Una foto encontrada en un muro de Facebook donde Jorge Ubico Castañeda (el dictador de los 14 años) aparece montado sobre un enorme caballo, me hizo evocar algunas sobremesas en la casa de mis padres.
El dictador que gobernó Guatemala a sangre y fuego entre 1931 y 1944 no era tan alto como recuerdan quienes aún suspiran por aquellos tiempos. Era de una estatura promedio y si acaso un poco más bajo. Él necesitaba mucho reforzar su autopercepción mediante el uso de boatos como su corcel de gran tamaño, portar un látigo o un bastón de mando para demostrar que él era quien ordenaba. Su egolatría lo llevó a provocar una verdadera crisis en los medios artísticos y académicos del país. Nadie podía ser mejor que él y de esa cuenta minimizó, cuando no hizo desaparecer, las expresiones plásticas, estéticas, escénicas, literarias y las actividades intelectuales.
No pocas veces, en las sobremesas nocturnas en la casa de mi familia (1960-1970), recordábamos las anécdotas de Jorge Ubico Castañeda contadas por mi papá. Hubo mucha relación de amistad entre ese personaje y la familia de mis abuelos paternos (nada de qué enorgullecerse), a más que, mi abuelo fue secretario de la jefatura política de Alta Verapaz cuando Ubico estuvo al frente de la misma. De esas pláticas pude colegir, durante la inmersión en mis estudios médicos y humanísticos, que la figura de aquel déspota se repetía en el día a día de los guatemaltecos a través de los mandamases de turno. Réplicas esas que alcanzaban no solo a presidentes sino también a otros funcionarios porque las malas mañas se contagian. También me percaté que los boatos fueron cambiando y el caballón de Ubico dio paso a los productos tecnológicos
Jorge Ubico Castañeda necesitaba de su corcel para verse más alto (física y psicológicamente) principalmente en los desfiles. Ese caballón fue sustituido en la historia reciente de Guatemala por automóviles de lujo, helicópteros y tarimas desde las cuales se pudiera lanzar besos o amenazas a la población, o bien recibir besos muy sonoros y bailar El caballito de palo o cantar El jefe de jefes como muestra de poderío. El látigo y cualquier otro objeto que portado en una mano significara mando fue cambiado por pistolones, relojes caros mostrados de una manera ramplona y, los elegantes uniformes que portó el dictador fueron cambiado por ropajes no acordes a la ocasión. Además, quienes los usan, no tienen la prestancia para lucirlos. Así, aquello que pudiera aportarles solemnidad y elegancia les provee ahora una imagen más que ridícula. Es decir, se muestran disminuidos y vulgares. Así son la mayoría de políticos, así son los tiranos en mi país.
Fuera de la lástima que provocan, uno se pregunta: ¿cómo se les permitió llegar a los puestos que alcanzaron? Sus heridas y sus cicatrices tenían la suficiente evidencia como para saber, más que intuir, que nada bueno podía esperarse de ellos
El caballón de Ubico (y su jinete) pasó entonces a significar una especie de metáfora[1]. Solo durante algún tiempo porque en la actualidad, quienes van montados, tienen características que lejos de infundir respeto ponen a ojos vistas sendas fracturas en su condición humana, quizá infligidas desde su niñez. Cuando se estudia o se conoce la historia de cada dictador hay momentos que llaman a la congoja. En ese contexto, fuera de la lástima que provocan, uno se pregunta: ¿cómo se les permitió llegar a los puestos que alcanzaron? Sus heridas y sus cicatrices tenían la suficiente evidencia como para saber, más que intuir, que nada bueno podía esperarse de ellos.
Ahora los hay presidentes, diputados, alcaldes, gobernadores, jueces, magistrados y se les puede encontrar (a tiranos y tiranitos) en cualquier otro puesto de dirección. Estos cargos los convierten en torres de mando al nomás coparlos. Su sintomatología es la misma: órdenes controversiales (que conllevan una enorme cauda de corrupción), gritos autoritarios creyéndose omnímodos, auto adjudicación de condiciones superiores a la ley y una supina ignorancia que lleva a más de alguno a invocar las leyes de otro país para sustentar erráticas decisiones.
El caballón de Ubico se convirtió entonces en una especie de metáfora desencontrada. Aun así, no podemos olvidar que fue el armatoste desde donde se cayó el dictador. Sus fracturas internas eran severas, como son las fisuras de otros mandamases en Guatemala. Esas heridas, si no se procesan adecuadamente, provocan la autodestrucción. Quizá por ello, un especialista en ciencias de la conducta me dijo: «Ubico no se cayó de su caballón, fue el caballón el que botó al Chiclán». Dicho sea, el déspota jamás pudo superar su condición de chiclán.
Así las cosas, los mismos caballones (heridas, fracturas y otros entresijos de los propios montadores) se encargarán de sus actuales jinetes. Evitemos sí, que en la corcoveada nos pisoteen.
[1] Figura retórica mediante la cual una realidad se expresa por medio de otra diferente, pero guardando alguna relación de semejanza.