Bueno ha de ser saber bailar. Bien les va a los que tienen la habilidad de hacerlo con gracia y pertinencia, sobre todo cuando se juntan el ritmo musical y el ambiente adecuado.
En 2015 escribí en este mismo espacio El son para una elección, texto en el cual explicaba que en los tiempos de la secundaria había escuchado una canción que retrataba desde aquella época cómo la población pasaba de largo y de espaldas frente a las propuestas electorales en términos de ideologías y que el hambre era su principal afán.
Parodiando los ritmos musicales y las elecciones presidenciales, en aquella época (década de los 70) el son era un ritmo sencillo y monótono, apropiado para votaciones sencillas y monótonas, con un promedio de tres candidatos, de los cuales ya se sabía quién era el ungido, lo que incluso daba lugar al famoso chiste de que, si en otros países se sabía a las 24 horas de cerradas las urnas quién era el presidente, acá en Guatemala se sabía con seis meses de anticipación.
Después de cuatro décadas, la parodia entre ritmos musicales y elecciones presidenciales varía sustancialmente. En todos estos años hubo sin duda algunos bailes memorables, cada vez más complicados rítmicamente y mucho más concurridos, pero nada comparables con la actual elección. Desde antes de las votaciones salen del ruedo binomios como si estuvieran mosheando en medio de una gran zarabanda (entendida aquí en el sentido de baile popular), que con un cierto nivel de ritmo ordinario es lo que más se parece a lo que estamos viendo.
Lo mejor es dejar de poner toda la atención en este salón de baile y trasladarnos al de la elección para diputados. Ahí es donde empiezan los acordes del ritmo para los siguientes cuatro años.
Ya sea un caos provocado para deleitar y distraer con el show o un resultado normal de la desmejora del sistema de partidos políticos, lo mejor es dejar de poner toda la atención en este salón de baile y trasladarnos al de la elección para diputados. Ahí es donde empiezan los acordes del ritmo para los siguientes cuatro años. Porque no es en el Ejecutivo, sino en el Legislativo, donde se debe iniciar un proceso de reforma del Estado que podrá resultar lento y tortuoso, pero que es inevitable.
Quien gane la presidencia de la república y dirija el Ejecutivo no tendrá la sartén por el mango. El poder ejercido desde el Legislativo e incluso desde las cortes, en una cada vez más evidente pérdida del equilibrio de poderes, lo impulsará no siempre en la dirección que quisiera ir. Lo hará perder el paso, y la manifiesta inmovilidad e ineficiencia del aparato gubernamental lo hará danzar con dos zapatos izquierdos. No podrá ni bailar bien ni salir corriendo. Solo le quedará tratar de seguir el ritmo mandado para no caer de bruces (o sentado).
A esas alturas del baile, probablemente lo menos malo de la danza presidencial será haber salido disparado en la primera mosheada y no quedarse en el centro de la zarabanda. De plano ya no son tiempos de bailar son.