«La violencia y el terror determinaban el proceso político e impedían una apertura democrática y la modernización del país […] pero también existían ciudadanos responsables en la política, la ciencia, la Iglesia y en las universidades, dispuestos a buscar una salida a una situación aparentemente sin solución. Así surgió la idea de instaurar la asignatura de Ciencias Políticas. La adquisición de conocimientos políticos más amplios debía permitir una configuración más racional del debate político».
Con estas palabras el politólogo alemán Josef Thesing describía la situación política de la Guatemala de 1960. Al mismo tiempo, colaboraba para instaurar formalmente los estudios de ciencia política en el país. De este loable esfuerzo por construir el ethos democrático en una sociedad fragmentada devino eventualmente esta facultad. Thesing no era ajeno a los procesos de reconstrucción institucional. Su natal Alemania continuaba viviendo un complejo proceso de reconstrucción institucional que significó, entre otras muchas cosas, la deliberación ciudadana respecto a la construcción de la culpabilidad por el tácito apoyo al nazismo, la aceptación de los errores y la apuesta por una Alemania democrática. Anclada en los principios del humanismo cristiano, la democracia cristiana alemana puso sobre sus hombros la tarea de reconstruir la nación. Sería así en Alemania y en buena parte de la Europa de posguerra.
¿Por qué vale estudiar ciencia política?
No hay que ir muy lejos para obtener una respuesta. Los hechos de actualidad hablan por sí solos. En la medida en que el debate democrático y las instituciones democráticas pierden valor, la humanidad oscurece su destino. Aquellos hombres libres que habitaban la polis comprendieron perfectamente que lo político tenía la capacidad para perfeccionar la naturaleza humana. Puesto hoy en palabras modernas, la calidad de las instituciones políticas es determinante para proteger el ethos cívico. Puesto en palabas más simples, las instituciones políticas son las responsables de hacer que un proyecto social sea viable. Es decir, la transparencia de una rama ejecutiva, la solidez de una rama judicial, la pluralidad de un Parlamento, la horizontalidad de los partidos políticos, la tolerancia de un oficialismo ante la oposición, el respeto de la rama ejecutiva a las demandas populares, etcétera, todos estos aspectos que parecen tan alejados de la vida cotidiana, son esenciales. Esenciales para que la vida tenga sentido y dignidad.
La ciencia política es, ante todo, el estudio de las instituciones. Y por excelencia, el estudio de las instituciones democráticas. En esencia, es el estudio del ethos democrático, que es lo mismo que decir la democracia como forma de vida. Las instituciones, y concretamente las democráticas, permiten que sea privilegiado el diálogo por encima de la violencia. Las instituciones, y particularmente las democráticas, orientan a la búsqueda del consenso, al respeto de la diferencias, a la protección de la pluralidad, por encima de la toma de decisiones basadas en el autoritarismo y la verticalidad.
A los estudiantes, exestudiantes y futuros estudiantes de esta facultad, no se les olvide jamás que la preservación del fuego democrático requiere tomar partido.
Las instituciones, y en concreto las democráticas, protegen y aseguran los derechos llamando a evitar el uso de la fuerza por parte del Estado. Estudiar la ciencia política, reflexionar sobre la democracia (en sus distintas profundidades), es transitar en la senda dejada por Sócrates, Aristóteles, Platón, Locke, Hume, Spinoza, Rousseau, Tocqueville, Duverger, Kymlicka, Pasquino, Lipset, O’Donell, Bobbio, Sartori, Diamond, Dahl, Schmitter, Mouffe, Přerovský, Tsebelis, Habermas, Rawls, Sandel y Walzer (entre tantos otros). Porque, ya sea que se hable de demoliberalismo, de democracia cristiana, de socialdemocracia o de democracia radical, hay un elemento común: la expectativa del encuentro en el debate que los ciudadanos (maduros y bien informados) deben realizar para determinar las reglas del juego. ¿Toleramos al diferente? ¿Nos abrimos a una política de cuotas? ¿Se enjuicia a un presidente? ¿Se disuelve un Parlamento? ¿Se desconoce a una oposición? ¿Se limitan garantías ciudadanas? ¿Se gobierna sin reparo de las expectativas ciudadanas? Bueno, responder todo lo anterior en forma adecuada es la diferencia entre una sociedad de hombres virtuosos y la ciudad de los cerdos. Y para ello se necesita de la ciencia política. ¿Cómo no estudiar ciencia política? ¿Cómo no apasionarse por ella?
A los estudiantes, exestudiantes y futuros estudiantes de esta facultad, no se les olvide jamás que la preservación del fuego democrático requiere tomar partido. Es decir, aceptar que deliberar de forma imperfecta es preferible que imponer por la razón de la fuerza, y no por la fuerza de la razón. Significa, además, preferir un sistema compuesto por hombres imperfectos, limitados por instituciones, que tener tiranos ilustrados. Significa, por encima de todo, aceptar que por la santidad de la vida humana se negocia lo que sea necesario. Y que todos, por diferentes que sean, tienen cabida para construir su destino.
Cierro con un extracto del Discurso fúnebre, de Pericles: «Somos nosotros mismos los que deliberamos y decidimos conforme a derecho sobre la cosa pública, pues no creemos que lo que perjudica la acción sea el debate, sino precisamente el no dejarse instruir por la discusión antes de llevar a cabo lo que hay que hacer».
Enhorabuena por los 30 años de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Rafael Landívar. La conferencia magistral con la cual se inicia el aniversario tendrá lugar el lunes 7 de octubre en el auditorio central de la universidad. Será impartida por la doctora Flavia Freidenberg, quien abordará el tema de las reformas electorales y la representación política de la mujer en América Latina.
Vale la pena asistir.