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  • La torpeza en la diplomacia

    Las versiones sobre cómo y por qué el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, en Argentina, se prestó a la jugada varían. No obstante, quizá la más próxima a la verdad sea la que indica un trueque de votos. Algo parecido a lo que se denunció durante el proceso de comisiones de postulación, que se definió como un juego de yo te elijo, tú me eliges, cuando los candidatos a una corte eran calificadores de la otra.

    En este caso, solo se elegía una corte, pero no cualquiera. Se elegía la Corte Interamericana de Derechos Humanos, y el gobierno de Fernández de Kirchner tenía un candidato para el cual el respaldo de Guatemala, y con este el de Centroamérica, era necesario. De ahí que quizá por ello bien valió la pena para el Ejecutivo gaucho ser ponente, ante la Asamblea General de la Organización de los Estados Americanos (OEA), de la resolución de respaldo al Gobierno guatemalteco.

    El texto fue disfrazado de apoyo al proceso electoral. Sin embargo, su contenido no solo equivoca el sentido de la propuesta de reprogramación, sino que se permite señalar de desestabilizador al movimiento social que reclama la depuración del sistema.

    El Gobierno de Guatemala ha celebrado la declaración de sus pares en el hemisferio. Pero internamente esta no ha significado levantar apoyo al gobernante, sino, por el contrario, restarle del poco que le queda y generar descontento con el organismo regional por su error político. Es decir, al final de cuentas, la Cancillería operó con torpeza y, al forzar un texto como la resolución de marras, lejos de fortalecer, ha profundizado el nicho del aislamiento gubernamental.

    De dónde les surgió la confianza para animarse a empujar la resolución no es un secreto. La visita al país del recién posicionado secretario general de la OEA, Luis Almagro, pareciera no ser ajena. Solo que dicha presencia no nace de la voluntad del funcionario internacional, sino más bien como una manera de quitarse de encima las presiones de Guatemala.

    Las hubo mientras se intentó empujar la candidatura de Eduardo Stein a la Secretaría General, una ambición cancelada ante el retiro del propio aspirante por razones de salud. Y siguieron en aumento una vez electo Almagro, incluido el periplo del canciller para forzarlo a venir a Guatemala. La visita se produce en medio de la insistente solicitud de que José María Argueta, actual embajador nacional ante la OEA, fuese designado secretario de Asuntos Políticos de dicha organización.

    Pero el cargo se le escapó de las manos al ahora diplomático porque sus antecedentes asustan. De haber sido organizador de servicios de inteligencia presidencial en Guatemala y asesor en la materia en El Salvador, Argueta llegó a tener credenciales del mismísimo Pentágono. De ahí que, para las recién estrenadas autoridades hemisféricas, mucha presión chapina resultó sospechosa, de modo que optaron por hacer mutis por el foro. Quizá por ello, como premio de consuelo, empujaron la famosa declaración de apoyo a unas elecciones con base en un texto cuyo ADN lo ubica más en los servicios de inteligencia chapines que en la Cancillería argentina.

    Pero la historia no termina allí. No. La diplomacia de Guatemala, poco nutrida de profesionales de carrera, tiene también en Washington a otro personaje acostumbrado a la rudeza. No se anda con rodeos y, más bien, le gusta ir al grano. Quizá por ello el embajador ante Estados Unidos, Julio Ligorría, llamó a las autoridades de la Universidad de Georgetown para increparles las razones por las cuales otorgaban un doctorado honoris causa a la ya doctora Claudia Paz y Paz, exfiscal de la República. Es de preguntarse si la Cancillería también inquirió con igual diligencia sobre el mismo honor conferido a la exvicepresidenta Roxana Baldetti en Corea del Sur.

    Negociar votos al mejor estilo de las corruptas postuladoras, querer subir al sistema internacional a personajes de dudosa trayectoria o tratar a instituciones académicas como reos en interrogatorio no son precisamente dones de la diplomacia. Parecen, más bien, malas maneras de un régimen que se descalabra y al que no le importa lucir su peor fachada: la de la torpeza política.