En política, quien logre crear un enemigo, que lo mercadee de manera eficaz y, en buena medida, lo monopolice es tendencialmente el que logra mayores adhesiones.
Una de las primeras revelaciones sobre la política moderna (esas que solamente muestran su grandeza hasta que ha pasado mucho tiempo) la tuve cuando, con poco más de 16 años, vi Batman Returns. No la entendí hasta que, ya mucho menos joven, leí a Von Klausewitz, que plantea que la guerra es una extensión de la política por otros medios. Más adelante, cuando Schmitt al igual que Foucault plantearon la relación inversa, sabía que algo profundo y poco conocido estaba siendo señalado: la política moderna es la extensión de la guerra por otros medios.
De una forma o de otra estos tres grandes pensadores tenían claro que, para que en la modernidad pueda existir la política (especialmente la democrático-liberal), se tiene no solo que crear un gran enemigo, sino mantener con él una relación a muerte. El enemigo me amenaza de muerte por lo que yo lo amenazo a él de muerte. Por lo menos así se vende a las masas la ilusión de necesitar de los políticos, los empresarios, etcétera.
Bajo ese principio tan básico sobre el enemigo se mantiene aún vigente y útil la gran manipulación ideológica de Churchill para imponer en todo el orbe el modelo liberal de democracia como única alternativa: la democracia es el peor sistema político que existe, con excepción de todos los otros sistemas. El problema es que ese modelo ideal de democracia no existe en otro lugar más que en los libros. Es mucho más justo plantear que la Realdemokratie liberal se basa en ese esencialismo que autoritariamente se impone hoy en día al resto del mundo. Analicémoslo más despacio mediante una alegoría.
Era el año 1992 cuando Batman Returns llegó a las salas de cine de Guatemala. La combinación no podía haberse hecho de mejor forma: Tim Burton dirigiendo, con un guión elaborado por Bob Kane, Daniel Waters y Sam Hamm. Un excelente reparto de actores encabezado por Michael Keaton como Batman (Bruce Wane), Danny DeVito como el Pingüino (Oswald Cobblepot), Michelle Pfeiffer como Catwoman (Selina Kyle) y Christopher Walken como el inescrupuloso multimillonario Max Shreck.
Además de una enorme fortuna, el megalómano Shreck había acumulado una serie de esqueletos en su clóset corporativo a lo largo de su “exitosa” carrera (desde desechos tóxicos hasta VIP’s muertos). La última de sus hazañas era el asesinato de su secretaria, Selina Kyle, quien había descubierto algunas “irregularidades” en el manejo de sus “negocios”. Para no dejar ningún cabo suelto, la empuja desde el último piso de un altísimo rascacielos y cae al suelo; siendo resucitada por los lamidos de cien gatos.
El Pingüino, por su parte, tras fingir el rescate del hijo del alcalde (que sus secuaces habían secuestrado) se convierte en una especie de héroe grotesco que busca su verdadera identidad. Shreck y el Pingüino (ahora con la identidad de Oswald Cobblepot) establecen una alianza y elaboran un plan para tomar definitivamente el control de Ciudad Gótica. Encargan a la banda de secuaces del Pingüino sembrar entre la población el miedo ante el caos y destrucción que provocaba el criminal universal. Querían demostrar la ineficacia del alcalde para mantener el orden, la seguridad y el control de la fantástica urbe. Shreck ofrece al Pingüino financiar su campaña para convertirlo en alcalde y así lograr el favor político que todo buen capitalista necesita. El compromiso era apoyar sus negocios corporativos después de ganar la contienda electoral.
Batman, por su lado, padece de un ataque de inseguridad —ciertos celos— al darse cuenta de que ya no es el único monstruo nocturno “raro” de la ciudad. En una de las primeras acciones desestabilizadoras del Pingüino, Batman, como bully borracho, llega a “salvar” la noche partiéndole la cara a medio mundo.
Por su lado, de un almacén que hace explotar colocando spray en unos microondas, sale a seducir al vigilante enmascarado y su archienemigo, la señorita Kyle, ahora transformada en la sexi Catwoman. En la confusión, el Pingüino roba una de las armas de Batman que usa luego para asesinar a una mujer e incriminarlo ante las masas como otro más de los criminales. El pingüino rápidamente gana el apoyo de la mayoría al convertir a Batman en el enemigo que a todos amenaza.
Días después, Batman logra desenmascarar al Pingüino, al sacar a luz unas grabaciones que evidenciaban su corrupción y vínculos con sus secuaces. Con ello se frustran los planes de campaña y la alianza con Shreck se rompe. El Pingüino se venga de la ciudad secuestrando a los hijos de millonarios y “gente importante”. Batman es llamado, nuevamente como el héroe mayor, a salvar a Ciudad Gótica. Ahora él ha monopolizado nuevamente al enemigo…
No puedo hacer otra cosa más que una analogía con la realidad política nacional (y, por qué no, mundial). ¿En qué se diferencian las agendas del Pingüino y de Shreck con la de Batman? En el fondo, la única que aparentemente tenía una agenda diferente era Kyle/Catwoman, interesada en vengarse de Shreck. Mientras tanto, los otros se encontraban en una única lucha: “fortalecer” la democracia mediante el monopolio de los discursos sobre el enemigo y la acumulación de adeptos por la vía del miedo y el odio.
Esa es la revelación —la epifanía— a la que me refería al inicio. En política, quien logre crear un enemigo, que lo mercadee de manera eficaz y, en buena medida, lo monopolice es tendencialmente el que logra mayores adhesiones, convirtiéndose en el favorito de la contienda. Pareciera que ese es el juego de la Realdemokratie. Y no dista mucho del nazismo antisemita como estrategia política aglutinadora de la nación.
¿Por qué se recrudece la violencia en Guatemala luego de que —formalmente— se inicia la campaña electoral? ¿Nos encontramos, no en Ciudad Gótica sino aquí en Guatemala, ante esa alegórica forma de manipular a la Batman? Hagamos el ejercicio y cambiemos los nombres del Pingüino, Batman, Shreck, etcétera por los de políticos, empresarios y medios de comunicación locales. ¿Cuál es el resultado que obtenemos? Más allá de la frase que siempre aparece en las películas antes de los créditos finales (“Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”), el problema es lo que se pierde en el proceso de construcción de la “democracia” liberal: la posibilidad de una praxis política digna.
Gilles Deleuze decía que lo bello de la ficción es que en ella cualquier cosa es posible. Yo plantearía que lo terrible de la democracia liberal no ficticia (no las imaginaciones normativas de los libros) que aquí se practica todos los días, es que en ella aplica exactamente el mismo principio. Adaptando a Guatemala la pregunta con la que Mónica Mazariegos terminaba su columna hace una semana, vale la pena reflexionar en torno a: ¿cómo están construyendo al enemigo los políticos en estas elecciones? Pero, mejor aún, ¿cómo construir una democracia basada en una praxis completamente diferente, en un mundo como el nuestro, que nada envidia a la ficción?