Temper, Temper (2019), de los Black Pistol Fire, en mis audífonos.
Una canción de despecho en toda regla (que sin duda me habría sido mucho más útil en otros momentos de mi vida), con riffs que le hacen honor al blues rock, me hace compañía en un café de la octava avenida de la zona 1 de la ciudad de Guatemala, un sitio con una vista privilegiada a la crisis política desde la perspectiva de los asesores legislativos de un Congreso con respiración asistida, como algunos juzgan, pero que cerrará sus funciones nombrando a las cortes de justicia.
Pido un expreso que me arranca alguna nostalgia al recordarme una jornada en ese mismo lugar con varios amigos fotógrafos que me compartían sus historias sobre la cobertura de maras en la región. Trato de seguir las conversaciones de las mesas vecinas, que giran en torno al apocalipsis judicial de candidaturas que nunca acaban de inscribirse.
Las teorías conspiratorias sobre quién realmente apoya a quién y sobre quién tomará la delantera corren en una carrera que apunta a que las candidaturas con menores intenciones de voto tienen ahora una oportunidad real de llegar a la segunda vuelta.
Creo haber escuchado conversaciones semejantes en cafés cercanos a los Congresos en ciudades como Quito, Tegucigalpa o Managua, en contextos políticos diferentes. En algunos casos he sostenido largas charlas con asesores legislativos que desde sus sacos y corbatas comparten información que consideran privilegiada y hablan con plena certeza de hechos que no van más allá de sus verdaderas posibilidades de saber algo. También recuerdo la cara de horror de la guía de mi visita al Parlamento sueco, que nunca entendió por qué un parlamentario puede necesitar un asesor o, peor aún, varios asesores.
También recuerdo la cara de horror de la guía de mi visita al Parlamento sueco, que nunca entendió por qué un parlamentario puede necesitar un asesor o, peor aún, varios asesores.
Sonrío pensando que las elecciones seguramente van a reciclar a este segmento de la clase política, que hace del café su oficina, que acostumbra a dejar una chaqueta colgada sobre la silla de su escritorio para que parezca que apenas acaba de salir y está por volver pronto, que está contratado en un reglón 029 y que completa sus ingresos, factura de por medio, con otras asesorías.
Recibo un mensaje de texto que cancela mi reunión cinco minutos antes de que empiece. Maldigo en voz baja, pago la cuenta de mi expreso y comienzo mi retirada. Dejo que Hotel Last Resort (2019), de Violent Femmes, suene en los parlantes del auto mientras regreso a la oficina. El tráfico no da tregua cerca ya de las cuatro de la tarde.
Al llegar a casa, Long Slow Goodbye (2019), de los Eagles of Death Metal, deja que la tarde se muera en románticos tonos púrpuras que tienen que ver más con la contaminación que con la eterna primavera.
Las noticias del día traen las explicaciones del secretario de una corte que decide todo en última instancia y que le comenta los fallos del día a un grupo de periodistas que repiten una y mil veces las mismas preguntas.
Me pregunto si en realidad es posible pensar que el poder cambiará al poder.