El doble de bueno

Autor: Juan Miguel Goyzueta juanmiguel@plazapublica.com.gt

En estos días se escribe mucho sobre la elección presidencial en Estados Unidos. La mayor parte de lo que se escribe es propaganda de uno y otro lado.

Pero también hay análisis que son muy buenos. Uno de ellos fue el que se publicó esta semana en la revista The Atlantic sobre el rol que solapadamente sigue jugando el racismo en la política de ese país.

El autor emplea datos y ejemplos para elaborar sobre su propuesta central: que muchos estadounidenses continúan siendo racistas solapados de doble moral. Uno de los ejemplos más impactantes fue el de Shirley Sherrod, una mujer negra que fue nombrada a un importante cargo en el Departamento de Agricultura a inicios de la Administración Obama. Sherrod es una activista de los derechos civiles que ha aguantado en carne propia las peores consecuencias del racismo: tanto su padre como su primo murieron a causa de violencia blanca y su empresa New Communities fracasó a causa del trato discriminatorio que sufrió por parte del Departamento de Agricultura durante la Administración Reagan. Su gestión iba ser una oportunidad para que ella misma se asegurara que el gobierno no discriminara más contra los agricultores negros, pero este sueño acabó cuando la administración se enteró que podía llegar a manos de Fox News un video de una conferencia que había dado en la NAACP.

En el video ella instaba a otros afroamericanos a buscar la reconciliación y enterrar cualquier sentimiento de venganza, pero un bloguero conservador lo editó de tal forma que hacía parecer que Sherrod estaba, de hecho, incitando a la venganza contra los blancos. La sola posibilidad de que esto saliera al aire hizo que la Administración Obama le pidiera la renuncia a Sherrod. Al final, el video no salió y la administración quedó en ridículo. Pero esto nos revela lo sensible que el tema racial sigue siendo al día de hoy. A pesar de todas las injusticias que Sherrod recibió por parte de blancos durante su vida, de ella no se toleró ni la vaga e infundada posibilidad que llegara a cometer una injusticia contra ellos en su cargo porque contra ella sí caería todo el peso de la indignación.

Lo mismo sucede con el propio Obama: fue electo por los estadounidenses pero estos mismos no le permiten usar en su defensa la misma contundencia con que sus adversarios le atacan. Los republicanos pueden expandirse todo lo que quieran en críticas e incluso ofensas a su persona –sin perjudicar su viabilidad electoral– pero de él se espera nada menos que una estoica moderación, que tome los ataques y jamás pierda el modo sereno y académico. Aún si esto lo hace parecer débil ante sus bases, no tiene opción pues lo contrario reavivaría el fantasma del “angry black man” y lo sepultaría políticamente. En el mismo artículo se menciona que el racismo le ha costado a Obama entre 3 y 5 puntos porcentuales netos del voto popular, a pesar de su moderación. Para los afroamericanos es una regla implícita la del “doble de bueno”, o sea que ellos pueden llegar a ser igual que cualquier blanco pero deben ser el “doble de buenos” para conseguirlo. Y aún si la mayoría se somete a esta regla, el clamor por una verdadera integración no cesará hasta que no haya una plena igualdad.

Al finalizar la lectura del extenso artículo, quedé convencido de la importancia que aún tienen las construcciones sociales que creemos superadas pero que persisten de forma solapada, como es la supremacía blanca, o ladina/criolla, en el caso de Guatemala. Y es que si eso pasa en Estados Unidos, ¿Cuánto más serios no son los conflictos raciales en Guatemala? ¿Cuántas veces más méritos exigimos a los grupos subalternos (indígenas, mujeres, homosexuales, “izquierdistas”, etc.) para darles el mismo respeto? ¿Aplicará la regla del “doble de bueno” o será el triple, cuádruple o más?

Al final, este tipo de conflictos nunca se resuelvan completamente. El problema de fondo es que las relaciones de subordinación –al verse expuestas– se transforman pero no desaparecen. Los subalternos siempre serán sensibles a la discriminación por más solapada que esta sea pero sus discriminadores siempre la negarán y argumentarán que cumplen con todas las normas. Tan solo si esta es expuesta de forma masiva, llegan la indignación y la evolución hacia mejores normas. Quizá la equidad perfecta (o justicia social) sea como perseguir la zanahoria que cuelga de la frente del burro. Pero abandonarla como ideal no solo es perverso sino peligroso porque destruye aquello que sí podemos conseguir en la realidad: la armonía social.

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