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  • Código 300. Episodio 8. Justicia

    Código 300. Episodio 8. Justicia

    25 años han pasado desde la publicación del Diario Militar, hay una sentencia en la Corte Interamericana de Derechos Humanos y un proceso legal abierto en Guatemala. La pregunta que el Estado aún debe responder es ¿dónde están los desaparecidos?

    Esta es la transcripción del Episodio 8 de la serie Código 300: Las historias del Diario Militar, 25 años después

    Diego García Sayán: Muy buenos días. Se abre esta audiencia pública sobre el fondo y las eventuales reparaciones y costas en el caso Gudiel Álvarez y otros contra Guatemala.

    Melani: Esa es la voz del entonces presidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, Diego García Sayán, en una  audiencia pública del caso Diario Militar frente a ese organismo internacional. Esto fue en abril de 2012, en Guayaquil, Ecuador.

    Soy Melani Coyoy y este es el último episodio del especial de Plaza Pública, Código 300, que recoge algunas historias del Diario Militar a 25 años de que se hiciera público.

    Testigo: Los sacaron, los repartieron, unos para un cuarto, otros para otro, unos iban para la gloria, otros para el infierno. Los amarraron, los golpearon en diferentes partes del cuerpo, en el patio de la iglesia

    Melani: Ese es el testimonio de un sobreviviente de la masacre de Acul, que se encuentra en el documental Titular de hoy: Guatemala, de Mikael Wahlforss. Allí narra la manera en que el Ejército ejecutó a población civil en 1982.

    Durante el conflicto armado interno, entre 1960 y 1996, y con el pretexto de la guerra contrainsurgente, se acentuó la represión.

    No había espacio para la disidencia, ni para la oposición política. En cambio, hubo masacres, toques de queda, represión y violencia. También se persiguió a aquellos que usaban el arte para manifestarse, a estudiantes organizados que buscaban a través de la colectividad pronunciarse antes las injusticias, a campesinos y pueblos indígenas, a quienes además se les quitó su tierra y en algunos casos se les obligó a vivir en campos de concentración llamados «aldeas modelo».

    28 meses después de la firma de la paz,  en una conferencia de prensa, se hizo público un documento que mostraba parte del registro de desapariciones forzadas en las que el Estado de Guatemala era responsable. Este documento es el Diario Militar, también llamado Dossier de la muerte.

    Las desapariciones forzadas que registra van desde 1983 a 1985.

    En 2005, el Estado de Guatemala fue acusado por estos crímenes ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos  a través de la fundación Myrna Mack

    Audiencia Pública. Caso Gudiel Álvarez y otros (Diario El Militar) Vs. Guatemala. Parte 2 from Corte IDH on Vimeo.

    Grabación:

    –Buenos días, le solicito a la señora perita manifestar su nombre.

    –Sí buenos días, mi nombre es Katherine Doyle.

    –¿Nacionalidad?

    –De los Estados Unidos.

    –¿Lugar de residencia?

    –Nueva York de los Estados Unidos.

    –Gracias. La experta deberá limitarse a contestar clara y precisamente las preguntas que se le formulan…

    Melani: Ella es la archivista e investigadora, Kate Doyle, trabaja en el Archivo de Seguridad Nacional, una organización estadounidense, no gubernamental, que se dedica a la investigación a través de la desclasificación de archivos del gobierno de Estados Unidos. También funciona como registro de estos documentos.

    En 1999 ella presentó el Diario Militar al mundo. Puedes escuchar el episodio 1 de este especial, donde Kate habla sobre su trabajo y cómo, a través de su investigación, pudo descifrar códigos y certificar la autenticidad del documento.

    En el caso frente a la Corte Interamericana testificó como experta.

    Kate Doyle: Es claro destacar que el Estado de Guatemala ha ocultado sistemáticamente la información en su poder sobre el conflicto armado interno. La realidad es que el ejército, la policía y los servicios de inteligencia son instituciones intrínsecamente opacas, secretas y cerradas. Y ha sido casi imposible tener acceso a sus documentos. Y esa política de silencio ha sobrevivido a los Acuerdos de Paz, ha sobrevivido la comisión para el esclarecimiento histórico y sigue hoy en día.

    Melani: El silencio de las instituciones ha sido un pacto tácito, que aunque poco, ha ido cediendo frente a documentos como el Diario Militar o incluso el Archivo Histórico de la Policía Nacional.

    Este es un registro descubierto en 2005 que alcanza los 67 millones de documentos de la Policía Nacional y que ha sido clave para sustentar la información o documentación en otros casos como el Diario Militar.

    Kate declaró que utilizó 2530 documentos de ese archivo para contrastar lo que había encontrado en el Diario Militar.

    Kate Doyle: Pero cuando consultamos los documentos del archivo histórico de la policía nacional, tenemos un vistazo mucho más amplio de las entidades precisamente que fueron involucradas en la vigilancia, la captura, las interrogaciones y las ejecuciones involucradas en estas desapariciones forzadas. Y la institución más destacada que se menciona es el archivo general y servicio de apoyo al estado mayor presidencial, el famoso Archivo, una unidad de inteligencia militar.

    Kate Doyle testificó como experta en el caso Diario Militar, en Guayaquil, Ecuador el 25 de abril de 2012.

    Melani: El Archivo fue una dependencia del Ejército de Guatemala que trabajó en secreto pues se dedicaba al espionaje en nombre de la lucha «anticomunista». Fue creada en 1967.

    Los hechos registrados en el llamado dossier de la muerte sucedieron en el gobierno militar de Óscar Mejía Víctores. Para dirigir el Archivo fue nombrado el también militar Marco Antonio González Taracena.

    González Taracena es uno de los capturados en el proceso que se sigue en Guatemala por el Diario Militar. Era acusado de secuestro, desaparición forzada y ejecución extrajudicial, entre otros delitos. Otras personas ligadas al mismo proceso fueron sus subordinados en el ejército. González falleció en junio de 2022. 

    Al momento de ser detenido, era vicepresidente de Avemilgua, una asociación de veteranos militares

    Helen Mack:  Los familiares de las víctimas, víctimas ellos también. Quieren acabar con la dinámica dolorosa y perversa que ha sido expuesta frente a esta corte y que los ha afectado por tanto tiempo. Ello es imposible si no hay justicia que incluya el esclarecimiento de lo ocurrido y la sanción contra los responsables. Si no tienen la posibilidad de completar el duelo con la recuperación de los restos de sus seres queridos a efecto de darles sepultura según sus creencias, costumbres, cultura y religión. Ese sería el escenario idóneo, necesario y apenas suficiente. Hemos tratado de alcanzar juntos ese escenario desde 1999, cuando apareció el Diario Militar, pues esto representó el inicio de una nueva etapa. Para algunos ese documento trajo desafortunadamente la certeza de la muerte del ser querido en situaciones inhumanas de tortura.

    Melani: Aquí habla Helen Mack, en la audiencia pública de Guayaquil. Ella es una activista por los derechos humanos, involucrada en la justicia por el asesinato de su hermana Myrna Mack, a manos del Estado de Guatemala en 1990. Fue la representante legal de las víctimas en el caso Gudiel Álvarez y otros (Diario Militar) vs Guatemala.

    Durante esa audiencia también se escucharon los testimonios de algunos familiares. Como  Wendy Santizo Méndez, hija de Luz Haydeé Mendéz. En el Diario Militar, su registro es el 83-1. Tenía agregado un código, la letra z, que indicaba vinculación al Partido Guatemalteco del Trabajo, PGT. Fue capturada el 8 de marzo de 1984 junto a sus hijos Igor de 11 años y Wendy de 9.

    Ellos fueron testigos de las torturas que vivió su mamá.

    Wendy Santizo Méndez: Cuando sucedió el secuestro de mi madre, mi hermano y yo también fuimos secuestrados junto con ella. Fuimos trasladados a la comisaría de la Policía Nacional que está sobre la Avenida Bolívar, cerca del Trébol. Allí también continuó la sesión de tortura. Se nos aplicó descargas eléctricas en el cuerpo y también fuimos obligados a ver como a mi madre le hacían lo mismo. Las últimas palabras que ella logró pronunciar hacia nosotros fue sean fuertes, sean fuertes.

    Melani: Luz Haydeé fue fundadora del Grupo de Apoyo Mutuo, -GAM- y como otras personas registradas en el Diario Militar, nunca apareció.

    Mynor Alvarado: Pues mire en un sentido amplio, la justicia. Yo creo que para muchos familiares fue encontrar precisamente certeza en algo que no se sabe digamos, en una desaparición forzada. En la gran mayoría de casos, una persona va de un punto A a un punto B y el medio desaparece, dejando a la familia en un círculo de espera.

    Por eso la desaparición forzada es de los delitos más graves, por todas las afectaciones que tiene y en el término de afectar a la familia sobreviviente, verdad, no saber el paradero de su familiar. Esto es una certeza que ellos pueden tener al ver los nombres de sus familiares, es imposible explicar el sentimiento de los familiares que aún buscan a sus seres queridos. Fueron desaparecidos, pero cuando ellos ven los nombres en un documento oficial, entonces podemos decir que tenían una certeza, pero aparte de la certeza, también la esperanza y la expectativa de poder indagar y averiguar más sobre cuál fue la suerte el destino y paradero final de sus familiares, esa es una gran expectativa más que una acercamiento a la justicia. Yo veo que es como esa gran esperanza que en algún momento los familiares tienen verdad a través de este documento profundizar qué fue lo que sucedió con sus familiares.

    Melani: Él es Maynor Alvarado, abogado del Grupo de Apoyo Mutuo.

    Para varios familiares encontrar el nombre de sus seres queridos en el Diario Militar significó una certeza cruda: no les verían  de nuevo con vida. Para Alvarado el documento es una prueba y lo considera una herramienta histórica que las personas en Guatemala deben conocer.

    Maynor Alvarado: Creo que tiene un contenido en materia de justicia formal y de valor probatorio como lo he mencionado ya mencioné también la expectativa que genera en los familiares, pero creo que como un acervo documental como un documento en sí mismo para la historia de Guatemala lo que hace es confirmar, verdad las atrocidades que se dieron durante el conflicto armado interno en Guatemala creo que sería muy importante que las nuevas generaciones y como un medio de garantía de no repetición.

    La sala de audiencias donde se llevó a cabo el juicio del Diario Militar, en 2012.

    Melani: En la Corte Interamericana de Derechos Humanos se llegó a una sentencia el 20 de noviembre de 2012. Se declaró responsable al Estado de Guatemala por el delito de desaparición forzada y, por tanto, de la violación de los derechos de la libertad, la integridad personal, a la vida, al reconocimiento de la personalidad jurídica y a la libertad de asociación, en perjuicio de 26 víctimas.

    A partir de la sentencia, Guatemala reconoció de manera parcial su responsabilidad internacional. Es decir, admitió haber violentado tratados internacionales. La representación de las víctimas encontró que este reconocimiento fue un primer paso, pero no ha sido suficiente como para ayudar a esclarecer los hechos.

    El Estado aún tiene pendiente cumplir  con su compromiso para la recuperación de los restos de las víctimas y la garantía de la colaboración de las autoridades para el esclarecimiento de los hechos a través del pleno acceso a la información y continuar con un proceso de justicia en Guatemala

    El 9 de junio de 2021, el Juez Miguel Angel Gálvez envió a prisión preventiva a seis militares señalados por los crímenes registrados en el Diario Militar. Habían pasado veintidós años desde que se hiciera público este documento. Gálvez es reconocido por tener a su cargo casos de alto impacto  y de justicia transicional como el de Serpur Zarco, así como casos de corrupción donde estuvieron acusados ex funcionarios como Otto Pérez Molina y Roxanna Baldetti.

    En ese proceso judicial se solicitó la captura de 15 militares y policías implicados. Parecía que el proceso empezaba a caminar. La primera fase avanzó en marzo de 2022 y el 7 de mayo de ese mismo año se envió a juicio a 9 de los capturados.

    Luego de esa resolución el juez Gálvez comenzó a recibir una ola de intimidaciones. Cuatro días después de  enviar a juicio a los acusados por los crímenes del Diario Militar, la Fundación contra el Terrorismo, FCT, un grupo de extrema derecha, presentó una solicitud de antejuicio contra el juez. Esta fue admitida por la Corte Suprema de Justicia el 15 de junio del mismo año.

    Ante estas intimidaciones, la Corte Interamericana de Derechos Humanos emitió una orden al Estado de Guatemala para la protección del juez Gálvez y el proceso de justicia del Diario Militar. Las medidas ordenadas eran: garantizar el derecho a la justicia de las víctimas, adoptar inmediatamente medidas para proteger el derecho a la vida y la integridad personal del juez Miguel Ángel Gálvez Aguilar y su familia y garantizar la independencia judicial.

    Durante el comienzo de su resolución, en la audiencia del 4 de mayo de 2022, el juez Miguel Ángel Gálvez enseña a los imputados una copia del Diario Militar.

    Miguel Ángel Gálvez: Ha existido una estigmatización, intimidación, acoso y ataques en contra de mi integridad generando impunidad. A raíz de la resolución que se hace referencia dentro del proceso en el mes de mayo en una fase intermedia, llega una persona y me amenaza en el juzgado y a raíz de ese momento cuando salgo del organismo judicial me dan seguimiento e incluso entran al residencial personas vestidas personas de civil con armas en la cintura.

    Melani: Aquí el juez Gálvez declara en la audiencia pública de supervisión de cumplimiento del Caso Gudiel Álvarez, en marzo de 2023, ante la Corte Interamericana de Derecho Humanos.

    Meses antes, el 16 de noviembre de 2022, Gálvez presentó su renuncia y hasta hoy se encuentra en el exilio.

    Toribio Acevedo: Yo jamás he pertenecido a las fuerzas de seguridad del Estado, no he sido militar, estuve trabajando en Cementos Progreso en relación de dependencia desde julio de 1982 hasta septiembre 2017

    Melani: Quien habla es Toribio Acevedo, en la audiencia de primera declaración del caso. Es uno de los acusados por los crímenes del Diario Militar y fue identificado por un testigo como miembro del grupo élite, un grupo clandestino en el Estado Mayor Presidencial. Cuando el Juez Galvez renunció, antes de salir del país, a Toribio Acevedo le dieron medidas sustitutivas.

    —–

    Los acusados son quince y nueve fueron enviados a juicio. Ellos son:

    Enrique Cifuentes de la Cruz (Comisario de la  Policía Nacional y jefe de la Oficina de responsabilidad profesional)

    Edgar Corado Samayoa (ex especialista del Estado Mayor Presidencial y sargento mayor especialista;

    Gustavo Adolfo Oliva Blanco (jefe del departamento de investigaciones técnicas de la Policía Nacional

    José Daniel Monterroso Villagrán (sargento mayor especialista del Estado Mayor de la Defensa Nacional)

    Jacobo Esdras Salán Sánchez (fue subdirector del Centro de Adiestramiento y Operaciones Especiales Kaibil )

    Juan Francisco Cifuentes Cano (teniente coronel, comandante del quinto cuerpo de la Policia Nacional)

    Marco Antonio González Taracena (teniente coronel, jefe del Archivo General y servicios de apoyo)

    Rone René Lara (sargento mayor especialista)

    Víctor Agusto Vásquez Echeverría (coronel de infantería de Estado Mayor)

    Marco Antonio González Taracena, jefe del Archivo del Estado Mayor Presidencial desde agosto 1983 hasta mayo 1985, llegó a torre de tribunales en silla de ruedas, para la audiencia del 19 de abril de 2022.

    El proceso continúa, sin embargo hay amparos por resolver. Amparos que buscan que varios de los implicados no sean enviados a juicio, que tengan medidas sustitutivas, o como en el caso de Toribio Acevedo, que las mantengan. Con ello también ha buscado beneficiarse Salán Sanchéz.

    Varios de los familiares que contaron su historia para el especial Código 300, son querellantes adhesivos para el caso. Como Paulo Estrada, Salomón Estrada y María Elisa Meza.

    Paulo Estrada: Hay varios niveles de justicia digamos, hay gente que quiere y lo hemos hablado en el colectivo, digamos hacer un juicio popular.

    ¿Por qué? Porque ahí puedo decir, puedo pelear con la verdad, no tengo que meterme en las casillas de la parte jurídica, la verdad, jurídica, del juego de los abogados, ¿no? Ahí puedo hacerlo. Ahí puedo decir todo y puedo condenarlo yo con la justicia del pueblo y hay gente que dice así joda en su propio sistema, en el que ellos corrompieron, o sea, entonces en su sistema corrupto, vamos a ganar esto legalmente.

    Melani:  Aunque el caso llegue a tener una sentencia «favorable», para los familiares de las víctimas el Estado aún debe responder: ¿dónde están las personas  desaparecidas?

    Salomón Estrada: O sea no pensábamos llevar casos de Justicia en Guatemala, lo que queríamos eran los restos de nuestros familiares.

    Mayarí de León: Tal vez algo que que todas las familias queremos saber es dónde están nuestros desaparecidos, o sea que nos digan, o sea, están en este lugar, que no, que no estemos buscando como por loqueando pues, o sea que nos digan dónde está nuestro nuestro ser querido.

    Alejandra Cabrera: ¿Dónde están nuestros familiares? pues aún 40 años después no hemos tenido respuesta.

    Paulo Estrada: Que nos digan dónde están.

    Miriam Ramírez:  Yo espero en Dios que me dé un poco más de vida y que pueda encontrar la fosa de mi hermano.

    María Elisa Meza: Tengo mucha fe en la paz para que la FAFG logre encontrar la osamenta dónde está mi papá y mucha gente que pues que nos hace falta todavía todos, ¿verdad?

    Melani: Código 300, historias a 25 años del Diario Militar es un especial transmedia realizado por el equipo de Plaza Pública. Te invitamos a que sigas pendiente de las publicaciones que seguirán el juicio del Diario Militar en Guatemala.

    En la Plaza de los Derechos Humanos, frente al Palacio de Justicia, un memorial a las víctimas de desaparicipon forzada del Diario Militar, en 2021.

     

     

     

  • Código 300. Episodio 5. El compañero

    Código 300. Episodio 5. El compañero

    Paulo tenía poco más de un año cuando su padre, Otto Estrada, fue secuestrado por las fuerzas estatales. Otto militaba en el PGT y estudiaba en la Facultad de Ciencias Económicas de la Usac. En la búsqueda de justicia para su padre, Paulo lo ha conocido a través de las anécdotas de sus compañeros.

    Esta es la transcripción del Episodio 5 de la serie Código 300: Las historias del Diario Militar, 25 años después

    Paulo: Yo tenía un año y 20 días, entonces yo no me acuerdo de mi papá, pero yo sí crecí sabiendo que mi papá no estaba y que no estaba por sus ideas. Nunca se me negó quién era él y siempre lo buscamos y exigimos justicia.

    Melani: Él es Paulo Estrada, arqueólogo y activista. Es hijo de Otto René y sobrino de Julio Alberto Estrada Illescas, ambos desaparecidos por el Estado guatemalteco hace 40 años.

    -MÚSICA-

    Soy Melani Coyoy y este episodio forma parte del especial de Plaza Pública, Código 300, que recoge algunas historias del Diario Militar a 25 años de que se hiciera público.

    Paulo: Mi mamá re hizo su vida y en ese momento ella me dijo él no es tu papá. Entonces yo tenía cuatro o cinco años, lo primero que hice le dije, pero tú sos mi mamá. Y entonces ahí empezó como una cosa rara. Todavía  a la fecha me cuesta recordar el momento porque fue un momento que yo de niño me quitaron la vida, pues no, no sabía, yo dije: bueno, entonces todo lo que, lo poco que tengo de certeza, no es cierto. Entonces yo tenía cinco años, pues imagínate qué razón (tiene) un niño de 5 años en ese momento.

    Melani: La mamá de Paulo le contó que la razón de la desaparición habían sido sus ideas, la búsqueda de un cambio.

    Ella, junto a los abuelos de Paulo,  habían hecho todo lo que estaba en sus manos para encontrarlo, pero no fue posible. Se los habían arrebatado.

    Paulo Estrada sostiene el retrato de su tí­o Julio Estrada y la de su papá Otto René Estrada, ambos detenidos y desaparecidos con registro en el Diario Militar.

    Paulo: Yo le preguntaba por qué no estaba. Por sus ideas, o sea, mi papá tenía, o sea, buscaba el bien del mundo, un mundo nuevo para vos y me decía siempre.

    Melani: Paulo era muy pequeño cuando su padre fue secuestrado. Él era un estudiante organizado. De hecho, los padres de Paulo se conocieron así, mientras participaban en asociaciones universitarias. 

    En la familia materna las desapariciones forzadas eran un tema sensible,  pues el abuelo había sido secuestrado y torturado. Regresó a casa, pero el silencio sobre el tema permanecía.

    Su otro abuelo era militar y entonces, la familia paterna de Paulo tenía otra visión.

    Paulo: Mi abuelo paterno era militar. Ellos eran contrarios, políticamente .mi papá y mi tío Julio eran contrarios a mi abuelo. Entonces mi abuelo sabía qué les había pasado, o sea, no porque tuviera información sino que porque él ya sabía cuál era el procedimiento del tiempo y él había estado, tenía algún tipo de de instrucción militar.

    Melani: Otto René Estrada, el padre de Paulo, tenía 31 años cuando lo secuestraron. Era miembro del Comité Ejecutivo de la Asociación de Estudiantes de la Universidad de San Carlos. También estaba afiliado al Sindicato de Trabajadores de esa Universidad.

    Un día después, su padre, Demetrio Estrada, hizo la denuncia en la Oficina de Orden de la Policía Nacional. En ese informe se especifica que había salido de su casa en un carro con placas P-204590.

    Tras un recurso de exhibición personal, la Policía respondió que al no haber sido detenido por ellos, no estaba en sus instalaciones. Su familia siguió intentando encontrarle, poniendo dos recursos de exhibición personal más. Recibieron la misma respuesta.

    El 14 de junio de 1984, Julio Alberto Estrada, tío de Paulo, también fue secuestrado. Al poco tiempo, Demetrio, su abuelo, murió.

    Paulo: Yo era muy chiquito, tendría como unos seis años yo tal vez cuando él falleció y fallece del corazón. Y como en alguna vez me lo dijo mi abuela, la chelita, me dijo: tu abuelo murió de tristeza. Le dolió mucho.

    Melani: De acuerdo al Archivo Histórico de la Policía Nacional, el 20 de agosto de 1984 la madre de Paulo, Beatriz Velásquez, envió un telegrama, donde pedía que la investigación de la desaparición de su esposo se agilizara. El Viceministro, Carlos Gúzman Estrada, solicitó entonces a Héctor Bol, el coronel a cargo de la Policía, averiguar dónde estaba Otto.

    Según la investigación, Otto estacionó su carro en el parqueo de  La Recolección, una iglesia de la zona 1 de Ciudad de Guatemala. El registro con su nombre y datos en el Diario Militar dice que lo secuestraron a unas cuadras de ahí.

    Otto opuso resistencia y recibió un balazo. El siguiente código en su registro, el número 300,  aparece acompañado de una fecha 78 días después.

    Paulo: Posteriormente al secuestro de mi de mi papá, mi mamá funda el GAM junto con Aurelia, con Nineth. Es la primera vicepresidenta del GAM. Pues ahí nace toda una lógica, que yo no me acuerdo porque era muy chiquito, pero sí, como de alguna otra manera, pues la viví digamos entonces ahí nace también como la cercanía, la búsqueda no la cercanía a las mujeres buscadoras de ese momento

    – FRAGMENTO DE AUDIO-

    Melani: Quién habla es Nineth Montenegro, fundadora del Grupo de Apoyo Mutuo, GAM. Su esposo,  Fernando García, también aparece en el Diario Militar. Años más tarde Nineth dedicaría su vida a la política. Fue diputada en el Congreso de la República.

    -SONIDO DE PATINETA, RISAS, MURMULLOS-

    Paulo fue testigo de los esfuerzos de su mamá y de otros familiares de desaparecidos para encontrarlos

    Cuando estaba en secundaria tenía fama de rebelde y terminaba muy seguido en la dirección de su colegio. Un día, como de costumbre, lo llamaron. Esa vez no fue por una travesura.

    Paulo: De repente me mandaron a llamar de la dirección y yo dije: ¿ahora qué hice? Y me recuerdo que cuando llego en ese momento mi mamá trabaja en el estado y entonces una persona de su oficina, me dice, mira, te viene a traer y yo ¿y ahora qué pasó? ¿No? Nada más solo tu mamá te está mandando a traer por una emergencia familiar. Te vas a la casa. De la casa de mis abuelos, una casa muy controlada que tuvo vigilancia militar en la puerta, así que Ríos Montt la puso pues.

    Melani: Al llegar a la casa de sus abuelos maternos, le dijeron que  llamara a su mamá.

    Paulo: Yo la llamé. Me dijo: agarra el periódico. Ah, de la página tal mira, hay un listado. Dicen que hay un listado de nombres. Si hay un listado de nombres, busca a tu papá. Aquí está, leo. Entonces yo como inocente le dije y abajo está el Julio también. Y entonces pues me dijo: no salís. Yo tenía como 17 años, tenía mi patineta. Entonces yo quería ir a la calle a la patineta

    Melani: Lo que Paulo había leído en el periódico eran los datos de su papá y su tío, que aparecían en el Diario Militar. En ese momento no estaba muy claro lo que significaba.   El ambiente era confuso y algunas personas se aprovecharon de esa confusión.

    Ese mismo día la familia recibió una llamada. Les dijeron que habían visto a su tío en el parque Morazán bebiendo con otra de las víctimas del Diario Militar.

    No tenía sentido, habían pasado 15 años sin verlo, ¿por qué aparecería justo ese día?

    -SONIDO DE MÁQUINA DE ESCRIBIR –

    Melani:

     

    133. Otto René Estrada Illescas

     

    (s) Palmiro

     

    Estuvo en información militar, está trabajando actualmente en la Comisión de Pobladores. Comité de Base Región Central del PGT. 15-05-84: A las 1100 horas, fue capturado en la 1ra calle y 2da avenida, zona 1. Al tratar de poner resistencia, se le dio un balazo en un glúteo. 01-08-1984: 300

     

     

    Paulo: Entonces mi abuelo me dijo: no, no te acercas a la puerta. Entonces revivió todo acto, la misma inteligencia militar después con los años en la investigación del caso nos enteramos de que había pasado eso con muchas familias, ¿no? O sea, seguía el control sobre las familias, verdad.

    Melani: Paulo empezó a involucrarse más en la búsqueda a petición de su mamá. Ella le explicó que iría a un evento en representación de la familia, pero que las cámaras no podían enfocarlo pues era menor de edad. Fue una conferencia de prensa que dio la Asociación de Familiares de Detenidos y Desaparecidos –FAMDEGUA-.

    Paulo:  A los días siguientes se habló mucho, había mucha atención en la familia, pero no, pues no lo tengo, como yo no tenía la formación y ni la madurez, ni como lo asumieron otras personas, ¿no? O sea, otras personas ya grandes lo asumieron de otra forma y todo su impacto.

    Una ilustración de Otto René Estrada, detenido y desaparecido con registro en el Diario Militar.

    Melani: Para Paulo, el Diario MIlitar pasó a ser además de una prueba, algo que le ayudó a entender su historia. Antes de saber la existencia de este registro de inteligencia militar, su mamá le había entregado un portafolio con documentos sobre la búsqueda de su padre.

    Paulo: Cuando aparece el Diario Militar fue nun momento muy duro en la familia. Si mi mamá dice, confirmo lo que yo sabía, lo que la investigación que yo hice en el momento se me confirma. Con el documento sabemos que están ahí, sabemos que los ejecutaron y ahí ya, también llegué ahí como un dolor más grande y pues entonces empiezo yo a sentarme a abrir ese portafolio y empezar a ordenar y a entender.

    Paulo: Nos convocan de la Fundación Myrna Mack para ver si queríamos seguir un proceso en la Corte Interamericana, en el en el Sistema Interamericano de Derechos Humanos y ahí es en donde, pues con mamá, tomamos la decisión. Me dice: mi hijo, te toca a vos asumir y yo con todo el gusto del mundo, pues me metí de cabeza.

    Melani: Al iniciar este proceso, Paulo iba en segundo año de arqueología. Su carrera lo hacía sentirse familiarizado con términos forenses. El caso, llevado hasta la Corte Interamericana de Derechos Humanos, se llamó «Caso Gudiel Álvarez y otros versus Guatemala» y finalizó el 20 de noviembre de 2012.

    La sentencia fue a favor de las víctimas pues se concluyó que el Estado de Guatemala era el responsable de la desaparición forzada de Gudiel Álvarez y 25 personas más, entre ellas Otto Estrada.

    Sin embargo, para Paulo su búsqueda de justicia también implicó comprender que, de nuevo, atravesaba el proceso de duelo.

    Paulo: Eso te provoca esto no, muchas suposición y la suposición porque tu mente vuela, ¿no? Entonces ahí fue donde yo ya asumí como representante de la familia, mi familia chiquita, pues yo soy el único Estrada en Guatemala. Entonces, quién mi abuelita y mi mamá y entonces ahí empezamos el proceso y ahí yo aprendo mucho. Trabajo impecable en la Fundación Mack y pues ahí es en donde yo empiezo a meterme más y empiezo también a tratar de entender el documento.

    Melani: Paulo no conoció a su padre pues era muy pequeño cuando lo secuestraron. Escuchó a su familia contarle sobre él y luego, en la búsqueda de justicia encontró a los compañeros de universidad y militancia de sus papás. Cerca de las personas que habían compartido con Otto, comenzó a conocerlo más, y de cierta manera el vínculo se afianzó.

    Paulo: Porque me di cuenta que era un grupo de amigos era como ahorita el caso de Usac, o sea, es un grupo de militancia de jóvenes que fueron perseguidos y aniquilados, exterminados, entonces todo se conoce. Ah, sí, yo lo conocí y tenían historias de jóvenes. Ah, sí, es que aquel un día bolo, me dijo, no sé qué o que si después se juntó con mi expareja y cosas de patojos, pues de veinteañeros, pues universitarios, entonces como que eso me ha permitido reconstruir y al mismo tiempo ayudar a mucha gente, entonces eso me ha permitido como sentir un tipo como de si sobreviví fue por algo.

    Melani: En Guatemala 12 militares fueron capturados en 2021  por el caso Diario Militar. El juicio aún continúa y Paulo es querellante adhesivo.

    Su sentido de justicia se amplía más allá del proceso judicial. Sobre esto recuerda una conversación con su abuelo materno. 

    Paulo:  Cuando yo me fui a la Comisión Interamericana mi abuelo me sentó. Bueno, un señor súper sabio, había sobrevivido tortura, había sido secuestrado, desaparecido, desaparecido exiliado y todo. Conocía casi a todos los del Diario Militar, pues, porque a todos los vio como alumnos, no. Y me dijo un día, te voy a hacer una sola pregunta amigo: si aparece tu papá, ¿vas a dejar de buscar? Le dije: no. O sea, si logras justicia, por tu paz vas a dejar de señalar. Porque si yo tengo ese privilegio, hay gente que no lo tiene. Yo tuve el privilegio de poder estudiar, de formarme, de hacer, hay gente que yo vi que no tuvo. ¿Por qué? Porque las condiciones de desigualdad que llevaron a mi papá a meterse al movimiento revolucionario, exigir una vida digna, a ejercer su sagrado derecho a la rebelión fue por esas mismas condiciones, las cuales 40 años después siguen intactas. Entonces, por eso mismo dije no esto.

    Melani: Encontrarse con familiares de otras personas desaparecidas, especialmente con otras hijas e hijos ha sido una manera de tomar fuerza y compartir sentimientos, que Paulo pensaba que solo él había vivido.

    Paulo:  Si hay como una hermandad. Somos los hermanitos, así es como se ve, como lo vivo, no. O sea, me permite sentir que no estoy solo, me permite sentir que el dolor se puede compartir y la lucha puede fortalecerse más.

    Melani: El parecido físico entre Paulo y su papá es indiscutible. Quienes conocieron a Otto, lo han encontrado en gestos o en la forma de reírse de su hijo y eso ha provocado momentos emotivos, como sucedió durante una de las audiencias del primer juicio por genocidio.

    Paulo:  Yo llego a una señora y que yo la miraba que estaba metida en temas de derechos humanos. Y yo no sé qué gesto hice, me reí y le dice a la amiga con la que iba: él es hijo del Otto, ¿verdad? Yo le dije sí, ¿por qué? Y se puso a llorar la señora.  Es que yo conocí. Pero me identificó por una risa.

    Melani: Aunque ahora percibe con alegría ser comparado con su papá, también recuerda que en sus años de rebeldía la comparación le pesaba.

    Paulo:  El desaparecido está en un cuadro y tiene que es un ejemplo a seguir, por eso está desaparecido, pues. O sea, porque era tanto que lo tuvieron que desaparecer, porque no podían contra él, entonces la carga que me planteaban a mí desde mi familia era muy alta, porque entonces cada vez que yo me equivocaba, tu papá no era así, pues.

    Melani: Para Paulo  fue liberador saber que si bien su papá había sido una persona llena de convicciones, también había sido un joven normal, que tomaba cerveza con sus amigos, que había tenido otras parejas antes que su mamá, que había tenido desacuerdos con sus amistades y que al igual que él, estaba aprendiendo a vivir.

    Paulo:  Ese tipo de cosas no, entonces a mí eso me reparó mucho, porque como te decía hace un rato, me dio la identidad de quién es mi papá. O sea, quién es Otto, o sea Otto es sí, mi papá, pero ¿quién es realmente? O sea, cómo puedo decir yo que me dicen si era un buen papá, sí, ¿pero quién me lo describe? Pues, o sea, mi mamá me va a decir siempre que mi mamá del amor de su vida, entonces me entendés, o sea, no puedo, tenía que yo tener mi versión para yo poder también saber quién era yo y eso me ayudó muchísimo.

    Melani: Hoy, 40 años después del secuestro de su padre y tío, Paulo reconoce en las capturas de los militares sindicados, un gran paso para la justicia, pues se puede empezar a nombrar y poner rostro a los perpetradores.

    Paulo:  Entonces eso creo que es el primer paso, digamos que queremos sentencia. Queremos sentencia, pero hay que entenderlo que son procesos jurídicos, que los procesos jurídicos se juegan así, tienen un tiempo jurídico, tienen un tiempo de maduración y tienen una estrategia que va de la mano a probar hechos. Aprobar una verdad jurídica. Nosotros las víctimas tenemos la verdad verdadera y esa que nosotros podamos decir en un tribunal nuestra, ¿verdad? Creo que es el mejor acceso que podemos tener como víctimas.

    Melani: La deuda para Paulo es la misma que para el resto de familiares, saber dónde están sus desaparecidos.

    Paulo:  Que nos digan dónde están, que nos digan dónde están, que pues que realmente la Corte Suprema de Justicia ponga jueces adecuados, pro, o sea gente que realmente o sea dicte justicia en Guatemala. Pagaría una gran deuda. También para mí es el Estado guatemalteco, atacó a los fiscales que estuvieron involucrados en este y en otros casos

    Melani: A Paulo le anima que el caso avance en la justicia guatemalteca pero también admite que tras las capturas, tuvo miedo, una sensación de querer dar marcha atrás.

    Paulo:  Ya lo ves real, ¿no? Desde ahí tenía miedo y ahora qué hice yo qué problema me metí, cómo me salgo esto y entonces en esos ya esa primeras audiencias los primeros tres meses. Yo me sentía un tipo, no, no como de orgullo, pero sí, como decir: bueno es un paso sólido. Están aquí y el mundo se dio cuenta quiénes fueron. Entonces eso reparaba, son pequeñas gotitas de reparación de paz saber de que por fin lograste saber quién pudo haber hecho algo contra tu familiar pues.

    Melani: Paulo ha reconocido la búsqueda de la justicia por su papá como parte de su destino, como un propósito de vida que está cumpliendo.

    Paulo:  entonces si yo sobreviví es para hacer, o sea, buscar justicia por este otro niño, buscar justicia por mi papá y sus amigos, a los compañeros de lucha, o sea, entonces ya logré como decir: bueno, si logré llegar hasta acá, es porque pues eranparte de mi destino de vida, pues o sea, sobreviví por algo, para buscarlos y para buscar justicia.

    Melani: La historia de Otto René Estrada Illescas es una de las que aparecen en el Diario Militar. Sus ideales siguen vivos en su hijo Paulo, que se ha dedicado a la búsqueda de justicia a través de varias organizaciones dedicadas a la memoria histórica.

    Escucha el resto de capítulos que en Plaza Pública investigamos para el especial Código 300, historias del Diario Militar 25 años después.

    ______________ 

    Equipo de Plaza Pública que participó en este episodio: 

    Investigación, entrevistas y locución: Melani Coyoy 

    Audio de entrevistas: Emmanuel Andrés 

    Diseño de portada e imagen: Diego Sac 

    Post producción: Josué Sac y Melissa Coronado 

    Edición: Liliana Villatoro 

    Editora gráfica: Rosana Rojas 

    Fotografía y vídeo: Emmanuel Andrés 

    Editora de fotografía: Laura García 

    Coordinadora de redes: Nydia Fuentes 

    Dirección General: Francisco Rodríguez

  • Veinte días y una esperanza para hallar cuerpos en San Miguel Los Lotes

    Veinte días y una esperanza para hallar cuerpos en San Miguel Los Lotes

    Las personas que perdieron a sus familiares en la erupción del volcán de Fuego han ganado tiempo para encontrar a sus muertos. Un plazo de 20 días; hasta el 11 de septiembre. A cambio se comprometieron a no cortar la vía cuando éste venza. Confían en que, para entonces, inicie sus trabajos en la zona cero la Fundación de Antropología Forense, la misma que se encarga de exhumar a víctimas del conflicto armado.

    Antonio López Vázquez, de 34 años, tiene 20 días más para encontrar los restos de su papá, Jesús López Fernández, una de las víctimas de la tragedia del volcán de Fuego que permanecen sepultadas en San Miguel Los Lotes. El miércoles pasado, un acuerdo entre pobladores y el gobernador de Escuintla, Guillermo Domínguez, permitió que los familiares dispongan de un nuevo plazo para seguir buscando. La cuenta atrás ha comenzado y expira el 11 de septiembre. Un tiempo que, para López Vázquez, no es suficiente. A pesar de ello, ha aceptado el compromiso que, según el acta notarial firmada por los vecinos, incluye una cláusula por la que éstos se comprometen a no continuar con las protestas si vence sin resultados. La esperanza de López Vázquez es que, al término de estos 20 días, sea la Fundación de Antropología Forense la que se implique en la búsqueda. Hay conversaciones, pero por ahora la participación de la institución responsable de la exhumación de las víctimas del conflicto armado no está cerrada.

    Han transcurrido dos meses y medio desde la erupción del Volcán de Fuego, el pasado 3 de junio, la más terrible en Guatemala de las últimas décadas. Según la Coordinadora Nacional para la Prevención de Desastres (Conred), la catástrofe provocó 169 fallecidos y 256 desaparecidos. Entre ellos se encuentra Jesús, el padre de Antonio. Su hijo ha convertido la búsqueda en su principal actividad. Perdió el trabajo en La Reunión, el campo de golf que quedó destruido en un 90%. Todos los días, pronto en la mañana, acude al acceso a Los Lotes y, junto con vecinos y voluntarios, excava en ese cementerio de lava y material volcánico en el que se convirtió la aldea. El efecto de sus trabajos es bien visible. Hace un mes, caminar por la comunidad era hacerlo sobre tres metros de tierra. Sobre el manto que sepultó las viviendas, reduciéndolas a pequeños salientes, como barcos hundiéndose en un naufragio. Ahora las máquinas han logrado acceder a muchas de las casas y San Miguel Los Lotes es una sucesión de enormes agujeros, de montañas de tierra y de viviendas destruidas con los tejados arrancados para encontrar cuerpos.

    Simone Dalmasso

    “Ahí encontramos 16 cadáveres la semana pasada”, dice López Vázquez, señalando lo que antes fue una casa y ahora parece una piscina cuadrada con agua sucia y tres paredes. “En principio había ocho personas, pero en la huida es probable que los vecinos encontrasen una puerta abierta, o les llamasen para refugiarse, y ahí murieron todos”, explica.

    López Fernández se encuentra intranquilo. Es miércoles y no sabe si al día siguiente podrá continuar con los trabajos. La víspera, agentes de la Policía Nacional Civil impidieron que las tres máquinas (dos grandes y una pequeña) con las que los pobladores trabajan en Los Lotes tenían prohibido el paso. Los vecinos cortaron el paso en Ruta Nacional 14, la carretera que une El Rodeo con Alotenango, destruida por los flujos piroclásticos. No es la primera vez que los afectados realizan una protesta similar. El 16 de agosto, una semana antes, también se hicieron presentes durante la inauguración de la vía. Llegaron a plantar seis cajas con restos de sus seres queridos para exigir que el Gobierno les permitiese seguir con unas labores que prácticamente desde el inicio han realizado sin apoyo institucional.

    “Se deshicieron de ellos como si fuesen ripio, cuando son humanos”, se queja. Por eso estallaron, dice, y por eso cortaron la vía.

    “El gobernador dio órdenes de que las máquinas no ingresasen”, explica López, en relación al incidente del miércoles. “Hubo molestias, la desesperación… en lo personal me interesa encontrar a mi papá y darle cristiana sepultura, saber que sus restos están en algún lado”, explica. Le ocurre a muchos. Saber que sus familiares están enterrados en algún callejón o alguna casa y no poder encontrarlos es motivo de angustia. A ello se le suma la sensación de que las autoridades están más preocupadas por la carretera, en la que ya se han invertido Q17 millones, que en la búsqueda de los desaparecidos. En medio, episodios atroces, como el hallazgo de restos humanos entre la basura depositada en la playa de El Jute. “Se deshicieron de ellos como si fuesen ripio, cuando son humanos”, se queja. Por eso estallaron, dice, y por eso cortaron la vía. “Hicimos una manifestación pacífica y nos enviaron los antimotines. Aunque si nos tocaban iban a perder más”, afirma.       

    La historia de este hombre fuerte, calado con gorra y que cita continuamente a Dios, tiene algo de milagroso. A las 12 del mediodía de aquella trágica jornada se encontraba trabajando en el campo de golf de La Reunión. Doce años llevaba como caddy. Según relata, observó que el volcán andaba fuerte, pero estaba acostumbrado. Incluso cuando fue evacuado del complejo, regresó a casa y almorzó con su familia. “Andaba con hambre”, recuerda. Entre quienes compartieron mesa y mantel estaba su suegra, que horas después habría muerto. También su cuñado, con el que salió a ver qué pasaba con el volcán. “Estaba todo el mundo mirando y, para cuando me di cuenta, mi cuñado me había sacado seis metros corriendo y detrás de mí venían carros y motos sonando la bocina. No me va a matar el volcán y me van a matar ellos, pensé”.

    Simone Dalmasso

    Hay casualidades que marcan la diferencia. En el interior de la vivienda de López Vásquez había ocho personas: su esposa, sus tres hijas, su cuñada y sus dos sobrinas. Ocho en total. Sobrevivieron protegiéndose con chamarras y cubriendo su rostro con paños mojados. A su lado, en la vivienda contigua, solo separados por una pared, estaban doce familiares. Murieron todos. En su caso, fueron sepultados por la tierra, la lava y los materiales volcánicos que irrumpieron en el domicilio. “Pensamos que la pared podía ceder. Gracias a Dios no fue así”. La distancia entre la vida y la muerte es una pared de concreto.

    Quien no se encontraba en ninguno de los domicilios era Jesús, el padre. Había salido al campo y el desastre le pilló en mitad de la aldea. Por los testimonios de algunos vecinos, su hijo ha reconstruido su recorrido. Se encontraba relativamente cerca de la vivienda familiar y del callejón que enfila a la salida de la aldea. Así que se deduce que trató de alcanzar la casa y, al verse sorprendido por la tromba negra, se refugió en otra vivienda o pereció en la calle. “Llegó el viernes y no le vi, porque me quedé dormido y él salió temprano. Lo mismo ocurrió el sábado. Y el domingo… pues peor”. Los desastres dan relevancia a hechos intrascendentes.

    Guatemala está expuesta a toda clase de desastres, excepto a tormentas de nieve (por el momento)

    Hace una semana, López Vázquez fue trasladado junto a su familia a un lote en La Industria, el terreno en el que el Gobierno ha reacomodado a los sobrevivientes. “Lo perdimos todo. No tenemos dónde ir. Es difícil lo que pasa aquí y lo que pasa allá”, dice en relación al refugio temporal. “Yo casi todo el día vengo a la búsqueda”, explica.

    Son las 14.30 y López Vázquez, junto a una veintena de vecinos y voluntarios, resguarda el exterior de San Miguel Los Lotes. Todos aguardan el resultado de la reunión mantenida entre el gobernador de Escuintla, Guillermo Domínguez, y una representación de los pobladores. Finalmente, hubo acuerdo. Dos de los participantes en el encuentro llegan a dar cuenta del pacto. Entre ellos está Daniel Humberto López, que esgrime un acta notarial de tres folios. “Hemos logrado un permiso de 20 días”, afirma. Sin embargo, el documento no recoge fecha alguna. La mayor parte está dedicado al registro de los asistentes. Solo al final indica que el motivo de la reunión es la solicitud de autorización “para ingresar a la zona cero para la búsqueda de los restos humanos de sus familiares”. El gobernador “se compromete a proponer dicha solicitud ante la Coordinadora Departamental para la Reducción de Desastres, para que esta, en consenso con la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres, previo a su análisis correspondiente, resuelva a la solicitud planteada por los vecinos”. De ser positiva la respuesta, al vencer el plazo autorizado por la Conred, “los vecinos se comprometen a retirarse pacíficamente y no tomar ningún tipo de acción de hecho, como por ejemplo bloquear el paso vehicular por la Ruta Nacional 14, entre otros, ya que estarían incurriendo en ilícitos de carácter penal que el Ministerio Público determinará”.

    Simone Dalmasso

    Hay partes del acuerdo, como los 20 días, que no están por escrito. Sin embargo, la advertencia a quien se manifieste aparece bien claro.

    Ahí está la clave. Un compromiso por escrito de que, pase lo que pase, los vecinos no volverán a expresar su descontento cortando la vía.

    Verbalmente, el gobernador también se comprometió a buscar maquinaria para ayudar a los familiares. Según Pérez Vázquez, cada hora de trabajo les cuesta Q400, que está siendo sufragado con apoyo exterior. A pesar de que la ayuda ha disminuido, hay guatemaltecos, tanto en el interior como migrantes en Estados Unidos que han aportado fondos para que las máquinas sigan trabajando. “El gobernador dijo que podría aportar una excavadora y un camión. No más. Sin embargo, está pidiendo ayuda a empresas. Es decir, que el gobierno, en realidad, no va a poner nada y luego aparecerá diciendo que apoya a las víctimas”, se queja el damnificado.

    La esperanza es que la Fundación Antropológica Forense ingrese en el terreno y solicite un permiso indefinido para la búsqueda.

    A pesar de que el documento no lo especifica, el permiso es de 20 días, según informaron desde el departamento de Comunicación de la Gobernación de Escuintla. Estas mismas fuentes señalan que, sobre las máquinas, solo existe un compromiso de buscar apoyo, pero no puede considerarse una promesa. Plaza Pública quiso conocer de palabras del gobernador, Guillermo Domínguez, qué implicaba el acuerdo, pero no respondió las múltiples llamadas.

    En el acta también se establece que la Conred debe otorgar el aval para seguir trabajando. David León, vocero de la institución, explica que esa decisión corresponde a Gobernación, como ha ocurrido en otras ocasiones.

    La pregunta es obvia: ¿qué ocurrirá cuando pasen esos 20 días?

    “Veinte días no son suficiente”, dice Pérez Vázquez. Su esperanza es que, para entonces, la Fundación Antropológica Forense de Guatemala haya ingresado en el terreno y solicite un permiso indefinido. De este modo esa misma institución se haría cargo de buscar los cuerpos sepultados tras la erupción. Esta posibilidad es confirmada por David León. “Hay acercamiento, reuniones, lo que se prevé es que, finalizados estos 20 días, entre la Fundación de Antropología para un trabajo más específico. Mas científico. Un tratamiento especial que ellos realizan el proceso de exhumación”, dice.

    La diferencia sería clara. De familiares directos de las víctimas con piochas y palas a excavadoras pagadas por estos mismos damnificados. De ahí, a una institución con los conocimientos científicos adecuados para concluir con un trabajo que, al menos, servirá para cerrar heridas. Que sirva para no volver a ver a un padre buscando los restos de su hija con una cucharilla para el café.

  • Los familiares que desaparecieron

    Los familiares que desaparecieron

    Cada año, desde 2001, familiares de niñez desaparecida durante el conflicto armado interno se reunen en asamblea. Es una cita para recordar a los ausentes, que durante la política de tierra arrasada fueron separados de sus padres. Una señal de que a pesar del tiempo, no se les olvida.

    Carlos tiene 32 años, nació en Huehuetenango pero fue adoptado por una pareja de alemanes. En febrero volvió al país para reencontrarse con Victoriana, su madre. Los dos aseguran que fueron víctimas de una red de adopciones que funcionó durante el conflicto armado interno (1960-1996).

    Tomás Choc, 72 años, indígena quiché, recuperó a dos de sus cuatro hijos que estaban perdidos. A una de sus hijas le habla a través de un intérprete, porque no usan el mismo idioma maya. Lucía, de 53 años, retornada del sur de México, sabe de memoria los nombres y edades de los 32 parientes que tiene desaparecidos, desde las abuelas, los esposos de sus hermanas y sus sobrinos.

    Como ellos, hay cientos de buscadores de familiares extraviados. Niños y adultos desarmados que fueron víctimas de la represión del.

    Carlos, Victoriana, Tomás y Lucía coincidieron en la asamblea de familiares de desaparecidos que sesionó el 2 y 3 de junio en Santa Cruz, un municipio de Alta Verapaz. Fueron convocados por la Liga de Higiene Mental, una organización que desde hace 17 años puso en marcha el programa Todos por el Reencuentro.

    Marco Antonio Garavito, director de la oenegé, recuerda que la idea de hablar y buscar a los desaparecidos del conflicto armado interno surgió porque “en los textos y relatos de la gran tragedia, se hablaba más de los adultos que de los niños”.

    Eduardo Say

    Esos niños perdidos, se sabe ahora, tuvieron destinos diferentes. Unos murieron durante los traslados masivos de sus comunidades a otras zonas controladas por el Ejército. Otros más fueron criados por militares o sus allegados y hubo unos más que se convirtieron en hijos adoptivos de extranjeros.

    Carlos y Victoriana, de Alemania a Huehuetenango

    Carlos Haas es de Alemania. Victoriana Saucedo, su madre, es de Chiantla, Huehuetenango. Los dos se reencontraron en febrero pasado, después de más de 30 años de separación. Esta ha sido una de las reunificaciones más rápidas que ha realizado la Liga de Higiene Mental.

    Carlos y Marco Antonio Garavito aseguran que Victoriana fue víctima de su pobreza y de una red de adopciones en la que participaban militares.

    Cuando Carlos nació, Victoriana estaba sola. Por segunda vez viuda, con cinco hijos por mantener. Con esos antecedentes, no fue difícil convencerla de entregar al bebé. Lo entregó cuando tenía un mes de nacido. Los brazos vacíos, la leche que fluía de sus pechos le recordaban al niño que ya no estaba. Esa ausencia “la enfermó”, como ella dice. Nadie le ayudó a superar su pena, no hubo apoyo psicológico. Ella sola le hizo frente a ese dolor. Todavía hoy ese recuerdo le provoca  lágrimas. “Que Diosito lindo me perdone, porque fue por necesidad”, confiesa, como buscando perdón. Otra vez perdón.

    A Carlos bebé se lo llevaron a un orfanato en la capital. En los papeles de adopción aparecía el nombre con el que su madre lo inscribió: Carlos Alberto. En esa ficha estaba el nombre de su madre y entre otra información, que había nacido en la colonia El Limón, en la zona 18. Falso. Él nació en Huehuetenango.

    Eduardo Say

    En aquellos años la información falsa era común en los expedientes de adopciones. Algunos han descubierto que los datos de madres y padres que aparecían en los documentos en realidad eran testaferros de la red que negoció con ellos. Hubo casos en los que médicos o enfermeras les decían a las madres que sus hijos nacían muertos, para poder entregarlos a extranjeros. En Francia, la organización La Voz de los adoptados ha apoyado a varias personas para encontrar a sus familias biológicas. Unos han tenido éxito, otros siguen en la espera.

    Los Haas se llevaron a Carlos cuando tenía tres meses. Eran una pareja con cinco años de matrimonio que no había podido tener hijos. “Ellos coincidían con el pensamiento político de izquierda y tenían solidaridad con el tercer mundo. Pero no sabían que al adoptarme ayudaban al negocio de adopciones”, asegura Carlos.

    “Ella (su madre) dio el bebé en adopción para que tenga un futuro mejor”, reflexiona Carlos. Habla en tercera persona de ese bebé que un día fue. Sabe que por esa decisión de su mamá tuvo la oportunidad de una vida diferente a la que hubiera tenido en Guatemala.

    Hoy es doctor en filosofía y reconoce que tuvo acceso a cosas que aquí no tendría “por culpa de un sistema que está lleno de injusticias”.

    Carlos siempre supo la verdad. Sus padres adoptivos nunca le ocultaron sus orígenes. Además, era imposible pues siempre fue el único niño de su clase con el cabello y ojos oscuros. Y con padres rubios. Con frecuencia buscaba información de Guatemala en internet y a veces esa búsqueda le sacaba las lágrimas.

    Pero se resistía a dar el paso para buscar a su madre. En una de esas casualidades inentendibles de la vida, conoció a un joven de Malacatán, San Marcos, con quien coincidió en una jornada de la juventud católica en 2012. Carlos aprendió español en el colegio y eso lo ayudó a mantener comunicación con su nuevo amigo guatemalteco. De él siempre recibía invitaciones para visitar el país, pero no se decidía.

    Eduardo Say

    En 2012, cuando nació su hijo Valentín, descubrió una conexión biológica, una herencia familiar que otra vez lo hizo pensar en sus orígenes. Igual que él, el bebé nació con un sexto dedo en cada mano. Carlos tiene unas marcas cerca de los dedos meñiques, en donde algún día tuvo esos dedos adicionales.

    En 2015 finalmente se decidió a visitar Guatemala. Desde que llegó quedó encantado con la ropa de los pueblos mayas y empezó a coleccionar güipiles, cortes, camisas y pantalones de todas las regiones del país. Fue hasta el tercer viaje, a finales de 2016, cuando decidió reunir todos los documentos de su adopción para iniciar la búsqueda. Pensó que tal vez su madre sí quiso buscarlo, pero no tuvo los recursos para hacerlo. Pensó que si lo postergaba más, perdía la oportunidad de conocerla. Lo hizo para encontrar paz interior, para decirse a sí mismo que hizo lo posible. Creyó que pasaría mucho tiempo para que la encontraran.

    Armó su expediente: partida de nacimiento, pasaporte de bebé, fotos suyas y de sus manos con el sexto dedo en cada una. En cinco meses ya tenía noticias de su madre.

    La Liga de Higiene Mental ha logrado 473 reencuentros en 17 años. El método de los buscadores parecerá rudimentario, pero es el que ha funcionado. Cuando comenzaron no había internet ni acceso a documentos oficiales, porque durante la guerra interna era común la quema de registros civiles. Así se borraron los datos de cientos de habitantes del país.

    Entonces caminan. Recorren las comunidades, hablan con las personas, preguntan y preguntan hasta que encuentran. Se crea una red de colaboradores, hasta ubicar a algún informante que haya conocido, sabido o visto algo.

    Así fue como encontraron a Victoriana.

    El 18 de mayo de 2017 a las 10:30 de la noche, hora de Alemania, Garavito le mandó un correo electrónico con una explicación. Carlos tiene de memoria uno de los párrafos. “Vos no naciste el 28 de febrero en la capital sino el 22 de febrero en Huehuetenango, encontramos a tu madre y te quiere conocer. Quiere saber si tenés hijos y si sos casado”.

    Nunca pensó que podría encontrar a su verdadera familia. El siguiente día la pasó mal, “sin orientación emocional”. Contó la noticia a sus padres, a su esposa y amigos. Se desahogó y se calmó. Mantuvo comunicación con su madre a través de Garavito. Ella le pidió perdón por haberlo dado en adopción y desde entonces se planificó el reencuentro. Esa reunión no es fortuita, ocurre cuando las personas están preparadas emocionalmente.

    “Reencontrarse es un paso. Reintegrarse es un proceso largo y complejo”, explica Garavito. Carlos y Victoriana tuvieron que esperar varios meses para comunicarse, para verse. Para abrazarse.

    La primera comunicación directa fue el 8 de agosto. Se pusieron al día. Victoriana le contó de sus otros hermanos, que viven en Estados Unidos y que tenía muchos sobrinos. “Vi que era una mujer humilde y de buen corazón. Vi que era muy querida por sus hijos y eso me hizo muy feliz”, recuerda. El primer esposo de Victoriana murió durante el conflicto armado. Trató de rehacer su vida con el padre de Carlos, pero este también falleció meses antes que él naciera.

    Buscar responsables de lo que les pasó, es imposible. La abogada que firmó los documentos de la adopción ya falleció. La única cuota de justicia, aunque no sea en el ámbito legal, es que en países como Guatemala crezca el conocimiento y el apoyo a las personas que  buscan y “siguen sufriendo  sin estar en guerra”, concluye Carlos.

    Victoriana, de pocas palabras, solo agradece haber encontrado a su hijo perdido. Se les ve en confianza. Bromean, platican, se abrazan. Se están conociendo. Aprenden cómo es el otro. Tienen poco tiempo de haberse reencontrado. La noticia de su aparición los asustó a ambos. A ella le hizo recordar los años turbulentos de la guerra. El reencuentro con Carlos fue un festejo. Comieron el tradicional cordero de Huehuetenango. Es tiempo de olvidar el doloroso momento cuando entregó a su niño y prefiere pensar en lo que pueden vivir juntos ahora.

    Tomás y Julia

    Garavito asegura que durante los años del conflicto, muchos padres trataron de buscar a sus hijos. Volvían a las comunidades de donde se los habían llevado y preguntaban. Pero tenían miedo. Y ese temor permaneció hasta varios años después de la firma de los Acuerdos de Paz.

    En 2001, la Liga de Higiene Mental inició con el proyecto de búsqueda. Garavito, psicólogo clínico, catedrático universitario y quién participó en una facción guerrillera, y tiene a un primo hermano desaparecido, decidió armar un equipo para ir a buscar a esos padres que se habían quedado sin hijos.

    Los convenció para que dieran la información y, en menos de un año, sumó a 86 familias. “No les ofrecíamos venganza ni juicios, sino buscarlos para resarcirles el dolor”.

    Eduardo Say

    El primer caso de reencuentro fue el de Tomás Choc con su hija Julia.

    Tomás recuerda que todo pasó un domingo de 1982. “Vivía en Guacamaya (una comunidad de Uspantán), dejé mis niños en otra champita y yo estaba en otro lugar con mi esposa y mi hijo más chiquito, cocinando unas hierbitas”.

    Esa mañana llegó el pelotón de soldados para trasladar a las 20 o 25 familias que la habitaban, hacia otra comunidad. En esa época el Ejército reunía a los pobladores, les advertía que no debían apoyar a la guerrilla y les notificaba que los reubicaría. De esa manera se aseguraban un mejor control de la población y dejaban al movimiento armado sin el apoyo de la gente. La comunidad debía obedecer o arriesgar la vida para huir. Choc huyó junto a su hijo mayor. Su esposa, María López Pú, que estaba embarazada tomó al niño más pequeño y también corrió. Los pobladores le tenían pavor al Ejército.

    Ninguno de los padres pudo ir a buscar a sus niños. Pasaron la noche en la montaña, escondidos. Al amanecer volvieron al pueblo a ver la desolación. Buscaron, pero los soldados arrasaron con todo. Choc recuerda los nombres y las edades de sus hijos: Ana tenía 10 años, era la mayor. Julia de cuatro años, Magdalena tenía siete años y José era el más pequeño, de solo dos años.

    “Lo crea o no lo crea, yo me quedé con los brazos cruzados. La mujer se quedó llorando”, lamenta Tomás. No pudo hacer más por sus hijos. Aunque los buscó por 40 días en la montaña, no los encontró. Creía que estaban perdidos, que se habían caído en un hoyo o que se los había comido un tigre. Su esposa “del susto perdió el niño”. Tuvieron que resignarse y dejar todo atrás para seguir en la huida. Junto a otros vecinos se convirtieron en una Comunidad de Población en Resistencia (CPR). Pasaron años en un éxodo obligado que no todos soportaron. La esposa de Tomás falleció el 7 de agosto de 1987.

    Tomás Choc no olvida que conoció a otros padres que, como él, también perdieron a sus hijos. Eran “amigos de la guerra”, dice. Y entre ellos se prometieron cuidar a los hijos ajenos. Por muchos años guardó la esperanza de que alguien hubiera encontrado a sus cuatro hijos y los hubiera cuidado como suyos.

    En 1995, cuando las CPR empezaron a salir a luz, llegaron a la aldea La Gloria, y alguien le comentó a Tomás que su hija Ana vivía en una comunidad cercana. Todavía había guerra, así que le solicitó al alcalde que le extendiera un permiso para que los militares y patrulleros lo dejaran pasar. Su pequeña Ana fue tomada por una familia que la empleó como trabajadora doméstica. Cuando Tomás la fue a buscar se encontró con una mujer ladina (que ya no usaba su ropa ni hablaba su idioma maya); tenía 23 años, esposo e hijos. Quienes la cuidaron no le permitieron estudiar. Se casó joven y es analfabeta.

    A su hija Julia la encontró en 2001 con apoyo de la Liga de Higiene Mental, en un pueblo de Ixcán. Cuando los soldados se la llevaron tenía cuatro años. Choc la volvió a ver cuando tenía 23 años. Era muy parecida a su madre, estaba casada y tenía hijos. Tomás sabe que “un q´eqchí” crio a su hija, y por esa razón no se pueden comunicar.

    “Ella ya no puede hablar ni k’iche ni castilla. Me reconoció, pero a través de un traductor”, explica Tomás. Hasta la fecha, no se pueden comunicar sin la ayuda de otras personas.

    El reencuentro con Julia se demoró porque Tomás no tenía recursos. Siempre han sido pobres. Hacer un viaje de Uspantán a Ixcán, dos municipios del mismo departamento (Quiché) era algo impensable.

    La Liga de Higiene Mental les ayudó y así fue como Julia conoció a sus hermanos. Cada dos años o cuando hay dinero, se visitan mutuamente. Choc llama por teléfono a Ixcán, pero no puede hablar con Julia. Solo le pregunta por ella a su yerno. A causa de la guerra, el idioma los divide.

    Tomás insiste con dos dedos de su mano, que aunque encontró a sus dos hijas, todavía le faltan Magdalena y José. De ellos no hay noticias.

    Garavito resiente que este “esfuerzo monumental” por encontrar a los que estaban perdidos pase desapercibido. Mientras que en Argentina se convierte en un evento con reconocimiento nacional, aquí no logra impacto. El Estado, por ejemplo, no es partícipe de estos esfuerzos. La iniciativa para crear la Comisión de Búsqueda de Desaparecidos fue presentada hace 12 años y aunque ya pasó dos lecturas en el pleno del Congreso, no hay quién la impulsé para que se convierta en ley.

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    Por esa razón, el Tribunal que juzgó la desaparición del joven Marco Antonio Molina Theissen y los vejámenes a su hermana, Emma Guadalupe, incluyó la aprobación de esta ley como parte de las medidas de reparación a la familia, y a miles de buscadores persistentes. Esto quiere decir que el Congreso no puede evadir esta responsabilidad ordenada por un Tribunal nacional.

    Lucía y su lista de 32 desaparecidos

    Lucía Pérez de Paz todavía tiene lágrimas para recordar a los suyos. Era una adolescente de 17 años, recién casada, cuando llegó la amenaza a su pueblo. Como en otros casos, los sitió primero la guerrilla y detrás de ellos llegó el Ejército.

    Tuvieron que internarse en la montaña. Eran víctimas, civiles, pero no estaban a salvo. Su esposo no quiso esperar a ver el desastre que se avecinaba. Le dijo que se irían a México, pero ella no quería marcharse sin sus padres y hermanas. Su padre, dolido por el asesinato de un hijo a principios de 1982, le dio la bendición y le pidió que siguiera a su esposo. Él no iba a huir, sino que se quedaría en la parcela, que era lo único que poseía.

    Eduardo Say

    Antes de irse a México soportó un par de años en la montaña.

    Durante ese periodo de sobrevivencia, supo de la muerte de su papá. Le contaron que enfermó, que alguien del Ejército le inyectó algo y que tres días después falleció. Su madre y su cuñada fueron asesinadas por la guerrilla. El informe de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico describe que los subversivos quemaban y fusilaban a sus opositores. Quienes se negaban a apoyarles tenían que morir. Fueron los mismos guerrilleros los que regaron la voz de la muerte de las dos mujeres. Las hermanas de Lucía tuvieron que enterrar sus cuerpos.

    Después llegó lo que tanto se anunciaba, a lo que tanto temían: el pelotón de soldados. “Los guerrilleros nos contaron que se los llevaron a todos en helicóptero”.

    Antes de irse al exilio se escapó para ver su casa, pero no encontró a nadie. Vivió 13 años en México, pero retornó tras la firma de la Paz. Desde su regreso ha buscado a sus familiares. “Yo ya publiqué que estoy viva, que no estoy muerta, pero todo está en silencio”, asegura mientras se seca las lágrimas.

    Estos son los nombres de los familiares de Lucía. Los primeros están muertos y de los otros no sabe el paradero. Ni cómo, cuándo o dónde murieron:

    Victoriana Pérez y Carmen Velásquez, abuelas.

    Felipe Pérez, su padre. El único que encontró en la parcela, porque ahí fue enterrado.

    María Toribia de Paz, su madre.

    Su hermano Rufino Pérez, asesinado en la aldea Xalbal en marzo de 1982.

    Las hermanas gemelas, Genoveva y Carmelina. Sus hermanos Nicolás, Santa y Nato. Tomás Ruiz, su cuñado, y su hermana Margarita Pérez. Y sus sobrinos Aurelia, Marino, Berta y David.

    Andrés Godínez, su cuñado, y su hermana Vicenta Pérez. Los hijos de la pareja, Juan, Matilde, Nicolás y un recién nacido del que nunca supo el nombre.

    Miguel Carmelo, esposo de Cristina Pérez, su hermana. Y los niños Maina, Reina, Marcos y Alejandro.

    Juan Mejía, esposo de su hermana Aurelia. Y sus hijos Santa, Noé y Olga.

    Lucía se dice huérfana, porque después de nacer en una familia numerosa, debió aprender a vivir en soledad. Cuando llegó a México se deprimió tanto que pedía morir. Los médicos y enfermeras que la atendieron, le pidieron que cada vez que viniera el recuerdo de sus padres y hermanas corriera hacia sus hijos para besarlos y abrazarlos, y así recuperar el deseo de vivir. Hoy tiene siete hijos y 18 nietos.

    La asamblea de familiares de niñez desaparecida se enfoca en levantar el ánimo a los dolientes. “Nada se soluciona con llanto”, les reitera Garavito. En medio del recuerdo, a través de diferentes actividades simbólicas se honra a los ausentes. Lanzaron globos al cielo, encendieron velas blancas. Pegaron pétalos de flores en la pared con los nombres de los encontrados y observaron un muro lleno de cientos de corazones de papel, con los nombres de los desaparecidos. Cantaron y bailaron. Porque al final esto también debe ser una fiesta. “¿Quién dijo que todo está perdido?, yo vengo a ofrecer mi corazón”, se escuchaba repetidamente en una canción.

    Al cierre del evento, las familias se comprometieron a seguir con el proyecto. A no cesar la búsqueda. Se plantearon reactivar la Asociación de Víctimas de Desaparecidos. También le rindieron homenaje a Fermina Escalante, quien falleció atropellada el año pasado, durante la celebración de la asamblea. Y reconocieron a las organizaciones que colaboran con la búsqueda: la Fundación de Antropología Forense, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, el Grupo de Apoyo Mutuo y el Centro de Estudios sobre Poder, Conflictividad y Violencia, la Organización de Víctimas de Alta Verapaz y el Comité Internacional de la Cruz Roja, que financió el evento. También los visitó, como todos los años, Adriana Portillo Bartow, quien vive en Chicago, Illinois, y persiste en la búsqueda de su padre, madrastra, cuñada, sus hijas de 9 y 10 años y una hermana de un año, desaparecidos en 1981.

    Estas son algunas historias de los ausentes y de los incansables que los buscan.

  • Marcha de la Memoria

    Marcha de la Memoria

    Aura Marina Vides Alemán acababa de cumplir 22 años cuando fue secuestrada frente de su casa, en la esquina de la 40 calle y avenida Santa Cecilia de la zona 8 capitalina, el 28 de noviembre del 1981; justo el día de su cumpleaños. Era estudiante de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad de San Carlos y dirigente de Frente, la agrupación que entonces dirigía la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU).

    En “Era tras la vida por lo que íbamos…”, la investigación publicada por la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala (ODHAG) en memoria de diez jóvenes líderes estudiantiles víctimas de la represión de Estado durante el conflicto armado interno, explica que el cadáver de Aura Marina apareció dentro de un costal el 11 de diciembre de ese año, “con señales de tortura, pelo arrancado, insinuado el pecho, le extrajeron los ojos, uñas, alfileres en yemas de los dedos, violada, nariz quebrada y lo que ustedes se puedan imaginar”.

    Aura Marina fue recordada el 30 de junio por su sobrina Raquel Velásquez, durante la Marcha de la Memoria, organizada por el colectivo de Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia, contra el Olvido y el Silencio (HIJOS), que desde hace una década realizan en oposición del Día del Ejército.

    En la actividad participaron decenas de manifestantes, en su mayoría jóvenes, familiares de las víctimas de la represión de las fuerzas de seguridad del Estado durante el conflicto armado. Fue una marcha colorida, llena de flores, pancartas, fotografías y recuerdos; de exigencias de justicia y de repudio hacia las Fuerzas Armadas.

  • Las tumbas de los sin nombre

    Las tumbas de los sin nombre

    La tierra en donde alguna vez hubo torturas, disparos y muerte, es ahora un santuario para las víctimas de desaparición forzada del conflicto armado interno. El bosque en donde se erigieron las tumbas para 172 personas de las que no se conoce identidad u origen, y un muro con los nombres de 6,041 desaparecidos, fue un temido destacamento militar en la década de los 80. Hoy queda como evidencia de la impunidad en la que permanecen estos crímenes.

    “Son los huesos de la vergüenza, los huesos de la impunidad”.

    No tienen nombre ni apellido, no se sabe de dónde eran ni se conoce su historia, pero hoy tienen un sepulcro rotulado con un número de caso. Las tumbas blanquecinas en que fueron colocadas las cajas de madera con los restos óseos de estas 172 personas guardan el horror de la historia.

    Debajo de la tierra, en donde se erigió la construcción, había 220 personas enterradas, amontonadas, en desorden. No se sabe por qué las trajeron a este, que fue el destacamento militar de San Juan Comalapa, un municipio de Chimaltenango. Lo que se descubrió es que varios de los desaparecidos de Mixco, la capital, Zaragoza, Tecpán, San Martín Jilotepeque y de San Juan Comalapa, fueron asesinados y sus cuerpos depositados en fosas colectivas.

    Simone Dalmasso

    La mayoría, 98 casos, tenían vendas en los ojos, lazos atados a sus manos y torniquetes de alambre entre el cuello y la cabeza. Entre esas 220 personas había una mujer embarazada. Dos niños, 19 adolescentes, 56 jóvenes, 121 adultos, 8 ancianos y 12 más que no pudieron ser determinados. La mayoría eran hombres. A 48 se les identificó por la muestra de ADN que dieron sus familiares. Entre ellos hay seis personas que aparecen anotadas en el Diario Militar: Amancio Villatoro, Juan de Dios Samayoa, Hugo Navarro, Moises Saravia, Sergio Linares y Zoilo Canales.

    Los 172 restantes, los sin nombre, son huesos con un número de caso que les asignó la Fundación de Antropología Forense (FAFG). Esa es la única forma de saber en dónde quedaron, por si algún día la muestra de ADN coincide con la de algún pariente vivo que los busque.

    La FAFG los exhumó a todos de 2003 a 2005, por orden del Ministerio Público (MP), que actuó a petición de la Coordinadora Nacional de Viudas de Guatemala (Conavigua). La organización agrupa a mujeres indígenas kaqchikeles que no olvidan. Muchas de ellas viudas, huérfanas o que perdieron a algún hermano, tío u otro pariente, y que estaban seguras de que en el antiguo destacamento militar estaban los suyos.

    Y así fue. Durante los desenterramientos hubo varias mujeres que identificaron la ropa de sus esposos, pero hacía falta que la ciencia se lo confirmara. En 2014 por fin velaron y enterraron a sus seres queridos.

    Simone Dalmasso

    Las que estaban pendientes eran estas 172 personas no identificadas. La Conavigua decidió que también merecían un “entierro digno” y por eso buscaron el apoyo económico para comprar una parte de la tierra del antiguo destacamento militar y la FAFG consiguió los fondos para levantar los nichos, un muro con los nombres de los 6,041 desaparecidos forzosamente que constan en sus archivos.

    Las mujeres kaqchikeles de San Juan Comalapa les rindieron homenaje. Los lloraron, los velaron, les prendieron una veladora, alguien les rezó. Les hicieron la tradicional procesión por las calles del municipio, la gente los vio, elevaron una oración por ellos y finalmente les enterraron el jueves 21 de junio, en la conmemoración del Día contra la Desaparición Forzada. “Porque no olvidamos. Son los huesos de la vergüenza, los huesos de la impunidad” fue uno de los lemas del discurso de Rosalina Tuyuc, líder de Conavigua, durante el evento.

    Flores blancas, música y un ofrecimiento de justicia para decir adiós

    Lo que antes fue un destacamento militar, ahora es el Memorial Paisajes de la Memoria. Queda a 77.5 kilómetros de la capital, la entrada no tiene ninguna particularidad, es apenas una vereda lodosa que en su parte elevada permite observar un paisaje natural. Al horizonte un volcán cubierto de nubes y abajo los cultivos en plena armonía con el olor a hierba y árboles de pino.

    Simone Dalmasso

    Las mujeres de Conavigua pidieron que en toda el área fueran sembradas hierbas medicinales: manzanilla, romero, entre otras. Al entrar al lugar, el día previo a la inauguración, parece que se pisa en tierra sagrada. En todos los árboles fueron colocados manojos de flores blancas.

    Dos de las 53 fosas en las que se encontraron restos quedaron descubiertas. Simulan ahora dos pequeñas piscinas de poco más de un metro de profundidad y alrededor de 2 y 3 metros de largo, que han sido alfombradas con pétalos de rosas y cercadas por velas blancas. Hay olor a incienso porque se han realizado ceremonias mayas.

    Los albañiles trabajaron tres meses sin descanso para terminar la construcción. El diseño es de nichos de dos niveles colocados en una especie de pasadizo sinuoso que tiene como acompañamiento un muro de un metro de altura, también en granito lavado, con placas blancas en las que se grabó con dorado los nombres de los 6,041 desaparecidos forzosamente. Estos nombres están clasificados por departamento, de acuerdo al reporte que tiene la FAFG.

    Simone Dalmasso

    Una casa al centro adorna el paisaje, cada pared por dentro y por fuera tiene murales elaborados por mujeres. En la parte posterior de esa Casa Grande, o Nimajay en kaqchikel, se observa una escena impactante: Un grupo de soldados con los rostros y la cabeza pintados en negro, amenaza con armas de fuego a cuatro personas. Dos mujeres con sus hijos a la espalda están arrodilladas y con los ojos vendados. Un hombre está atado a un palo con alambre de puas. Otro está en el suelo. Las casas incendiadas, dos helicópteros sobrevuelan y una mujer, simulando a la madre tierra abraza una milpa, desde la raíz, en donde reposan varios esqueletos.

    Esa es la historia de Comalapa hecha pintura. “No vamos a olvidar esto”, se decían entre sí las señoras que llegaban al entierro masivo.

    ¿Cómo podrían hacerlo? El cantar de las aves, los ruidos del bosque y de los insectos no pueden ocultar con su belleza lo que aquí pasó. Las familias no pueden olvidar lo que sufrieron.

    Simone Dalmasso

    “No vamos a olvidar esto” se decían entre sí las señoras que llegaban al entierro masivo. ¿Cómo podrían hacerlo?

    “En la vida real fueron personas. Tal vez son huesos aquí, pero muchos de ellos eran grandes pensadores, panaderos, artesanos, pintores, agricultores y cuántos más haberes tenían. Tuvieron sueños y esos sueños también son de nosotros”, les decía Rosalina Tuyuc a los asistentes al velorio y al entierro.

    Lo que sucedió en San Juan Comalapa no es un hecho aislado. Se ha confirmado que los centros militares sirvieron como cementerios clandestinos del Ejército. El ejemplo más reciente es el descubrimiento de 565 osamentas en fosas ubicadas en el destacamento de Cobán, Alta Verapaz.

    Esos muertos, así como los de San Juan Comalapa, no han encontrado justicia. El día del entierro e inauguración del Memorial a las víctimas de desaparición forzada, bautizado como Paisajes de la Memoria, se escuchó un ofrecimiento de la fiscal de Derechos Humanos, Hilda Pineda: “Nos comprometemos a seguir con las investigaciones”.

    Simone Dalmasso

    El mensaje no cae en oídos sordos. La fiscal habló ante cientos de víctimas, muchas de ellas mujeres ancianas que sobrevivieron a la ausencia de sus esposos y que criaron en pobreza a sus hijos. Lo dijo frente a esos hijos o hijas que no conocieron o no recuerdan a sus padres, pero que heredaron el dolor y pagaron el alto el precio de las injusticias de aquellos años.

    El caso de San Juan Comalapa forma parte de un expediente en el que se cuentan 3,000 denuncias que trasladó el Programa Nacional de Resarcimiento (PNR) al Ministerio Público. Todas estas surgen del testimonio que los sobrevivientes de Chimaltenango dieron ante esta entidad de gobierno, que por cierto estuvo ausente en todo el proceso para honrar a los fallecidos y desaparecidos forzosamente.

    Cuando se le pregunta a la fiscal Pineda qué hay del caso por las violaciones a los Derechos Humanos en Chimaltenango, dice generalidades. No puede dar detalles, pero ¿cuánto se ha avanzado?

    Simone Dalmasso

    Justifica que el Ejército no les ha dado acceso a información para determinar la cadena de mando, es decir los nombres de los oficiales que dirigían esa instalación militar. En el expediente hay un documento del Archivo de Centro América en el que se inscribe la sesión de derechos del terreno para la instalación del destacamento. Para reconstruir esa historia no bastan las declaraciones de los dolientes, hacen falta documentos que permitan convencer a un tribunal.

    “Encontramos ese documento que indica que sí existió un destacamento y todavía revisamos otros fondos documentales. Esperamos armar el caso antes que los responsables mueran” dice Pineda a Plaza Pública. Ante las viudas y huérfanos, cuestiona que en el Congreso se trate de modificar una ley para otorgar amnistía a los responsables de estos crímenes. Han pasado 13 años desde que terminaron las exhumaciones, cuatro años desde que fueron enterrados los identificados y poco más de tres décadas desde que los muertos quedaron ocultos bajo tierra.

    El velatorio y el entierro de los sin nombre ha sido, a pesar de todo, una fiesta. Hubo poesía, música, flores blancas, misas, se proyectaron documentales, hubo exposición de fotografías, testimonios de familiares de desaparecidos, tamales, pan y café.

    Simone Dalmasso

    A pesar de ser una elaborada despedida, a las tumbas les falta un verdadero final. Las lápidas de las 172 personas y dos tumbas más con huesos diversos, serán por más tiempo y quizá por siempre los “no identificados”. A 22 años de la firma de la paz sigue sin haber un esfuerzo nacional por buscar a los que fueron desaparecidos por las fuerzas estatales, responsables de la mayoría de los hechos violentos contra población civil.

    “Mientras tengamos un Congreso sin conciencia social, de género, sin conciencia histórica, esa ley nunca va a ser aprobada”, reflexiona la líder de Conavigua, Rosalina Tuyuc. “Por eso estos son la vergüenza del Estado” añade.

    Las víctimas hacen lo que pueden con el apoyo de organizaciones aliadas y sin el respaldo gubernamental. Una de las que ha contribuido es el Comité Internacional de la Cruz Roja. En este evento, por ejemplo, financió el acto de inhumación.

    Carlos Amézquita, coordinador del Programa de Desaparecidos de esta entidad internacional, recalca que aunque el entierro digno es una parte importante para el resarcimiento a las familias, hace falta darles más respuestas. “El caso Molina Theissen demuestra que hay archivos que los militares tenían en sus casas y estoy convencido que en los archivos de la Policía Nacional y del Organismo Judicial se puede encontrar otra información” asegura.

    Simone Dalmasso

    En los documentos parece estar la respuesta a quién o quiénes dieron las órdenes de detención ilegal, por qué los capturaron, en dónde estuvieron o por cuánto tiempo. Los archivos de la Policía Nacional no están totalmente digitalizados y los documentos judiciales ni siquiera se han analizado. Se sospecha que durante el conflicto armado hubo jueces de paz que certificaban defunciones y otros eventos.

    A la memoria de los fallecidos y de los que siguen desaparecidos

    Florentina Xicay, de 68 años y su hijo Juan Leonel Sotz, de 40 años, estuvieron presentes en este evento. Ellos ya enterraron al esposo y padre hace cuatro años pero han querido acompañar a los muertos sin familia.

    Simone Dalmasso

    Sienten empatía hacia esos otros que murieron igual que Basilio Sotz Morales. Este hombre, esposo y padre, tenía 39 años cuando desapareció. Su esposa estaba en el noveno mes de embarazo y él decidió salir de madrugada a Santa Cruz Balanyá, otro municipio de Chimaltenango, para cortar el frijol de su terreno.

    Se fue un lunes de enero de 1982. Avisó que regresaría a las 5:00 pm, pero nunca volvió. Su esposa embarazada lo esperó con los chuchitos hechos. Los había preparado para celebrar el tercer cumpleaños del hijo más pequeño. Florentina durmió a los otros niños, de siete y seis años y se paró a esperar a su esposo en la puerta. Creyó, tuvo la esperanza de que se hubiera ido a tomar alcohol con los amigos. La prohibición a salir de noche obligó al suegro a esperar el amanecer para buscar al hijo perdido. “Hacía falta que cortara lo que quedaba de frijol, pero no se hizo nada, esa es seña de que mi papá nunca llegó”, explica Leonel, el hijo mayor de la Florentina.

    Tres días después nació el bebé. Con el niño a cuestas, a Florentina no le quedó más que salir a buscar la vida. “Muchas no aguantaron a estar solas y se volvieron a juntar con un hombre, yo no quise. Yo me quedé sola con mis hijos”, asegura.

    Simone Dalmasso

    De sus años de sufrimiento recuerda que se llevaba al bebé a tuto (a la espalda) para lavar ajeno y dejaba a Leonel a cargo de sus hermanitos. Él juntaba el fuego y preparaba el desayuno. “Como todo niño travieso”, confiesa Leonel, una travesura le hizo perder una mano. Jugaba con un mortero y le explotó. Su madre no estaba, porque debía trabajar en otras casas y nadie supervisaba a los pequeños. “Me costó mucho, éramos pobres y ellos estaban muy pequeños”, dice con llanto Florentina. Esa es una de las huellas imborrables que le dejó la desaparición de su esposo.

    Por años ella se dijo que quizá Basilio, su esposo, se había ido con otra mujer, que había cruzado a Estados Unidos, pero no fue así. Cuando iniciaron las exhumaciones, en 2003, todas las mujeres viudas y los hijos se unieron al trabajo de limpieza del terreno donde antes era el destacamento.

    “A mi papá lo encontramos en su propio terreno”, asegura Leonel. Florentina reconoció la ropa. “Me recuerdo que llevaba sudadero corinto, camisa corinta, pantalón verde y botas de hule”. Todo estaba tal cual ella lo recordaba. El día en que desapareció, le mandó cinco tortillas y un poco de frijol. Se subió en un bus y se bajó cerca de la vereda que da al terreno donde cosechaba. Los otros pasajeros lo vieron bajarse, pero también se percataron que había un retén militar.

    Simone Dalmasso

    No supieron más. Ahora Basilio está enterrado, su familia lo ha llorado, pero todavía hace falta que encuentren a un hermano de Basilio. Su nombre, José Mercedes Sotz Morales. Tenía 34 años aproximadamente, era soltero y también agricultor. Su cuerpo no apareció en las excavaciones que hizo la FAFG. Florentina y Leonel sospechan que sus restos están detrás del muro.

    Un muro gris que cubre el área del antiguo destacamento que ahora es propiedad privada. El dueño no quiso que abrieran agujeros en su tierra y negó el paso. Quizá por esa razón los que no encontraron a sus familiares, así como Florentina y Leonel, escribieron con carbón en pared: “Atraz del muro hay otros”.