Es de ponerse los lentes

Autor: Gabriela Carrera gaby@plazapublica.com

Fui la cuarta hija de un matrimonio joven para los tres primeros y ya casi de 40 para cuando yo llegué.

Ser niña −sexo femenino−, siempre fue la característica que al presentar a la familia a los extraños generaba los clásicos comentarios de “sos la consentida”, “cómo te han de cuidar tus hermanos”, “de plano sos los ojos de tu papá”. Quizá es al revés, mi papá son los ojos de Gabriela. Él me puso así.

Muchas veces, seguido a llamar a nuestra madre, el decir “papá” le sigue casi inmediatamente. Las dos palabras nacen de los primeros sonidos de un niño, la primicia de la voz es para reconocer de quién proviene la vida. Es como una ofrenda instintiva de agradecimiento a las dos personas que han hecho posible la voz misma.

Mi relación con mi papá es privilegiada. Los recuerdos con mi papá marcan los primeros años de mi vida: cuando me hacía cada semana un dibujo a lápiz de diferentes flores y juntas hacían una colección unidas por una lanita, o la religiosa visita dominical al restaurante de comida rápida luego de la visita a los abuelos en el Cerrito del Carmen. Me acompañó pacientemente durante muchos días al colegio, en puro plan de apoyo moral, cuando nadie en la clase de Maternal 3 tenía lentes y yo sería la primera. Yo los escondía en la lonchera, hasta que me descubrió y como enseñándome a lidiar con el miedo y la timidez, me tomó de la mano y me llevó hasta la puerta. Ese día vi el mundo de manera diferente. Compartimos complicidades: antes eran los cubiletes y la forma de comerlos, hoy son las compras de libros o una que otra escapada a comer carne.

No siempre estamos de acuerdo, y las discusiones que se generan alrededor de casi cualquier cosa son siempre momentos a aprovechar. Hoy más que nunca agradezco en mi papá, la posibilidad de hablar francamente, de preguntar con la seguridad de obtener una respuesta honesta. Doy las gracias a la vida por un hombre que me ha sabido acompañar en los momentos importantes y en aquellos en dónde he debido aprender a vencer lo que no me deja avanzar, me ha dicho que el sentido de la vida es no tener miedo de ser quien se es: de ponerse los lentes y echarse a andar.

Los padres no son perfectos ni santos, son hombres; padres hay tantos y tan diferentes. El día del padre, será para mí, un día para celebrar a los hombres decididos a que su paternidad también los defina de manera importante en su vida y así también ayuden a encontrar a sus hijos su propio sentido de vida para él o ella, y para con los demás. Ante cualquier situación adversa (la distancia, por ejemplo) el padre es aquel que no deja de amar y lo demuestra.

A mi Jaime le debo precisamente eso: enseñarme a amar y todo lo posible que parte de ese hecho tan humano como divino. Gracias por siempre ajustar la graduación de mis lentes invisibles. 

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