Cuando el CACIF tose

Autor: Virgilio Álvarez Aragón vilyalvarez@gmail.com

Las últimas decisiones del grupo de exmilitares y semimilitares que gobierna el país ha dejado patente que cuando al CACIF le da tos, a ellos les da pulmonía.

Como todos recordarán, la aprobación de los bonos era, según parece, una condición que muchos diputados pusieron para la aprobación “express” del Presupuesto General de la Nación, de manera que pudieran recibir un derrame de esos fondos en sus bolsillos, tal y como pudo haberse entendido de la rogativa que días antes habían hecho en el Congreso de la República tanto el Ministro de Comunicaciones como el principal beneficiario de FONAPAZ.

El propio Presidente confirmó tal decisión, y era ya de dominio público que la suerte estaba echada. Sin embargo, solo fue que la dirigencia del sindicato empresarial expresara su oposición para que raudos y veloces los funcionarios responsables del presupuesto dijeran que  no tenian tanta prisa en la aprobación de lo que días antes era considerada urgencia nacional.

El hecho ha venido a demostrar también que quienes dan las cartas e imponen el paso en el sindicato de los empresarios son los dueños de las grandes empresas industriales y agrícolas, a quienes el que se pague o no a los constructores les tiene sin cuidado, sector que todo hace suponer integra a muchos de los llamado capitales emergentes y que, dicho sea de paso, son los que más reciente y urgentemente dependen de los recursos públicos.

El hecho es posiblemente el broche de oro y la muestra más que palpable de que el grupo que actualmente detenta el poder depende total y absolutamente de la clase económica, la que se evidencia como efectivamente la clase política. Ellos entran sin avisar en la casa presidencial y toscamente le dicen al que despacha en esas oficinas qué es lo que debe y no debe hacer.

Con ese tipo de comportamientos es evidente que la democracia continúa siendo una palabra vacía de cualquier contenido. Empresarios y políticos han reducido el Estado a una agencia de negocios, sin que los intereses reales de la mayoría de los ciudadanos sean puestos en consideración. Lo que importa son sus negocios y, sobre todo, su enriquecimiento acelerado. Las decisiones políticas no se toman en función del interés de las mayorias, sino a partir de los intereses de ese pequeño grupo de propietarios de empresas que más que dedicarse a hacerlas eficientes y productivas se han especializado en defender los intereses de su pequeño grupo, controlando y manipulando gobernantes.

La situación actual nos muestra, además, que como sociedad poco o casi nada hemos avanzado desde que hace más de 170 años, el llamado Marques de Aycinena (que también era obispo de Trajanópolis, una sede inubicable), controló el poder político para beneficiarse y beneficiar a su familia y allegados. Si aquel defensor de la castración política y social del liberalismo del siglo XIX controló y manipuló a Rafael Carrera, aunque lo detestara, sus homologos del siglo XXI, sin ser curas ni pastores, controlan y manipulan gobernantes que, como el caudillo de oriente, para nada les interesa que se construya, desarrolle y consolide la democracia.  Porque democracia no es tener elecciones, sino que las personas participen en la toma de decisiones públicas y que los electos cumplan con su mandato y no se les impongan intereses ilegítimos.

 

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