Creo que muy pocos discutirían que uno de nuestros principales problemas es la impunidad. Se puede violar la ley, y no pasa nada.
La impunidad en nuestra sociedad toma muchas y
diversas formas. Desde el militar genocida que continúa evadiendo la justicia,
evasores de impuestos, corruptos, funcionarios públicos que firmaron contratos
sin crédito presupuestario (“deuda flotante”), los violadores de la Ley Electoral
y de Partidos Políticos, quien agrede físicamente a sus hijos o cónyuges, el
estudiante que gana fraudulentamente un curso copiando en un examen,
futbolistas mañosos, y así, un largo etcétera.
Una de las formas más cotidianas es la de los
cafres al volante. Personas que se conducen en sus vehículos de manera
enloquecidamente irresponsable, poniendo en riesgo sus vidas y las de los
demás. Pueden ir haciendo zigzag en las calles sin que haya autoridad alguna
que los frene y sancione conforme a la ley (leyes que sí existen, están
vigentes, pero no se cumplen). Y muchas veces no sólo son agresivos, sino
además cobardes, porque son diputados y estos cafres al volante quienes más
frecuentemente ostentan un “protector” para la placa de su vehículo, eufemismo
para un objeto que claramente tiene el propósito de ocultar el número de la
matrícula. Impunidad en su más pura expresión.
Pero por si no fuera ya algo inaceptable la
impunidad de los cafres al volante, hace una semana una vez más vimos que
también éstos son quienes sufren de una patología fetichista con las armas de
fuego, que las valoran más que la vida de los demás. Se esconden de las
autoridades ocultando las matrículas de sus vehículos, se conducen de manera agresiva
y prepotente, y además también van armados y son capaces de segarle la vida a
otro por un incidente de tránsito, a todas luces baladí en comparación con el
homicidio.
A sus 41 años Julio
René Cotzal Piril perdió la vida en medio de una tragedia callejera que no
debiésemos permitir más. Con la prisa y la tensión por ir tarde a una
entrevista de trabajo, se desesperó y sonó la bocina de su vehículo. Este hecho
le
costó la vida, ya que adelante iba un “valiente” en su BMW de modelo
reciente, el cual desenfundó su arma y disparó contra Cotzal, quien murió poco
después, resultado de la herida de bala.
Por supuesto, no apruebo que la gente haga su
catarsis sonando la bocina en los embotellamientos vehiculares, pero creo que
se trata de una reacción humana que todos hemos sufrido en algún momento.
Incluso, estoy seguro, también el “valiente” homicida ha sonado su bocina.
Cuando escucho a los defensores de las armas de fuego, pienso en estas
situaciones, en las que nuestra naturaleza humana puede llevarnos a hacer cosas
con imprudencia. Pero estamos tan socialmente enfermos, que en la mente del
cobarde homicida, eso fue justificación para atacar a Cotzal, incluso matándole.
Las armas de fuego están hechas para matar.
Aunque el homicida no haya querido matar a Cotzal disparándole en un brazo con
la intención de producirle una herida no letal, el resultado fue otro. ¿Cómo
estará la conciencia del “valiente justiciero” del BMW ahora que es un homicida,
y que no supo medir las consecuencias de sus actos (aun cuando tuviera razones
justificadas para molestarse con los bocinazos de Cotzal)? ¿Dónde está? ¿Qué
sentirá cuando recuerda la última mirada de su víctima? ¿Tendrá conciencia?
Exactamente las mismas preguntas aplican a
cientos de homicidas consumados o en potencia, que se conducen agresivamente en
sus vehículos y que son la combinación perfecta de un cóctel mortal:
adrenalina, arrogancia, velocidad, estupidez, cobardía, armas de fuego e
impunidad.