En lo teórico entendemos el Estado de bienestar. Lo entendemos desde el concepto político de un Estado que aporta a las clases más necesitadas los bienes y servicios básicos para su supervivencia con dignidad humana y posibilidad de desarrollo y que toma auge cada vez que sobreviene una de esas crisis cíclicas del sistema que mueven masas de población a condiciones de pobreza y pobreza extrema.
Y lo entendemos desde lo teórico porque en Guatemala se dan dos situaciones: una, la crisis tal y como se entiende también desde lo teórico y que en otros lares es constante y, dos, que el Estado guatemalteco no nos da por dónde encontrarle el molde de Estado de bienestar. Se han ensayado programas de transferencias condicionadas desde un Estado desfinanciado y paupérrimo, las cuales no pueden alcanzar un período de tiempo y a una población objetivo con la amplitud suficiente como para generar algún cambio sustancial.
Cada programa de apoyo toma el rumbo inexorable del clientelismo y la politización, sin brindarles a quienes lo administran por turnos un real rédito político. Asimismo, estos inexorablemente han perdido las siguientes elecciones. Réditos financieros en un marco de corrupción sí que han dejado, para funcionarios y proveedores. Lo lindo de la ideología predominante: hacer negocio del Estado y con el Estado.
Y sin aportes coyunturales que permitan paliar la pobreza, tampoco se tienen acciones políticas que apunten a las mejoras estructurales. Los sistemas sociales que tienden al bienestar poblacional intergeneracional siguen colapsados: educación, salud, seguridad…; todo aquello que, según la Constitución, es obligación estatal garantizar.
Si vemos un dato como las camas de hospital por cada mil habitantes, Guatemala tiene 0.4 camas. Y en un ranking de 189 países es el 164 (fuente: CIA, The World Factbook). Ya nos tienen bien informados de que la desnutrición crónica en niños alcanza casi el 50 %, que los centros penitenciarios no rehabilitan y que los niños que crecen sin padre engrosan día a día las pandillas. Que, según la última Encuesta de Condiciones de Vida, la pobreza sigue creciendo y que no es difícil establecer que el incremento del precio de los alimentos es la causa (pero el mismo Estado no se preocupa por favorecer ni la disponibilidad ni el acceso).
Es muy difícil ver algún área del bienestar poblacional que se encuentre cuando menos en mínimos aceptables. La vulnerabilidad ambiental se incrementa, la generación de empleo es insuficiente, la confianza en las instituciones es precaria, el desprecio por la clase política no permite crear esperanza y definitivamente no nos encontramos en condiciones de discutir sobre la conveniencia o inconveniencia de políticas que promulguen un Estado de bienestar. Lo nuestro es un ancestral Estado de malestar.