Las fugitivas de Centroamérica

Autor: Gabriela Carrera gaby@plazapublica.com

Decía ya Virginia Woolf en octubre de 1928, durante las conferencias que dictó en la Sociedad Literaria de Newham y la Odtaa de Girton, que una mujer podía ser escritora si tenía suficiente dinero y una habitación propia que le permitiera deshacerse de todas las tareas caseras que desde miles de años se atribuye naturalmente a la mujer.

En Centroamérica –hablo de Centroamérica porque a veces es el olvido el que nos une–, hace falta más que dinero y una habitación propia, porque nuestras sociedades no siempre valoran a los escritores y menos si son mujeres que rechazan que se les imponga sin preguntarles el trapeador y la plancha, negándoles la posibilidad de la imaginación, el sentimiento expresado y la letra. Para atreverse a escribir en Centroamérica, se necesita valor y perseverancia, y mucho callo para ir contracorriente.

Me pregunto por qué en Centroamérica hablamos del Gran Moya, del moderno Darío o del alegre Dalton. Cuando pensamos en la literatura de este pequeño istmo pensamos en masculino. Los nombres de las mujeres requieren casi un esfuerzo mental para poder recordar uno que otro. En Guatemala, ¿cuántos estudiantes de educación media leen obras escritas por Vicenta Laparra de la Cerda, madre del teatro guatemalteco? ¿Están en los programas o en los libros didácticos los cuentos de Irma Flaquer? ¿Por qué las mujeres jóvenes no nos entendemos también a través de la poesía de Luz Méndez de la Vega o Alaíde Foppa?

Todo esto lo pensaba mientras leía el último libro de Sergio Ramírez, “La fugitiva”. Es una biografía novelada de una de las tantas escritoras centroamericanas olvidadas. A través de tres monólogos femeninos vamos reconstruyendo la historia de Yolanda Oreamuno, una de las bellezas, con una inteligencia y sensibilidad profunda, más reconocidas de la década de 1940. La vida de Yolanda nos lleva a viajar de la Costa Rica en que los sacerdotes se decían de izquierda a la Guatemala del primer gobierno de Revolución, pasando por una Nicaragua en ebullición. A través de Yolanda conocemos otras mujeres de ese momento que han hecho historia que no se cuenta: Chavela Vargas y su opción por la música mal recibida en  Costa Rica  donde no encuentra el apoyo necesario y se debe abrir sola, camino en México; Emilia Prieto que graba en sus trabajos la nueva situación política de nuestros países; o la tan marginada poeta Eunice Odio que muere sin nadie que la acompañe, en su apartamento del Distrito Federal.    

Escribir y ser mujer en Centroamérica es un reto o como lo dice Rosario Castellanos: “La hazaña de convertirse en lo que se es (hazaña de privilegiados sea el que sea su sexo y sus condiciones) exige no únicamente el descubrimiento de los rasgos esenciales bajo el acicate de la pasión y el hastío, sino sobre todo el rechazo de esas falsas imágenes que los falsos espejos ofrecen a la mujer en las cerradas galerías donde su vida transcurre”. Hay ya un largo recorrido de mujeres rebeldes que han optado por ser escritoras en un contexto hostil, en una sociedad en la que se cree que escribir no sirve para nada. Hay una tradición literaria construida por mujeres que no se conoce y por lo tanto no se le permite contribuir a la construcción de lo que queremos ser hoy. Mujeres que nos ayudan a otras a pensar más allá de lo que –sin mala intención–, se nos dice en nuestras familias que debemos ser.

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