Pocas veces el mundo es testigo de un juicio de alto impacto que atañe a la humanidad entera.
Pensamos quizá en los juicios de Núremberg, en los que se sentenció a los principales responsables del Tercer Reich por crímenes contra la humanidad durante el Holocausto judío. Pero también hace ocho años se llevó a cabo, por primera vez en la historia de América Latina, el juicio contra un alto miembro del Ejército como autor intelectual de delitos de lesa humanidad, en este caso el ahora fallecido general Efraín Ríos Montt, sentenciado por genocidio por la masacre de comunidades mayas ixiles durante el conflicto armado guatemalteco. En ambos casos —aunque la sentencia fuera luego anulada por la Corte de Constitucionalidad en el caso guatemalteco—, estos procesos sentaron precedentes fundamentales en el avance de los derechos humanos y de la búsqueda de la verdad.
Algo similar estamos presenciando con el juicio a Derek Chauvin, el expolicía de la ciudad de Minneapolis (Minesota) que hace casi un año, al final de una noche luminosa de verano en medio de la pandemia, mató a George Floyd, un residente afrodescendiente a quien el mundo entero llegaría a conocer por el video filmado por una testigo que durante más de ocho minutos capturó su agonía y su muerte bajo el yugo de Chauvin con la colaboración de otros tres oficiales de policía. Hoy sabemos que su suplicio duró 9 minutos y 29 segundos.
El juicio empezó la semana pasada y el proceso se extenderá por lo menos hasta finales de abril. Como algo completamente novedoso, la corte del condado de Hennepin ha autorizado la transmisión en directo del proceso como una forma de añadir transparencia a un juicio histórico cuya mediatización mantiene en vilo a la población, particularmente a las comunidades afroestadounidenses.
Luego de cinco largos días de testimonios televisados se desprenden tres temas mayores: el trauma y el sentimiento de culpa de los testigos; el hecho sin precedentes de que la fuerza combinada del Estado, el condado y la policía municipal preparen un caso robusto en contra de un miembro del aparato policial, y el miedo latente de que el jurado no condene a Chauvin o de que lo haga solo parcialmente.
Es sumamente raro que las autoridades se unan para romper el llamado «muro azul del silencio» y testifiquen contra sus colegas.
Revivir uno por uno los detalles que llevaron al fatal desenlace de Floyd a manos de la policía es traumatizante. Quienes lo presenciaron y han vuelto a atestiguar revelan una retraumatización aunada a un sentimiento de impotencia, pues no lograron salvar la vida de un hombre que prácticamente era linchado frente a ellos. Varios de los testigos —incluidos menores— concluían el interrogatorio de la fiscalía y de la defensa en sollozos y en una suerte de rabia: una rabia que la defensa quiere explotar y capitalizar para inducir a los miembros del jurado a pensar que las acciones de los policías se debieron a un grupo de agitadores alterados que hacían más difícil y tenso el trabajo de aquellos.
Es sumamente raro que las autoridades se unan para romper el llamado muro azul del silencio y testifiquen contra sus colegas. Sin embargo, la fiscalía está tratando de trazar la cancha dentro del marco de lo que son los deberes de la Policía —entre ellos la protección de la vida— y de cómo estos fueron sistemáticamente violados por Chauvin. Las pruebas, presentadas de manera sumamente metodológica, con mapas, múltiples videos y croquis, presentan una radiografía y una memoria muy precisas y gráficas del evento. También se ha incluido dentro de los testigos a altos rangos de la Policía, a veteranos y a expertos en entrenamiento policial, quienes han afirmado que el procedimiento utilizado por Chauvin no era necesario, pues Floyd estaba esposado y no presentaba riesgo para los elementos de seguridad.
No obstante, veremos si esta estrategia logra convencer a los 12 miembros del jurado, quienes deben llegar a una decisión unánime en cada uno de los tres cargos impuestos. En este tipo de juicios, varios analistas coinciden en que muchas veces es difícil prever cómo actuará el jurado por mucho que la evidencia hable por sí misma. De ahí que los edificios de la corte y los principales centros de gobierno municipal y estatal, incluyendo comisarías de las dos ciudades principales del estado, se encuentren amurallados.
Todos aquí tememos el fuego otra vez.