Por medio del lenguaje popular, una sociedad manifiesta sus temores y sus expectativas, pues es síntesis y muestra gráfica y llana de la ideología dominante. En Guatemala existe, por ejemplo, la tendencia a enfatizar el sentido de los adjetivos sin usar los adverbios o los sufijos, prefiriendo algunos prefijos que, sin serlo, simulan ser aumentativos. Así, en lugar de decir muy grande o grandísimo, hemos aprendido a decir «regrande», manera habitual para no comprometernos con el significado común de las palabras. No es muy grande, pero tampoco es más que grande. Los objetos no son solo muy bonitos, sino rebonitos, énfasis que pareciera duplicar la calidad sin por ello expresar precisamente eso.
Los altos jerarcas del gobierno actual, inmersos en el decir popular para aparecer semejantes a sus clientelas, aunque con sus vestuarios, usanzas y objetos suntuarios intenten imitar a los pudientes en el más claro estilo de la narcocultura, no escatiman oportunidad para dejar sentada su visión de la política, del poder y de las relaciones sociales. Cual animadores de jaripeos o de ferias populares, hablan sin parar en una incontinencia verbal que más parece el intento de acallar sus propios miedos y fantasmas, así como sus reales y verdaderas intenciones. El lenguaje popular, pues, les brota cuando con toda la intención nos tratan de engañar. Inmersos en sus triquiñuelas al hacerse dicharacheros a lo Portillo, dejan al descubierto sus más claras intenciones, sus más fervientes deseos.
La semana que concluye nos deja una perla más que preciosa del modo patriota de pensar, decir y hacer, de la manera militar autoritaria e irresponsable de entender el ejercicio del poder. Ante las evidencias internacionalmente presentadas por el reportaje de la BBC sobre las condiciones deplorables en que se tiene a los pacientes del hospital Federico Mora, el Gobierno, en la voz de su vicepresidenta, no solo no manifestó preocupación por ellos, sino calificó ese nosocomio como un lugar rebonito, donde supuestamente se han hecho altas inversiones para equipar y mejorar sus instalaciones.
Sin documentos que respaldaran su afirmación, la Vicepresidenta reiteró que el equipo recién adquirido ha sido destruido por los propios internos, aceptando además como insuperable la convivencia entre reos y pacientes. Si es cierta su afirmación, no se dignó dar referencias documentales sobre qué fue lo que se compró y cuánto se gastó, mucho menos lo que se ha estado haciendo para atender adecuadamente a los pacientes, tratar debidamente a los reos –en su mayoría con largos períodos de prisión preventiva– y proteger a los que, discapacitados, no tienen lugar donde residir.
La situación de los pacientes, reos y trabajadores de ese centro hospitalario no es nueva. En noviembre de 2009 por ejemplo, la Revista D de Prensa Libre le dedicó un serio reportaje; en 2010 se publicitó la fuga de reos y las condiciones deplorables del Hospital; en 2011 se hicieron públicas denuncias de abuso sexual a los pacientes. Pero fue hasta en 2012 cuando, ante la denuncia internacional que hizo la organización Derecho Internacional para los Discapacitados –DRI–, que el gobierno Pérez-Baldetti se comprometió a mejorar su situación, más lo hizo sin convicción, con la firmeza que ha caracterizado su estilo militar de hacer gestión pública.
Porque lo que muestra el reportaje de Chris Rogers para la BBC, ahora constatado por los que ante el escándanlo han tenido que hacerse presentes (PDH, Arzobispo católico, etc.), es que el lugar es un atentado contra la dignidad humana, donde en condiciones más que infrahumanas sobreviven reos, pacientes y residentes.
La supuesta firmeza de carácter del mandatario y co-gobernanta desde inicios de su gestión ha quedado en entredicho, por lo que a estas alturas no solo no son creíbles sus afirmaciones sino sus compromisos. Sin embargo, y talvez ahora por causa de la presión internacional, resulte que de manera urgente se tomen las decisiones políticas, administrativas y presupuestarias para hacer de ese nosocomio un centro medianamente humano. Sus carencias son las mismas, aunque en grado superlativo, a las de casi toda la red hospitalaria, por lo que es necesario que la sociedad pueda saber, cuanto antes, cuáles serán las acciones a desarrollar para mejorarla.
El tiempo de complacencia del nuevo Ministro de Salud está llegando a su límite y, hasta ahora, la sociedad no conoce las líneas básicas de su plan de trabajo. Lo descubierto en el Hospital Federico Mora es solo el botón de muestra de la debacle y menosprecio en que el régimen militar ha mantenido a la salud pública. Engolosinados en comprar y comprar, todo y siempre por excepción, las instituciones permanecen en total abandono y los resultados de los gastos no se perciben en la atención a los ciudadanos.
El caso del Federico Mora es, además, la intersección entre el sistema de salud y el penitenciario. Si los enfermeros y médicos de los pacientes deben ser alta y efectivamente calificados, también lo deben ser los custodios de esos reos, como también los jueces y fiscales para poder determinar cuándo y en qué circunstancias una persona que haya cometido un delito debe ser trasladada a un centro de atención mental.
Tal vez para ellos su gobierno sea re bonito, pero lo que es para la población eso es sinónimo de desastre. Posiblemente ahora en el lenguaje popular tengamos el “muy bonito”, de aplicación cierta a lo que es un poco más que bello, y el “re bonito a la Baldetti”, para referirnos al mayor desastre, descuido y atropello al ciudadano.