Solo por hoy me rindo

Autor: Byron Ponce Segura poncesegura@yahoo.com

Tiro la toalla, me salgo del campo. Apago la moto, me bajo de la cicle. Me pongo algodón en las orejas, dejo de ver tele, apago la radio. Boto mi Rey. Rompo mi raqueta. Salgo y apago la luz.

Un sistema de partidos políticos forrado de lepra pero muy bien maquillado intentó convencernos de que ahí solo hay héroes de guerra, estadistas por telepatía, comandantes de los ejércitos celestiales, padres y madres sublimes, devotas de la moral y de las buenas costumbres, y, de ser necesario, mártires de la democracia del siglo XXI. Tuvimos frente a nosotros virtuosismo destilado.

Desacreditando de mala fe los perfiles anteriores llegaron por sí solas las noticias falsas, los libelos, las trampas, las amenazas a la vida, uno que otro asesinato, el uso de los recursos públicos para financiamiento de campañas, la compra de votos…, en fin, todas esas cosas que las malas personas hacen para echar a perder las éticas y honorables campañas de los partidos leprosos.

Para que todo lo anterior suceda, unos pecan por acción y otros por omisión. Mientras unos vigilan que todo marche bien otros saquean, y luego todos se juntan para tomar una copa de amnesia. Quien venga del exterior, pero sepa el santo y seña, es acogido como hijo putativo.

En el montaje de esta lucha estilo libre, el réferi —léase Tribunal Supremo Electoral— miraba hacia algunos espectadores justo cuando los rudos le picaban los ojos a la democracia. Por algunos ratitos era el buen árbitro y por otros se olvidaba de las reglas. Los tres poderes del Estado, encarnados en rudos, invadieron y se amontonaron en el ring. Vaya cachimbeada la que se llevó la democracia.

Hubo pocas buenas noticias, pero las hubo. Algunas personas que no participaban en política decidieron hacerlo. Valientemente asumieron posiciones y responsabilidades, aunque no todas se asociaron a la plataforma correcta. Si no pasan adelante, no será por falta de méritos propios, sino por las malas compañías.

Para llegar a tener un gran país hay que ser grandes ciudadanos, no solo grandes críticos.

Hubo grupos políticos emergentes, deseosos de cambiar las cosas. Espero que hayan ganado experiencia porque su desempeño no fue tan bueno. Carecieron de capacidad estratégica y al chupar el jocote se atragantaron con la pepita. Espero que esta carísima lección sirva para repensar y reeducarse en algunos puntos críticos. No hay David que pueda pararse frente al monstruo de la corrupción y rajarle el cráneo de una sola pedrada. Esto no se les entiende a los jóvenes políticos emergentes porque tienen como libro de texto la historia de este país. Deben aprender a interpretarla.

Gane quien gane la presidencia, se nos vienen encima cuatro años más de algo que antes no conocíamos bien, pero que la Cicig dejó al descubierto. Esos fueron su mérito y su condena.

Pero aún podemos dar mañana una importante contribución: balancear las fuerzas dentro del nuevo Congreso. Y esto es algo válido para todas las tendencias políticas. Debemos poner contrapesos y, además, evitar que quienes están llenos de oprobio continúen comiéndose las entrañas de la patria. No hay excusas para dejar de hacer esto. No importa cuán desilusionada o molesto se encuentre: no lo hace por usted, sino por el país.

Recuerde: algún día, cuando les contemos a las nuevas generaciones aquellas cosas que nos tocó vivir, que nuestro relato sea de valentía, de persistencia ante la adversidad, de no bajar los brazos aunque los rudos nos estuvieran rompiendo las sillas en la espalda. Para llegar a tener un gran país hay que ser grandes ciudadanos, no solo grandes críticos. Solo por hoy me rindo, pero porque ya tengo mi decisión. Mañana me levantaré como si la vida comenzara de nuevo y, entre sillazos y macetazos simbólicos, cruzaré líneas, me plantaré ante una urna, llenaré mi boleta y le diré a la caja: si pensabas que no vendría, te equivocaste.

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