Han transcurrido largos y sangrientos 34 años desde que con la mayor alevosía y ventaja fue asesinado Manuel Colom Argueta. El crimen, como todos los que se cometieron en ese largo período de violencia institucionalizada, no sólo ha quedado en el olvido sino que sus hechores materiales e intelectuales gozan de absoluta y total impunidad.
Al lugar donde le acribillaron cada vez son menos las personas que se aproximan a recordarle, consecuencia del permanente esfuerzo que hacen los cómplices y beneficiarios de su muerte para borrar de la historia del país todo nuestro pasado.
A pesar de su relativa juventud –cuando le asesinaron estaba por cumplir 47 años–, el exalcalde de la ciudad de Guatemala había construido ya una imagen clara de dirigente honesto, comprometido y dispuesto a trabajar por el desarrollo del país. Con escasos recursos y a pesar de la la presión permanente de los gobiernos militares de turno, había logrado reunir las 90 mil firmas que entonces le fueron exigidas para que el partido Frente Unido de la Revolución –FUR– pudiera ser inscrito.
Es de hacer notar que en la actualidad se exigen apenas 18 mil firmas para tal efecto, y dadas las dificultades que encuentran para obtenerlas, algunos políticos con intereses electorales prefieren “comprar” partidos ya existentes. Aquellas firmas del FUR alcanzarían hoy para organizar cuatro o cinco partidos de ahora. Pero en aquel tiempo, los furistas no sólo estaban afiliando personas sino, con amplio sentido cívico, creando bases para tener efectivamente un partido de militantes y así movilizar al país para transformarlo.
Su muerte ocurrío, precisamente, a escasos días que el FUR había sido finalmente autorizado a funcionar como partido político. Fue evidente que con su asesinato se trató de allanar el camino para que otro militar asumiera el poder en 1982, cerrándole el paso a la democracia que hipócritamente decían defender. El designio finalmente se cumplió, aunque no con el militar seleccionado por el Alto Mando sino a través de un golpe de Estado.
Para aquellos años, Manuel Colom Argueta aparecía como el político que, negándose y hasta oponiéndose al uso de las armas, proponía e intentaba construir un país diferente, con un Estado al servicio de las mayorias y basado en la democracia.
Sin embargo, para quienes desde hacía más de una década se habían apoderado del Estado para proteger sus intereses, la figura del joven lider socialdemócrata era un estorbo, como lo fueron todos y cada uno de los ciudanos que durante todos esos años de oscuridad y sangre fueron eliminando, en su mayoría con el mayor lujo fuerza y mostrando total impunidad. El comunismo y la guerrilla eran simples pretextos para mantenerse en el poder, y con sus prácticas asesinas y sanguinarias, lo único que lograron fue conducir al país al callejón de las desventuras en que ahora se encuentra, institucionalizando el crimen como mecanismo político, entronizando la impunidad hasta en el tuétano de la sociedad.
Nadie desde el poder hizo ni ha hecho nada por esclarecer tal magnicidio. Por el contrario, con el paso de los años se han ido muriendo testigos y desaparecido informaciones. Su muerte es, cada día que pasa, un dolor cada vez más lejano en sus familiares y una nota breve al interior de las páginas de los diarios. Es evidente que si los hechores materiales lograron absoluta impunidad para su crimen, los hechores intelectuales consiguieron mantener no sólo el poder en función de sus intereses sino, lo que posiblemente es lo más penoso y trágico, lograron incorporar en el imaginario de la sociedad la certeza de que en Guatemala nada cambia y que a quien lo intenta hay que eliminarlo.
Dificil, si no casi imposible, parece ser que algún día en ese crimen se haga justicia, más dificil parece, aún, que en Guatemala podamos vencer la cultura de la impunidad y del terror. Posiblemente pronto desaparecerá la pequeña placa conmemorativa que entre malezas en el arriate de una transitada avenida apenas si se nota, así como muy pronto ya no habrá quien escriba algunas lineas en su memoria.
Y si muy probablemente a los sicarios el pago apenas les alcanzó para pagar algunas deudas, los hechores intelectuales y sus inmorales descendientes pueden gritar a voz en cuello que ganaron, pues tienen el país que siempre han querido y no hay visos de que pueda cambiar.