Un amigo me preguntó si la superabundancia de personas contagiadas con la variante Ómicron del SARS-CoV-2 podría significar el fin de la pandemia de COVID-19 y no pude responderle de manera afirmativa.
Dos días antes quizá le habría dicho que sí, porque la evolución histórica de las pandemias indica que durante el tercer año después de su aparición, comienza un declive si bien hay brotes posteriores de la enfermedad.Pero ese día, cuando me hizo la pregunta, yo recién había salido de una actividad propiciada por la Dirección de Área de Salud de Alta Verapaz donde participamos miembros de escuelas formadoras, universidades y un segmento del empresariado de Alta Verapaz.
El tema tratado fue: «Desafíos y propuestas para promover la vacunación contra el COVID-19 en el departamento de Alta Verapaz». Las estadísticas que nos presentaron con relación al número de vacunados en el departamento no fueron halagüeñas. En consecuencia, pudimos colegir que mientras no haya más población vacunada, el final de la pandemia no se avizorará a corto plazo.
Mientras no haya más población vacunada, el final de la pandemia no se avizorará a corto plazo.
Felizmente, producto de esa actividad, se constituyó una mesa de diálogo. Hubo muy buenas propuestas que se llevarán a la práctica y de lograr su propósito, el número de personas vacunadas en el territorio aumentará en 2022. En esta primera reunión hubo un intercambio de opiniones fluido y sincero. Esto nos permitió conocer la situación actual de nuestra región y nos incentivó a indagar sobre estadísticas nacionales y mundiales, mismas que comparto en este artículo.
Comparada con el resto del país la vacunación en Alta Verapaz va rezagada, no por culpa de los compañeros salubristas. La desinformación que ha habido es descomunal y hasta pareciera provocada por mentes muy perversas.
Al 30 de enero de 2022 Guatemala no había superado el 30 % de habitantes con vacunación completa[1] y a nivel mundial, de no lograrse más altos niveles de vacunación llegaremos al año 2024 sin alcanzar el mínimo de vacunados que impida las continuas mutaciones del virus.
Al 30 de enero de 2022 Guatemala no había superado el 30 % de habitantes con vacunación completa.
La plática con el amigo que me preguntó acerca de la variante Ómicron continuó una semana más (a través de llamadas telefónicas). Cuando le conté estos datos, me dijo: «¿Y el trabajo de los científicos? ¿Acaso no dices que ya hicieron lo suyo?». Le respondí que sí. Le conté que nunca, antes de un año de haberse declarado una pandemia, se había tenido al alcance de la humanidad una o más vacunas específicas que mitigaran el impacto de la enfermedad. Le compartí que en el caso del SARS-CoV-2 se tenía y se tiene la ventaja de haberse estudiado previamente a la familia de los coronavirus. Eso permitió la creación a contrarreloj de las vacunas.
Este último dato le aclaró otra duda. Tenía mucha incertidumbre con relación a la efectividad de la inmunización. Según él «las vacunas habían sido trabajadas a mucha velocidad». Le reiteré que esos estudios previos fueron fundamentales para la creación de más de cinco clases de vacunas contra el COVID-19.
A manera de colofón de ese diálogo presencial y telefónico, el recién pasado 2 de febrero le remití el artículo «El virus va ganando la partida[2]», de la doctora Karin Slowing (Prensa Libre, 2 de febrero 2022). Explica ella de manera precisa y concisa por qué el virus nos está llevando la delantera. Después de leerlo se convenció más de la necesidad de aumentar el número de personas vacunadas y me prometió convertirse en «un buen vocero de la vacunación».
De acuerdo con esa experiencia, creo que todos podemos hacer algo. De voz en voz, de casa en casa, todos podemos contribuir a que aumente el número de personas inmunizadas. Porque vacunas tenemos. Nuestro rezago estriba en la ignorancia que sentó reales en nuestros territorios (quién sabe desde cuándo) y en la desigualdad de oportunidades.
Hasta la próxima semana, si Dios nos lo permite.