«Para los indios, (sic), las condiciones de supervivencia y de reproducción empeoraron sensiblemente, en especial en los dos primeros siglos: entraron en contacto con nuevas patologías; sufrieron una fuerte dislocación económica, social y territorial; se enfrentaron a mutaciones ecológicas desfavorables; fueron parcialmente atraídos al pool reproductivo de los europeos.»[1]
«Uno no pude pensar bien, amar bien, dormir bien, si no ha comido bien.» (Virginia Woolf)
Fray Bartolomé de las Casas, apuntala las frases con que inicia este texto, señalando que «Los cristianos adoptaron dos modos de arrancar de la faz de la tierra a aquellas Miserandas naciones (sic): las injustas, crueles, sangrientas y tiránicas guerras y la opresión con la más dura, horrible y áspera servidumbre a la que nunca antes fueron sometidos hombres o bestias.»
La fundación de ciudades coloniales tuvo como premisa que hubiera tierra fértiles e indios para cultivar los alimentos de los habitantes, los curas, soldados y autoridades. Si acaso hubiera algún remanente, ese sería el sostén de supervivencia de los indígenas, rayando en el genocidio alimentario. Historiadores señalan que cuando había una catástrofe natural, terremotos, huracanes, etc., las autoridades españolas/criollas ordenaban vaciar los trojes de los indígenas donde almacenaban el maíz que cultivaban, y que apenas alcanzaba para el año, para alimentar a las víctimas citadinas de esas catástrofes.
El origen de los males físicos y sicológicos, que aún sufre la mayoría de los pueblos originarios después de 500 años de violencia colonial, se vio reforzado por la violencia espiritual de la iglesia católica, en época de la inquisición europea
El origen de los males físicos y sicológicos, que aún sufre la mayoría de los pueblos originarios después de 500 años de violencia colonial, se vio reforzado por la violencia espiritual de la iglesia católica, en época de la inquisición europea. Los religiosos no entendieron ni aceptaron las profundas creencias filosóficas, éticas y espirituales de los pueblos originarios. Los mayas sacralizaban todo lo que daba vida: agua, sol, aire, plantas, animales, minerales, fuego, etc., que para ellos era algo concreto, no como la creencia en un Dios europeo que nadie ve, al que se le asigna el origen de la vida sin pruebas concretas como las que brinda la naturaleza.
El bledo (amaranto), por ejemplo, es una hierba que aún sobrevive a la vera de los caminos en el campo y que hace unas décadas todavía disfrutábamos en sabrosos caldos o hervidos en el vapor de la olla de tamales; actualmente hemos perdido el conocimiento de las grandes propiedades nutricionales y alimenticias de esta planta venerada y a la cual se le rendía culto. No era un Dios, para no caer en la trampa de señalamientos de politeísmo indígena: era energía y vida vegetal, cuya semilla se secaba y se sumergía en miel para hacer una golosina saludable en forma de bolas pequeñas, (hoy, en Sacapulas, sobrevive esta técnica en la producción del llamado Alboroto de diversos colores).
(Era) «La semilla de la alegría. Considerado el mejor vegetal para consumo humano. Prodigio del pasado que renace en el presente y prevalecerá en el futuro. Estuvo presente junto con el maíz en las ceremonias relacionadas con la fertilidad y el ciclo agrícola. Contiene calcio, hierro y compuestos necesarios para la alimentación humana.» [2]
Diversas crónicas coloniales señalan la prohibición de la iglesia, vedando su producción y consumo, castigando violentamente a los que no obedecieran, incluso cortándoles la mano. La justificación era el culto que se le rendía.
En la década del 90 del siglo pasado, en el Centro Universitario de Occidente, realizamos el seminario sobre el Bledo con la presencia del eminente científico Ricardo Bressiani, comunidades y otros científicos que nos ilustraron sobre las maravillas de esta planta. Vi por primera vez la diminuta semilla que deleitaba a los niños mayas y que al ser prohibida contribuyó a la pérdida de soberanía alimentaria de los pueblos y los condenó más a la desnutrición y a la muerte.
La causa de carencias alimentarias, que provoca seres desnutridos, empobrecidos, tristes, apáticos, muchos con poca iniciativa, no se refiere solo a la explotación de tierras y seres humanos para beneficio del colonizador. Tampoco solo a la prohibición de cultivar y consumir Bledo. Otros cultivos sufrieron lo mismo. El aporte universal del Maíz, sufrió el racismo eurocéntrico al no valorarlo, como hoy, por producir alimentos, combustibles, celulosas, nutriendo al capitalismo global y salvando hambrunas europeas.
Se consideraba alimento para animales, se le achacaba que, mucho consumo de maíz, ponía tonta a la gente para justificar que las condiciones físicas y sicológicas de nuestro pueblo era por su consumo y no por la explotación y racismo. (Continuará)
[1] Livi Bacci Massimo. LOS ESTRAGOS DE LA CONQUISTA. CRITICA, Barcelona 2026.