En la semana del 16 al 20 de marzo se celebró, en la Universidad Autónoma de Coahuila (UAdeC), el Primer Congreso Internacional Comunicación, Ciudadanía y Paz (Cocyp), que congregó a una selecta muestra de instituciones y académicos que tienen como tarea profesional y personal el desarrollo de referentes teóricos y de aproximaciones metodológicas para entender la naturaleza humana, el conflicto y la violencia, de manera que se pueda desarrollar toda una agenda de trabajo académico y comunicacional que permita contribuir a consolidar la paz en el mundo.
Luego de participar como oyente en toda una serie de disertaciones, así como de convivir con los ponentes y conferencistas expertos en la temática, he podido empezar a realizar una suerte de valoración que permita recuperar las principales conclusiones del evento. Por ejemplo, el doctor Washington Uranga, desde el aspecto comunicacional, y el doctor Juan Manuel Jiménez, más desde la parte teórico-conceptual, abordaron conjuntamente la noción de una «paz imperfecta», que no pretende eliminar el conflicto ni la violencia, sino establecer procedimientos, mecanismos y aproximaciones que permitan aprehender el ideal de paz y trabajar sistemáticamente para conseguir, en todo momento y lugar, las mejores condiciones para el tratamiento del conflicto y evitar la violencia, sea del tipo que sea.
Comunicacionalmente, por ejemplo, eso significa respetar profundamente la dignidad de todas las personas y de todos los grupos, aun la de quienes históricamente pueden tener intereses divergentes. Juan Manuel habla de movernos de la categoría de «enemigos» a la de «adversarios», mientras que Washington nos invita a considerar negociables todos nuestros planteamientos, a excepción de la firme voluntad de llegar a acuerdos. En el tema comunicacional implica, por ejemplo, evaluar sistemáticamente las «etiquetas» con las que nombramos el mundo y a los demás, ya que dichas categorías pueden simplificar la realidad y llevar a justificar la violencia. Un ejemplo de ello es cuando vemos jóvenes con tatuajes y los identificamos como mareros. Esto justifica acciones de mano dura y de violencia en contra de quienes hemos incluido en esa categoría.
Desde el punto de vista comparado, el doctor Jordi Urgell plantea que, pese a que en el mundo ha aumentado el número de conflictos violentos, el número total no ha crecido porque la gran mayoría de estos ha concluido formalmente en acuerdos de paz. La mala noticia, sin embargo, es que muchos de esos conflictos se reanudan con el tiempo, de manera que un acuerdo no puede verse como el final del camino —el concepto de paz imperfecta—. Plantea, dentro de las lecciones aprendidas de la paz, que generar condiciones institucionales con vistas al cumplimiento de los acuerdos es uno de los aspectos medulares de la generación de mejores condiciones para la paz firme y duradera, como se dice en Guatemala.
Lamentablemente, la evidencia en América Latina demuestra que, lejos de fortalecer nuestras instituciones, las estamos destruyendo. En algunos casos, de manera acelerada, como en Guatemala.
En síntesis, el congreso demuestra que, para este y muchos otros temas, lo más importante es generar reflexiones institucionales, interdisciplinarias y multidimensionales que permitan encontrar soluciones teóricas y prácticas a problemas complejos. Tal es el caso de la violencia, de la intolerancia y del conflicto.