Prevalecen el desgano y la apatía electoral, pues ninguna de las dos candidaturas presidenciales despierta entusiasmo ni convence.
La mitad de las opiniones, encuestas y estimados que conozco apuntan a que Sandra Torres ganará, mientras que la mitad restante favorece a Alejandro Giammattei. Un empate en el cual quien gane lo hará con un margen pequeño. Ni Torres ni Giammattei convencen, y muchos de los votos serán de castigo: en contra de uno, y no a favor del otro.
Hay consenso en cuanto a que los determinantes del resultado serán, por un lado, la medida en que el voto capitalino, al parecer favorable a Giammattei, supere la apatía. Sus partidarios hacen llamados desesperados al votante capitalino a vencer la pereza y la apatía para impedir que Torres gane, para lo cual divulgan el mito de la «dictadura perfecta», pues supuestamente ella controla los poderes del Estado, y el refrito de la «vieja política». Aceptan a priori su derrota sin una afluencia masiva en la capital, conscientes de que vencer la apatía no es fácil, ya que no se percibe que Giammattei sea extraordinariamente mejor que Torres. Incluso, no falta quien asegure preocupado que Giammattei será igual o peor de desastroso que Jimmy Morales. Como me dijera alguien hace unos días, por su equipo, su relación con los militares y su bien conocido temperamento iracundo y colérico, «Giammattei sería como un Jimmy con esteroides». Giammattei también tiene antivoto, pero, sin duda, mucho menos que Torres.
Lo que parece es que el resultado dará un mensaje inquietante en cuanto a que esta elección se perfila como un duelo político entre la capital y el interior.
Por otro lado, será determinante la movilización del voto fuera de la capital, en el interior, al parecer favorable a Torres. La hipótesis base es que al votante del interior le interesan el poder local, las diputaciones distritales y las corporaciones municipales, y tiende a ser indiferente al poder nacional, concentrado en la presidencia de la república. Por esto resulta determinante la movilización del voto en el interior, legítima o mediante acarreo, el cual usualmente es operado por una estructura partidaria sólida en el interior (que la UNE sí tiene) y por los estamentos del poder local, principalmente los alcaldes y los diputados distritales electos o reelectos, dependiendo de su motivaciones e intereses políticos. Así, la victoria de Torres dependerá críticamente de que estos estamentos del poder local cumplan su promesa de movilizar al electorado del interior y de que la estructura de la UNE funcione como ese partido espera.
Sin embargo, las dinámicas del poder local son complejas, quizá mucho más que las de la capital. Es difícil precisar las motivaciones de los 340 alcaldes y los 128 diputados distritales (los 32 restantes integran la lista nacional). Uno puede inferir que buscarán apoyo del Ejecutivo, por elegir, y del Congreso, con mayoría de la UNE, pero insuficiente sin alianzas. Torres seguramente buscó el apoyo del poder local ofreciendo beneficios tanto del Congreso como del Ejecutivo, pero esta promesa no es 100 % segura precisamente porque, aunque la bancada de la UNE tiene influencia y poder, este no es hegemónico ni total. No tiene al alcance de su mano la «dictadura perfecta» que alegan sus detractores. Por otro lado, no es lo mismo salir a votar en la ciudad que en el campo, ya que, por ejemplo, en muchos lugares la lluvia significa la imposibilidad de llegar al centro de votación. Además, el bien conocido antivoto de Torres no solo es capitalino, un hecho que mina su apoyo en el interior.
El resultado es incierto. Los dos tienen posibilidades de ganar. Lo que parece es que el resultado dará un mensaje inquietante en cuanto a que esta elección se perfila como un duelo político entre la capital y el interior. Típico de Guatemala.