Masones y Templarios

Autor: David Martínez-Amador david@plazapublica.com

El título de esta columna no tiene nada qué ver con la cinematografía contemporánea y tampoco con la enorme cantidad de documentales seudo-académicos que alimentan las teorías conspirativas. Al contrario, el título de mi columna es simplemente sarcasmo ante lo que hoy sucede en México.

Un poco de contexto.

Cuando el sexenio calderonista cumplía la mitad de su mandato, aún no resultaba tan obvio el proceso de fragmentación y atomización que la estrategia militarista había generado sobre los grupos delictivos tradicionales. Lo poco que, de forma ´empírica´ había capturado la atención mediática era el surgimiento de una nueva organización criminal con modalidades nunca antes conocidas: 1) reclutamiento directo tocando ´puerta por puerta´, 2) adoctrinamiento de los miembros (incluida la enseñanza de un código moral), 3) un claro discurso anti-Estado y 4) un ritual de iniciación. Lo anterior marcaba un parte-aguas en razón de que los grupos criminales más tradicionales jamás habían sido capaces de articular un discurso de tipo moral o político.

Esta organización criminal a la cual aludimos era la hoy extinta Familia Michoacana. Su bastión de operaciones controlaba el importante puerto de Lázaro Cárdenas, desde el cual los envíos de precursores químicos arribaban desde Hong Kong o Pakistán y los envíos salían hacia puertos hacia el Sur. Fue este grupo criminal quien por primera vez sembró el terror arrojando cabezas humanas en medio de una pista de baile; fueron los primeros en abiertamente atacar instituciones públicas de nivel estatal y federal; fueron los primeros en usar la táctica de bloquear los accesos al estado de Michoacán cortando las carreteras en uso de camiones y buses incendiados. En Estados Unidos, una de las redes de tráfico ligadas a la Familia estaba compuesta por al menos 300 personas, incluyendo policías y alguaciles en retiro.

Lo simpático de todo esto es lo siguiente: El grupo criminal fue fundado por un ex maestro de escuela pública, Servando Gómez-Martínez a quien se le apoda (hasta el día de hoy), La Tuta o el Profe.

La reacción del Estado Federal no se hizo esperar y Michoacán presenció un enfrentamiento brutal entre militares y narcotraficantes. Las bajas oficiales de ese enfrentamiento nunca se han hecho públicas (por alguna razón). Los remanentes de este grupo criminal se reorganizaron y conformaron el ya bastante conocido Cartel de los Templarios. Túnicas con la cruz de Jerusalén y espadas de todo tipo se encontraban siempre en los campamentos de este grupo criminal.

El grupo operó con muy bajo perfil, diversificó sus liderazgos y fue, de nuevo, capaz de hacerse con una red de extorsión y secuestros que abarcaba todo el Estado: productores de aguacate, ganaderos, campesinos, jornaleros, restauranteros… La modalidad delictiva seguía siendo la misma que había presentado la Familia Michoacana pero, la evolución interna del grupo se orientaba hacia una organización con principios herméticos, carácter total de secretividad, doctrina moral y ritos de paso. Lo último que se hizo público estremeció a la opinión pública, pues el grupo de los Templarios realizaba sacrificios humanos al momento de iniciar a sus miembros, obligándoles a devorar órganos humanos. (Esto explicaba, entre otras cosas, el alto número de desapariciones de niños registradas en el Estado.) Las propiedades decomisadas a los Templarios incluían también salones privados en los cuales había decoración que imitaba el interior de las Logias Masónicas: Imágenes del Sol, imágenes de la Luna y símbolos del zodiaco. Por si eso no fuera suficiente, también se encontró una estatua del criminal y líder de los Templarios ya fallecido, Nazario Moreno González, alias “El Chayo”, en uno de estos salones. La imagen tenía la cara del delincuente pero estaba cubierta con las vestimentas propias de un santo católico.

La población civil se organizó en autodefensas, las cuales comenzaron a enfrentarse de forma directa con los Templarios, recuperando algunos municipios que habían literalmente secuestrados y desprovistos de autoridades civiles. Hasta allí, nada nuevo en un país que había permitido el control político del narco a nivel municipal. Lo interesante aparecería luego de una entrevista a la televisión española, en la cual José Mireles, líder de una de las facciones de autodefensas civiles abiertamente hacía saber de su membresía en la francmasonería. El minuto 21:40 de la entrevista resulta bastante revelador: Señalando el compás y la escuadra en su camisa, Mireles afirma que sus armas son la razón, la verdad y la justicia.

(https://www.youtube.com/watch?v=X9S1FMJ6NX8)

La entrevista fue luego reproducida por medios de prensa formales y alternativos. La información comenzaba a fluir, el pasado personal del médico, José Mireles, confirmaba varias cosas interesantes: Una permanencia de 25 años dentro del PRI y durante su etapa en California fue secretario general del PRD en EE UU. Pero además se confirmaba la pertenencia a una de las tantas logias regulares de Rito Escocés Antiguo y Aceptado que operan en México. Lo anterior sería un hecho aislado de poca importancia si no fuese cierto el peso profundo que la masonería ha jugado en la construcción del México moderno.

Jonathan Kandell y su libro La Capital: Historia de la Ciudad de México, es una lectura útil en este contexto que requiere separar la realidad de la ficción. Kandell desmitifica la membresía masónica de figuras como Hidalgo o Bolívar, aunque reconoce que simpatizaban con los ideales de emancipación y oposición a la tiranía. Sin embargo, lo que si es cierto es que, desde 1825, la élite política priista ha tenido membresía en el Rito Nacional Mexicano[1] y desde allí ha trazado las redes de poder y los procesos de sucesión presidencial.

El impacto de las Logias en México es uno de los aspectos mejor documentados en el texto de Kandell. Durante la intervención francesa en México, los dos ritos dominantes en el país se opusieron abiertamente a la presencia de Maximiliano de Habsburgo (otro masón por cierto), pero buscaron el apoyo político en Estados Unidos sin contemplar los recurrentes intentos de intervención estadounidense en México. Lo cierto es que los masones ´Yorkinos y Escoceses´ seguían considerando que el modelo republicano de fuertes prescripciones constitucionales resultaba el modelo político ideal. De allí la admiración enfermiza hacia Estados Unidos. Durante los años de la ´Revolución´, las Logias del Rito York se oponían a las aspiraciones políticas de Francisco Madero e incluso, solicitaron una intervención del Gobierno de Estados Unidos. El denominado ´Pacto de la Embajada´, en el cual los conspiradores Victoriano Huerta y Félix Díaz lograron el apoyo directo del Embajador estadounidense en México, Henry Lane Wilson fue un hecho logrado gracias al lobby de las Logias Yorkinas en la ciudad de México. Aquí una cuestión interesante, equiparar la presencia de la inversión extranjera (estadounidense) a la estabilidad política, puntualmente, a la forma de gobierno republicano. Igual membresía masónica había tenido Dwight Morrow, embajador de Estados Unidos en México, quien durante su gestión logró convencer al presidente Plutarco Elías Calles para favorecer los intereses de las compañías petroleras estadounidenses.

Al momento en que resultaba inminente la expropiación petrolera, la clase política mexicana se dividió en razones ideológicas y ritos masónicos: Aquellos que simpatizaban con la tesis de un Estado mexicano dueño de los recursos del país, pertenecían en su mayoría al Rito Nacional Mexicano, mientras que aquellos que consideraban deseable la presencia de la inversión extranjera tenían membresía en los ritos más tradicionales de origen anglosajón.

Lo interesante de todo esto es que, el actual conflicto en México tiene por actores visibles a un presidente con membresía en la Gran Logia del Valle de México (una logia de mucho peso pero considerada ´irregular´ por los ritos dominantes York y Rito Escocés) y un líder de las autodefensas civiles con membresía masónica del Rito Escocés (Masonería Regular). En el universo masónico, la solidaridad universal entre ´hermanos´ es un principio rector. Por eso, cuando el Ejecutivo Federal detuvo a Mireles y lo apresa, queda claro que la rivalidad entre Peña Nieto y Mireles no es solamente política.

Es entonces, muy interesante, que algunos de los actores políticamente relevantes en México (algunos de ellos con carácter de legalidad y otros no) tracen membresía a organizaciones de carácter hermético y ritualista.

Quizá entonces, no estamos viendo nada nuevo en el México de masones y templarios.



[1] Una explicación breve en este sentido. La masonería ´regular´ no es otra cosa que una fraternidad de carácter universal que utiliza los símbolos del arte de la construcción para enseñar moralidad a sus miembros. Por masonería regular se entiende la iniciación exclusiva de hombres (algo que muestra el residuo decimonónico de esta organización), la creencia en un ser superior creador del Universo (por lo general denominado Gran Arquitecto del Universo) que no tiene un carácter antropomórfico ni interventor personal en la historia humana. Por último, se supone que la revelación de los principios universales de moralidad se encuentra en los grandes textos ´sagrados´ de la humanidad. La masonería ´irregular´, mucho más afrancesada, borda en el ateísmo, considera que documentos como la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano o la Constitución Política de la nación son más importantes que cualquier libro de ´moralidad religiosa´ y por último, ha permitido el ingreso de mujeres en sus filas. Estas características son propias del denominado Rito Nacional Mexicano al cual han pertenecido personas cómo Benito Juárez, Lázaro Cárdenas, Salinas de Gortari y el mismo, Enrique Peña Nieto. No puede entenderse la construcción de los mitos nacionales mexicanos anclados en el Estado Laico sin el rol que ha jugado la masonería ´Hecha en México´. El aspecto de fondo interesante es la rivalidad que existe entre las Logias Regulares y las Logias Irregulares, rivalidad casi de carácter sectario. 

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