Cuando alguien menciona la palabra submarino, mi mente viaja a Scapa Flow, a 1939, a bordo de un U-47, el sumergible alemán que hundió al acorazado Oak Royal en una de las acciones más temerarias de la segunda guerra mundial. Tal vez uno de mis capítulos favoritos en la historia militar.
Sin embargo, la palabra submarino inevitablemente me llevará de vuelta a la primavera de la psicodelia: al dibujo de un motociclista que derrama una lágrima mientras en sus gafas se ve el reflejo de un submarino amarillo que pasa suspendido en el aire.
Es 1966. Los Beatles están grabando en Abbey Road una canción compuesta por Paul McCartney e interpretada por Ringo Starr. En la grabación se pueden escuchar de fondo las voces de McCartney y de Lennon acompañados de visitantes ilustres como Marianne Faithfull —entonces pareja de Mick Jagger—, Brian Jones —la cítara en Paint It Black— y Patty Boyd —la Layla de Eric Clapton—, quienes recrean las órdenes de un capitán a su tripulación:
Full speed ahead! Full speed ahead!
Full speed over here, Sir!
Action station! Action station!
Aye aye, Sir! Fire!
Yellow Submarine, en conjunto con Eleanor Rigby, forman parte de Revolver. Las dos canciones fueron éxitos de ventas y posteriormente incluidas en la película de 1968 que se llamaría también Yellow Submarine y que presenta a la Sgt. Peppers Lonely Hearts Club Band en su lucha por salvar Pepperland de los blue meanies, que odian la música. Robert Balser, el animador de la película, se refirió a esta cinta como creada a base de whisky e imaginación.
A pesar de la advertencia de Paul McCartney de que Yellow Submarine no es más que una canción sin sentido, pensada para niños —que al igual que Helter Skelter quería ser simplemente ruido y se convirtió en la obsesión homicida de Charles Manson—, mucho se ha escrito sobre su significado. Hay quien ha interpretado una visión del aislamiento de los Beatles, quienes, incapaces de conectar con la realidad, sentían estar en un submarino amarillo. Hay quienes piensan que es parte de un manifiesto antibélico. Esos son seguramente los abuelos de quienes cantan «we all live in a fascist regime» en un parque de Londres en 2011, durante una boda real.
Lo cierto es que, la noche del Yellow Submarine, mis hijas cantan una y otra vez: «In the town where I was born…». Y juegan a tocar los instrumentos de la banda del Sgt. Peppers entre un coro de risas mientras las energías se van acabando.
La canción cumple su cometido. Para las 8:30 un profundo silencio se respira en casa. Cada una en su cama, profundamente dormida, junto a su figura del submarino amarillo para pintar. Y mientras escribo estas líneas, a mí me queda en la retina la imagen del submarino amarillo flotando sobre las gafas del motociclista, que sigue derramando una lágrima mientras McCartney canta:
All this lonely people, where do they all come from?
All this lonely people, where do they all belong?
Y me da por pensar en una tarde en el metro de Washington D. C. Tal vez todos nos aislamos un poco de la realidad en nuestro particular submarino amarillo.