Ahora que el precandidato a la alcaldía de San José Pinula por el partido Líder es capturado como responsable del asesinato de dos de sus colegas, su “máximo dirigente” Manuel Baldizón recula y dice que esa persona, Luis Marroquín, ya no forma parte de su organización.
Qué fácil. Intento de salida por la puerta de atrás. Esa es la historia representativa de cómo los partidos cambian de traje y se duermen con cualquiera.
Lo sucedido es solo la punta del iceberg. ¿Cuántos candidatos de ese mismo partido y de otros que están en la contienda tienen sucias sus manos? ¿Cuántos asesinos y criminales se lanzan cada cuatro años tras cargos de elección pública, para seguir haciendo más de lo mismo pero ahora investidos de funcionarios públicos y donde pueden legalizar sus acostumbradas prácticas, e incluso abrirse a otras opciones, siempre criminales?
Esa ha sido una de las características centrales de nuestra funesta historia política nacional. Mientras los representativos de las élites, tradicionales y emergentes, se enfrentan ferozmente para capitalizar espacios de poder y así poder desbancar, por vez primera, a los señores de rancio abolengo, los partidos sufren una importante adaptación. Son ahora un espacio vital para que esas confrontaciones adquieran una dimensión política, y no solamente de choque por el control de los capitales y el mercado. Los partidos son las organizaciones donde tienen cabida ambas expresiones, donde se condensan, formando un nuevo tipo de actores.
Las nuevas movidas se alimentan de los resultados que construyen, etapa tras etapa. Su visión es de largo plazo, pero sus alianzas son momentáneas. En momentos generan alianzas con unos, al siguiente paso se les ve con otros, antes enemigos; posteriormente dejan esas relaciones y establecen contubernio con nuevos aliados. El cambio de pelaje es su signo más evidente. Así podemos caracterizar a Líder, a la UCN y a casi todos los partidos, que proclaman seguridad y justicia, cuando ellos mismos son causantes directos del panorama desalentador de la impunidad.
Tras el discurso del humanismo cristiano y el apego a la economía social de mercado, el Líder y su dirigente Baldizón no tienen nada que valga la pena. Que más incongruencia al combinar esa bandera con seguir levantando la bandera de la pena de muerte. Si Konrad Adenauer estuviera vivo se volvería a morir, pero ahora de la vergüenza, al ver sus postulados en manos de semejantes personajes.