Etiqueta: Fin de la Cicig

  • Deforme

    La noticia fue devastadora: el niño nació con labio leporino y el paladar hendido. El primogénito tenía una deformidad como un hachazo que le partía desde la boca hasta la nariz.

    La deformación del labio era apenas lo visible. El paladar hendido le daría una voz gangosa. Le costaría comer y respirar. Sufriría infecciones del oído y podría quedar sordo. El cirujano intentó compensar la amargura. Sí, costaría mucho reparar el daño y tardaría años la recuperación. Pero eventualmente el niño quedaría bien. Mucho antes de la adultez, escasamente se notarían las cicatrices.

    Papá no lo tomó a bien. Insultó al cirujano y lo acusó de lucrar con el dolor. El facultativo calló. Sabía que algunos tienen dificultad para manejar las malas noticias, sobre todo quienes no han aprendido a pedir ayuda.

    No teniendo a quien culpar, papá se propuso destruir la reputación del médico. «Ya verá con quién se mete», pensó en inútil venganza.

    Llega mi cuento a extremos, pero basta para remarcar que la semana pasada un grupo de personas quemó cohetillos por la salida de la Cicig. En el centro espiritual de la patria del criollo, algunos hicieron fiesta el 2 de septiembre y se convirtieron en el papá de mi historieta. Ante una solución efectiva que requería sacrificio, prefirieron condenar al mensajero y garantizarnos un legado de desventaja persistente. Para más inri, lo celebraron.

    Como en el cuento, aquí la víctima no es el papá imprudente. No será él quien tenga dificultad para alimentarse y respirar ni quien deba lidiar con las burlas. Y mientras el niño crece con una desgracia que tenía remedio, pasará algo tenebroso: cada día el papá odiará más al chico por ser un espejo que le recordará que la más auténtica deformidad no estaba en la cara del niño, sino en su propia conciencia. Lo rechazará porque su voz gangosa le recordará el mal juicio que tuvo justo cuando el chico necesitaba que mostrara más prudencia.

    Dejemos ahora al chambón papá del ejemplo. Y dejemos también a la caterva miope que en este reciente episodio de nuestra historia nos ha heredado la garantía de muchos años de deformidad política. Como los papás que toman malas decisiones y dañan a sus hijos, algún día igual dejarán de existir. Saldrán de la escena aunque sea porque con los años la gente muere de vieja. Hasta de Ríos Montt nos libramos así.

    Como aquelarre perverso, apenas cerró la Cicig y ya tenemos tres soldados asesinados.

    Consideremos mejor a los afectados: el chico que deberá lidiar siempre con la deformidad, la sociedad que sobrevivirá con los defectos que nos heredaron los caciques y sus maliciosos capataces. En nuestro caso, el corolario no esperó. Como aquelarre perverso, apenas cerró la Cicig y ya tenemos tres soldados asesinados. Peor aún, sobran Gobierno y Ejército incapaces de explicar lo que ha pasado y falta quien investigue de forma confiable. El incidente es de antología.

    Pero a estas alturas están de más los ataques a la Cicig y las defensas de esta. Importa poco que nos quedáramos sin ella por esfuerzo de una banda de corruptos vendepatrias. El hecho es que ya no tenemos una entidad con autonomía y pericia para investigar. Nos quedamos con una fiscal general cuestionable y vamos camino de tener una Corte Suprema de Justicia y unas cortes de apelación plagadas de aún más deficiencias que las actuales. Nos toca enfrentar esta realidad, no una aspiración. Estamos como el chico que mira en el espejo y debe entender que esa llaga que le parte la cara lo acompañará por mucho tiempo.

    Ante tanta contrariedad caben dos caminos. Uno es la furia y la evasión, un juego de culpas que termina en la autodestrucción, como quien se lanza a las drogas para olvidar la mala mano que le barajó la vida. El otro es la resiliencia: reconocer la injusticia, pero también que la historia sigue y que tendremos otras oportunidades si esquivamos las desgracias presentes.

    En sociedad, esto es aún más cierto que en la biografía individual, donde los años son pocos y las energías se agotan. Aunque cueste, siempre es posible voltear la tortilla. Aun en la noche más oscura, ante la tormenta más amenazadora, es posible escribir otra historia con nuevos actores. La clave es entender que el entorno es justamente eso: contexto. Que su maldad opera en buena medida solo porque la creemos y replicamos. Empecemos hoy por abrazar la flexibilidad como lo nuestro. Y afirmemos de nuevo: aquí nunca nunca aceptaremos que nos digan que la justicia carece de esperanza.

     

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  • El mensaje en las paredes

    La historia de la humanidad está ligada a la pintura en las paredes. Desde la era paleolítica las pinturas rupestres han dado testimonio de los primeros intentos por conservar la memoria colectiva.

    En las civilizaciones antiguas, las paredes también fueron lienzos donde se plasmó la narrativa de los pueblos. Los vestigios aún conservados de las culturas mexica, azteca, inca y otras dan cuenta de ello. En el Renacimiento, con el esplendor del arte financiado por la Iglesia, se producen obras murales como la capilla Sixtina, entre otras. En el continente americano, el siglo pasado, los muralistas mexicanos hacen del arte mural un patrimonio para la humanidad. Entre tanto, hoy el grafitismo y el pixelismo son una nueva manifestación de esta expresión.

    En la década de los 70, los edificios de la Universidad de San Carlos fueron el lienzo gigante sobre el que se plasmó el pensamiento social de la época. Esos murales, trabajados desde la conducción del maestro Arnoldo Ramírez Amaya, son testimonio vivo del pensamiento universitario del período.

    Este mínimo repaso al desarrollo histórico del muralismo sale a colación por la manera colorida en que un sector de la población despidió las labores de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig). Como ha sido tradición a lo largo de la historia, la tarde del sábado 31 de agosto y durante casi siete horas, decenas de manos se turnaron para dejar un mensaje de gratitud y un llamado a la lucha por la justicia. En tanto expresión de un pensamiento concreto, también despertó opiniones adversas. Pese a ello y a que finalmente fue cubierto con pintura blanca, luego de que también hubiese sido vandalizado, el mural de la gratitud y de la dignidad se ha vuelto una imagen viral, difícil de desaparecer de la memoria colectiva.

    El mural de la gratitud y de la dignidad se ha vuelto una imagen viral, difícil de desaparecer de la memoria colectiva.

    En el contenido de las figuras que lo conforman se resume el trabajo realizado por la Cicig a lo largo de los 12 años que duró su mandato. Entre otros elementos destaca que esta comisión, mediante prueba científica, logró que 1,540 personas fueran sindicadas en casos impulsados en conjunto con el Ministerio Público (MP). El resultado de esas investigaciones es que a julio de este año más de 660 personas estaban enfrentando proceso. De ellas, solo el 30 % guardaba prisión preventiva, en tanto el resto disfrutaba de medidas sustitutivas.

    El ejercicio conjunto MP-Cicig permitió la identificación de más de 70 estructuras criminales de alta complejidad. De igual forma, se plantearon casi 100 solicitudes de antejuicio para igual número de funcionarios vinculados con acciones delictivas. De acuerdo con el comunicado final de la Cicig, se trataba de «sujetos con gran potencial de daño social vinculados a estructuras criminales complejas con importante poder económico, político, mediático o su combinación». En su actuar conjunto, la Fiscalía Especial contra la Impunidad (FECI) y la Cicig alcanzaron una tasa de eficiencia en el trabajo —presentación de imputaciones y emisión de condenas— cercana al 85 %.

    La comisión concluye que «los casos también han expuesto que grandes fortunas y empresas nacionales han construido su emporio sobre monopolios, sin prácticas reales de competencia de mercado, pudiendo contar con protección regulatoria, impositiva y política por sus relaciones, incluyendo el financiamiento electoral oculto, con los políticos de turno, meros instrumentos temporales del poder».

    Es por ello que el agradecimiento ciudadano se plasma en un mural de vida efímera en las paredes, pero que desde su instalación perdura en el imaginario social, que lo ha hecho propio y lo ha llevado a diversos espacios. Las muestras de gratitud en número y dimensión superan la bárbara representación de tierra arrasada que protagonizaron quienes celebran el fin de la presencia de la Cicig en Guatemala y trabajan por el retorno del dominio de la impunidad y de la corrupción. Sin embargo, es más fuerte la gratitud a la Cicig y la afirmación de que «el pueblo no olvidará porque la justicia se queda», pues #JuntosLoHicimos.

  • ¿Juntos lo hicimos?

    La gestión del comisionado Iván Velásquez marcó un antes y un después en la historia de la lucha contra la corrupción en Guatemala y en la investigación de redes criminales que operaban dentro y fuera del Estado con el propósito de saquear los recursos de todos, obtener contratos públicos e influir en las decisiones políticas.

    Lo que sucedió en Guatemala entre abril de 2015 y septiembre de 2019 será estudiado con detenimiento en la academia latinoamericana para entender los procesos del secuestro de la democracia y la captura del Estado, emulado por las instituciones y los organismos de justicia que se enfocan en el combate de la corrupción nacional y transnacional y reivindicado por los movimientos sociales, los partidos políticos y los líderes que persistirán en el camino del cambio político.

    Sin embargo, no se puede dejar de señalar que, como sociedad, siempre miramos para otro lado y carecemos de autocrítica y de voluntad para cambiar el rumbo de las estrategias. Cuando sacamos de la fórmula la fuerza del Pacto de Corruptos y de la alianza interélites, que fue decisiva para debilitar al Ministerio Público, echar a la Cicig e iniciar la restauración del sistema corrupto, nos concentramos en el debate que ellos mismos instalaron: el de los errores de la Cicig. Pero nunca hablamos de la incapacidad política de los actores que tenían la obligación de defender los avances institucionales y la cultura política que se venían desarrollando durante estos últimos cuatro años contra todo pronóstico (ya que hasta 2014 no se había movido absolutamente nada).

    Caemos redondos y discutimos en torno a si la Cicig tuvo que jugar con los tiempos políticos o no, si tenía que vetar a los pueblos indígenas con la propuesta de pluralismo jurídico en las reformas a la justicia, si necesitaba a criminales como testigos en el caso sobre ejecuciones extrajudiciales (dicho sea de paso, quién mejor que un criminal para ser testigo de delitos cometidos en la clandestinidad), si hubo exceso de prisión preventiva (cuando esta es una práctica negativa y estructural del sistema de justicia, no de la comisión), si tenía que revelar en una coyuntura tan crítica los casos contra Álvaro Arzú, los Morales, Vila Girón, Paiz Del Carmen, Torrebiarte Novella, Castillo Villacorta y Bosch Gutiérrez, Banco Industrial, Cementos Progreso, Cervecería Centroamericana, Multi Inversiones, Grupo Paiz y Pantaleón.

    Vimos cómo en nuestras narices se cerró una ventana de oportunidad que no se abría desde hacía 35 años y que tendremos que volver abrir todos juntos.

    Porque todo era muy lindo cuando solo estaban cayendo los funcionarios públicos y los políticos corruptos, los operadores rastreros del sistema. Pero no hablamos (o hablamos muy poco) de las contradicciones del Movimiento Cívico Nacional y de Jóvenes por Guatemala, así como de sus apoyos solapados a Pérez Molina y a Baldetti en pleno 2015, ni del Cacif y sus spots de radio en 2017 asustando a la población con el fin de la propiedad privada y de la justicia. Tampoco hablamos de los límites discursivos y programáticos de Justicia Ya, de la CEUG y de otras organizaciones de la plaza 2016-2018 que se ahogaron en la agenda reformista y no reivindicaron la agenda social, las demandas más sentidas por la población, que también eran víctimas mortales de la corrupción, como el transporte y la salud públicos. Se perdió así la oportunidad de sumar apoyos de la gente común, de catalizar ese 72 % que apoyó hasta el último día a la Cicig, que, por lo tanto, quedó neutralizado frente al avance de la restauración del sistema corrupto.

    Nos enfrascamos entonces en los dilemas y nos olvidamos del fondo: una Cicig que tocó el corazón del poder ilegítimo y demostró que la captura del Estado no habría sido posible sin relaciones complejas y contradictorias entre el crimen organizado y las élites militares, políticas y económicas, pese a lo cual nos correspondía a nosotros realizar las acciones políticas para defender las instituciones e iniciar los procesos de transformación del Estado en las calles, en las urnas, en los barrios, en los medios, en los espacios políticos, con grados elementales de organización, cohesión y articulación entre los sectores reformistas, progresistas y refundacionistas. Vimos cómo en nuestras narices se cerró una ventana de oportunidad que no se abría desde hacía 35 años y que tendremos que volver abrir todos juntos. Porque, sí, juntos lo hicimos, pero no fue suficiente.

  • El legado imborrable de la Cicig

    «La Cicig es considerada uno de los mecanismos más exitosos para combatir la corrupción y el crimen organizado» (WOLA).

    En el momento en el que estas líneas salgan a luz pública, la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig) será ya historia debido a la negativa del gobierno de Jimmy Morales de renovar el mandato de esta. Pero, más allá de la retórica oficial y de los opositores del trabajo de la comisión, que a partir de ahora pretenderán afirmar que para ellos la salida de la Cicig es un triunfo, la historia recordará los hechos de forma muy diferente: los 12 años de trabajo fueron muy fructíferos, y estas líneas solo representan algunas de las muchas que se seguirán escribiendo con el fin de enumerar el legado que la Cicig le dejó a Guatemala.

    Más allá de la contabilidad de casos y de actores procesados, dato de por sí suficiente para hablar de un legado si se tiene en cuenta la marcada impunidad que reinaba en Guatemala antes de la Cicig, el presente análisis quiere hacer énfasis en las lecciones aprendidas, en las claves para desentrañar los círculos viciosos que aquejan a Guatemala desde hace décadas y en la convicción de que, pese al retroceso temporal, hoy más que nunca la sociedad conoce el desafío y la senda que debe llevarnos hacia un futuro mejor, donde la justicia sea pronta, expedita y cumplida.

    En el ámbito de mi trabajo analítico, el comisionado Velásquez sintetizó en una frase buena parte de los problemas de la democracia guatemalteca: «El financiamiento electoral ilícito —tanto el que proviene del crimen organizado como el de fuente anónima— no solo es el pecado original de la democracia, sino que socava el Estado de derecho, genera inequidad en los procesos electorales y distorsiona la voluntad popular» (Iván Velásquez en su cuenta de Twitter). Las reformas electorales de 2016, aunque han sido duramente criticadas por buena parte del sector empresarial y conservador de Guatemala, fueron un primer intento de reducir el impacto del dinero en la política pese a que todavía no se ha hallado la forma concreta de hacerlo.

    La esperanza es que [la Cicig] ha contribuido a abrir la brecha de cambio que algún día hará florecer a Guatemala.

    En el tema de la comprensión del sistema, hace más de una década inicié mi carrera analítica aplicando el concepto sociológico de anomia para describir la institucionalidad de Guatemala. Las investigaciones de la Cicig, especialmente las que se presentaron desde abril de 2015 hasta el cierre de labores de la comisión, demostraron fehacientemente la validez de este enfoque analítico. De hecho, es el concepto de anomia el que explica el enfrentamiento del Gobierno contra el ente internacional: para fortalecer la justicia en Guatemala, la Cicig demostró que el principal enemigo de los cambios eran los tres poderes del Estado, así como un extenso grupo de actores de poder, entre los que figuran empresarios, abogados, militares en activo y en retiro, medios de comunicación social e incluso actores de la sociedad civil como organizaciones no gubernamentales y líderes sindicales, entre otros sectores relevantes.

    El mayor logro de la Cicig, sin embargo, es que el trabajo de esta contribuyó decididamente a fortalecer la conciencia ciudadana sobre la realidad de Guatemala, al punto de que hoy ya es una verdad aceptada la realidad de una alianza de factores de poder que no desean un cambio. Ahora esa realidad se puede nombrar, y ese nombre es el Pacto de Corruptos: todos los actores que hoy se regocijan con la salida de la Cicig, pero que reconocen entre dientes que el tema de la corrupción era una realidad innegable. Incluso, el mismo presidente actual y el que tomará posesión en enero de 2020 siguen hablando en clave anticorrupción, aunque hay pocos que realmente les creen.

    Como bien se ha dicho en estos días de recuentos y análisis, a pesar de que la Cicig se va sin haber resuelto el problema de raíz —lo que el comisionado Velásquez denominó «el punto de no retorno»—, la esperanza es que ha contribuido a abrir la brecha de cambio que algún día hará florecer a Guatemala. La esperanza de un cambio que algún día llegará ha quedado como un legado imborrable del trabajo de la Cicig y de todos los actores nacionales que colaboraron estrechamente con la comisión en estos 12 fructíferos años de trabajo.

  • El regalo envenenado

    La Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig) cerrará sus puertas para siempre este semana, lo que llena de regocijo y alegría a todos los que con recursos económicos, políticos y mediáticos espurios se dedicaron a socavar su existencia.

    Su accionar fue evidente y estrictamente jurídico, lo que hizo que se ganara desafectos en todos los campos, niveles y estratos. No podía ser de otro modo. No haber sido una institución politizada es la gran herencia que deja para la vida institucional y jurídica del país. Se afirma que ese fue su pecado porque no vio quién era el denunciado. En realidad, esa fue su gran virtud, cualidad que en la práctica jurídica guatemalteca parece impracticable.

    No podía ser una institución política porque no estaba en ella intermediar intereses. Mucho menos podía ser partidaria, pues no podía ponerse a favorecer a algunos persiguiendo a los otros. Fue esa imparcialidad, muchas veces exasperando a sus propios aliados, la que le permitió denunciar a todo un gabinete que simplemente intentó resolver de manera ágil un serio problema de transporte público, como llevar ante los tribunales a los dueños de las más grandes riquezas por haber financiado ilegalmente la campaña de Jimmy Morales. El político habría intentado suavizar los modos y las denuncias. El partidario habría tomado partido por unos u otros.

    Fue convertir la justicia en agencia de venganza y en promoción política lo que llevó al desastre la lucha contra la corrupción en Brasil, tal y como lo ha venido demostrando The Intercept Brasil, con fiscales que a falta de pruebas decían tener convicciones, con jueces que orientaban las investigaciones porque de antemano ya habían condenado al reo y lo hacían con base en «contextos».

    La Cicig basó su accionar en la acumulación y presentación de pruebas, unas más poderosas que otras. Fue por ello que se ganó la simpatía y el apoyo de la mayoría de la población, que por primera vez vio que se perseguía a poderosos de los que todos sabían sus trapacerías, pero a los que nadie perseguía. Pero por ello también se ganó el odio de buena parte de las élites. De la empresarial a la militar, de la política a la supuestamente académica. De los radicales de la derecha y de la izquierda.

    Se quedó con muchas investigaciones en proceso, pues los dineros mal habidos en Rusia, Estados Unidos y Centroamérica financiaron toda una campaña de desprestigio que le disminuyó capacidades. De ellas, en sus últimos días, algunas fueron entregadas públicamente al Ministerio Público, lo que dejó en evidencia que hay mucha podredumbre en nuestras instituciones y que de ahora en adelante ese organismo no podrá estar simplemente vigilante, sino que deberá demostrar a los ciudadanos, con hechos y claramente, que los hallazgos deben ser profundizados, así como por qué los responsables deben ser llevados ante los tribunales o no.

    La Cicig se ha ido, pero nos ha dejado hermosos regalos que deberemos saber desempacar y aprovechar, pues serán venenosos si nos dejamos llevar por el pacto de impunidad.

    No podrá ser en la sordina, mucho menos entre bambalinas. Las denuncias han sido presentadas y se debe seguir adelante hasta demostrar la culpabilidad o inocencia de los implicados.

    En la USAC hay hechos que el MP debe investigar cuanto antes, y los señalados, rector y exrector, deberán ser llamados a declarar. Más complicada queda la situación de los miembros de la Corte Suprema de Justicia, cuyo nombramiento fue a todas luces una negociación espuria entre los para entonces dueños de los partidos Líder y Patriota. Debe ser perseguido con toda contundencia quien, usando su alto cargo en una telefónica, persiguió no solo a su esposa, sino a todo un grupo de ciudadanos que estaban construyendo un partido político. Y, por mínima congruencia política, el presidente debería pedirle que entregue el cargo. Igualmente debe suceder con Mario Leal, Otto Pérez Molina y los demás implicados en el uso ilegal de los recursos del Banco de los Trabajadores.

    El MP recibió un precioso regalo. Tiene investigaciones más que avanzadas, con las que su jefa podrá demostrar que no está allí para ser parte del pacto de impunidad y de corrupción que se ha ido consolidando en las instituciones públicas del país. Pero también puede resultarle un regalo envenenado, pues la indispondrá contra quienes hasta ahora la consideran su aliada incondicional.

    El Ministerio Público tiene ahora una brasa que tendrá que saber manejar. De ahora en adelante, la población tiene claro que jueces y fiscales no pueden ser políticos, ni correctos ni incorrectos. Simplemente, unos tienen que construir pruebas contundentes y los otros deberán basarse en ellas, y ambos deben seguir la normativa legal existente sin tratar de manipularla. Tampoco pueden intentar favorecer a un partido o a otro. Y esto cuenta para los juicios por financiamiento electoral ilícito, se llame Jimmy Morales o Sandra Torres el denunciado o la denunciada. No podrá haber pesos y medidas diferentes según las simpatías de jueces y fiscales.

    La Cicig se ha ido, pero nos ha dejado hermosos regalos que deberemos saber desempacar y aprovechar, pues serán venenosos si nos dejamos llevar por el pacto de impunidad, pero fortalecedores si unidos exigimos que se ponga punto final al uso oportunista y corrupto del sistema judicial.

  • El epitafio

    Extranjero, siempre de paso, no te comprendo, hoyo azul casi negro.

    Te crees lo que te dicen. Animas conversaciones con tus aras sin profanar. No soy de aquí y cada día estoy más lejos. Me atrinchero ensimismado sin entender todavía que somos relleno en la foto, actores de reparto, jornaleros, un número, estadística macabra. Te desprecio a ti y a tus dueños.

    Eres mi conflicto de Edipo no resuelto, mi Electra asesina, castradora, violadora. No te respeto, no te nombro, no te logro ver, atisbo de espectro demente y demencial, asesino en serie de niños por niños, de alertas Alba-Keneth con fotos. Me quedo mirando los avisos en el teléfono, niños con caras tristes, monigotes de los mayores para su placer. ¿Por qué no estás? ¿Acaso te llorarán el violador de tu madre, tu tío el asqueroso, tu abuela la amargada? ¿Que pasó? ¿Por qué te arrancaron de aquí?

    Por fin solos, dicen los jueces en sus oficinas, los inclementes dueños del capital, esos a los que les gusta que los llamen a ellos empresarios y a sus hijos veinteañeros emprendedores del camino trucado, de la mano escondida en los bolsillos, contando la calderilla con la cual tirar chocas a los perros que se les acercan. No hay perdón. No hay indulgencias para los míseros y abusivos pedidores de cuentas, asquerosos y sucios tipejos que se atrevieron a cuestionar tus designios, tus órdenes, tu bandera inmaculada.

    Ni te atrevas, ordenaste, pero algunos se atrevieron. Aquí no se tienen esas costumbres, sentenciaste con voz grave. Cosas de disolutas prostituidas, hijas de la ideología de género, de los maricones con banderitas, de sucios sicópatas con tambores y ritmos diabólicos, de progres hipócritas muertos de hambre. A todos ellos, que son los mismos, los haremos renunciar. Al fin solos en nuestra casa. Los colados ya se fueron. Los invitados impertinentes también. Por fin solos. Nuestra casa. ¡Mi país!

    Al fin solos en nuestra casa. Los colados ya se fueron. Los invitados impertinentes también.

    Volverán las oscuras golondrinas, decía el poeta romántico. Aquí volvieron las oscuras nubes perennes, que solo se abren y dejan ver el cielo azul a sus hijos más predilectos, los más optimistas, los más felices, viajantes de tu pequeño mundo que se abre al pronunciar el código indescifrable para los demás: código que contiene las palabras rédito, productividad, exportación, competitividad, concesión, ministro, Dios, perdón, condena, en ese orden y con la entonación del que tiene la vida resuelta.

    En ellos confiamos. En ellos esperamos el derrame de bienestar. Que circule para abajo, muy abajo, todo el champán en torre nupcial, de velos blancos, comidas dispuestas de opíparas mezclas. Papá presidiendo todo, reverencial saludo al aire, arcano marcial, refrendando las alianzas infinitas de unos pocos pero muy amigos, muy familia, muy blanca, salpicada con algunos nombres compuestos, los hijos de la Chiqui y el Bebe, lunas de miel, fotos enmarcadas en plata sobre cuadros abstractos con la medida perfecta de algún pobre artista. Todos lo son para ellos.

    Era mejor al principio de mis tiempos, de la novedad de la vida, de los jeans gastados, mis chanclas, mi camiseta blanca. Veinte años desvergonzados arrastrando besos, comiendo miradas, escupiendo nimias risas. Sentado en el suelo, flexible, alzaba los brazos y la cara al sol de los martes sin respuesta porque no había ninguna pregunta. Sabía que no volvería a ese lugar en ese instante. Dormía donde tocaba siestas de diez minutos en cualquier banco, en el pichirilo. Con mis libros y libretas, bolis rojos y verdes, acumulando letras, empachado de palabras, sorprendido del mundo y con todo el tiempo. Asceta en conversaciones cifradas, clave morse, aprendiendo el alfabeto de guerra.

    Voy y vuelvo. Así me sentí durante unos meses con el desparpajo y la confianza del joven que comienza en la vida. Voy y vuelvo a los Jueves de Cicig, a las trasmisiones en directo, a los nombres y apellidos de la corrupción, a los negocios, a las redes, a los jueces y abogados de la impunidad, a los partidos de papel, a los poderosos y a su mísera vida de apartamentos, casas de descanso, motos y cilindradas imposibles. Creía que podía ser posible. Ingenuo.

    Un epitafio que diga: «Guatemala (in)mortal».

    Regreso a Spinetta y tarareo:

    Si no canto lo que siento,
    me voy a morir por dentro.
    He de gritarle (sic) a los vientos hasta reventar,
    aunque solo quede tiempo en mi lugar.

  • Para los remeros de la tripulación

    Este artículo va dirigido a un grupo de personas cuya mención preferí evitar durante los últimos años.

    Como las abejas, trabajaron y trabajaron, cada cual en su función, pero con un ideal compartido y un objetivo común. Son personas que tenían mucho que perder y poco que ganar, dos escenarios en enorme desproporción.

    Su ganancia era un sueldo, un trabajo estable. Sus posibles pérdidas eran múltiples en una escala de severidad creciente que empezaba con la tranquilidad y la salud mental, la paz de su vida familiar, la familia, su futuro laboral más allá de 2019 y hasta la vida.

    Nadie podía decirles en qué nivel de gravedad les tocaría pagar por sus acciones.

    Creo que esas personas decidieron arriesgarse sabiendo plenamente que lo que harían podría transformar irreparablemente el rumbo de su vida.

    Me refiero a todas las personas guatemaltecas que se unieron al proyecto de la Cicig, tanto dentro de la comisión como en el sistema de justicia.

    Desde hace años quería mencionarlas, pero consideré que ponerlas bajo los reflectores públicos podría ponerlas en peligro.

    Esta no es una discusión sobre la Cicig. El tema fundamental es lo que representó para el personal nacional de la comisión y sus instancias colaboradoras haber sido parte de un proyecto tan peligroso.

    A los extranjeros les cancelaron la visa, y ellos tomaron a sus familias y sus cosas y se marcharon. Sus carreras ahora continúan en otro lado. Pero los de Guatemala no tenían esa opción.

    Sabiendo lo anterior, se involucraron en casos de alto impacto. Estuvieron expuestos a amenazas, chantajes, acoso, espionaje y quién sabe cuántas cosas más. Sus hijos pudieron ser objeto de burlas y acoso escolar. Sus parientes pudieron sufrir las consecuencias de su participación en un proyecto que acabaría por remecer los cimientos de esta sociedad, una que considera la corrupción como cosa normal. Mientras que para el niño que roba un pan el castigo es un cobarde linchamiento en manos de adultos, a los empresarios y funcionarios con licencia para tranzar se les concede el privilegio VIP de manejar sus crímenes como falta administrativa, sin posible comparación entre los escandalosos montos robados al pueblo guatemalteco y las multitas a pagar para recobrar la libertad y reiniciar sus negocios.

    Sigan creyendo en una Guatemala mejor y, por sobre todas las cosas, no piensen que su trabajo fue en vano. A pesar de todo lo bueno y malo que sucedió, ustedes cambiaron Guatemala.

    Sin embargo, ustedes apostaron por cambiar Guatemala. Se embarcaron en la imperdonable tarea de desnudar al santo y descubrieron que bajo sus enaguas se escondían miembros de las altas esferas empresariales, políticas y militares, todas en alegre simbiosis con el crimen organizado. Y si te vi, no te conozco.

    La próxima columna de Mentalmorfosis saldrá hasta el 7 de septiembre, y ya será tarde para decirles a los guatemaltecos y a las guatemaltecas que fueron parte del equipo de trabajo de la Cicig que somos muchas las personas que admiramos su coraje, su atrevimiento, su fe y sus esfuerzos para cambiar Guatemala.

    Muchas gracias. Querían limpiar la iglesia y solo consiguieron desnudar al santo, pero ese es un logro monumental, un hito histórico que nadie puede cambiar. Ustedes no son responsables por lo que haya sucedido en el nivel de mando del barco. Ustedes estaban adentro, pegados a los remos, entregando sus fuerzas y capacidades para que la nave avanzara.

    Espero que su esfuerzo sea reconocido y recompensado. El país necesita de ustedes. Urge que sus capacidades fortalezcan un sistema de justicia donde los probos y capaces son la excepción a erradicar, y no el ejemplo a seguir.

    Quisiera darles un abrazo de felicitación y buenos deseos a cada persona de ese silencioso equipo nacional y a las familias que lo apoyaron, pero no puedo. Así, por este medio les digo: sigan creyendo en una Guatemala mejor y, por sobre todas las cosas, no piensen que su trabajo fue en vano. A pesar de todo lo bueno y malo que sucedió, ustedes cambiaron Guatemala, aunque todavía llevará tiempo la recomposición del sistema. A partir de ahora, quienes están en deuda de contribución somos nosotros, los que estábamos viviendo la historia desde afuera.

  • Lo que nunca podrán comprar

    Durante dos días intensos, esta semana se realizó el seminario El Combate a la Corrupción y la Impunidad en Guatemala: ¡Juntos lo Hicimos! En el transcurso de las jornadas del encuentro se pasó revista al legado de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig) y se valoró este en toda su dimensión.

    En los 12 años que la Cicig, cuya misión concluye este 3 de septiembre, ha operado en el país, muchos logros se han tenido en todos los campos de su mandato. En sus inicios, a partir del diseño de sus métodos y procedimientos de trabajo, el personal de la comisión avanzó en la identificación de las reformas necesarias para poder generar los mecanismos y las capacidades que hicieran posible cumplir con su tarea.

    De esa cuenta, los cambios en normativas legales permitieron la creación de la Unidad de Métodos Especiales (UME) en el Ministerio Público (MP), que ha resultado vital en la investigación de actividades ilícitas. Con los cambios legales, el empleo de prueba científica por medio de análisis criminales y de redes dio lugar a la formulación de acusaciones contra redes de la magnitud de las que se han coludido para secuestrar el Estado guatemalteco, acción que ha resquebrajado la institucionalidad y ha pervertido la función pública.

    Esta última fase se vio particularmente consolidada a partir de 2015, cuando el hilo empezó a ser jalado desde el caso llamado La Línea, que fue devanando la madeja hasta llegar a los casos de financiamiento electoral ilícito. Es decir, se analizaron desde los pasos de los políticos que usan el poder para negociar con los recursos públicos hasta los de los empresarios que se benefician de esta práctica, la cual aseguran mediante financiamiento electoral.

    Ni todo el dinero del mundo […] los hará dueños de la disposición popular de ser y ejercer ciudadanía.

    Y en este último punto se unieron dos circunstancias. Por un lado, el descubrimiento de que el hijo y el hermano del actual presidente del Ejecutivo, Jimmy Morales, aparecían involucrados, antes de que este asumiera el gobierno, en negocios que tenían como botín los fondos públicos. Por otro, la confirmación de que la más rancia oligarquía había financiado ilegalmente al partido en el poder. Confirmación que llevó a un grupo de los cabales a pedir perdón públicamente por los delitos cometidos en contra de la sociedad.

    La coincidencia de ambos elementos fue uno —pero no el único— de los factores que derivaron en la colusión de grupos empresariales, políticos, militares y fundamentalistas neopentecostales (nacionales y extranjeros) para conspirar y dar por concluida la misión de la Cicig. De ahí que, en lugar de tener un proceso normal de cierre, este sea más bien abrupto y se enfrente a las formas rudas y ordinarias instaladas en la Cancillería y el Gobierno.

    Sin embargo, y pese a la pretensión de instalar como narrativa la falta de resultados del trabajo de 12 años, la realidad es muy distinta. En lo tangible, la Cicig impulsó reformas esenciales en la normativa y la metodología de trabajo del sistema de persecución penal, así como de la organización de tribunales, que permitieron la actuación de jueces profesionales e independientes. El saldo de este esfuerzo es la generación de la conciencia social de que es posible un ejercicio profesional, sólido e independiente de la promoción, administración e impartición de justicia.

    Con ello vino el crecimiento de una conciencia social que, como bien dijo el comisionado Iván Velásquez Gómez en su conferencia de clausura, no puede ser comprada. Así, durante algún tiempo corto es posible que los hacedores de corrupción, los señores de Xibalbá, puedan sentir que han ganado y retornado el control de los destinos de Guatemala. Puede ser que logren pagar para comprar resoluciones, sentencias, jueces o fiscales. Pero ni todo el dinero del mundo acumulado por la voracidad que los caracteriza mediante la corrupción y los privilegios los hará dueños de la disposición popular de ser y ejercer ciudadanía. Desde ya, a todo el personal nacional e internacional de la Cicig, muchas gracias por todo su legado, que aceptamos y nos comprometemos a conservar, proteger y acrecentar.