Yo quiero contarle Señor Presidente…

Que mientras usted y la vicepresidenta se zambullían en el Lago de Atitlán para hacer trabajos de limpieza en lugar de atender los asuntos que sus altos cargos requieren, espantosos hechos sucedían a lo largo y ancho del país.

Entre otros, la debacle en el Congreso por la pobre actuación de los diputados donde, los del Partido Patriota, su Partido, tienen una cuota sensible de voto. Las consecuencias devenidas por la aprobación de la Ley de Obtenciones Vegetales por ejemplo. Ahora, esos diputados, cual niños de primera comunión, dicen que no se dieron cuenta del contenido, que fueron engañados o que no era lo que pretendían.

Yo quiero contarle Señor Presidente que a mí, esos adefesios, no me dan atol con el dedo. Creo, en el mejor de los casos, que son víctimas de esa nueva idolatría del dinero que provoca una profunda crisis antropológica: ¡La negación del ser humano! (Evangelii Gaudium; 2013: 47). Lo peor de todo Señor Presidente es que, la supuesta derecha, contagió a la supuesta izquierda. Hasta los diputados de mi departamento (Alta Verapaz), hipotéticos Hombres de Maíz, votaron por la dichosa ley. ¡Vaya capacidad de astucia la que tiene el mal!

Yo quiero contarle Señor Presidente, que mientras usted se arriesgaba en aras de fomentar una conciencia que toda Guatemala tiene ya respecto a la hecatombe que está sucediendo en el Lago de Atitlán, aguas residuales, de escorrentía y de diversas cuencas, bajaban a ese mismo lago llevando residuos de agroquímicos organofosforados, basa del alimento de las cianobacterias que lo están acabando. Es decir, no es sacando basura una vez al año como se le va a salvar. Se necesita mano dura en el control de la venta y uso de agroquímicos, en el tratamiento de aguas negras, en las licencias de construcción sin el debido estudio de impacto ambiental y en todas aquellas aristas que son sensibles para los financistas de ustedes: Los políticos de turno.

Yo quiero contarle Señor Presidente, que la Diócesis de Verapaz hizo ya un fuerte pronunciamiento frente a los hechos recientes de Monte Olivo, Semococh y Raxruhá. La parte toral dice: «Creemos que no es nunca con acciones represivas, como se pueden resolver los ingentes problemas sociales de estos pueblos. No es con “políticas de parches, que no solucionan la situación de pobreza, emigración forzada, racismo y exclusión” que se encontrarán soluciones (CEG, mensaje de abril 2013) ».

Yo quiero contarle Señor Presidente que vi pasar por Cobán el contingente de patrullas de la PNC, vehículos del ejército y los orejas que siempre mandan a esos desalojos. No sabía yo que iban para Monte Olivo. A causa de mi ignorancia, estuve a punto de presentarme a las autoridades de salud para ponerme a su disposición como médico. En algún momento creí que iban a invadir Belice. Mas no, iban a enfrentarse valientemente a nuestros hermanos más vulnerables: los sin voz, los pobres, los sencillos. A ese pueblo al cual usted juró un día defender.

Ah, pero déjeme contarle. Esos policías, esos soldados y un par de espantajos con pinta de orejas no llevaban mirada feliz. Iban con esa mirada triste que solo genera la angustia de existencia y el cumplir órdenes de las cuales no se está convencido. Los ojos, Señor Presidente, son el espejo del alma.

Yo quiero contarle Señor Presidente que lo sucedido en Monte Olivo pudo prevenirse. Lo invito a leer mi columna del 2 /09/ 13: El asesino de Monte Olivo, donde retrato la perversidad (http://www.plazapublica.com.gt/content/el-asesino-de-monte-olivo). Y esos hechos Señor Presidente, con dos dedos de frente, pueden evitarse. Salvo, una conducta de afecto plano en los gobernantes de un país o una intención aviesa y premeditada.

Yo quiero contarle Señor Presidente que a su gobierno ya sólo le quedan 500 días. Y por más que gaste millones en propaganda televisiva, no podrá convencernos a los guatemaltecos de a pie en cuanto que estamos mejor que hace cuatro años. Pero sí podría lograr algo para pasar a la historia como un hombre de bien: Recuperar la sensatez. Usted fue un hombre sensato. Mas, haber dicho: “No se nos va a morir un solo guatemalteco por hambre” lo coloca en una palestra de quimera mediática.

Para finalizar, quiero contarle que, si he escrito Señor Presidente con mayúsculas iniciales es porque en mi biblioteca tengo justo frente a mí, un ejemplar de El Señor Presidente, de Miguel Ángel Asturias. Y personajes como Asturias me hacen convocar el respeto y la solemnidad. Por la persona y sus obras literarias, no por la época que retrata porque tal parece, estamos de vuelta en ella.

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