Calladita te mirás más bonita

Autor: Itziar Sagone labrujildacosmica@gmail.com

El llanto de la niña no se volverá a escuchar. Silencio. Guatemala se muere despacito. Mueren sus ojos, mueren sus pechos, mueren sus manos, mueren sus madres, sus abuelas, sus hijas, muere la dulzura, muere la palabra.

Una mañana más, el Sol despunta, el sonido del repartidor de periódico se alcanza a distinguir en el ulular citadino. Las camionetas se pelean el pasaje, su humo se mezcla con el vaho del café y el arroz en leche que Carmen preparó muy de madrugada. Leticia le alcanza El Diario, allí está, otra más, otra mujer muerta en portada. Un escalofrío le recorre la espina dorsal, se le enchina la piel y una lágrima cae sobre el café. Carmen recuerda a su niña, a la pequeña que perdió años atrás. Se enjuaga las lágrimas y sirve otro pan.

Adriana se mece en la silla, el crujido de la madera envejecida se mezcla con sus pensamientos; un colibrí la sorprende, lo observa, lo mira a los ojos, su mirada es la misma que la de Teresa, la niña que con tan sólo 12 años había sido vendida para trabajar en una tortillería. Suspira, Adriana no puede más, le pesa, voltea la mirada, su computadora sigue abierta y sabe que allí encontrará cientos de casos de mujeres desaparecidas, prostituidas, violentadas. Se consume en su dolor, se sienta en su silla y comienza la jornada laboral. Sabe que en un par de horas le tocará estremecerse otra vez.

La casa está limpia, la ropa planchada y ella bañada. Es temprano, son apenas las 11, falta un buen rato para que él regrese a casa. Olimpia escucha la algarabía de los niños de la cuadra. Son vacaciones, todos están allí, la pandilla, su pandilla. Decide sacar la carne del refrigerador y salir a jugar un rato, el correteo la entretiene, juegan tenta, se tuestan al sol. El motor del auto se escucha a pocas cuadras, Olimpia palidece, ve el reloj y regresa a su oficio de mujer; es tarde, él estará furioso al no encontrar la comida sobre la mesa y ella, con sus ojos de niña, recibirá el escarmiento por ser lo que es, no podrá salir a jugar hasta que bajen los golpes.

Suena el timbre, es finalmente hora de regresar, ha caído la noche y las piernas pesan. Rogelia sube al autobús, atraviesa la ciudad con el corazón agitado “si se sigue tardando así no voy a alcanzar el otro”, finalmente llega, no hay transporte, le toca caminar. Las calles oscuras, el drenaje a flor de piel moja sus zapatos, “mierda” piensa, “y mañana qué voy a hacer”. Escucha un silbido, se sobresalta, un par de ojos la observan, luego dos más y otros dos. Su corazón se acelera, la adrenalina se apodera de su cuerpo, un sudor frío se cuela en su pecho, en su espalda, Rogelia sabe que el miedo atrae a los perros. Reza. Rogelia es sepultada seis días después.

No somos más que una sociedad misógina que desprecia tanto a las mujeres como a la vida. Sí, patriarcal también, misántropa, enferma, carente de conciencia. En cada una de las más de 30 mujeres muertas que van en 20 días, morimos todos; en las más de700 que murieron el año pasado nos consumimos, en las más de 3,000 que han muerto en los últimos años, nos condenamos.

“En un mundo donde el lenguaje y el nombrar las cosas son poder… el silencio es opresión y violencia”, Adrienne Rich.

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