Lo que me sale de los cojones: eso es democracia

Autor: David Martínez-Amador david@plazapublica.com

En Política y perspectiva, Wolin se refería a la «correspondencia» que se establecía en el contrato político de los antiguos. Es decir, el ciudadano que disfrutaba de los privilegios civiles respiraba, vivía y existía esencialmente para satisfacer los rituales ciudadanos.

La existencia humana estaba destinada a honrar el privilegio de recibir el disfrute de la ciudadanía. Antígona lo refería así cuando describe al anthropos: «Muchas cosas hay portentosas, pero ninguna tan portentosa como el hombre […] Si cumple los usos locales y la justicia por divinos juramentos confirmada, a la cima llega de la ciudadanía; si, atrevido, del crimen hace su compañía, sin ciudad queda: ni se siente en mi mesa ni tenga pensamientos iguales a los míos quien tal haga». Con el advenimiento de eso que Constant llamará «la libertad de los modernos» (en oposición a «la libertad de los antiguos») se planteará algo radical, totalmente radical, e impensable para los antiguos: una esfera privada, separada del espectro político, en la cual resulta perfectamente justificable plantear una distancia frente al poder.

En esencia, se plantea la legitimidad en cuanto a que no todas las finalidades de la existencia humana se deben a lo político. La democracia moderna, más que verse como un conjunto de procedimientos y normativas, debe comprenderse como la garantía de los derechos, derechos que son —como todos sabemos, pero no siempre recordamos— inherentes e inalienables. Las izquierdas y las derechas sin vocación democrática detestan el plano de las libertades burguesas por infinidad de razones, pero no se puede negar que solo en la denominada democracia burguesa, esa que estipula derechos individuales, hay razón plena para plantear la protección institucional de la esfera privada del ciudadano.

Defender la democracia no solo va en la línea de proteger las elecciones y la existencia de los partidos. Es que ser demócrata es, ante todo, creer que tengo el derecho a pensar, leer, publicar, criticar, expresarme, contrariar a quienes están en el poder, ridiculizar la autoridad, banalizar lo sagrado y romper toda ortodoxia. Venga aquí recordar el exilio que le costó a Unamuno la crítica al rey y al gobierno franquista: Primo de Rivera lo desterró seis años. Los déspotas, los faccia brutta —parafraseando a Unamuno— podrán tener la razón de la fuerza, pero nosotros tenemos la fuerza de la razón y comprendemos que la batalla de las ideas se gana no con armas, sino con el libre debate.

Vivir en democracia y lograr consolidarla significa entender de una sola vez que hay mierdas que ya no pueden hacer quienes ostentan temporalmente el poder.

En un solo plato, como dirían los antiguos, decir y expresar lo que me sale de los cojones es parte constitutiva de vivir en democracia sin que por esto, dicho sea de paso, vea mi intimidad o esfera privada limitada en algún sentido por aquellos que están en el poder. Mucho menos que por ello sea perseguido, acosado, asediado, torturado o ejecutado. Vaya, que, en esencia, vivir en democracia y lograr consolidarla significa entender de una sola vez que hay mierdas que ya no pueden hacer quienes ostentan temporalmente el poder.

Por eso las graves acusaciones respecto al espionaje ejecutado por el actual gobierno son noticias aterradoras. En democracia hay formas muy bien definidas para llevar a cabo las tareas de seguridad ciudadana, de modo que el simple capricho del poder no es razón suficiente para violar uno de los derechos más importantes del ciudadano: la intimidad.

En una conclusión más que sarcástica pero muy reveladora, hay que apuntar que se tenía el irracional miedo respecto a que los progres, los otros progres de Semilla, los Cicig lovers, los de la comunidad internacional, Naciones Unidas y todos los que montaban la conspiración neocomunista transformarían a Guatemala en un régimen autocrático al estilo Venezuela. De esos que no rinden cuentas, que destruyen las instituciones de seguridad civil, que intentan militarizar instituciones, que canalizan partidas de gasto exorbitantes al estamento militar, que acosan, siguen, espían disidentes, periodistas, embajadores/enemigos políticos, y personalizan la política exterior. Todos los anteriores son rasgos de gobiernos con tintes autoritarios.

Pero, en este caso, las gracias anteriores se le deben a un gobierno de derechas. Que quede bien anotado.

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