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  • Hinkelammert: «El capitalismo ha derrotado a la izquierda y este siglo posiblemente va a destruirlo todo»

    Hinkelammert: «El capitalismo ha derrotado a la izquierda y este siglo posiblemente va a destruirlo todo»

    El filósofo y teólogo Franz Hinkelammert, uno de los bastiones de la crítica teológica del capitalismo, conversó con Andrés Quezada, uno de los fundadores del colectivo Justicia Ya, acerca del diálogo intergeneracional, los movimientos de emancipación, el feminismo, la lucha de clases, la conexión entre neopentecostalismo y capitalismo y la idea de que el conflicto debe desarrollarse sobre la lógica del «yo soy si tú eres».

    Nací después de la caída del muro de Berlín, lo cual significa que vine a un mundo en el que la historia presuntamente había llegado a su fin. O como lo planteó, pletórica, la Dama de Hierro, Margaret Thatcher, a un tiempo sin alternativas. Fue sospechando de esta herencia cínica que descubrí el pensamiento del filósofo, teólogo y economista alemán-latinoamericano Franz Hinkelammert.

    Por delante de sus ojos pasaron las bombas que caían de los aviones en la Segunda Guerra Mundial, los trenes cargados con judíos rumbo a los campos de concentración y la revolución democrática con el sucesivo golpe de Chile en 1973. Huyendo de amenazas directas y violentas al centro de estudios en el que investigaba la economía chilena a la luz de la teoría de la dependencia, tuvo que resguardarse en la embajada alemana mientras la noche pinochetista asaltaba la Moneda y cortaba la lengua de Víctor Jara.

    Se ha llegado a afirmar que su proyecto filosófico «constituye el cuestionamiento más radical» a la doctrina neoliberal. Y es que Hinkelammert fue de las primeras voces que, desde la experiencia latinoamericana, criticaron el pensamiento de autores como Friedrich Hayek, Milton Friedman o Karl Popper, quienes dieron sustancia filosófica a los impulsores de los recortes del gasto público, la desregularización de los mercados y la privatización de los servicios públicos. El fundamentalismo de mercado.

    Hinkelammert (Emsdetten, Alemania, 1931) lleva más de seis décadas viviendo, enseñando y pensando en Latinoamérica. Buscando un lugar estable se exilió en Costa Rica y junto a otros fundó en 1977 el Departamento Ecuménico de Investigaciones (DEI), epicentro de producción intelectual de la teología de la liberación y su opción por los pobres, corriente ideológica imprescindible para entender y proyectar los movimientos emancipatorios del continente.

    Se trata de un hombre alto, de actitud gentil y entusiasta. Su forma particularmente alemana de pronunciar el español y las pausas que toma para ordenar sus ideas lo hacen un interlocutor fantástico. El estudio en que sucedió esta charla estaba atiborrado de montañas de libros entre cuatro paredes de biblioteca. Cualquiera puede entrar a éste a través de entrevistas en YouTube en las que ha dialogado con filósofos como Enrique Dussel, Ramón Grosfoguel o Juan José Bautista.

    A lo largo de la conversación, que tuvo lugar en diciembre del 2019, Hinkelammert, a punto de cumplir 90 entonces, se fue acomodando hasta quedar con las piernas impecablemente recostadas sobre un brazo de la silla. Exhibía en lo alto sus sandalias de cuero y sus altos calcetines beiges. Afuera llovía y el tiempo fluyó durante dos horas como el agua que caía sobre las láminas del techo.

    ¿Qué piensa del diálogo intergeneracional?

    El diálogo intergeneracional en las sociedades anteriores era muy intenso. En todas partes lo era. Pero esto se ha roto en la modernidad capitalista, porque ahora se concentran todas las conexiones con los otros en relaciones calculadas. Y en relaciones calculadas la edad tiene una desventaja. Un viejo no puede reaccionar como los más jóvenes. Entonces ser viejo se vuelve un problema.

    Usted, que ha vivido tiempos muy interesantes, ¿cómo percibe la permanente sensación de crisis actual?

    Crisis no quiere decir que algo se acabó. Vivimos en crisis. Las familias viven en crisis. Pero la crisis de hoy es una que no puede solucionarse sin resolver de una manera nueva el problema de la relación de uno con el otro. Yo aprecio mucho un concepto que ha nacido en África, pero que en América Latina es muy comprensible también. Viene de los Bantú en África del Sur, cuando se levantaron contra el apartheid. Tutu, un obispo anglicano, decía que este concepto africano es milenario. Es simple: «yo soy si tú eres». 

    «Hemos sido educados para despreciar a las mujeres»

    Necesitamos técnicas para enfrentar nuestros problemas, por supuesto, y necesitamos cambiar las estructuras también. Pero sin cambiar esta otra dimensión, nada pasará. Porque se sabe lo que hay que hacer, las soluciones se conocen ya, pero nadie las aplica. Desde hace treinta años se saben muchas cosas sobre políticas públicas.

    Entonces regreso mejor al «yo soy si tú eres». Si no logramos eso, no hay manera de solucionar lo que está hoy amenazándonos.

    El mercado funciona y produce, por ejemplo, teléfonos que son como pequeñas computadoras, pero a la vez destruye las relaciones sociales y continentes enteros

    ¿Se podría enunciar esta idea diciendo que nadie puede ser si se permite que uno solo no sea?

    ¡Sí, claro! Y que el otro es necesario para mí también. Y si no hay reconocimiento aparecen las tensiones y las distancias.

    ¿Cómo se concilia esto con la idea de que no hay emancipación sin violencia?

    El principio es excluir la violencia. Pero cuando hay violencia, limitarla. Si bien eliminar totalmente la violencia es ilusorio, se trata de intentar vincular esos momentos al «yo soy si tú eres», como lo que en el temprano cristianismo significaba el amor a los enemigos: «Aunque estoy en conflicto con él no debo destruirlo».

    Tengo que decidir y actuar pensando el después y el después en términos positivos: «yo soy si tú eres». Y desde este punto de vista es que debemos interpretar el conflicto cuando aparece. Decir que no deben existir es ilusorio. Se trata de ver el conflicto como una relación humana y no como una ruptura de la relación humana. Es difícil, claro.

    “Por primera vez en 500 años, América Latina ha comenzado a librarse del control imperialista”

    Esto puede verse como un mero moralismo cristiano, enunciado desde una voz no atravesada por el rencor que surge de la opresión.

    Yo creo que no tenemos una cultura para los conflictos. Ni la izquierda ni la derecha, o la derecha mucho menos. No hay una manera de ver el conflicto a la luz de una relación doble. ¿Qué pasa con ese al cual yo pienso ganar, después de ganar? Y ahí la conclusión no puede ser «tiene que hacerse como nosotros». ¿Cómo terminar el conflicto, sea uno el victorioso o no? Esta visión del conflicto aparece en la tradición africana, pero también veo que aquí hay expresiones de ella en la cultura precolombina cuando hablan de «buen vivir» y no de «buena vida». «Buena vida» es lo que uno tiene solo, individualmente. El rico tiene la buena vida. Pero el «buen vivir» es vivir en conjunto y en la propia tradición precolombina latinoamericana aparece este mismo principio que está en África del «yo soy si tú eres».

    ¿Significa eso que el cambio está en mí, en el sujeto individual?

    No hay «el sujeto». Hay solamente varios sujetos. Entre los cuales tiene que pasar algo. No en «el sujeto». O mejor: también en el sujeto, pero en función de la relación con los otros. «Yo soy si tú eres» es una relación y esta relación crea los sujetos y no un sujeto.

    ¿Cómo asumir esto sin imponer al individuo una responsabilidad que es estructural, sistémica?

    De nuevo: «yo soy si tú eres». ¿Qué dice la pulsión contraria? «Yo soy si te derroto». «Si yo te hago esclavo, entonces yo soy­­». La prueba de que yo soy libre es que tengo esclavos. Pero en el «yo soy si tú eres», si yo me pongo a tu lado, ¡gano yo también! No ganas tú y yo pierdo. Pienso en el esclavista que dice «yo soy libre y aquí está mi esclavo, que es la prueba de que yo soy libre». Libertad sería no solo liberarlo, sino dejar de ser esclavista. Es decir, los dos tenemos un problema de libertad y de falta de libertad, no solamente uno de los dos.

    Pero pareciera que el «prefiero perder solo que ganar con vos» es el consenso, porque «ganar con vos es como perder».

    Claro. Así pareciera ser que se piensa: si yo no soy el que gana, no me interesa que ganen ustedes.

    Guzmán Böckler o izquierdas, derechas, todo a la basura

    ¿No es impositivo pretender estos equilibrios, como quien junta a dos personas y las obliga a bailar juntas?

    No. Hay que enfrentar esto de «yo soy si te derroto». Ahora hay una concentración tremenda en la filosofía de Nietzsche. Y Nietzsche es eso: «Yo soy si te derroto». Voluntad de poder. Él lo llama «el centro es la voluntad al poder». Ahí se niega toda la relación subjetiva. Es decir, no hay sujeto, se muere el sujeto y todo está sometido a los elementos de la lucha. A los cálculos del poder y a cómo derrotar al otro para hacerlo esclavo, para someterlo.

    Fíjate en EEUU, los grupos que están con Trump, esos son esclavistas que no tienen esclavos y piensan el paraíso como lo que había antes de la liberación de los esclavos, porque entonces tenían esclavos y por lo tanto eran libres.

    No se trata de solucionar la lucha de clase y después ver qué se hace con las otras luchas de emancipación

    ¿Es esa la libertad contractual que usted critica del liberalismo?

    Claro, esa es. Yo soy libre en tanto yo gano y tu pierdes.

    Esto puede ser pensado también desde el género: «Yo soy hombre si conduzco, si domino, si controlo, si explico…»

    Sí, y eso no es correcto a mi entender. En el tiempo de mi vida esto ha cambiado enormemente y en el buen sentido emancipatorio, aunque falta mucho, ¿no? Yo encuentro que también hay ahí una liberación del hombre. Al hombre le falta liberarse también. Claro, primero la mujer. Pero el hombre no pierde, sino que también se emancipa de ser un macho.

    Imagino dos momentos en una emancipación: la ruptura y luego la gestión de la ruptura. En otras palabras: no es lo mismo ocupar la fábrica que hacerla funcionar. Y en ese sentido, aunque sabemos que mucho está mal, nos cuesta imaginar cómo estaría bien, cómo sí debería ser.

    Te entiendo. Pero hay algo mucho peor. El hombre cree haber perdido. La mujer ganó y él perdió, o al menos eso cree él. No es capaz de ver el nuevo espacio de libertad que ganaría él. Cada vez más –o al menos ha aparecido de una manera alarmante– veo el fenómeno de que el hombre sale, mata a su mujer y sus hijos, y después se mata a sí mismo. El asesinato-suicidio está muy vinculado con la incapacidad de aquel frente al cual ocurre una emancipación. El hombre, frente a la emancipación de la mujer, no es capaz de dar el paso y entrar en un proceso él, en el proceso de emancipación. Él, que perdió aparentemente, estaría ganando también. Y ese es el problema de los esclavistas en EEUU.

    Gustavo Porras o por qué ya no fuimos al Puerto

    Un día, en un colectivo en el que participaba, nos sentaron a los hombres por separado y nos presentaron un pliego de cosas que ocurren en el espacio y que no estaban bien. Nuestra primera respuesta fue reaccionaria, semanas después lo fuimos entendiendo. Pero inicialmente fuimos reaccionarios: negar los acontecimientos, singularizar y cuestionar… Es decir: hacer en lo pequeño lo mismo que la burguesía hace en una dimensión nacional. Es un proceso incómodo que nos toca vivir, en el que incluso está la amenaza de algo como la muerte civil.

    Sí, entiendo. Yo viví lo mismo. Y entonces hay que decidirse a participar en la emancipación. A darse cuenta. Tomar conciencia de que la emancipación del subordinado emancipa al que está arriba también.

    ¿Y qué piensa de quienes llaman a priorizar las luchas? Quienes definen las luchas de la diversidad sexual, las mujeres o las culturas contra el racismo como distracciones de la lucha de clase. Se señala incluso que estas luchas son por ello mismo significativamente financiadas por el imperio, los magnates y sus agencias de cooperación.

    La desigualdad de género quizás viene del conflicto de clases. En algún momento de la historia se dan cuenta de que el conflicto de clases tiene que ampliarse y vincularse también con la relación hombre-mujer. No hay que decir que el conflicto de clases se pierde si se dedica a los conflictos hombre-mujer. Hay que hacer ver que también es un conflicto.

    Con relación a lo del financiamiento, si lo hay es para evitar las otras luchas. Se ha buscado aislar al feminismo de la lucha de clases y la lucha antiracista y con eso se debilita la propia emancipación de la mujer. Muchas veces las mujeres con plata se emancipan, pero tienen una empleada de casa que no lo hará.

    Flavio Rojas Lima o el ritual de la resistencia

    Se dice: «No es el momento de esto, ya habrá tiempo para esas luchas, lo de ahora, lo primero, lo esencial es lo económico…»

    Esta lucha hay que hacerla de todos los niveles desde el comienzo. No se trata de primero solucionar la lucha de clase y después ir a ver qué se puede hacer con las otras luchas de emancipación. No. Para mí hoy la izquierda ha sido derrotada. De eso no hay duda. Solamente se puede recuperar con estas actividades que tú dices.

    Tenemos claro el principio, pero no hemos desarrollado la técnica, la gestión diferente de lo cotidiano que conduzca a que de hecho sean más justas las relaciones de poder entre hombres y mujeres.

    No lo hemos desarrollado. Pero aparece, y a partir de eso puede surgir el cambio cultural necesario para poder entrar en la solución de los problemas que hay. Este cambio hay que discutirlo y yo, por lo menos, lo intento.

    ¿Podría afirmarse que la pulsión entre estructura económica e individuo con identidad encuentra una tensión creativa en “el buen vivir” del que tanto se habla?

    Esta lógica del buen vivir es fabulosa. Y la otra que también lo es: «gobernar obedeciendo», que es de los grupos mexicanos. Una autoridad que ejerce la autoridad obedeciendo. Esto lo ha atacado incluso Marta Harnecker: «cómo va a ser esto así, la gente tiene que obedecer», dice. Claro, si es autoridad tiene que obedecer. Pero la autoridad tiene que cumplir el «yo soy si tú eres».

    Huehuetenango. La sierra son múltiples caminos

    Su economía para la vida, o la vida bien lograda de la que habla. ¿Es el buen vivir?

    Exacto, es eso y por ello publicamos «Hacia una economía para la vida», para darle teoría a algo que está naciendo. Algo que está naciendo: dale teoría. Es decir, reflexión. Porque se vive la legitimidad, pero se necesita argumentar esta legitimidad y para eso sirve la teoría.

    ¿Debemos cuestionar la racionalidad de la modernidad?

    Esa racionalidad es irracional, tiene un núcleo irracional, y ese núcleo irracional de la racionalidad es lo que tenemos que mostrar. El mercado funciona y produce, por ejemplo, teléfonos que son como pequeñas computadoras, pero a la vez destruye el medio ambiente, destruye el clima, destruye las relaciones sociales, destruye continentes enteros, la mitad de Asia, todo África, y no deja vivir a muchísima gente. Esa es la misma racionalidad que tiene esta irracionalidad.

    Sí, el teléfono inteligente es una buena cosa, pero esa buena cosa tiene un centro que es muy mala cosa y en eso tengo que pensar también cuando hablo de la buena cosa. ¿Cómo enfrento la irracionalidad de lo racional?

    Está la razón y por otro lado está la destrucción del mundo, pero: ¿cuál es la razón que destruye el mundo? Eso no lo decimos. La razón es entonces celebrar la competencia, el cálculo de mercado, etc. Pero eso no se conecta con cómo esta razón destruye a la vez la vida humana. La acción racional es destructiva y hace maravillas a la vez.

    La ciudad de El Adelantado es un pueblo fronterizo

    ¿Pero será posible escapar de la lógica del cálculo de utilidad, de actuar convenientemente a partir de incentivos como el éxito, el crecimiento económico? ¿No estamos fundados sobre una lógica mercantil de conveniencia y utilidad que compromete la espontaneidad de las relaciones humanas? ¿Podemos dejar de desear lo que se nos enseñó a desear?

    Siempre va a estar ahí el cálculo de utilidad, pero este puede suceder en plena conciencia de su dimensión destructiva. En plena consciencia que todo tiene destrucción como su otra dimensión y frente a esto la reacción posible es la relación personal, que nunca es total.

    Hinkelammert en su estudio a finales de 2019

    Ahora que hablamos de la imposición casi absoluta que ha conseguido la lógica mercantilista, considerablemente construida desde el ámbito religioso de la vida. ¿En dónde ve hoy el proyecto de la teología de la liberación?

    Ha sido derrotado por una persecución horrible. Se le ha matado, nomás. Han sido decenas de miles de gentes: obispos perseguidos, sacerdotes asesinados, monjas violadas, etcétera. Y eso por el gobierno de EEUU y los gobiernos latinoamericanos juntos. Fue un plan. El plan era crear otra religiosidad. Y lo han logrado.

    Un pueblo llamado Mal Paso

    ¿Es el neopentecostalismo la reacción del mercado a la teología de la liberación?

    Sí. Es la única religión en la que se pueden sentir seguros.

    ¿Y por qué esta armonía tan eficaz entre extrema derecha y neopentecostalismo? ¿Cómo se da este empalme?

    El dinero lo explica. Son religiones del dinero. Han sustituido la acción liberal por el éxito, pero el éxito medido en dinero. Yo vi una vez en la televisión una pastora que decía «dame un dólar y yo te llevo al cielo». Es por el dólar que entran en el cielo. El dinero precisamente para gente pobre también puede transformarse en una fascinación total. Con esto han logrado controlar la teología de liberación en las gentes.

    Líderes evangélicos amparados por la Casa Blanca exportan agenda fundamentalista a América Latina

    ¿Es necesaria la teología de la liberación para hacer frente a este auge del «dios dinero»?

    Yo creo que hay que reinventarla. Cambiarla. Desarrollarla.

    ¿De forma secular también?

    Sí, incluso abrirse con formas seculares.

    ¿Cómo ve el tema de la crisis ecológica en tiempos de desinformación masiva? ¿Cómo conviven lo evidentemente trágico con la capacidad de negarlo?

    Para mí es muy difícil entender eso. Es tan visible el problema y no lo miran. Claro, ver algo está muy vinculado con lo que pensamos sobre el mundo que vemos. Es decir, hablamos de ver de una forma distinta cuando en ciencias empíricas hablan de ver: que en lo que se ve no influyen las creencias. Pero eso es falso. Nuestras creencias están presentes en lo que vemos. No hay una visión material de la vista.

    Hablemos de migraciones. En relación a las caravanas de migrantes podría pensarse que son una fuerza impresionante, resultado de décadas de intervención imperialista. Podría teorizarse y decir que son luchas antiimperialistas que no saben serlo (ni lo necesitan). ¿Para qué sirve pensar teóricamente cuando los fenómenos sociales y los estallidos populares suceden en total desconocimiento o interés en la teoría?

    Necesitan las teorías, pero las luchas van antes. Si la teoría lo empieza entonces la lucha no es real. La lucha frente al problema de los refugiados está empezando y alguna reflexión está empezando porque la lucha existe. Una lucha que también tiene un lado anticapitalista. Con la crisis del clima va a aumentar mucho, mucho, mucho. Vamos a tener catástrofes inimaginables si no hacemos nada, y parece que no va hacerse nada. Catástrofes que son mucho mayores que lo que ha ocurrido hasta ahora.

    Estos movimientos de los refugiados son algo inaudito, algo nuevo. Detrás de ellos hay un anticapitalismo del que la gente no se da cuenta muchas veces. Pero muchos sí se dan cuenta al ver que el trato a estos movimientos es simple represión. Hasta ahora no hay más. Esto en Europa me llama mucho la atención. No hay un obstáculo sino el mar Mediterráneo entre África y Europa. Al año más de tres mil refugiados se ahogan y ahí aparece una reacción que es algo sumamente especial. Se prohíbe a los europeos salir al mar Mediterráneo para salvar a esta gente cuyos barcos se hunden. Se considera un crimen hacerlo.

    CARAVANA DE MIGRANTES

    Como dice usted en el El asalto al poder mundial y la violencia sagrada del imperio: «Lo malo es lo bueno y lo bueno es lo malo».

    ¿Te puedes imaginar? Y se obliga a los gobiernos del África del Norte a que construyan los grandes campos de concentración para refugiados, para que no puedan seguir a Europa. Les financian estos campos, para que no tengan que hacerlos en Europa y pueden decir: «Europa no hace eso, eso lo hacen en Libia». Hace poco vi por primera vez que en una protesta en EEUU se habló de campos de concentración. Nunca antes un movimiento había dicho eso. Siempre me pareció que eso eran.

    En Guatemala también se dieron negociaciones para hacer del país «un tercer país seguro».

    A lo mejor van a hacer campos de concentración en Guatemala, y Estados Unidos lo va a financiar. Es lo que hace Europa desde hace veinte años en África del Norte.

    Romper con todo esto de lo que hemos hablado, ¿implica una ruptura? Una práctica política que rompa con la cotidianidad, que inaugure otra temporalidad. ¿Es necesario dar un salto? ¿Qué praxis nos demandan estos tiempos?

    No hay «un salto». El salto es siempre. En última instancia el salto llega a ser cultural, colectivo. Esto no quiere decir que sea la cultura la que salva. No. Las cosas materiales salvan: salud, educación. Pero sin cultura no se puede ni movilizar los cambios y hay que poder movilizarlas.

    ¿Podrá hacerse este salto cultural desde el Estado? ¿Qué tan contraproducente puede ser depositar las esperanzas en él?

    Uno no puede disolver el Estado-nación. La crítica sí. Pero el Estado-nación siempre se cierra y afuera quedan los refugiados, y entonces los van a meter en campos de concentración.

    ¿Cree, como afirma George Soros, que el gran enemigo del capitalismo es el capitalismo mismo?

    Soros piensa en una reformulación del capitalismo. Él no acepta el tipo de capitalismo de Trump.

    ¿En qué se ampara la esperanza puesta sobre una reformulación posible o deseable del capitalismo?

    Es aceptar que la izquierda está derrotada. Pero el capitalismo es fatal. La destructividad interior de la racionalidad del cálculo de utilidad o de ganancias ha destruido al capitalismo mismo. Estoy siendo muy realista. Hay un pesimismo muy grande en estas palabras. Al capitalismo ya no se le puede vencer, aunque es un gran proyecto de suicido colectivo. Quizás todavía hay posibilidades de hacer algo. Soy un pesimista con esperanzas.

    El capitalismo es autodestructivo. La situación más probable es la pesimista. El capitalismo ha derrotado a la izquierda y en el curso de este siglo posiblemente va a destruirlo todo. Los capitalistas jamás van a aceptar cambiar de dirección. Eso sí que no. La única esperanza para mí está en que los movimientos democráticos sean capaces de pararlo.

     

    Una versión ampliada de esta conversación se publicará en la Revista Cultura Guatemala Año 40, Volumen 2, Julio-Diciembre 2019, de la Universidad Rafael Landívar. 

  • Guatemala: tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos

    Nuevamente Guatemala se alborota al grado de que los medios globales le dan la categoría de noticia.

    Un presidente en funciones es acusado por el poder judicial de haber cometido delitos de corrupción. Y, como en 2015, cuando el gobernante de turno y su vicepresidenta se vieron forzados a renunciar a sus cargos para enfrentar la justicia, el presidente actual, James Morales, corre el mismo riesgo de ir a parar a la cárcel.

    De forma similar, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, está siendo investigado y corre el riesgo de ser interpelado. Hoy más que nunca Guatemala está tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos, parafraseando al dictador mexicano Porfirio Díaz, quien estuvo en el poder de 1876 a 1911.

    Pero hoy Guatemala no está cerca de Washington por su influencia o intervencionismo, sino gracias a un paralelo político inédito. Ambos países son gobernados por presidentes inexpertos que llegaron al poder por supuestamente ser ajenos a los partidos políticos tradicionales en ambos países. Ambos son producto de su fama de la TV. Al igual que Jimmy Morales, quien llegó al poder siendo un novato de la política y gracias en parte a su imagen como comediante de televisión, el presidente estadounidense, Donald Trump, fue elegido en parte por su imagen producto de la serie televisiva The Apprentice (El aprendiz).

    Sin embargo, los puntos de coincidencia que busco compartir en esta nota son ajenos a su falta de experiencia o de preparación como estadistas. O a su pertenencia a Iglesias evangélicas o a los supuestos valores ético-cristianos que comparten. O a sus peculiares estilos de discurso: el trumpismo o las moralejas. No. Son otros paralelos más insólitos los que hacen que la frase del dictador Porfirio Días tome nueva vigencia.

    Al igual que Trump, Morales llegó al poder gracias a una sorpresa electoral en la que los votantes se salieron del molde electoral y terminaron eligiendo a un mesías inexperto, pero con mucho carisma. James Morales es tan ingenuo y tan mal preparado para gobernar como lo es Donald Trump. No obstante, ambos están donde están no por sus propias atribuciones, sino por la injerencia de poderes políticos paralelos incrustados en sus respectivos sistemas políticos. Paralelamente, tanto el sistema político corrupto de los Estados Unidos como el de Guatemala han cruzado un valladar importante durante las anteriores elecciones. Para no perder su influencia detrás del trono, han tenido que aprender a tolerar las barbaridades y las cagadas cometidas por sus presidentes títeres electos.

    Por lo tanto, James Morales y Donald Trump, quienes presiden gobiernos ilegítimos, han tenido que violar las leyes electorales para salvar su pellejo político y evadir la justicia. Trump, ante un vasto cúmulo de evidencias en su contra y ante el asombro de todos, optó por obstruir la justicia despidiendo al encargado de investigarlo, el jefe del Buró Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés), James Comey. No obstante, el poder judicial de Estados Unidos logró asignar a un fiscal especial —al exjefe del FBI Robert Mueller— para continuar la querella.

    En tanto, Jimmy Morales, quien gobierna un país con un sistema judicial deteriorado por décadas de corrupción y enfrentando el peor escándalo de su corto gobierno, se juega el pellejo político y personal promoviendo la expulsión de Guatemala del titular de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig), Iván Velázquez, quien ha iniciado un proceso judicial en su contra.

    Trump y Morales se están quedando solos. Ambos han perdido a miembros de sus gabinetes de gobierno, sufren los niveles más bajos de popularidad desde que fueron elegidos y se encuentran al borde de ser interpelados y juzgados por sus crímenes. Por colusión con un gobierno extranjero para inclinar la elección a su favor, en el caso de Trump, y por financiamiento electoral ilícito, en el caso de Morales, quien habría recibido dinero del narcotráfico.

    Tanto Morales como Trump son gobernantes ilegítimos a quienes no les ha importado violar las leyes de sus países con tal de bloquear investigaciones en su contra. Y no les importa que aquella imagen mediática que les sirvió de trampolín para llegar al poder se derrumbe ¡escandalosamente!

    Gracias a Dios el continente americano busca estar lejos de Washington cada vez que puede. Hay movimientos projusticia y de resistencia organizada en Latinoamérica luchando por que la cooperación internacional sea para beneficio de toda la sociedad, y no solo de las élites feudales y de las mafias políticas de siempre. Sabemos que estas son responsables del surgimiento de adefesios políticos disfrazados de presidentes como quienes nos gobiernan: ratas de dos patas como Jimmy Morales y Donald Trump.

  • 27A: crónica de una crisis anunciada

    La madrugada del 27 de agosto nos tomó a todos (o al menos a los que creemos en la lucha contra la impunidad, la corrupción y las desigualdades) con una sensación desagradable de resaca.

    Una resaca política agria. Una mezcla de asombro, vergüenza ajena, incredulidad e impotencia. Como despertar de una buena fiesta cívica comenzada en abril de 2015 y abrir los ojos para caer en la cuenta de que todo había sido solo un sueño, una pesadilla o un chiste de mal gusto. Como cuando en Estados Unidos nos despertamos el 9 de noviembre con esa sensación de incertidumbre muy bien expresada en su momento por el escritor Héctor Abad Faciolince luego de que los colombianos votaran en contra del proceso de paz: «Miedo, tristeza y desesperación».

    Las horas que siguieron al anuncio del presidente Jimmy Morales declarando persona non grata al comisionado de la Cicig, Iván Velásquez, el personaje público más querido y reconocido en la historia reciente de Guatemala por su labor contra la impunidad, fueron una montaña rusa que mostraron lo polarizada que sigue la sociedad guatemalteca. Desde temprano las redes sociales empezaron a arder: unos defendiendo el trabajo incansable del comisionado Velásquez, otros polarizando ideológicamente un tema que debía ser interpretado como de crisis legal y jurídica, otros dándole el beneficio de la duda al mandatario y los achichincles de este brindándole su apoyo incondicional. Como hace unos años con el juicio por delitos de lesa humanidad contra el exdictador Efraín Ríos Montt, hay una clara campaña de desinformación por parte de los defensores de la impunidad en nombre de una falsa soberanía y de una fantasiosa amenaza.

    Hacia el mediodía, cientos de ciudadanos se congregaban en las afueras de la Corte de Constitucionalidad (CC) para presionar y esperar su resolución frente al amparo provisional promovido a favor de la permanencia de Velásquez. La CC falló a favor de este y así se declaraba la primera victoria ciudadana para frenar su expulsión. Al principio de la tarde, varios ministros y funcionarios de gobierno, desde el ala izquierda del gabinete hasta la de la centroderecha, habían presentado su dimisión al mandatario mientras parte del equipo de gobierno todavía seguía deliberando y la Policía nacional alistaba a su personal, para lo cual suspendía los descansos, en cumplimiento de su misión de garantizar la vida. Con el correr del día, más ciudadanos salían a las calles y más gremios y organizaciones mostraban su apoyo al comisionado. Sin embargo, las fotos en las redes sociales lo muestran con una cara larga, cansada e inquieta. Seguramente sabía que horas más tarde el presidente reafirmaría su solicitud de declararlo no grato.

    Los demagogos defienden muy bien el Estado de derecho y la institucionalidad en tanto estos no afecten los intereses personales, gremiales o de afinidad ideológica de sus correligionarios. Esta misma actitud de abuso de poder y de arbitrariedad por encima de la ley asumió el actual presidente estadounidense al perdonar al controversial comisario de Arizona Joe Arpaio antes de ser sentenciado por violación de derechos civiles contra la población latina.

    Así, mientras termino este artículo, al igual que su vecino del norte, que eligió a un outsider con serios cuestionamientos sobre su probidad y capacidad, la sociedad guatemalteca se encuentra en otra encrucijada, incierta sobre su gobernabilidad e insegura sobre si esta crisis institucional se superará o terminará de tocar fondo con un estallido social. En tono de broma decía yo que no me extrañaría que un inepto esté tratando de copiar a otro inepto solo para arremeter cuando las cosas no le salen bien. Guatemala se está pareciendo más a Estados Unidos.

    Señor Iván Velásquez, no he vivido en Guatemala durante los años en que, gracias a su liderazgo y a la invaluable labor de los equipos de la Cicig y del Ministerio Público, se plantearon las bases y se obtuvieron resultados concretos para refundar un sueño colectivo de justicia y dignidad. Su lucha tiene eco en otras latitudes. Muchas gracias por toda su labor con nuestro pueblo y por nuestros pueblos, pues la justicia y la democracia son causas globales. Usted no debería partir. El responsable de esta crisis es quien debería empacar.

  • Estados Unidos en la encrucijada

    James Madison, considerado el padre fundador de la Constitución de los Estados Unidos, debe de estar revolviéndose en su tumba.

    De estar vivo, estaría tan disgustado y alarmado como muchos de sus conciudadanos al ver el nivel de desprecio del actual presidente estadounidense por los fundamentos del régimen republicano. A saber, el principio de separación de poderes y el de pesos y contrapesos que garantizan el orden constitucional y el Estado de derecho.

    Luego de seis meses en el poder, los eventos políticos de la semana que termina en la capital del mundo nos dejan en un estado de estupor tal que a estas alturas el comportamiento de este ilusionista de la política ya ha superado cualquier guion de la serie House of Cards.

    Además de las investigaciones sobre la injerencia de Rusia en las pasadas elecciones, que siguen involucrando a miembros de su familia en una dramática telenovela de conflictos de interés de nunca acabar, tres dimensiones esenciales de la gobernabilidad están en franco caos en la Casa Blanca: 1) las relaciones públicas, 2) la coordinación del gabinete y 3) legislación y políticas.

    Por un lado, el conflictivo manejo de relaciones con la prensa se ha visto exacerbado con la salida por la puerta trasera del exsecretario de Prensa Sean Spicer y del exjefe de Gabinete Reince Priebus ante la explosiva llegada del nuevo director de comunicaciones, Anthony Scaramucci. De entrada, el exfinanciero ha amenazado con identificar y despedir a aquellos que filtran información privilegiada a la prensa. En realidad, parece que la razón por la cual quiere formar parte de la actual administración es para ahorrarle millones de dólares en impuestos a una de sus firmas. De ahí que sus primeras declaraciones vulgares y tóxicas lo tengan sin mucho cuidado, siempre y cuando le sea leal a su jefe y amigo, quien tiende a proyectar similar comportamiento.

    Luego, es tal el gallinero en Washington que el improvisado mandatario ha tenido que relevar de su cargo al general retirado John Kelly (hasta hace unos días responsable del Departamento de Seguridad Territorial) para nombrarlo jefe de gabinete, en sustitución de Priebus, horas después de la llegada de Scaramucci. La experiencia de Kelly como jefe del Comando Sur, donde tuvo a su cargo lidiar con redes criminales y de narcotraficantes en Latinoamérica y el Caribe, debería ofrecer mayor estructura y disciplina a un personal que hasta ahora actúa sin ton ni son.

    Finalmente, el presidente sigue fallando en su promesa de eliminar la actual política de salud pública sancionada durante la administración Obama. El mandatario ha sido incapaz de comprender la complejidad y magnitud del sistema de salud y asistencia social y lo que significaría para millones de estadounidenses vulnerables y de bajos ingresos perder su cobertura médica. Por ello, aunque se crea un experto en el arte de la negociación, todavía no ha logrado persuadir a los legisladores republicanos y a sus operadores políticos de sencillamente desmantelar una política sin una opción viable.

    Ahora bien, el riesgo es que, ante el fracaso de emitir una nueva política sanitaria, la estrategia de coordinación de funciones de Kelly se revierta hacia un énfasis mayor en políticas de seguridad y antiinmigratorias, en lo cual ha sido un efectivo soldado.

    Estoy segura de que, para los latinoamericanos en territorio yanqui, todo este delirio es como un déjà vu. Aun así observamos incrédulos el nivel de incompetencia, improvisación y oportunismo de quienes han asumido las riendas de la primera magistratura en este país. Digamos que un Jimmy Morales en Guatemala es el resultado natural de un sistema de partidos políticos anacrónico, que ha servido más bien como vehículo de influencia para las capas más pudientes (ahora embarradas en consorcios criminales), y no como intermediario legítimo de los intereses de sus ciudadanos. Pero ¿Estados Unidos?

    Como dice Joseph Stiglitz, la democracia estadounidense se resquebraja también. Los síntomas son similares que en el resto de la región: pérdida de confianza ciudadana en las instituciones y un quehacer político cada vez más corrupto, cínico, desapegado a la opinión pública y proclive a alinearse con los intereses corporativos. Y yo añadiría el reposicionamiento de la supremacía blanca.

    Bastante apartado de lo que soñaba Madison.

  • Cómo ganar amigos e influir en los demás (o de idiotas e «idiots»)

    La semana pasada nos dejó dos noticias que ilustran —para mal— la relación de los Estados Unidos con Guatemala. La primera es conocida y específica. La segunda, oscura, pero de alcance general y nos afecta también.

    La noticia de la que todos nos enteramos fue la torpeza de tres diputados y de un amigo del presidente al contratar una empresa de cabildeo —lobby, dicen en inglés— posiblemente para influir sobre congresistas estadounidenses y procurar el retiro del embajador de ese país, Todd Robinson. La desesperación lleva al error, y el diputado Linares Beltranena —generalmente tan sagaz como malintencionado— y sus compañeros tropezaron mal. Buena seña para quienes queremos una Guatemala más justa, pues sugiere que la presión sí afecta a los pícaros.

    Los desvergonzados diputados no tardaron en tácticamente darse por «ofendidos» cuando Robinson los llamó idiotas en una entrevista. Resulta que el término idiota es mucho más ofensivo en español que en inglés, cosa que el Departamento de Estado debiera poner en un cable para instrucción de sus funcionarios, pues usan la ingrata palabrita con demasiada frecuencia. Pero quien coincida con la ofensa patria que aducen los diputados tan solo se suma al bando de los idiots.

    La noticia especializada, de la que pocos nos enteramos, es la intención de la administración Trump de recortar en un 47 % el programa de becas académicas Fulbright del Gobierno estadounidense. Este programa tiene siete décadas de financiar educación superior para estudiantes de todo el mundo en los Estados Unidos y para académicos estadounidenses en otros países. Guatemala es beneficiaria por ambos lados.

    Como pasado recipiendario, no soy parte desinteresada y no querría serlo. La razón es sencilla por obvia: sus réditos son inmensos para todas las partes, empezando con el becario, pero incluyendo particularmente al mismo Gobierno de los Estados Unidos.

    Medida por individuo, la inversión inicial de Fulbright en sus becarios es altísima. Gastan en un complejo proceso de selección de candidatos y pagan transporte aéreo, hospedaje, alimentación, libros de texto y matrícula en algunas de las universidades más prestigiosas del país del norte, en ocasiones hasta por varios años.

    Viéndolo así, los miopes reaccionan como siempre: piden recortes. El simplón se queda en el gasto sin reconocer el beneficio. Si logra pensar en réditos, es para pedir «recuperación de costos»: cobrar por la educación con préstamos.

    Sin embargo, con un poco más de seso se ve que la ganancia para el donante está más allá del costo dinerario de las becas. Me cuento como ejemplo. Fulbright ni siquiera pagó todo, pues consiguió que una universidad y la Fundación Ford cofinanciaran mis estudios. Tras algunos años produjeron un profesional que ha pasado buena parte de los 23 años desde su graduación contribuyendo a que otras inversiones norteamericanas en Guatemala funcionen mejor. Me han sacado más de una década de impuestos pagados al Tío Sam y desarrollaron en mí la mala costumbre de empujar a otros centroamericanos a salir de nuestras granjas país para trabajar en proyectos estadounidenses por todo el mundo. Como si no bastara, la inversión les ha comprado más de 20 años de buena fe crítica. Y si todo sale bien, tendrán otros 30 o 40. Apuesto a que es mejor negocio que enviar un dron contra el primer árabe que se deje, incluso mejor que perseguir corruptos.

    Por eso falta una palabra más ofensiva que idiota —en su sentido en español— para comunicar en inglés lo que significa recortar la mitad del programa Fulbright. Cosa que la gente del Departamento de Estado haría bien en considerar al explicar a sus legisladores la profunda torpeza del recorte propuesto.

    En suma, descubrimos que idiotas, no simples idiots, vienen en todo tamaño y para todos los gustos. Que pueden encontrarse tanto en la Casa Blanca como en la novena avenida. Que ganar amigos no es solo asunto de pagar por ellos, sino de saber qué conviene (al fin, dicen que Estados Unidos no tiene amigos, solo intereses). Y que para influir en el globo no basta, como Trump, jugar al soldado tras evitar cinco veces el servicio militar, sino que hace falta reconocer que la educación forma identidad y reditúa por décadas, por vidas enteras. Y entender que, si tomamos partido, debemos hacerlo por las razones correctas, con la gente correcta, no con el primer tonto que viene y nos cuenta una tontera.

  • Trump y París: oportunidad para cambiar el enfoque

    Horas antes de que Donald Trump anunciara que Estados Unidos abandonará el tratado de reducción de emisiones de carbono firmado en París, el secretario general de la ONU, António Guterres, se sumó a Twitter para declarar que la acción climática es «imparable».

    El mensaje claro, reforzado por los líderes de la Unión Europea y China, es que el resto del mundo continuará con el Acuerdo de París sin la participación de los Estados Unidos. Su resolución rápidamente se topará con tres verdades incontrovertibles.

    Primero, el de París será el acuerdo mundial más caro de la historia. Reducir las emisiones sin tener sustitutos accesibles y eficaces para el combustible fósil significa una energía más costosa y un menor crecimiento económico. Los cálculos estimados utilizando los mejores modelos económicos revisados por pares muestran que el precio global de todas las promesas del acuerdo llegaría a entre uno y dos billones de dólares estadounidenses al año a partir de 2030. Sin la participación de Estados Unidos, el resto del mundo debe desembolsar entre 800 000 millones y 1.6 billones de dólares anuales. El acuerdo también depende de la entrega de 100 000 millones de dólares al año en «ayuda climática» a los países en desarrollo a partir de 2020, una promesa que vino originalmente de los Estados Unidos.

    Estos enormes costos han puesto en peligro el acuerdo desde su firma. No es difícil imaginar a otros líderes que se resistan a un crecimiento más lento o naciones ricas que renuncien a la ayuda prometida.

    En segundo lugar, el acuerdo siempre iba a tener un pequeño impacto en las temperaturas, pero sin los Estados Unidos se logrará aún menos.

    Lo poco que cualquiera de nosotros recuerda del Acuerdo de París es la enérgica retórica de los líderes que dijeron que estaban comprometidos a mantener los aumentos de la temperatura en menos de 1.5 grados Celsius. Era un compromiso sorprendente.

    Pero el discurso enmascaró la realidad de que las promesas verdaderas del acuerdo de reducción del carbono (que no son jurídicamente vinculantes) solo alcanzan hasta 2030 y solo comprometen al mundo a lograr menos del 1 % de las reducciones de carbono que se necesitarían para mantener los aumentos de la temperatura por debajo de los dos grados Celsius. En otras palabras, el Acuerdo de París deja el 99 % del problema inalterable.

    Sin duda, escucharemos a muchos políticos predicar sobre futuros recortes, pero la experiencia no es un buen presagio para tales promesas. El Protocolo de Kioto fue vendido al mundo en 1998 como la solución al calentamiento global y comenzó a desmoronarse casi tan rápidamente como París.

    En tercer lugar, y lo que es más problemático, la energía verde está lejos de estar lista para suplantar los combustibles fósiles.

    La retórica es inexorablemente optimista: una cita típica del presidente de Bloomberg New Energy Finance, Michael Liebreich, es que «las energías renovables están entrando fuertemente en la era de la subcotización» de los precios de los combustibles fósiles. Esto lo hemos escuchado durante décadas, pero se mantiene en el plano de las ilusiones.

    La energía verde es tan ineficiente que su implementación depende casi totalmente de los subsidios. España estaba pagando casi el 1 % de su PIB en subsidios para energías renovables, más de lo que gasta en educación superior. Cuando redujo los subsidios, la nueva producción de energía eólica colapsó por completo.

    El subsidio a la implementación de energía renovable para reducir nuestras emisiones de dióxido de carbono ha sido un callejón sin salida. Después de cientos de miles de millones de dólares en subsidios anuales, solo obtenemos, de acuerdo con la Agencia Internacional de la Energía (AIE), el 0.5 % de las necesidades energéticas mundiales del viento y el 0.1 % de la energía solar fotovoltaica. Incluso para el año 2040, si el Acuerdo de París se mantuviera totalmente en vigor, después de gastar tres billones de dólares en subsidios directos, la AIE espera que el viento y la energía solar proporcionen solo entre el 1.9 y el 1 % de la energía mundial.

    Todo esto significa que es absurdo que los líderes mundiales sigan obsesionados con el Acuerdo de París porque no solo va a fallar, sino que será enormemente costoso y no hará casi nada para solucionar el cambio climático.

    La decisión del presidente Trump ofrece una oportunidad para repensar el enfoque. Lo que se necesita desesperadamente es una inversión mucho mayor en investigación y desarrollo de energías verdes, de modo que la tecnología renovable pueda competir con los combustibles fósiles. Iniciativas como la Breakthrough Energy Coalition, en la que Bill Gates ha invertido 2 000 millones de dólares, son un buen comienzo. Pero un panel de ganadores del Premio Nobel convocados para el Consenso de Copenhague sobre el proyecto climático encontró que no debemos solo duplicar la financiación de la investigación, sino aumentarla más de seis veces, a 100 000 millones de dólares al año.

    Un compromiso con la investigación y el desarrollo de la energía verde es lo que el planeta necesita ahora de los líderes mundiales, mucho más que una bravuconada.

  • La afrenta al planeta

    El presidente estadounidense anduvo por Europa hace unas semanas. Como supusimos, de nada sirvió que el papa Francisco le ofreciera como regalo por su visita a la Santa Sede la alumbradora carta encíclica Laudato si’, o El cuidado de la casa común, en la que traza sus recomendaciones de orden no solo espiritual y humanista, sino también práctico, en favor del desarrollo sostenible e integral y de la supervivencia del planeta.

    A pesar de las sonrisas fuera de lugar que regalaba a diestra y siniestra, el irresponsable aprendiz de gobernante seguramente no leyó ni leerá ese elaborado documento ni el Acuerdo de París, del cual acaba de retirar a su país. Igual de superficial que la nota que dejó en el libro de visitantes distinguidos del papa será su comprensión de los retos y escenarios que representan para la humanidad la falta de cooperación internacional, especialmente entre los principales países emisores de gases que contribuyen al calentamiento global.

    Lo anterior es una bofetada no solo para el Vaticano, sino para el resto de las naciones comprometidas en la desaceleración del calentamiento global. Con ello, además, Estados Unidos (el segundo mayor contaminante ambiental en el mundo) se aísla y cede a China en bandeja de plata su liderazgo en el tema de la mitigación del cambio climático y de las tecnologías de energía renovables. Mientras Moscú y Washington arreglan sus diferencias, el gigante asiático obtiene cada vez mayor cancha para continuar dominando la escena internacional, y no solo en este tema.

    Y es que los asesores del presidente estarán más ocupados por el momento en otros líos legales que bien podrían amenazar que este continúe en la presidencia. O a lo mejor es uno de sus caprichos y promesas de campaña que lo hacen lucir bien con algunas de sus bases, que ilusoriamente creen que volver a una economía de extracción de combustibles fósiles les garantizará trabajo y mejores posibilidades de alcanzar la ansiada clase media, que, según ellos, tantas regulaciones, los tratados de libre comercio y los inmigrantes les impiden lograr.

    La cuestión es que retirarse del Acuerdo de París, al igual que tratar de cambiar la política federal de salud (o gobernar al final de cuentas), es, como el mismo presidente diría, mucho más complicado de lo que parece. Por un lado, según los términos del tratado, se tendría que esperar hasta 2020, con un nuevo presidente, para que el país se retire formalmente de lo acordado en el pacto. Y es posible que, como en tantos otros temas de política doméstica (v. gr.: la restricción de refugiados musulmanes o la misma reforma sanitaria), tanto la presión local como la internacional influyan para que esta administración se retracte de su cometido poco popular, incluso entre sectores conservadores.

    El presidente argumenta que en Pensilvania (uno de los estados bastiones de su victoria electoral) la actividad minera está reestableciéndose, pero, en realidad, lo que está resurgiendo debido a cambios en el mercado internacional es una actividad minera con fines metalúrgicos. Según reportes, la producción de carbón como fuente de energía eléctrica ha declinado en los últimos cinco años: según la oficina de estadísticas laborales, la cantidad de obreros mineros ha descendido de 90 000 a 50 000, mientras que el número de mineras cayó de 1 831 a 1 159 entre 2006 y 2016, de acuerdo con datos de la Administración de Información de Energía.

    Además, basta con echar un vistazo a los resultados conseguidos en algunos gobiernos locales. Desde 2005, más de 1 200 alcaldes estadounidenses han firmado el Acuerdo de Protección Climática de la Conferencia de Alcaldes, en el que tanto demócratas como republicanos se comprometieron a reducir emisiones de carbón en sus ciudades. Este foro les ha permitido a muchos líderes locales innovar con energías alternativas, empleos y ciudades ecológicas.

    Como dicen, la política es local, pero el planeta es nuestra casa común. El aislamiento y la falta de liderazgo en el tema ambiental convertirán la administración trumpiana en un paria internacional producto de una afrenta sin necesidad, más que la de calmar temporalmente el apetito voraz de sus huestes electoreras.

  • ¿El principio del fin de Donald?

    El principal caballito de batalla del actual presidente de los Estados Unidos, quien pareciera estar en campaña electoral permanente, ha sido la afrenta continua contra los más indefensos, entre ellos los inmigrantes indocumentados, a quienes tilda indiscriminadamente de criminales.

    Obviamente es más fácil apelar al miedo al otro, que es lo que últimamente han resucitado del pasado los populistas de derecha extrema a sabiendas de que la memoria histórica tiende a ser muy corta y de que la mayoría de los ciudadanos reaccionan emotivamente y no razonan frente a argumentos sin fundamentos.

    Pero al presidente le está saliendo el tiro por la culata. Así como en Guatemala hace dos años con el famoso caso La Línea, aquí también se está llevando a cabo una investigación que, de prosperar, podría poner al descubierto acciones criminales de personas muy cercanas a la Casa Blanca durante la pasada campaña electoral, incluyendo al mismo presidente. Existen indicios de una posible injerencia del Gobierno ruso para apoyar la campaña republicana y al billonario empresario, algo respecto a lo cual las agencias de inteligencia de los Estados Unidos concuerdan en que constituyó una amenaza real a las instituciones electorales en 2016.

    Cuando el cuadragésimo quinto presidente (a todas luces incompetente para gobernar un país, especialmente este país) ganó las elecciones en noviembre, un par de amigos me dijeron que podía estar tranquila porque las instituciones son fuertes en los Estados Unidos. He permanecido muy escéptica hasta ahora, sobre todo con los conflictos de interés de su familia, que pululan al derecho y al revés, y con los exorbitantes gastos de seguridad que se desembolsan para que pase fines de semana en una de sus propiedades de la Florida, donde le da por revelar indiscretamente información confidencial a sus huéspedes. Aparte de las reacciones de indignación por parte de periodistas serios y de ciudadanos preocupados con estos signos de nepotismo y cleptocracia, esta administración continúa su curso como si nada, tratando de desmantelar bienes públicos o de desregular medidas ambientales con serias implicaciones para el planeta.

    Pero el reciente despido de James Comey, el número uno de la Agencia Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés), puede marcar una prueba determinante para la democracia y las instituciones estadounidenses desde que Richard Nixon se viera forzado a renunciar a la presidencia después del famoso caso Watergate. Por lo general, el director del FBI es nombrado para un período de cinco años (y para un máximo de diez) con el fin de preservar la independencia y la continuidad en esta oficina sin importar el partido que llegue al poder. El despido abrupto de Comey en medio de una investigación al señor presidente y a su séquito (entre ellos el exconsejero de seguridad nacional y cabildero para intereses rusos Michael Flynn) pone en entredicho no solo la integridad y la legitimidad del sistema electoral, sino también las del mandatario.

    Un primer paso positivo es que el Departamento de Justicia ha nombrado al exdirector del FBI Robert Mueller consejero especial para iniciar una investigación criminal sobre estas acusaciones. Si bien Mueller goza de muy buena reputación en su campo, hay quienes quisieran mayor independencia de la administración actual, dada la serie de tropezones en los que ha incurrido en los últimos meses y que le restan credibilidad. Una comisión más independiente, como la encargada de investigar los atentados del 11 de septiembre, podría brindar mayor luz no solo sobre las acusaciones contra consejeros cercanos al presidente, sino ante todo sobre la solidez y la impenetrabilidad del sistema electoral estadounidense y sobre las amenazas de interferencia internacional en el poder ejecutivo. De repente hay que poner muros, pero en otros sitios.

    Todavía es muy temprano para especular qué resultados arrojará la investigación de Mueller o si el Congreso de los Estados Unidos dará un paso más valiente y nombrará una comisión independiente para ir al fondo del asunto. Sabremos que los republicanos son eso que dicen ser y defienden la república y ese Estado de derecho del que tanto alardean cuando nombren un ente independiente para continuar investigando sin miedo a repercusiones por falta de lealtad al presidente. ¿O seguirán empecinados en jugar a la ruleta rusa y en poner en riesgo los cimientos de sus instituciones?

  • El miedo a Trump es temporal; la migración sigue…

    El miedo a Trump es temporal; la migración sigue…

    Hay una recesión, el negocio ha bajado. De 20 personas que emprendían el viaje cada día, ahora solo lo hacen seis. Un coyote hondureño afirma que es algo temporal y que la realidad no es como los medios de comunicación la pintan. Donald Trump no ha causado más que terror desde que llegó a la presidencia de Estados Unidos. La situación en la frontera no ha cambiado. Todo se sigue resolviendo con dinero e influencias delincuenciales.

    “Aquí nadie va a parar esto. Las fronteras siempre se pondrán peor, siempre serán duras. Mientras no pares el hambre y la violencia aquí, la gente se va a seguir yendo. Familias enteras me he llevado yo”,  asegura Marcos, un coyote hondureño que a pesar de las restricciones impuestas por la administración de Trump, continúa llevando a inmigrantes centroamericanos sin documentos hacia Estados Unidos.

    Buscamos a Marcos en su barrio, en San Pedro Sula, Honduras, al final del día; era lunes y se preparaba para su próximo viaje. Su hermana nos dijo que andaba arreglando los últimos detalles pero que en media hora nos atendería. Queríamos preguntarle cómo están las cosas en la frontera con las decisiones y el discurso antimigrante de Donald Trump.

    Marco llega. No se baja del carro, nos llama. Desde su asiento nos interroga y luego nos hace subir. Comienza a dar vueltas por las calles polvorientas de su barrio,  nos exhibe. Marcos vive en un barrio controlado por una pandilla, en una ciudad violenta de Honduras. En su vehículo Marcos se ríe cuando le preguntamos: ¿Qué ha cambiado desde la llegada de Trump a la Casa Blanca? ¿Evitará Trump y sus muros la migración masiva de centroamericanos hacia Estados Unidos?

    Se ríe y dice: «Trump no va  a parar esto». Y nos muestra un video en el que se ven al menos seis niños, cuatro mujeres y dos hombres, hacinados dentro de una camioneta. Saludan a la cámara, prometen llegar pronto a su destino. Ese video es “la carga” anterior que le tocó llevar a Estados Unidos. 

    Este hombre, coyote, traficante de humanos o “guía” como le dicen sus clientes, ha recibido miles de dólares por cada viaje que ha realizado los últimos 20 años, pero anda en carro sencillo; no aparente lujos, dice, porque por eso puede caer preso. 

    “Yo quería que ganara Hillary Clinton. Cuando Trump ganó, nos reunimos todos para ver qué haríamos en caso de algún cambio en las fronteras. Pero no cambió nada, solo que la gente tiene ahora más miedo a ser deportada”, cuenta mientras le da vuelta a su barrio. Se ven muchachos saliendo de los pasajes, lo saludan, hablan por teléfono.  

    Este hombre, coyote, traficante de humanos o “guía” como le dicen sus clientes, ha recibido miles de dólares por cada viaje que ha realizado los últimos 20 años, pero anda en carro sencillo; no aparente lujos, dice, porque por eso puede caer preso.

    Nos dice que no debemos andar allí, que su comunidad es hostil con los extraños.

    “Aquí yo me he llevado familias enteras, jovencitos que son acosados por los mareros. Gente que tiene que salir de su casa de inmediato. Yo me llevé a toda la familia de esa casa (apunta con el dedo), de esa otra; y mire, qué bonita casa, abandonada”. La ley de su barrio y de todos los barrios en Honduras es: ver, oír y callar. Y este coyote lucra con eso.  

     Irse de Honduras hacia Estados Unidos con este coyote, para un adulto cuesta unos US$8,500 y para un niño US$4 mil. Durante la llamada “crisis humanitaria de los menores migrantes”, en 2014, este mismo coyote llevaba a los niños por US$5 mil, y a los adultos por US$7 mil. Ese fue un gran momento para su negocio. Con la llegada de Trump la demanda ha bajado,  pero no es algo que le preocupe demasiado.

    Como tiene buena reputación, dice, la gente sigue buscándolo, y él sigue llevándola hasta Estados Unidos, sin falla. “Mi promesa es llevarlo a Estados Unidos y si 300 veces lo intenta, 300 veces lo llevo”. Enciende un cigarro y sigue contando.  “A veces me quieren dar chanchos, perros, vacas, gallinas, propiedades, todo intentan vender por irse. Ha habido gente que como yo le he llevado más de un familiar, los llevo y ya en el otro lado me pagan, gente de confianza”. 

    Marcos asegura que no ha fallado. No ha fallado porque forma parte de una red, una poderosa red, armada, millonaria, que garantiza la seguridad en el camino de México hacia Estados Unidos. Todos los coyotes están vinculados, según la ruta que tomen, con los carteles del narcotráfico y autoridades militares corruptas. No hay nadie insobornable en México. Y esto continúa. Trump no lo va a parar. Se ríe, mientras exhala humo de cigarro barato.

    Agencia EFE

    Marcos cuenta con un par de camionetas que lleva cargadas de gente hasta la frontera hondureña de Corinto con Guatemala. Así inicia su travesía.  En la frontera cambian de carros. La gente puede llevar sus celulares, pero no se puede tomar fotografías, eso es un trato. En México les compra un teléfono pequeño, sin cámara y les quita los que llevan. Los prepara para ver las cosas pesadas. Al tomar su ruta hacia Estados Unidos se reportan con “el patrón”.

    —A veces la gente se asusta porque se nos ponen dos camionetas y se bajan hombres todos armados. Chequean que vayan las personas que reporté, no puedo engañarlos: si seis personas llevo, seis personas reporto. Le pago al patrón US$900 por cada uno. —Explica.

    —Me han pasado tantas cosas —cuenta— Una vez llevaba a un señor que sufría mucho de ansiedad y en el camino le dio un infarto y yo tuve que dejarlo tirado. También una vez llevé a un tunco, pero era tranquilo. Igual, les cobro como es, si dan más trabajo.  Con los que me gusta viajar es con los guatemaltecos: esos son calladitos, no se quejan y caben en cualquier rincón. He llevado muchos indígenas de Guatemala que a veces sólo hablan su idioma o dialecto. Mucha gente habla de Trump, pero es por lo medios de comunicación, se les va a pasar el miedo y seguirán viajando por multitudes.

    —¿Seguro que nunca ha pedido más dinero a un cliente, que nunca ha chantajeado a los familiares de algún cliente? Mucha gente denuncia eso de los coyotes.  —se le pregunta.

    —Yo nunca he hecho eso, por eso me siguen buscando para que los lleve, porque me recomiendan. Pero mire, todos los coyotes son unos pícaros. Todos somos unos pícaros usted.

     

    —Yo nunca he hecho eso, por eso me siguen buscando para que los lleve, porque me recomiendan. Pero mire, todos los coyotes son unos pícaros. Todos somos unos pícaros usted.

    —En este barrio me he llevado a mucha gente. Aquí otro coyote ni viene, este es mi territorio y quien se quiera ir de aquí, me tiene que buscar a mí. Y la verdad es que aquí la gente se va, a pesar del miedo a Trump, porque si no, los matan.

    —¿Conoció algún caso en que una persona salió huyendo, luego fue deportado y al llegar aquí lo asesinaron? 

    —No conocí uno, conozco muchos casos de esos. Aquí vivía un muchacho que yo lo llevé, allá fue a cagar el palo y lo deportaron. El mismo día que cayó fue asesinado.

     El muro de Trump no va a impedir que los centroamericanos sigan emigrando hacia Estados Unidos, y que otros hagan negocio con sus necesidades. “Este negocio es más rentable incluso que traficar drogas”, asegura Marcos.

    —A esta recesión le doy seis meses, no más. —Dice Marcos, confiando. 

    El coyote muestra otro video. Se ve una niña de unos tres años, tomada de la mano de su madre. Del rostro de la niña se desprende felicidad; del de la madre unas ojeras profundas. Detrás de ellas vienen otras mujeres y varios hombres. Marco les da instrucciones. Deben subir a una balsa inflable para pasar el río Bravo. Es el último paso de su viaje, su destino está cruzando el río.  Al otro lado, la aventura de sobrevivir tiene otros retos. 

  • La política del miedo: Trump y la inmigración

    La política del miedo: Trump y la inmigración

    En febrero pasado, la revista Actualidad Política, de la Asociación de Investigación y Estudios Sociales, publicó un artículo de mi autoría sobre los posibles escenarios migratorios frente a la administración Trump.

    Dicho texto lo escribí en noviembre de 2016, un par de días después de las elecciones estadounidenses, por lo que era incierto el camino que tomaría la política migratoria del presidente electo. A pocos meses de su toma de posesión, estas son algunas de las medidas que impactan en las vidas de las personas y comunidades migrantes.

    En línea con su discurso de campaña, la administración Trump ha recortado el financiamiento federal para las ciudades santuario, es decir, aquellas que se niegan a cooperar con las autoridades federales en la aplicación de las leyes migratorias. No obstante, varios alcaldes, como el de Los Ángeles y el de Chicago, han insistido en que eso no los detendrá en la protección de la población inmigrante y, por el contrario, refuerzan la posición de esas ciudades como santuarios.

    Estas medidas de resistencia también han sido tomadas por organizaciones, escuelas, Iglesias y familias que han decidido proteger a los inmigrantes irregulares de la deportación y así mantener reunidas a las familias. Asimismo, los consulados, las asociaciones y algunas firmas legales están prestando servicios de asesoría para enfrentar posibles redadas, indicar qué hacer si el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) toca a la puerta e informar de otras medidas de prevención para las personas en situación irregular, especialmente en cuanto a qué hacer si se tienen hijos que son ciudadanos y que podrían quedar desprotegidos con la deportación de sus padres.

    En cuanto a la revocación de las decisiones ejecutivas del expresidente Obama, la administración Trump ha decidido mantener, por el momento, el programa Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por sus siglas en inglés). No obstante, ha endurecido las medidas para la deportación de inmigrantes irregulares, especialmente aquellos que tengan récord criminal, incluyendo cualquiera beneficiado con el programa DACA, lo cual contradice el discurso del presidente.

    Lo anterior indica que no hay certeza en la política migratoria, por lo cual la comunidad inmigrante permanece en alerta para la resistencia y la defensa. Por ejemplo, ha habido casos de detención y arresto de beneficiarios del programa DACA, así como de padres de familia sin récord criminal, y otros casos en los que las asociaciones han actuado para revertir la deportación. Por ello se aconseja no renovar ni solicitar beneficios de protección (DACA, visas U y otros) sin haber consultado antes con un experto en inmigración, dentro de otras medidas de prevención.

    Por otra parte, el incremento de arrestos y deportaciones de inmigrantes irregulares ha disparado las alarmas en el sector empresarial. El sector agrícola es uno de los más afectados cuando ocurren deportaciones masivas, dada la dependencia de la mano de obra inmigrante, pero también impactaría en negocios locales, restaurantes y otros sectores. California podría ser el estado más perjudicado, dado que casi el 70 % de los trabajadores agrícolas están en situación irregular. El aumento de las deportaciones en dicho estado tendría un efecto dominó hacia todo el país, ya que provee más alimentos que cualquier otro estado.

    Un elemento muy preocupante es que las políticas y medidas antiinmigratorias de la administración Trump están generando miedo entre la población en condición irregular. Es tal la zozobra que muchas personas están cancelando los beneficios que reciben del Gobierno, como los cupones de comida, y dejan de acudir a solicitar apoyo. Asimismo, las mujeres están dejando de denunciar la violencia doméstica o retirando los procesos en curso por miedo a ser deportadas, dados los cambios desde el Departamento de Estado y el Departamento de Seguridad Nacional, que reducen las medidas de protección en casos de violencia y crimen.

    Por tanto, la actual administración estadounidense está implementando su política antiinmigrante a partir de decisiones ejecutivas que no responden a evidencia y consenso, sino a caprichos, promesas de campaña y discursos que criminalizan a los inmigrantes y los estereotipan como una amenaza. Ante la incertidumbre y el miedo que todo ello genera, la población en condición irregular cuenta solamente con la sociedad civil organizada y con la asesoría de expertos en asistencia migratoria para minimizar los impactos en las familias y comunidades y luchar por sus derechos como personas.