Parque Tikal: Administración decadente

Autor: Juventino Gálvez juventino@plazapublica.com

El Parque Nacional Tikal es emblemático por su armoniosa combinación de vestigios milenarios de ciudades mayas e imponentes bosques naturales que son el refugio de una amplia diversidad de vida silvestre.

Fue, junto a sitios como Río Dulce, Atitlán, Grutas de Lanquín, Parque Naciones Unidas, Riscos de Momostenango, Laguna del Pino, Los Aposentos  y El Reformador; de las primeras áreas protegidas formalmente reconocidas en 1955. En 1979, fue reconocido como sitio de Patrimonio Mundial por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura -UNESCO.

Creo que no hay visitante que no se haya maravillado, aun en repetidas visitas, por la belleza de sus atributos. Son tan impresionantes que las satisfacciones que generan se imponen a cualquier otra experiencia relacionada con la infraestructura y los servicios que ofrece el Parque.

Sin embargo, cuando se juzga de manera más sistemática su condición de Área Protegida y se analiza la situación de los elementos mínimos que deben garantizarse para cumplir con los objetivos primarios de un Parque Nacional, uno no puede más que experimentar una tremenda decepción al percatarse de la mediocridad administrativa que campea en el lugar desde el momento en el cual se arriba a la puerta de ingreso. Después de poco más de 50 años de creación, la entidad a cargo –el Ministerio de Cultura y Deportes a través del Instituto de Antropología e Historia, IDAEH– no ha sido capaz de instalar ni la infraestructura ni un sistema de cobro acorde a la relevancia del lugar. Al llegar al área de parqueo, donde el desorden es el distintivo, también se encontrarán al menos media docena de puestos de venta de comida carentes de las más elementales condiciones de higiene. No es que esté en contra de la posibilidad de degustar de una tostada o de un vaso de atol, pero la administración del Parque está en la absoluta obligación de acondicionar estos negocios en espacios apropiados con la infraestructura y los servicios adecuados.

En los recorridos por los senderos, la información es escasa y los elementos para “interpretar” los atributos del Parque prácticamente son inexistentes. El personal esta reducido a su mínima expresión de tal manera que el visitante puede hacer lo que se le venga en gana, incluso si decide tomar una porción de alguna estructura o una planta o partes de esta, lo podrá hacer sin ninguna restricción. La basura, por supuesto, se puede depositar donde a uno le plazca.

En la  plaza central hay unas escaleras para acceder al Templo II que son una verdadera vergüenza.  Y cuanto el recorrido finaliza y se desea utilizar los servicios sanitarios, uno se encuentra con unos recintos pestilentes y destruidos, prácticamente en abandono. Las ventas de artesanías que se han instalado en el área del museo contribuyen al desorden generalizado.

Y lo servicios privados que se ofrecen en los restaurantes dentro del Parque están a la altura de esta mediocridad. La comida y la atención son verdaderamente pésimas.

Este lugar ofrece tantas posibilidades para educación ambiental y cultural e investigación científica pero en definitiva la mediocridad y la corrupción parecen ser la especialidad de sus administradores.

El Parque Nacional  Yaxha-Nakum-Naranjo, establecido en 2003, ubicado a pocos kilómetros de Tikal en la ruta hacia Melchor de Mencos, ofrece una experiencia agradable y mejores condiciones para el visitante, pero no se puede ignorar que su sistema de administración es sumamente elemental. Durante mi visita, tuve que dar mi nombre en tres ocasiones distintas. El CONAP, el IDAEH y el INGUAT son incapaces de compartir un solo registro.

De este calibre son las contradicciones en nuestro país. Hemos sido dotados de riquezas culturales y naturales que no tienen replica en el planeta, pero las tratamos con tanto desprecio e indiferencia, que nos encaminamos a perderlas.

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