Vacunas: entre el negocio y la salud

Autor: Marcelo Colussi correo@marcelocolussi.com.gt

«Si lo que se gasta en medios de destrucción se hubiera empleado en salud, todo sería distinto» (Silvio Rodríguez).

Sigue la pandemia de covid-19, ahora con nuevas cepas. Aparecieron vacunas. Sin embargo, más que gastos en vacunas —velozmente puestas a circular sin las necesarias medidas previas— y cuantiosas inversiones en pruebas diagnósticas y medicamentos, se deberían priorizar medidas preventivas para evitar nuevas pandemias. Eso concluye un informe de la Universidad de Harvard según el cual «el cambio en el uso del suelo, la destrucción de los bosques tropicales, la expansión de las tierras agrícolas, la intensificación de la ganadería, la caza, el comercio de animales silvestres y la urbanización rápida y no planificada son algunos de los factores que influyen en la propagación de virus con potencial pandémico».

Tanto la forma en que se distribuyen como las maneras en que llegaron a producirse esas vacunas muestran las tremendas diferencias entre Norte y Sur. Como medida paliativa ante esa tremenda desproporción económica —en realidad, para evitar posibles estallidos sociales— se presentó el Fondo de Acceso Global para Vacunas Covid-19, más conocido por su acrónimo Covax. Este fue fundado por la Alianza para la Vacunación (GAVI por las siglas de su nombre inicial en inglés) y por la Coalición para las Innovaciones en Preparación para Epidemias (CEPI por sus siglas en inglés), ambas instancias concebidas y financiadas por la Fundación Gates.

El Covax se dice una institución público-privada, pero utiliza fondos públicos (las investigaciones para generar las vacunas de los oligopolios capitalistas de allí provienen) para beneficio privado. Es un sutil mecanismo que emplea el disfraz de lo público para actuar como institución bancaria comercial y comprarles las vacunas a las grandes empresas farmacéuticas (Pfizer-BioNTech, AstraZeneca, Moderna, Johnson & Johnson). Supuestamente, su objetivo es garantizar el acceso igualitario a las vacunas para todos los países, pero en realidad se trata de un instrumento de los grandes capitales para defender a la big pharma. Todo indica que su cometido real no es precisamente la solidaridad con los más humildes, sino la protección de las patentes de los oligopolios capitalistas, para lo cual se impide en todo lo posible la distribución de vacunas producidas por instancias públicas de Rusia, China o Cuba y al mismo tiempo se bloquea la posibilidad de producción de países que tienen la capacidad tecnológica para hacerlo, como India, Brasil, Argentina o Sudáfrica.

Todo indica que su cometido real no es precisamente la solidaridad con los más humildes, sino la protección de las patentes de los oligopolios capitalistas.

En estos momentos, luego ya de varios meses de estar llevándose a cabo la vacunación masiva de la población mundial, hay una considerable cantidad de muertes y de efectos secundarios graves derivados del uso de estos medicamentos. Sin ser agoreros ni entrar en climas paranoicos, todo indica que con estas vacunas, definitivamente experimentales, se está usando a las personas como conejillos de Indias. Los efectos a largo plazo sobre la estructura genética se desconocen, pero no deja de ser sugestivo —o preocupante— que, pese a todo, se fuerce a su uso obligado.

Más allá de la efectividad o no de las vacunas —curiosamente, las de fabricación rusa, china o cubana no ocupan primeras planas de prensa, como sucede con las de las multinacionales capitalistas—, de sus efectos secundarios nocivos a mediano y largo plazo, de las razonables dudas que todo esto pueda abrir, el capitalismo evidencia que no está en condiciones de aportar nada para una humanidad igualitaria. Vergonzosamente, los países llamados desarrollados han acaparado la casi totalidad de la producción y han dejado las migajas para el Sur.

El director de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, denunció las asimetrías en el manejo de las vacunas y la voracidad de los más acaudalados. Consideró «moralmente indefendible, epidemiológicamente negativo y clínicamente contraproducente» el panorama actual. Atacando la mercantilización de la salud y la falta de solidaridad evidenciada en el manejo de la distribución de las vacunas, enfatizó que los mecanismos de mercado son «insuficientes para conseguir la meta de detener la pandemia logrando inmunidad de rebaño con vacunas» y defendió la necesidad de plantear políticas públicas para afrontar la crisis sanitaria. «El mundo está al borde de un catastrófico fracaso moral, y el precio de este fracaso se pagará con vidas y medios de subsistencia en los países más pobres», dijo.

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