La bien conocida doctrina Estrada articulaba el principio de no intervención, es decir, México no emitiría opinión sobre los actos de Gobiernos extranjeros y en reciprocidad esperaría lo mismo respecto a sus acciones. La frase «respeto de los actos soberanos» era la consigna.
Esto le venía como anillo al dedo a un México que se encontraba cerrado al mundo, jugando la carta del aislacionismo político y económico. Es en parte cierto que, con este accionar de política exterior, México evitaba la injerencia estadounidense en sus asuntos soberanos, pero también es cierto que con este principio de política exterior México esquivaba la crítica internacional frente al maquillaje de la cifras de muertos por el terremoto de 1985, la represión de las escuelas públicas en Guerrero y las acciones de persecución política de opositores. En un solo plato, el comportamiento de un régimen autoritario justificaba no rendir cuentas (en particular respecto a los derechos humanos) y evitaba la pronunciación respecto al comportamiento de otros Estados (aunque se violaran derechos humanos). Por eso, cuando el régimen perdió las elecciones del año 2000 y México inició el proceso de alternancia, hubo por fuerza un cambio en la política exterior mexicana. México debía pronunciarse al exterior sobre los hechos dejando de ser ambivalente e hipócrita. Y al mismo tiempo debía aceptar la crítica de su accionar.
El orden actual del mundo pone a la mayoría de los Estados en condición de membresía compartida dentro de foros multilaterales: se tiene que tomar posición y abandonar la ambivalencia. Excepto los casos de autócratas como Trump, Netanyahu y Chávez, que retiran a sus países de los foros internacionales donde se sienten incómodos, los regímenes políticos democráticos cumplen con las obligaciones contraídas frente al sistema internacional.
La gestión del presidente Morales tiene rasgos que la asemejan a los regímenes autocráticos. Canaliza permanentemente aumentos de presupuesto al Ministerio de la Defensa (cuando existen otras prioridades) y así reproduce, dicho sea de paso, el comportamiento pretoriano del chavismo. Destruye la meritocracia en las instituciones de seguridad civil. La fallida expulsión del comisionado Velásquez y su enemistad con la comunidad internacional dejan claro el tipo de valores que sustenta su administración: el rasgo personalista es más importante que los compromisos a largo plazo asumidos frente al mundo.
La lógica de este gobierno es perversa e imbécil: mete el país en el conflicto israelí-palestino moviendo la embajada para seducir al gobierno de Trump, cuando este mismo ha retrasado por seis meses el traslado completo de su representación diplomática. La administración Morales evita condenar públicamente la decisión de Estados Unidos de separar familias y meter en jaulas a los niños migrantes. Lo que ningún Estado toleraría que se les hiciera a sus ciudadanos en el mundo de hoy, la administración Morales lo redujo en su primera reacción al «respeto de los asuntos soberanos del otro país».
Vale un comino que sea evangélico, ame a Israel y haya trasladado la embajada a Jerusalén porque lo único que los estadounidenses esperan de Morales (el combate de la impunidad y de la corrupción) es a lo que este menos le apuesta.
Y el hecho de no reclamar nada durante la reunión con el vicepresidente Pence (respecto al trato de las familias y de los niños guatemaltecos) da a entender que en asuntos soberanos es muy selectivo con los extranjeros a quienes increpa.
Concluyo: si no se hubiese gestado a última hora la reunión con los presidentes del Triángulo Norte, la cosa habría sido patética para este gobierno. Pero el mensaje era muy claro.
Cualquiera que revisaba la agenda previa del vicemandatario Pence en este viaje a la región no hallaba el dato de esta reunión Estados Unidos-Triángulo Norte. La administración Morales buscó incansablemente la reunión bilateral y solo recibió el cold shoulder que los estadounidenses saben ofrecer cuando no quieren saber nada. Pence solamente habría visitado a los damnificados del volcán, la zona cero. Quizá se habría reunido con el embajador de su país y habría cerrado así una visita de menos de ocho horas a Guatemala sin haber sostenido una reunión con el presidente Morales: nada de fotos, de estrechar la mano ni de los diez minutos habituales. ¿Por qué? Porque Morales es percibido ya en Estados Unidos como otro presidente corrupto, además de incapaz de mantener la gobernabilidad. Vale un comino que sea evangélico, ame a Israel y haya trasladado la embajada a Jerusalén porque lo único que los estadounidenses esperan de Morales (el combate de la impunidad y de la corrupción) es a lo que este menos le apuesta. Y, de no haberse dado una reunión con el presidente Morales, tampoco se habría dado una con el vicepresidente Cabrera. A Cabrera los gabachos se la tienen jurada por el financiamiento ilícito recibido del Fantasma.
Interprétese el mensaje. A ver qué razones de soberanía nacional se argumentarán para defender lo indefendible.