Parece que le ha llegado el final de los tiempos al modelo económico vigente y a su relación con la ecología.
Es imposible seguir haciendo las cosas de la misma manera sin reventar el molde planetario. Desde la Revolución Industrial hasta acá, el sistema capitalista ha desarrollado las fuerzas productivas a niveles que no dejan de poner a prueba nuestra capacidad de sorpresa, de igual manera que sorprende la necedad de los seres humanos en todos los niveles y sectores para no hacer aunque sea un poco de lo que les corresponde en su ámbito con el fin de aliviar la presión sobre los recursos del planeta.
La lógica capitalista lleva a maximizar la ganancia minimizando los costos. Y aunque tengamos sesudos estudios científicos que llamen a la moderación y encíclicas papales en el mismo sentido, nunca se atenderá un llamado a la cordura por más que se advierta el hecho de que se está matando la gallina de los huevos de oro. Hay que hablar claro, en el lenguaje de los incentivos, que es aquel que la empresa entiende y atiende. La regulación por sí sola no funciona. Es manipulada y violentada cuando interfiere con los intereses de lucro.
Si proteger el ambiente se relaciona con la vida misma y el bien administrar los recursos es el principio del buen negocio, no debería haber espacio para tanta discusión.
De los gobiernos y organismos dedicados a la regulación y obtención de acuerdos y buenas voluntades tampoco se puede esperar mucho. Están atados desde la inexistencia o manipulación de la legislación, pasando por la inoperancia administrativa y la miseria presupuestaria, hasta un embrutecimiento común cultivado en maratónicas reuniones de bizantinas discusiones en sedes rebuscadas. Todo esto, aderezado con una dosis de fanatismo y de militancia que hace imposible el camino de las soluciones.
Las muestras de cómo el sistema económico no puede seguir funcionando a costas del ecológico están dadas. Los instrumentos tecnológicos, científicos y económicos que permiten empezar a adecuar el rumbo están disponibles. Lo que hace falta trabajar de manera urgente es el instrumental político, aquel que siente a los insensatos y a los indolentes para forzar las acciones mínimas que mediante cosechas tempranas de resultados permitan abandonar por un lado la barbarie y por otro el romanticismo a la hora de abordar el tema.
Si proteger el ambiente se relaciona con la vida misma y el bien administrar los recursos es el principio del buen negocio, no debería haber espacio para tanta discusión, ni siquiera para magnas reuniones. Pero la realidad es otra. Los intereses globales no se alinean en ese sentido. No sería malo empezar por barrer nuestro pedacito de planeta y, como país, empezar a hacer lo que tenemos que hacer en materia de negocios y de naturaleza, empezando por repensar lo que hacemos y cambiar nuestra manera de actuar a nivel de instituciones y de personas.