Recientemente, la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), presentó en Guatemala el Diccionario Biográfico del Movimiento Obrero Urbano de Guatemala 1877-1944, por Arturo Taracena Arriola y Omar Lucas Monteflores.
El libro ofrece 830 biografías y datos de artesanos, obreros y activistas que estuvieron vinculados con el movimiento mutualista y sindicalista en Guatemala, desde sus inicios hasta el triunfo de la Revolución de Octubre en 1944.
En una Guatemala en la que al parecer cada día se olvida o se ignora con más descaro el valor del compromiso político —que no es otra cosa que el compromiso por una vida digna y justa para todos y todas— como obligada actitud de vida, un libro como este se nos entrega como una especie de recordatorio, de invitación a repensar nuestra ciudadanía. La admiración por este sentido del compromiso y de la integridad es algo que en parte le debo a personas como Arturo Taracena, a quien tuve la fortuna de conocer a inicios del 2001.
Apenas unas semanas antes, el premio nacional Francisco Clavijero, del Instituto de Antropología e Historia (INAH) de México, le fue otorgado a Arturo por su libro De héroes olvidados. Santiago Imán, los huites y los antecedentes bélicos de la Guerra de Castas, como reconocimiento a su contribución en materia de estudios sociales en México. Pienso en sus libros anteriores que a muchos nos ayudaron a entender mejor nuestra historia, libros clave como Invención criolla, sueño ladino, pesadilla indígena. Estado de Los Altos, o como Etnicidad, Estado y Nación en Guatemala y me pregunto si en su propio país hemos sabido reconocer sus aportes teóricos.
Su compromiso ha tomado diferentes formas a lo largo de nuestra historia contemporánea. En los setenta fue uno de los fundadores del Ejército Guerrillero de los Pobres, luego habría de moverse entre varios países, como estudiante primero y luego como docente, pero siempre apoyando los principios fundamentales que llevaron a tantos guatemaltecos y guatemaltecas a apostar por un futuro mejor. Fue uno de los que no se dejó conquistar por las tentaciones que traía consigo el estatus de activista político de izquierda durante la posguerra y la cooperación internacional, como muchos que luego contribuyeron a desprestigiar la participación política. Y lo ha pagado caro. Regresó a Guatemala para intentar aportar a la construcción de una academia comprometida, rigurosa y creativa, pero pronto se dio cuenta de que si quería seguir investigando y escribiendo sin tener que comprometer nada, tendría que hacerlo fuera. Ahora México lo acoge y nosotros lo extrañamos.
En realidad escribo este texto como un recordatorio para mí misma de lo que significa ser un académico comprometido —y no solo políticamente, que conste. Tiene que ver con la insistente necesidad de volver a las razones que explican nuestro presente, con la rigurosidad del oficio, con la creatividad y con la persistencia. No puede ser de otra manera.
Investigador incansable, lector voraz, coleccionista de todo lo imaginable, entretenidísimo contador de historias, donante de importantes colecciones documentales en Guatemala. Amigo fiel.