Hay varias condiciones que definen la aparición de los denominados outsiders. Entre ellas, las más claras y clásicas son el desgaste de los partidos políticos tradicionales, el mal desempeño de las élites políticas y la desconfianza de los ciudadanos en las instituciones políticas.
Los tres elementos anteriores terminan por generar un efecto sobre las estructuras de vinculación tal que desaparece la noción básica de reglas y formas de competir aceptadas dentro de una sociedad. El surgimiento de outsiders es uno de los síntomas más claros de la antipolítica. Utilizo la definición de outsiders provista por Kenney: son actores cuyo criterio antipolítico establecerá una división muy particular entre la clase política y todo lo demás que existe. Algunos rasgos comunes entre estos son su discurso mesiánico, presentarse como la encarnación de la voluntad popular, inflar la idea del sentido común como criterio de acción y dirigir sus baterías contra los tradicionales.
En la ciencia política comparada hay muchos ejemplos de esto. Puede pensarse en Alberto Fujimori (Kenney lo define como antipolítico de tipo anti-party). Se pueden mencionar también los casos de Vargas Llosa y Fernando Lugo (a quienes Kenney denomina party-tolerant). Quizá estos nombres no dicen nada para las generaciones actuales. Se puede también apuntar a nombres como Giuseppe Piero Grillo (Beppe Grillo), cómico y artista italiano que lideró el Movimiento 5 Estrellas y consiguió un 25.55 % en la Cámara de diputados. Hay también malas tipificaciones del outsider. Jaime Heliodoro Rodríguez Calderón, conocido como el Bronco, es quizá la figura más reciente en la región al haber ganado la gubernatura del estado de Nuevo León en México. Es cierto que ganó con una candidatura independiente, pero tuvo 33 años de participación política en el PRI. Vaya escuelita.
Definir al outsider es algo que se hace en varios frentes: alguien puede ser outsider respecto a su discurso, respecto a si nace o no en la genealogía política tradicional (Berlusconi, antes de ser político, fue guía de turismo) o respecto a las estructuras que lo mueven. En términos de su discurso, el outsider se inclina al pragmatismo, como lo hizo Fujimori. En términos de su tolerancia a las estructuras de partido tradicional para postularlos, los outsiders son muy particulares. Otra vez, recurriendo al caso comparado con el Perú, el desgaste de los partidos tradicionales generó estructuras que fueron apodadas partidos taxi, cuya direccionalidad apuntaba a ser el vehículo electoral de candidatos personalistas de tipo outsider. Lo hicieron en 1990 Vargas Llosa con el partido Fredemo y Fujimori con Cambio 90. Si nos referimos a casos aún más atípicos, que usan partidos tradicionales como vehículos, debemos apuntar a casos como el de Néstor Kirchner como un insider en el 2003. Si hablamos de casos en los cuales el partido se funda para catapultar a un tradicionalista y ese partido se hereda luego a un outsider, tenemos el caso de Unión por el Perú, fundando en 1995, que apoyó a Javier Pérez de Cuéllar (no outsider), pero que posteriormente se convirtió en el partido de Ollanta Humala, quien gobernaría el país entre 2006 y 2011.
Esta última línea en referencia a Humala nos hace darnos cuenta de que, si bien los outsiders transforman la cancha de la competencia electoral y el sistema de partidos políticos, pueden adquirir legitimidad. Depende de las capacidades. Fujimori construyó una tecnocracia limitada que le permitió otorgar resultados concretos, pero fue coaptando mecanismos de rendición de cuentas al punto de que algunos politólogos le tipificarán rasgos de democracia delegativa.
Ahora, si hablamos de rasgos propios de su entorno y personalidad como outsider que impactan en su forma de gestión, no se puede dejar de mencionar a Vicente Fox. No por su triunfo en el Ejecutivo federal mexicano, pero sí por su triunfo como diputado y por el inicio de su carrera política. Provenía del sector empresarial y no tenía vínculos familiares con la política regional de su entorno. Antes de tomar posesión como diputado federal en 1988 había sido parte de un gobierno paralelo nombrado por el líder histórico del panismo, Manuel Clouthier. Como notará el estimado lector, la tendencia de gobiernos paralelos en México no fue cosa de López Obrador, quien, por cierto, no es outsider, sino de escuela totalmente priista.
Pero volviendo a Fox y a su accionar como outsider, en su rol de diputado federal cuestionó la legitimidad del triunfo de Carlos Salinas de Gortari usando dos boletas electorales como orejas de ratón para ridiculizarlo. Y es que Salinas era bastante orejón. Pero el estilo campechano, directo, simple y coloquial de Fox, sumado a su virginidad política, le abrió el espacio. Y ese estilo le permitió llegar lejos (ya no como outsider, claro).
La historia de los outsiders no siempre termina mal. No por fuerza son la llave que abre el Armagedón. Si el sistema los disciplina, el juego puede ser predecible. Lo que pasa es que Jimmy Morales, a la luz de sus recientes entrevistas para noticieros internacionales, se proyecta más bruto que Fox y Peña Nieto juntos.
Lo cual es mucho decir.