Ahora o nunca

Autor: Rosa Tock rosa@plazapublica.com

Hace más o menos un año, mucho antes del desenlace del caótico proceso electoral estadounidense, unos amigos muy acuciosos me comentaban en Guatemala que esperaban que el candidato presidencial por el Partido Demócrata fuera Joe Biden.

Que el exvicepresidente conocía muy bien el país y la región, me decían insistentemente. Yo no estaba tan convencida en aquella Navidad de 2019 de que su campaña por la nominación y por la presidencia fuera a resultar exitosa, pero Biden sobrepasó las pobres expectativas que muchos teníamos de que se convirtiera en el presidente número 46 de Estados Unidos.

Su arrasadora victoria sobre su oponente, certificada por los colegios electorales, formalizada por el Senado y respaldada por una diferencia de siete millones de votos en las urnas, le confiere hoy la legitimidad requerida para gobernar a pesar del intento de rompimiento institucional perpetrado por el exmandatario y sus milicias extremistas el pasado 6 de enero. La violenta intentona golpista dejó al menos cinco muertos, centenares de heridos y cuantiosos daños y gastos en seguridad que suman alrededor de 500 millones de dólares estadounidenses. Como muchos pronosticaron, el aprendiz de dictador no iba a dejar la Casa Blanca sin dejar destrucción a su paso.

Ciertamente, aunque su partido sea mayoría en la Cámara baja, gobernar con solo un voto de diferencia en el Senado (el de la vicepresidenta Harris) no le va a facilitar el cumplimiento de sus promesas de campaña y de su elaborada agenda de reconstrucción económica en medio de la pandemia, la crisis institucional y el deslucido liderazgo internacional de la administración anterior. Sin embargo, como Biden expresara frente a sus aliados europeos en un tono antiaislacionista contrastante con el de su predecesor: «Estados Unidos está de vuelta». Y prueba de ello es que hay al menos dos temas que dibujan ya un panorama distinto y por el momento prometedor en sus relaciones con la región centroamericana: la nueva propuesta migratoria y el compromiso de su administración con fortalecer la democracia.

En el primer tema, muchos celebran la cancelación del acuerdo de tercer país seguro que servilmente Guatemala firmara en 2019. Asimismo, la política migratoria de Biden que habrá de negociarse en el Congreso contempla la legalización y naturalización gradual de al menos 10 millones de migrantes indocumentados, así como la residencia permanente inmediata para los beneficiarios del DACA y del TPS y para trabajadores agrícolas. La propuesta también incluiría 4,000 millones de dólares durante cuatro años para «abordar las causas subyacentes» que empujan a ciudadanos de El Salvador, Guatemala y Honduras al forzado éxodo.

Con la misma ambición, visión y perseverancia con que lanzó su robot explorador a Marte, es hora de que Estados Unidos inaugure una política en la que finalmente se convierta en un buen vecino y aliado de Centroamérica.

A la vez, Biden ha dejado claro que la democracia no ocurre por accidente y que hay que defenderla, fortalecerla y renovarla. En Guatemala, esto ha sido entendido por algunos como una oportunidad para que Estados Unidos renueve su compromiso contra la corrupción y la impunidad apoyando a sectores ciudadanos contra el llamado Pacto de Corruptos, que tiene prácticamente de rodillas a todo el sistema judicial.

De ahí que el economista Samuel Pérez-Attias dirigiera desde este medio una misiva a la actual administración invitándola a escuchar otras narrativas que no simplifiquen la realidad de nuestros países, pues, «cuando algo falla en el sur, eventualmente también fallará en el norte».

Es un momento propicio, como señalan Anita Isaacs y Álvaro Montenegro en el New York Times, para que la administración Biden abra una ventana de oportunidad con la reemergencia de actores históricamente relegados, como las poblaciones campesinas, indígenas y de mujeres, que plantean reimaginar el futuro del país para edificar una ansiada democracia incluyente y transparente, donde la corrupción de las élites político-económicas quede no solo relegada, sino también sepultada.

Con la misma ambición, visión y perseverancia con que lanzó su robot explorador a Marte, es hora de que Estados Unidos inaugure una política en la que finalmente se convierta en un buen vecino y aliado de Centroamérica. Al final, nuestra región se encuentra a solo unas horas de viaje y la vida allá es abundante. En el caso de Guatemala, requerirá eliminar incentivos a gobernantes corruptos y a sus secuaces y sancionarlos públicamente, financiar proyectos de desarrollo integrales con oportunidades para sus poblaciones más vulnerables, ofrecer apoyo técnico-político a quienes luchan por transformar el país de raíz y, de gestarse un nuevo proyecto de Estado, respetar y garantizar su soberanía.

  • Rosa Tock

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