Luego de leer Prensa Libre el domingo habría que admitir: los pocos sabios y los muchos ignorantes estamos de acuerdo. La educación es una de las tres prioridades del Estado, junto con la salud y el combate de la corrupción.
Lo afirma Jimmy Morales, lo afirma la élite empresarial, lo repetimos usted y yo: que los niños y las niñas reciban una educación con calidad todos los días del año y hasta que completen lo necesario para su éxito. ¿Quién se pelearía con esto?
El problema es que eso mismo hemos dicho desde que se aprobó la Constitución de 1985, desde que se firmaron los acuerdos de paz. Lo repite cada candidato. Lo dice cada presidente en su discurso inaugural. Le garantizo: lo repetirá Jimmy Morales en el suyo. Pero de allí no pasa.
No le daré falsos consuelos. Y no los busque. En educación seguimos en el más notorio, vergonzoso, injustificable e irresponsable rezago. No alcanza con señalar que ha habido mejoras —las hay, sin duda—, que son como decirle al que tiene hambre que ahora comerá una vez al día cuando necesita comer los tres tiempos.
Baste un solo número, el más obvio. Manda la Constitución, en su artículo 74, que todos —no algunos, no los de la capital, no solo los hombres, no solo los ladinos— todos, hasta el último, vayamos a la escuela al menos la preprimaria, la primaria y el ciclo básico. Como mínimo y sin excusas. Pero estamos en 5.6 años de escolaridad promedio, en inconstitucionalidad flagrante. Un promedio que esconde aún más injusticia: mientras algunos completamos la secundaria y más, otros apenas se asoman a cuatro años de primaria mal dada. Cinco punto seis años, menos que los 6.5 de El Salvador, los 7.4 de la República Dominicana, los 8.2 de Bolivia (donde gobierna un indígena populista, dirá alguien que valora más las etiquetas que los resultados). Estamos en la liga de Camerún con 5.2 años, de Kenia con 5.3, de Mozambique con 4.9.
Claro, me dirá. Pero es que somos pobres, pobrecitos. Es para lo que alcanza nuestro ingreso. ¡Mentira! En producto interno bruto (PIB) per cápita estamos en el rango de Marruecos, El Salvador, Belice, Paraguay e Indonesia. Y todos, salvo Marruecos, alcanzan más años de escolaridad que nosotros. Ganamos más per cápita que India, Honduras, Nicaragua y Bolivia, y todos alcanzan más años de escolaridad que nosotros. Hasta Haití —nuestra permanente excusa—, con apenas 1 502 dólares de PIB per cápita, llegó a 4.8 años de escolaridad en 2010, mientras nosotros, con 6 667 dólares —casi cuatro veces y media más—, nos arrastrábamos en vergonzosos 5 años.
No tenemos excusa. No la tenemos. Sin embargo, ya escuchamos decir que, como Morales recibirá un gobierno en bancarrota, tocará pagar deuda con «contención de gasto y recortes». Faltarán este año 1 100 millones de quetzales de ingreso fiscal, asegura el ministro de Finanzas. Un número tan cercano a lo robado por los mafiosos de La Línea que es inevitable voltear a verlo y querer recuperarlo, pero en cambio saldrá de la inversión que no haremos.
Ahora bien, usted que votó tan entusiasta por Jimmy Morales, ¿está dispuesto a pagar más impuestos para que funcione el gobierno de su elegido? La élite empresarial, que hasta el último momento le dio el espaldarazo financiero a su campaña y ahora hasta repite el credo de que no se necesitan planes, ¿va acaso a promover una reforma fiscal profunda, en la cual sacrifique sus privilegios para apoyar las finanzas públicas? Lo dudo. Somos gente hipócrita y mentirosa, con una élite hipócrita y mentirosa, una clase media urbana hipócrita y mentirosa también, queriendo oír al mago decir que de su sombrero sacará un conejo, pero sin pagar el conejo ni el sombrero. Ni siquiera queremos pagar el boleto para la función de magia.
Tenemos una década de gastar menos del 3 % del PIB al año en educación. Los expertos sugieren que 6 % es razonable[1]. Pero no. Aquí, con una lógica pordiosera de huevo y gallina, insistimos en que primero hay que ser eficientes antes de invertir más. Ajá. Decimos que educar tiene cuenta, pero no queremos invertir en el negocio. Así seguiremos construyendo nuestra choza de cartón, cada vez más eficientemente, diciendo que es el primer paso para construir un edificio de 50 pisos. ¡Es una locura! Para construir un edificio de cemento hay que invertir en cemento desde el primer día. No sirve de nada engañarse juntando cartón y láminas para el techo.
[1] Unesco (2014). Informe de seguimiento de la Educación para Todos en el mundo. Documento de políticas no. 12. París.