Elí, Elí, lamá sabactani

Autor: David Martínez-Amador david@plazapublica.com

Frase de desesperación. Frase que significa abandono, frustración, dolor, sentimiento de impotencia y el gustar a la muerte en la boca.
Para todos aquellos que hemos recibido instrucción teológica formal ó caminamos (en el pasado) en los andares seminaristas, esta expresión aramea en labios de Jesús es muy conocida:

Separado de la relación con el Padre, al tomar el pecado de todos los hombres, por uno solo entró el pecado y por otro había de entrar la gracia ( San Pablo dixit), Jesús de Nazareth –a quien también llamaban El Cristo– se hizo pecado y por lo tanto, también debió ser cortado de la comunión directa con la divinidad.

Esta frase viene a mi cabeza porque cuando me la explicaron yo me encontraba en plena lectura del Decamerón (eso sí, empastada en plástico de la popular Biblia: Dios habla hoy). Luego no supe si el castigo fue por leer historias de romance y erotismo propios de la pequeña burguesía o por tener en mi poder pruebas de haber leído versiones extremadamente vulgatas de la Escritura; en fin, lo cierto es que dicho pasaje quedó impregnado en mi mente cómo pocos.

Y es que, en aquellos años, la estructura seminarista a la que yo pertenecía (episcopal diocesana) gustaba de traer o más bien “echarles la mano” (aunque hoy en día en los ámbitos clericales esto no suene tan bien) a diferentes miembros representativos de las tan diversas denominaciones protestantes y no protestantes.
Podrá parecerle al lector amateur que el mundillo religioso cristiano protestante es homogéneo, pero no lo es. Para alguien formado en el episcopalismo, por ejemplo, jamás entendí de dónde, cómo y a qué horas, el evangelismo fanático ( a quienes llamábamos desde esa época “hermanitos lindos”) había substituido el término el fruto de la vid durante la comunión por juguito de uva. Simplemente no había palabra griega para ¨venid y bebed¨ del juguito de uva.

Ni que decir cuando el ministro bautista visitaba el seminario y antes de la charla, había que repetir cinco veces el mismo himno como si Dios no lo entendiera a la primera (y además, no se hartara de estarle repitiendo todo lo que ya sabemos que dicen que hizo).

En aquellos momentos de juventud arrogante, coqueteando con el catolicismo al igual que otro gran episcopal y que fuera cabeza del movimiento de Oxford (John Henry Newman), siempre dije que una religión civilizada debería de permitir tomar café, fumar tabaco virginiano en pipa y beber bourbon, además de permitir contemplar pinturas eróticas de la pequeña burguesía (a fin de cuentas, el cuerpo es el templo).
Años después, ya en la Universidad de Massachusetts, durante las estadías en el Centro Newman de la Universidad, me di cuenta que me resultaría imposible fumar mi pipa en el ese lugar debido a la fobia anglosajona contra el tabaco. Si los bárbaros del norte habían hecho añicos la reforma protestante con la publicación del fanático documento The Fundamentals, más me habían jodido la vida estos protestantes sectarios del norte impidiéndome fumar cuando quería leer en la biblioteca Newman.

Allí decidí hacerme católico. O judío, a fin de cuentas, religiones que no satanizan el cuerpo.
En fin…. regreso a los años de seminario…

En alguna ocasión, una de estas visitas para cumplir con el espíritu ecuménico (por donde ya habían pasado jesuitas ateos, franciscanos con efecto de alcohol antes de las 10:00 am y uno que otro presbiteriano que no leía muy bien) pudo en realidad sorprenderme.

Fue la visita de un ministro perteneciente a las Asambleas de Dios con sede en Alabama. El protestantismo estadounidense en lo que a mí respecta se limitaba a escuchar góspel negro o a Elvis Presley cantando gospel luego de ingerir varias copas de Jack Daniels, pero en este caso no hubo negros (del góspel) ni Jack.

Fue un ministro de zapatos sucios, calcetines blancos, pantalones entubados y corbata a medio pecho quien recién había regresado de Bosnia Herzegovina y describió con tal exactitud lo allí sucedido.
Apropiándose de la frase que encabeza este artículo, puso a toda la raza humana en el madero: pecadora, alejada de dios gritando: Elí, Elí, lamá sabactani.

Reconozco ahora con total vergüenza que yo seguía indignado por los calcetines blancos pero, por un momento, mi romano sentido del mundo expresado en la frase: la belleza es verdad se detuvo ante la contemplación de la realidad. El grito que lanzamos en la oscuridad cuando los demonios nos cargan en brazos: De profundis clamavit cor meum, se entrelaza con el gemido de un género abandonado por su creador.
Traigo todo esto a colación cuando contemplo las escenas y leo los relatos de quienes sobrevivieron al incendio en el casino Royale en ciudad de Monterrey. Bastaron 2 minutos con 35 segundos en una operación perfectamente coordinada para sembrar el pánico, cerrar las puertas y generar una estampida humana que se frustraba abriendo puertas de salida falsas, y donde la ley del más fuerte simplemente aseguró la supervivencia.

Pensar en los gemidos de auxilio, el dolor, la muerte por asfixia, por aplastamiento, por no poder correr ante la incapacidad de la reacción corporal… todo, producto de un acto delincuencial sádico.
¿No se ha de gritar «Dónde estás dios»?

Una semana atrás, el atentado en el Estadio Santos Corona en Torreón, una balacera a las afueras del estadio entre mañosos y federales (distinga usted cuál es cuál) puso en jaque la vida de varios cientos de personas.

Pero que no se nos olviden otros hechos. Los migrantes secuestrados en San Fernando, seguramente murieron con el recuerdo en sus mentes y el nombre en sus labios de los seres amados por quienes decidieron cruzar la frontera; que no se nos olviden los nueve buses secuestrados en la ruta de San Fernando que jamás llegaron a su destino y nadie, por muchos meses, dijo algo respecto.

Ni qué decir de los buses de turismo michoacanos que al llegar al balneario de Acapulco son secuestrados por el grupo residual de la estructura de Eduardo Valdés Villareal (La Barbie) porque se les confunde con un contingente de miembros de la Familia Michoacana. Además de secuestrados, son torturados y muertos, inocentes turistas a quienes el magnánimo gobierno de Felipe Calderón les puso la etiqueta de “en algo andaban metidos”. Afortunadamente la mañana es más honesta que fecal y supo decir: Fue un error.

Y qué decir de los tantos abogados, ganaderos, médicos, comunicadores sociales, profesores universitarios, lavacoches y vendedores de mercadería pirata –entre muchos otros– que han resultado muertos en esta guerra ya no estúpida sino en esta guerra que ha mostrado cómo la patología puede hacerse normal.

Porque algo comienza a ser claro: no hay daños colaterales para el narco-mexicano, simplemente, se disfruta matar al por mayor ya sea un contrario, uno del gobierno o simplemente un pobre perdido. Matar un contrario es la tan ansiada vendetta, matar a un federal o a un militar es una forma de mostrar que no se achican ante el Estado y matar a un pobre perdido es solamente conseguir un cuerpo, un torso o una cabeza extra para pintar algún estúpido narco-mensaje.

¿Es que habrá algo más que de verdad nos pueda sorprender? ¿Se puede tragar más sangre con tanta facilidad? Es que, ¿estamos ante un caso de la vanalidad del mal y entonces lo que en antaño era mafia ahora son cadenas de mando seudo-militares sin capacidad de pensar de forma independiente?

Muchas veces de niño escuché la siguiente frase: ¿Dónde estuvo HaShem en los campos de concentración? Y hoy pregunto yo: ¿Dónde estuvo dios en San Fernando? ¿Dónde estuvo dios en el Casino Royale? ¿Dónde? Si dios nos ha abandonado, pues nos ha hecho un favor. Y si los hombres aman la sangre y el dinero que lleva sangre, entonces, ¿Qué nos queda?

Como le dijeron los doce a su maestro: ¿A quién iremos?

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