Desde la Antigua Roma, el papel de los ejércitos ha estado supeditado al servicio de la clase económica.
Llámense grandes terratenientes, nobleza, burguesía u oligarquía, los ejércitos se han visto tentados a dejar sus tareas de expandir territorios, defender fronteras, proteger países y participar en guerras, a tareas menos estratégicas, serviles pero generadoras de recursos.
A principios del siglo I antes de JC, Roma, en su afán de expandir fronteras y asumir guerras en lugares distantes, necesitó de más soldados durante más tiempo de servicio. Esas personas abandonaron familias y tierras, generando grandes deudas que les hizo presa fácil de los grandes terratenientes. Inició así la dependencia de los ejércitos respecto de quienes tenían los recursos y el poder político. Eso obligó a profundas reformas en el ejército romano (las reformas de Cayo Mario), quien reformó el ejército y lo hizo permanente. Las guerras y crisis eran necesarias para mantener la paga de los soldados asalariados; que complementaban los ingresos con saqueos. Ante el desinterés de los pudientes y clase media por integrarse en los ejércitos, el reclutamiento de los sin tierra fue la solución y así se les dotó de armas y disciplina. No todo fue color de rosa. Se comenzaron a crear ejércitos privados, a partir del poder que ejercían los generales; quienes usaron sus fuerzas para preservar y ampliar sus poderes. Se inició un período de anarquía, donde el soborno, los incentivos perversos y el acomodamiento de las lealtades eran común denominador. Eso generó el debilitamiento de imperios, surgimiento de otros y la historia se volvía a repetir.
Traigo a colación este pasaje de la historia para dejar claro que los ejércitos siempre han jugado del lado de la conveniencia. A pesar de los intentos, su rol ha sido y sigue siendo servil, interesado y presto a servir de alfombra del mejor postor.
El intento de quiebre de esa dependencia con el golpe de Estado en 1983, puso de manifiesto el descontento de los oficiales jóvenes por romper con ese ciclo de servir para los fines de unos pocos, en lugar de sus funciones constitucionales. Las relaciones con el sector económico tradicional no debieran ser de supeditación, sino de igual a igual. Basta de seguir siendo la carne de cañón para que el reparto y acceso al poder fuera siempre entre los mismos, y los soldados solo para colaborar, cuidar los frentes y la retaguardia. Se inaugura la época de las posiciones modernizantes en el ejército.
¿Es lo sucedido en Santa Cruz Barillas un intento de retornar a las posiciones de dependencia del ejército, ahora de esa mezcla de empresarios extranjeros y nacionales? ¿Es ese el papel que les interesa y les corresponde jugar? ¿No están cayendo en una trampa de enormes consecuencias pero que no han medido en su totalidad? ¿Están escogiendo correctamente sus frentes de trabajo?
El reportaje de Plaza Pública de ayer, jueves 10, deja ver un rostro no retratado con anterioridad sobre lo sucedido en ese municipio de Huehuetenango. El rostro de lo humano, lo que sucede con las familias, esposas, madres, hijas de quienes están siendo buscados bajo el argumento de subvertores del ánimo. No cabe duda que hay responsables por los actos de violencia, pero ¿estarán buscando las fuerzas de seguridad en los lugares correctos?, ¿Es ese el papel que le corresponde al MP y a la PNC? ¿Quién atiende los temas de fondo: la enorme pobreza en la que están sumidas las comunidades rurales de ese municipio? ¿A quiénes les interesa recordar los capítulos amargos del conflicto armado interno?
En cualquier país medianamente civilizado, declaraciones como las publicadas el miércoles 9 en un medio impreso del representante de Hidro Santa Cruz serían causales para obligarle a salir del país en menos de 48 horas. Aquí, por el contrario, se le premia con el involucramiento de las fuerzas de seguridad, quienes abandonan tareas centrales para retornar a su rol de guardianes de operaciones que distan mucho del famoso desarrollo.