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  • El Coronel Moscardón

    En un hecho sin precedentes, Jimmy Morales se comparó con el coronel José Moscardó Ituarte, un militar franquista que se sublevó contra las fuerzas gubernamentales españolas en 1936.

    El objetivo de Morales no pasó de ser un burdo intento de analogía para defender a uno de sus hijos procesado por fraude. Se trata del caso llamado Botín Registro de la Propiedad. Lo hizo dos veces la semana recién pasada. La última, el día miércoles 13, en el Congreso de la República. Su mensaje fue: «Hijo mío, saldremos bien».

    ¡Carajo de los carajos! ¿Quién diablos asesora a este hombre que nos vive poniendo en vergüenza ajena ante diplomáticos y funcionarios de otros países?

    De acuerdo con la zoología y el lenguaje coloquial, la palabra moscardón y algunos de sus sinónimos significan: «Especie de mosca […] que deposita sus huevos entre el pelo de los rumiantes». También: «Hombre pesado, molesto e impertinente». La diferencia entre Moscardó y moscardón es la letra ene. De ella hace harto acopio el presidente Morales. Y habida cuenta de sus incuestionables síntomas y signos de militar frustrado, el sobrenombre de Coronel Moscardón le viene como anillo al dedo.

    La broma no pasaría de patética y cómica de no ser porque el Coronel Moscardón ha puesto sus huevos y sus larvas entre los pelos de los diputados y otros rumiantes cuyas acciones, como bien dice el fallo de la Corte de Constitucionalidad (CC), «constituyen una seria amenaza que, en caso de cobrar vigencia, podrían ocasionar daños irreparables al sistema de justicia». Se refieren los honorables magistrados a los decretos 14-2017 y 15-2017, que contienen modificaciones al Código Penal y que fueron suspendidos provisionalmente el día 14 de septiembre. A Dios gracias, la CC actuó coherentemente.

    El moscardón, cuyo nombre científico es Calliphora vomitoria, es descrito como una «moscarda pequeñita que puede poner unos 600 huevos sobre materia orgánica animal en descomposición […], en heridas abiertas o sobre estiércol». Y, como todas las pertenecientes al género Calliphora, tiene una enorme capacidad para olfatear cadáveres.

    ¡Ah!, si los moscardones tuvieran un pequeño ápice de discernimiento, podrían darse cuenta de que, en un contexto diferente a la necrofilia, podrían estar del lado del bien porque podrían funcionar como excelentes polinizadores al servicio de la vida.

    Pero no. El mal, como bien definen algunos tratadistas de moral, «es sereno en su inmensidad». Y esa enormidad ha cegado al Coronel Moscardón, a los diputados y a sus adláteres. Aunque logren algunas victorias pírricas, jamás, entiéndanlo, jamás saldrán de ella.

    En junio de 2016 escribí un artículo titulado El mal nunca paga bien. Lo hice en este medio, que me cobija desde hace 298 columnas. Ese día reseñé: «Es que el mal nunca paga bien. Y quien lo ejerce en cualquiera de sus formas queda atrapado en ese dinamismo que fascina, gusta, atrae y también enreda. Y “cuando más enredado se está, muestra al enmarañado su verdadero rostro para decirle ‘este soy yo’. Para entonces es demasiado tarde”. Así me lo dijo un jesuita. Así me lo dijo un anciano q’eqchi’. En diferente tiempo, en diferente lugar, con diferentes palabras […] Uno, desde la visión cristiana católica. El otro, desde la cosmovisión maya q’eqchi’».

    Y el Coronel Moscardón y los rumiantes entre cuyos pelos ha depositado sus huevos y larvas no podrán salir de ese dinamismo. ¿Qué les esperan sino la cárcel y la ignominia? Hoy por hoy, la vergüenza para ellos vale un comino. No será así dentro de algunos años, cuando sus hijos y nietos les reclamen el engaño, la mentira, la infamia y el crimen: miasmas entre las cuales navegaron. Sus intentos de baños de santidad, patriotismo y pundonor en eso habrán quedado: en frívolas intentonas. Entonces no podrán gritar: «¡Hijos míos, nietos míos, saldremos bien!».