La USAC frente al futuro

Autor: Jorge Mario Rodríguez Martínez jorgerodriguez.guat@gmail.com

Cuando desaparece la razón sustantiva de los ideales, se impone la lógica de los intereses privados. Este fenómeno es recurrente en una época en la que predomina un pensamiento único, que al demonizar lo público, privilegia los intereses del gran capital sobre el bien común.

La política, en este contexto, se trueca en artes de “gobernanza” que intentan gestionar la conflictividad para hacer posible la satisfacción de los intereses —para no decir caprichos— de los reyes del dinero.

En un tiempo como el nuestro, las metas sustituyen a los horizontes, del mismo modo en que los reportes de ganancias desplazan a los proyectos políticos profundos. Las formas terminan engullendo los edificios institucionales que fueron creados—al menos doctrinariamente—para garantizar los grandes fines que deberían regir la convivencia humana. En crisis como la nuestra, además, las formas eclipsan a la sustancia; la kafkiana absurdidad de los procesos burocráticos se torna en argumento para desmantelar las instituciones.

Ahora bien, para hacer frente a este retroceso de la vida política, es indispensable poner atención a los males sistémicos  que distorsionan a las instituciones, organizaciones y movimientos que todavía tienen posibilidades de plantear una agencia de futuro. En nuestro caso debe comprenderse que este país nunca ha asumido ninguna racionalidad, mucho menos la instrumental. La burocracia que nos aprisiona no es la que surge del código o el manual que olvida al ser humano; más bien, es la irracionalidad que emana de las compilaciones que se apilan hasta el infinito. Es la inercia histórica de feudos de poder que fueron vistos, desde la Colonia, como fuentes de rentas y oportunidad de saqueo. Bajo esta perspectiva, la ineficiencia institucional que nos agobia es responsabilidad de los antepasados de muchos de quienes que ahora claman por la eficiencia, y sólo por la eficiencia.

Resulta, entonces, que comprender la crisis de las instituciones supone rechazar, en primer lugar, la prédica neoliberal que, privilegiando lo individual sobre lo común, cuestiona la idea misma de proyectos orientados a un bien substantivo general. Optar por tales proyectos supone cuestionar de raíz el legado de la relativamente nueva, pero ya desfalleciente, ortodoxia política y económica que reduce la educación a puro adiestramiento, ese que constituye una receta clave para crear esas mayorías silenciosas que tanto entusiasman a Mariano Rajoy. Margaret Thatcher estaba clara que las medidas económicas que impulsaban eran sólo el método; de lo que se trataba, en última instancia, era de cambiar el alma, aún cuando esta transformación, o mejor dicho, distorsión, radicara en volver ciego el espíritu frente a los valores.

Si lo que se necesita es pensar en nuestro país desde valores como la dignidad humana, es indispensable reconocer, al nivel político, el óxido que ralentiza la praxis reflexiva de nuestro país. Esta tarea requiere no sólo aumentar la capacidad de investigación de nuestra sociedad, sino precisamente enfrentar el anquilosamiento intelectual y burocrático que está amenazando por echar al traste la profunda inquietud intelectual y reflexiva de las nuevas generaciones.

La tarea es más urgente en la medida en que se han puesto en marcha proyectos de formación de cuadros de gobierno bajo la égida de los intereses más reaccionarios de este país; dicho proyecto aspira a ubicar a cohortes de funcionarios en posiciones clave para establecer proyectos que implementen renovados asaltos a las reservas de la vida humana. Para imaginar la tragedia que esto podría significar basta asomarse a la mediocre hegemonía que se ha establecido desde hace lustros en nuestros medios de comunicación escritos.

Situados en este horizonte, que va más allá de simple coyuntura, una de las instancias de reflexión social de nuestra nación, resulta evidente que la Universidad de San Carlos de Guatemala puede ayudar a señalar el escape de esta crisis del bien común. En particular, se impone la necesidad de que nuestra casa de estudios superiores se proponga volver eficientes sus respuestas para liberar su capacidad de respuesta frente los desafíos que presenta el futuro. Es hora de que una institución que ya ha tomado conciencia de la necesidad de ahondar la formación posgraduada de sus estudiantes, se proponga avizorar los caminos de nuestro país frente a un horizonte oculto por una cortina de intereses inconfesables. Esta tarea supone múltiples medidas, entre otras, crear una mística de investigación y servicio que erradique las fuerzas que ahogan la búsqueda de la excelencia y el compromiso.

Desde las aulas de la universidad pública, en comunión con otras instituciones de enseñanza superior que tienen clara la crisis de nuestro tiempo, se puede impedir que la conciencia de nuestro país se empobrezca como lo quieren hacer aquéllos que sólo ven a este país como reservorio de oportunidades de inversión. Dentro de las perspectivas limitadas que preparan los nuevos saqueos, la supresión de la reflexividad social —articulada con estrangulamientos económicos— corre pareja con la criminalización de la protesta social. La eficiencia de los intereses privados, movidos por metas y no por ideales, hará lo posible para que la USAC desaparezca, mejor aún si es víctima de sus propias carencias. Por esta razón, es necesario que la Universidad de San Carlos de Guatemala se embarque en un examen profundo de conciencia para contribuir en la empresa de conquistar un futuro digno para nuestros hijos.  

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