En el imaginario ideal del guatemalteco, el día debe comenzar con un despertador que suene con un sonido de bip amable, que no incomode.
Luego, él se estira como un gato sensual en medio de sábanas blancas mientras el sol le besa la piel y el aroma a café recién hecho llega hasta su habitación, como en un bien producido anuncio de la industria cafetera.
En su fértil imaginación, el guatemalteco se imagina en el tráfico escuchando una inspiradora playlist llamada Despierta y Sonríe. La ciudad puede estar atascada, pero él viene brillante, protegido por su armadura infranqueable de optimismo puro.
Y así transcurren sus días: felices, con la voz motivacional del speaker de turno susurrando frases salvavidas en su oído hambriento de luz. Es impensable que la realidad de esta hermosa tierra de volcanes le pinche la burbuja.
¿Que si existen indicios (con una investigación en marcha) de que el presidente actual y quizá todos los anteriores han sido elegidos en un sistema que admitió dinero de campaña de origen desconocido y por tanto ilícito, lo cual en una sociedad distinta a la nuestra sería un escándalo inmediato? ¿Aquí? No pasa nada. No me interesa saber. Siempre han robado y, ¿sabe?, lo realmente importante es que yo no me paso semáforos en rojo.
Aquí Odebrecht puso 18 millones de dólares en las manos de funcionarios públicos y se destapó lo que era un secreto a voces: que la asignación de contratos en Guatemala se define por el pago de sobornos. Por casos similares, un juez federal de Nueva York sentenció a la constructora al pago de 2 390 millones de dólares en Brasil, de 116 millones en Suiza y de 93 millones en Estados Unidos. Mientras, nuestro flamante ministro de desgobierno anuncia como una noticia positiva que logró que Odebrecht liquide el contrato antes de tiempo, sin multas (¡uy, la generosidad!), y que ahora, además del 75 % de la obra anticipado para cuatro carriles, tengamos que volver a licitar, pero ahora para solo hacer dos. ¿Nosotros? Confiamos en la capacidad del actual gobierno y le damos palmaditas en la espalda porque fue elegido democráticamente.
Cuarenta y tres niñas murieron calcinadas dentro del Hogar Seguro Virgen de la Asunción, una institución del Estado creada para proteger a menores en situación de riesgo. La narración de los hechos deja muchas dudas sobre la responsabilidad directa de los que debían protegerlas, incluyendo una llamada de madrugada al presidente. Cuarenta y tres niñas. Una tragedia impresionante. ¿En Guatemala? Nos ponemos a llorar tres días y luego somos positivos. Porque sin el filtro rosa este país no sería lo que es (vaya, por fin en algo estamos de acuerdo).
La cosa es que somos pésimos en futbol, pero geniales en meter la basura debajo de la alfombra. Nos sueltan tanta porquería junta, como una lluvia infinita de caca, que no sabemos con cual tetunte indignarnos más. Entonces abrimos el paraguas rosa y debajo de este estamos protegidos. Ignorantes, silenciosos. Haciendo ruido, sí, pero del bueno: el positivo. El que nos deja como modelos —en algunos casos, porque en otros quedamos como props— de ese bellísimo comercial con potencial para Cannes que es Guatemala en la mente de algunos.
No se confunda: no estoy diciendo que ser positivo no sea bueno. Vaya, si la cosa no es tan simple y ahí radica la trampa. Siga siendo positivo. Irradie luz, que nos urge mucha. Pero, por lo que más quiera, no pretenda que tiene una casa limpia si está avalando que cada rata que salta de la alcantarilla simplemente viva bajo la alfombra y aquí no ha pasado nada.