El negacionismo ante la pandemia (de covid-19)

Autor: Juan José Guerrero jjguerrero@url.edu.gt

Un compañero médico me dijo: «Pontifican sobre los efectos secundarios de las vacunas [contra el SARS-CoV-2], pero se atiborran de medicamentos que sirven para tratar la disfunción eréctil sin importarles los efectos adversos que tienen esos medicamentos».

La verdad, como habría dicho mi abuela materna, «me arrancó una carcajada en doble vía». La primera, por la mera ocurrencia. La segunda, porque mi colega se refería a esas malas prácticas (a las que se están acostumbrando muchos conciudadanos) de hablar hasta por los codos acerca de lo que nada se sabe y de aceptar (por un malentendido respeto o para mantener una paz barata) opiniones que chocan frontalmente con los descubrimientos y los conocimientos científicos.

Escribo este artículo el 11 de marzo de 2021, exactamente un año después de que la Organización Mundial de la Salud declaró que la enfermedad llamada covid-19 podía caracterizarse como una pandemia. Y debo compartirles que a partir de ese día cambié el propósito de mis artículos. Me dediqué a motivar —con argumentos válidos— ese estado de fe y de ánimo que se llama esperanza. Así, expresé que esta sería la primera pandemia en la historia de la humanidad que se vencería a pura ciencia. Y razón no me faltó. Antes de haberse cumplido un año de la declaración de la pandemia, por lo menos cuatro proyectos de vacuna estaban concluidos. Quien gusta de la historia, y particularmente de la historia de la medicina, bien sabe que estamos ante un hito no imaginable diez años atrás.

Desafortunadamente, esa actitud humana que consiste en negar la realidad para evadirla o no hacerle frente (porque se trata de una verdad que incomoda) hizo presencia en Guatemala junto con el nuevo coronavirus. Atónitos escuchamos cómo nuestro presidente —luego de que se documentara el primer paciente en nuestro país— calificaba la enfermedad como una «gripona» y exhortaba a la población a ir a la playa. Y luego de semejante afirmación, a los profesionales del sector salud se nos vino un aluvión de inconsecuencias.

No faltó quien nos acusara (a los médicos) de propagar falsedades para hacer dinero a costillas de los pacientes. Y no pocos anodinos, cuando la muerte rondó sus entornos, se pasaron a la vía contraria y nos increparon estar haciendo nada ante la gravedad de la peste.

Esa actitud humana que consiste en negar la realidad para evadirla o no hacerle frente (porque se trata de una verdad que incomoda) hizo presencia en Guatemala junto con el nuevo coronavirus.

Similar a lo sucedido en el desarrollo histórico de otras epidemias, muchos se constituyeron en científicos respaldados por una supuesta experiencia. Hubo quien me dijo: «Mirá, vos. Yo soy egresado de la universidad de la vida y estoy acostumbrado a cosas difíciles […] Puedo asegurarte que…». Y vaya sarta de tonterías las que me aseguró.

Más graves fueron las noticias falsas —negando la pandemia o desacreditando las vacunas— provenientes de personas pertenecientes a profesiones no conectadas con la medicina. Hubo quien me aseverara, en orden a sus estudios, que la vacuna modificaba las cadenas de ácido desoxirribonucleico (ADN) de las personas. Y sentaba cátedra con una seguridad solo digna de muchos lenguaraces que tenemos incrustados en los organismos del Estado. En este caso, le pedí al experto que revisáramos el pénsum que había llevado en la escuela donde se había graduado hacía más de 40 años y le demostré que no había cursado ni una asignatura de inmunología ni de genética. Y también le demostré que en lo suyo jamás se actualiza. Ah, pero sí pontifica.

Ni duda cabe: reacciones adversas (en quienes reciban la vacuna) hay y habrá. Como puede suceder con cualquier medicamento, esos efectos son esperados en un ínfimo porcentaje. Y de suceder hay protocolos para hacerles frente. Pero demonizar por ello el producto de miles de horas de trabajo científico sin tener una casuística que sustente las afirmaciones solo puede atribuirse a la ignorancia (burricie, diría mi abuela) o a la perversidad.

Entendamos, por favor. Negar una pandemia como la que estamos sufriendo o propalar noticias falsas acerca de las vacunas y de los antivirales que la ciencia está poniendo al servicio de la humanidad puede ser tan delictivo como comercializar o distribuir pruebas falsificadas para detectar el coronavirus.

Recordemos: en tiempos de crisis, mucho hace el que poco estorba. Así titulé el artículo que publiqué aquí el 23 de marzo de 2020. Y esta premisa, previa a la conclusión del argumento, sigue vigente.

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