Indignados

Autor: Engler García englergt@gmail.com

El día después de las elecciones, los días posteriores, dejaron en el ambiente una sensación de impotencia, de estafa, de desconcierto. Y se desató una indignación casi generalizada. Es que no es posible, es que cómo puede ser, se preguntaban.

No se puede levantar uno con tanto desasosiego después de haber cumplido al pie de la letra lo que los buenos libros de civismo dictan. Votar porque así uno se responsabiliza con el país. Votar porque solo así se hace patria, votar porque, bueno, porque es cool.

¿Cómo es posible que cientos, miles, más de un millón de personas que viven en condiciones deplorables, con una retahíla de hijos desnutridos, con nulo acceso a puestos de trabajo, sin educación formal alguna; acepten dádivas y se dejen seducir por cantos de sirena?  ¿Es que cómo puede ser? Y muestran toda su indignación ante el desolador panorama.

Y se desahogan recurriendo a sus epítetos favoritos. La culpa es de los pobres, de los ignorantes, esos que no entienden nada. Esos que piensan que una bolsa de comida les va a resolver el futuro. Como si no supieran que eso es regalar lo ajeno, etc.

Durante el tiempo de campaña, observé varios foros. Desde la televisión o desde el internet, una maravilla eso del streaming. Pues en uno de tantos que observé, más por curiosidad que por esperar encontrarme con propuestas serias, acontecía un foro de candidatos jóvenes a diputados. El académico Edelberto Torres Rivas que abrió la actividad con una conferencia, dijo una frase muy elocuente. Lo parafraseo: “Los jóvenes de este país son en extremo conservadores”. Como el resto de la sociedad. Y como rasgo que define a personas que defienden posturas conservadoras: son reaccionarios. Lo de estos días post elecciones es una prueba contundente.

Habría que aprovechar esta ola reaccionaria e indignada para replantear seriamente los objetivos de tal indignación. De la pobreza no tienen culpa los pobres, de la ignorancia tampoco la tienen los ignorantes.  El problema real, el objetivo real que debe movernos a la indignación y luego a una acción conjunta, es el evidente colapso del sistema mismo. Si es imposible comprender esta premisa, toda indignación quedará en reaccionaria y poco útil para intentar un cambio real. Que visto los niveles de indignación, la mayoría deseamos.

En el sistema electoral, por ejemplo, que en segunda vuelta tengamos que elegir entre dos opciones poco esperanzadoras, no es culpa de los candidatos. Ni mucho menos de  los electores ingenuos y poco críticos. “Esos que creen en fulanito”.  Y aunque parezca cansado repetirlo, el problema real son los mecanismos electorales fundados en el financiamiento privado. Ahí está el germen de todas las taras de los partidos políticos.

Mientras esto no encuentre eco entre las demandas de los indignados locales y no se presione en la dirección de reformar estos mecanismos, seguiremos eligiendo ad eternum entre la opción menos mala. Como si tal cosa existiera. O por lo menos, fuera posible. Y menos aún, si a eso se reduce toda nuestra participación ciudadana: Acudir a votar e indignación generalizada el día después.

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