Me declaro impotente

Autor: Ignacio Laclériga ignacio@correo.com.gt

Es curioso ver como se mueven las prioridades de la gente. Mis artículos intentan construir reflexiones ante los tan manoseados valores. Esos que dicen que hemos perdido, aquellos que quieren imponer su conservadurismo. Mientras hablé de valores la gente no ha puesto mucho coco en mis columnas, aunque me sorprendió el interés que suscitó la columna de las drogas. Por eso, reflexionaré que mientras la gente siga preocupándose más por el tema de las drogas que por el de la educación, por ejemplo, estaremos igual de mal que siempre.

Escuché algunas alabanzas hacia el tema de despenalización de las drogas, así como alguna crítica, siempre bien fundamentadas. Es verdad, como dicen, que muchos de los detenidos en los Estados Unidos son por crímenes relacionados con la droga. Pero también es verdad que es imposible perseguir al crimen organizado cuando no se cuenta con la capacidad en recursos y logística para hacerlo. Además, las fuerzas contra el narcotráfico son fácilmente infiltradas por el crimen, mediante la extorsión y el chantaje.

Pero lejos de volver a discutir sobre lo conocido, me plantean temas en defensa de unos y de otros. Lo que me recuerda a la canción de Silvio Rodríguez “Yo me muero como viví”. Con el cantautor cubano, el debate surgía entre la caída de los regímenes socialistas a nivel global y el mantenimiento de la lógica castrista. La mía, ante la necesidad de inclinarse por las izquierdas o las derechas para ser de algún bando. Pero es que ante esta manada de chupópteros de lo ajeno, por ambos lados, me declaro impotente.

Impotente, porque no puedo defender a los que movidos, más por la ambición que por la justicia, defienden a las sociedades desfavorecidas pero se lucran con los presupuestos de la solidaridad. Esa aristocracia de la nueva religión de la cooperación que invade países con discursos anticapitalistas, pero que vive con sueldos de lujo, pasajes de primera y hoteles cinco estrellas. Gastan los fondos, donados bienintencionadamente, en fastuosos protocolos y destinan minucias a ejecutar los proyectos que realmente inciden en la población desfavorecida.

Impotente, porque la crítica liberal-conservadora grita, desde su supuesta independencia, exabruptos contra cualquier tipo de ayuda social, cuando todos sabemos que desde estas posturas es bien fácil levantar un teléfono y pedir fondos para una universidad, un programa de radio o una cadena de televisión. Ser libre pensador a favor del capital obtiene sustanciales beneficios en pautas publicitarias, contribuciones e inversiones para aquellos que se dediquen a difundir el credo empresarial.

Así las cosas, continuaré manteniendo el complicado puesto del escéptico, incapaz de defender posturas tajantes, pero con el criterio agudo de pensador incansable. Por eso, guste a quién guste, y sin miedo a decir incoherencias de vez en cuando, yo me muero como viví. Con el talante de querer cambiar aquello que me incomoda, defender lo indefendible y votar por aquel que me venga en gana, aunque no sea de la misma ideología que la vez pasada.

Y de entre las cosas que merecen destacarse, les recomiendo un libro publicado por el CECODE, Centro de Comunicación para el Desarrollo, Dialogando se entiende la gente. Se trata de un documento que aporta, desde el conocimiento de la ciencia de la comunicación, propuestas propias a la idiosincrasia guatemalteca. Con la experiencia práctica de campo, exponen todo un planteamiento de comunicación participativa de primer orden. Algo en lo que Guatemala impone parámetros por los que se guía el resto del mundo. Unas tendencias científicas que llevan marcando el cambio en el orden social desde hace años. Esa sí que es la guatemorfosis que grandes ciudadanos han generado en el país hace ya tiempo y no la de la Pepsi.

http://dialogando-se.blogspot.com/2012/03/dialogando-se-entiende-la-gente-segunda.html

Cuadro: Así las cosas, continuaré manteniendo el complicado puesto del escéptico, incapaz de defender posturas tajantes, pero con el criterio agudo de pensador incansable. Por eso, guste a quién guste, y sin miedo a decir incoherencias de vez en cuando, yo me muero como viví.

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