las tantas sandeces con que ha aderezado la más reciente etapa de su gestión.

    Los dueños del poder, esos a los que la acción de la Cicig y del MP ha puesto en jaque, han prescindido de sus servicios y han pasado el contrato al nuevo mascarón de proa en el barco de la impunidad. Con renovada energía de indignación propia de un caporal de finca, Álvaro Arzú Irigoyen ha arremetido en contra del titular de la Cicig y del accionar del MP, entes a los que acusa de conducir una conspiración de las fuerzas de la izquierda para hacerse con el poder.

    Ni Arzú ni sus anillos de confianza son tan poco versados como para creer realmente que la izquierda en Guatemala tiene tal poder. Eso no les preocupa. Pero saben muy bien que, si utilizan dicho discurso, pueden ganar adhesiones entre la sociedad conservadora, temerosa de los fantasmas de la izquierda. Como si esta hubiese tenido algo que ver en la debacle a la que precisamente los gobiernos de derecha han conducido al país en los últimos sesenta y tantos años.

    Lo que sí saben Arzú y sus aliados y jefes es que, combinando frases, repetidas desde diversos espacios y por medio de una voz conocida, pueden instalar un imaginario de tal naturaleza que pueden hacer retroceder procesos importantes. Si lo consiguieron en 1954, cuando levantaron por primera vez la bandera del anticomunismo contra un gobierno capitalista democrático, ¿por qué no iban a hacerlo ahora? De ahí que resulten aliados tanto Zury Ríos Sosa, hija del condenado por genocidio José Efraín Ríos Montt, como Gustavo Porras Castejón, asesor de Arzú, al igual que el mismo alcalde y, cómo no, Jimmy Morales. Además de la trillada amenaza del comunismo que llega, ahora piden que «recuperemos Guatemala», como si no la tuviéramos perdida desde 1954. Hablan de casos fabricados por persecución selectiva, cuando se persigue a quienes han robado recursos nacionales. Hablan de criminalización a funcionarios legítimamente elegidos, cuando han financiado sus campañas con fondos que llegan del crimen organizado. Hablan de violación de la presunción de inocencia porque se informa públicamente de las razones de persecución, siendo que solo al juez obliga este principio para no condenar antes de tiempo. Finalmente, hablan de retardo en los procesos, cuando son sus mismos abogados defensores los que utilizan la estrategia del litigio malicioso mediante el retardo por motivos que solo ellos pueden explicar a sus clientes para mantenerlos en prisión preventiva.

    Habiendo fallado Jimmy Morales en el manejo del discurso desinformador, han encontrado en el ególatra Álvaro Arzú el pregonero perfecto para defender lo indefendible, para intentar tapar el sol con un dedo y hacer creer a la sociedad que son una clase política honrada, comprometida con la sociedad y sus necesidades. Pero ese discurso está moribundo, y ahora en todas las plazas se dialoga y propone, a la vez que se reclama.

  • Réquiem para un rey imaginario

    «Yo era el rey de este lugar, / aunque muy bien no lo conocía. / Me habían dicho que, atrás del mar, / el pueblo entero pedía comida. /No los oí. / ¡Qué vil razón / les molestaba su barriga!» (Sui Generis).

    ¿En qué consiste ese comportamiento que lleva a ciertos personajes a montarse en su propio ego (desenfrenado, por cierto) y andar por la vida creyéndose que lo que su sombra proyecta es realmente su tamaño? Seguramente algo de patológico tiene eso de acostumbrarse a vivir creyendo que tienen más méritos que los que en realidad han forjado. Porque, claro, desde la óptica de estas personas: «¡Dios primero y ellos (semidioses) inmediatamente, sentados a la diestra!». Bueno, alguna virtud han de tener. Porque, de lo contrario, es bastante raro quererse tanto, apasionarse desenfrenadamente con ellos mismos.

    Seguramente han construido grandes colosos, han levantado imperios, han guiado millones…

    En su imaginación.

    Porque en la vida real no han hecho más que seguir el juego que saben jugar muy bien: vender obras públicas y hacerse ricos a costa del dinero ajeno o del propio, conseguido a fuerza de explotación humana continua y sistemática o libando del erario público. Pero no quiero irme por ahí. Si no, pronto me acusarán de ser demasiado radical, no moderada, como se estila ahora.

    Me pregunto: ¿no se cansan de idolatrarse y vanagloriarse?, ¿de mirarse al espejo para reconocer lo maravillosos que son?, ¿de no escucharse más que a sí mismos o a su séquito de adláteres, que solo fungen como coro de sordos gritando a los cuatro vientos que su jefe es el mejor del mundo, el único y grandilocuente, el mejor de todos? Y no, no se cansan. Se erigen como los salvadores del mundo. Nos salvan del acabose, de los golpes de Estado, de la barbarie comunista, del embate de los extranjeros, de la barbarie populista que quiere asolar Guatemala. Nos salvan y henos aquí, pletóricos de ingratitud, sin darnos cuenta de esa enorme acción por la cual debemos estar para siempre agradecidos.

    Su soberbia es tal que no pueden distinguir entre los servicios públicos a los cuales la ciudadanía tiene derecho y el vasallaje que ellos quieren imponerles a sus súbditos. No han dejado de percibir a las personas como siervos obligados a rendirles pleitesía en sus reinos amurallados medievales, ¡como esa chusma populista que hoy quiere derrocar a las autoridades elegidas cons-ti-tu-cio-nal-men-te (que nos quede claro de una vez por todas)!

    Desde el pedestal desde el cual ellos establecen su rasero, las demás personas quedamos muy muy por debajo. Somos menospreciadas y no escatiman gestos ni gastos para demostrarnos su superioridad. ¡Obvio! La mayor parte de las veces, con dinero pagado por nosotros vía impuestos, pero otra vez yo yéndome por la tangente radical. Suspiran frente a nuestras absurdas peticiones de gobiernos justos, de construcciones de convivencia y de espacios para que podamos caber todos y todas. Suspiran escondiendo en el rebuzno su intención de distribuir palos para que nos saquen a todos del espacio público. Por cierto, un espacio que también se ha privatizado.

    Y cuando nuestro atrevimiento llega a terrenos que ellos jamás sospecharon —porque, claro, son intocables—, entonces sí. Se enojan, fruncen el ceño, amenazan, se siguen enojando, vociferan, regañan a quienes trabajan en los medios de comunicación y mandan a callarlos, se siguen enojando, hacen alarde de su altanería, pierden todos sus filtros, esgrimen su total arrogancia, utilizan el tono más despectivo que conocen para recordarnos su estirpe y con desprecio nos gritan: «¿Para qué quiero yo el sucio dinero del Estado si he nacido en cuna de oro?». Y vuelven a amenazar. Su gélida mirada, con la que pretenden amedrentar a quienes con su impertinencia han osado tocar su apellido, es desplegada con todo el engreimiento que los caracteriza.

    Sin embargo, después de las amenazas, veladas y explícitas, habrá que ponerse a pensar en lo que dicen que dijo san Agustín: «La soberbia no es grandeza, sino hinchazón. Y lo que está hinchado parece grande, pero no está sano».

  • No se suene la nariz con el mantel

    Pensar hoy en Europa es pensar en sofisticación. No siempre fue así, que el pasado europeo tiene sombras.

    Hoy, a diez siglos de distancia, los europeos medievales nos resultarían groseros y violentos. ¿Cómo cambiaron y por qué importa? En Los ángeles que llevamos dentro, Steven Pinker cita el argumento que Norbert Elias usó para explicar cómo y por qué Europa se volvió paulatinamente menos violenta. Elias hizo una observación clave: cuando los feudos europeos se consolidaron en reinos más grandes, perdió sentido para los reyes que sus nobles —hoy los llamaríamos oligarcas, caciques y capos— continuamente hicieran guerra entre sí. Mientras anteriormente las pérdidas para un noble eran ganancias para otro, al consolidarse el poder y la propiedad, el rey perdía siempre que había guerra entre partes de sus dominios.

    Así, los monarcas comenzaron a imponerles buenas maneras a sus súbditos, empezando por los más encumbrados. Nobleza se tornó sinónimo de refinamiento, y todos debieron seguir normas más gentiles en el trato diario. El reto en esto fue que, en algún momento, alguien debió decirle a una generación de adultos groseros y violentos que a partir de entonces no se toleraría la vulgaridad, que no podría seguir la violencia cotidiana.

    Surge entonces una cohorte de libros de etiqueta para señalar las muchas conductas proscritas. Pinker los cita por llamativos y copio algunos ejemplos: «no ensucies gradas, corredores, armarios o cortinas con orina y otras porquerías»; «no te suenes la nariz con el mantel»; «no escupas tan lejos que luego no sepas donde cayó el escupo para machucarlo»; «no metas la cuchara en tu boca y luego en la fuente»; «no apuntes con el cuchillo a tu vecino en la mesa».

    Hoy parecen instrucciones para niños de tres años, pero primero estuvieron dirigidas a adultos crecidos y maduros. Con el paso de los siglos, las conductas deseadas se incorporaron a la costumbre y comenzamos a aprenderlas del ejemplo desde muy pequeños, solo a veces de forma explícita: «¡No, nene! ¡No se suene la nariz con el mantel!».

    El rodeo histórico viene muy al caso porque explica lo que pasa hoy en Guatemala. Los jueves de Cicig son nuestra versión tropical del libro de etiqueta: un esfuerzo por educar a una generación de adultos —empezando por los más poderosos— en conductas que en otras latitudes se aprenden en el kindergarten. Una escuela de justicia para aristócratas y plebeyos que de chicos no aprendieron justicia.

    Esas tempranas generaciones europeas habrán odiado la etiqueta. ¿Qué se le metió al rey? ¿Por qué no sonarnos la nariz con el mantel si siempre lo hemos hecho? Igual aquí. Hace unos años le tocó a Ríos Montt, señor de la guerra, enfrentar perplejo una justicia que le pedía cuentas. Ahora lo hace con el señor de la paz. Pobre Álvaro Arzú. Su estado psicológico será la perplejidad aun antes que el enojo. Irrumpe en la conferencia de prensa y lo mandan (un extranjero y una mujer, para más inri) a hacer fila igual que los demás. Y aun así no consigue intimidar ni ser oído. Corre entonces a su feudal palacio de la loba a refunfuñar: «¿Por qué no sonarme la nariz con la ley si siempre lo he hecho?».

    Detrás de él va una fracción de la sociedad. Los valores y las conductas de los nobles medievales también eran compartidos por sus siervos y villanos, por el cura de su feudo. Cambiar a aquellos significó también enfrentar la resistencia de estos. En nuestro caso, somos una sociedad entera que es arrastrada, no por un extranjero, sino por la historia, a salir de nuestra vulgaridad violenta y arbitraria y entrar a la modernidad.

    Para los europeos, a la larga, la apuesta valió la pena: de tener hasta 100 homicidios por cada 100 000 personas en la Edad Media, para 1950 tenían menos de 1 homicidio por cada 100 000 personas[1]. La imposición de las buenas maneras en la vida cotidiana aportó un elemento clave para conseguir y sostener ese logro.

    Este es el cómputo prospectivo que hoy enfrentamos nosotros. Es pesado, estando ya grandecitos, aprender el respeto a la ley por todos y en todo. Pero los réditos son también para todos. En el corto plazo y a regañadientes debemos rechazar el infierno normalizado que es Guatemala. Pero, en un plazo un poco mayor, nuestros hijos y nietos ya no tendrán que vivir como siervos en la finca de Arzú. Podrán crecer —quizá para siempre si les enseñamos con el ejemplo— en una sociedad justa, segura y feliz.

     

    [1] Con precisión, 0.8 por cada 100 000 habitantes por año, reporta Pinker. Como referencia, Guatemala, para septiembre de 2017, reportó entre 26.4 y 32.2 muertes violentas por cada 100 000 habitantes por año.