Vuelve noviembre

Todos los años hago lo mismo: repetirme varias veces que iré al cementerio el dos de noviembre. Este año fue igual y, a última hora, preferí quedarme en la casa, envuelta en una chamarra escribiendo esta columna.

Hay algo en los cementerios que no me sienta bien. Creo que se trata de ese momento, en el que leo los nombres en las lápidas. La piel se me eriza, los ojos se me humedecen, y caigo en la cuenta de que todo lo que podemos hacer y decir tiene que ser en vida. No hay vuelta atrás. 

Sin embargo, vale la pena sorprender a los sentidos con ese océano de arreglos florales, que dan luz al espacio que guarda los restos de los que ya se han ido. El aroma de las flores, el silencio inconfundible de un cementerio, los ojos inundados por la vastedad de colores, el frío que alcanza la piel, y la belleza de nuestras costumbres dando vida a un espacio que, durante el año, representa la muerte.

Todo se enciende en noviembre. La familia guatemalteca, con las mesas atestadas de fiambre; las manos artesanas, que con paciencia, van uniendo papeles hasta formar un inmenso barrilete; el cielo, que pareciera estallar en cada amanecer y atardecer; las cocinas, que despiden el aroma de nuestras tradiciones culinarias; los niños, que con el compás del viento dan libertad a los barriletes; los cementerios, que por fin se dejan acompañar por la risa, la creatividad y la nostalgia. Para quien decide verlo así, todo brilla a nuestro alrededor.

Cuento los días para encontrarme con este mes que me obliga a detenerme y a abrazar la vida. Esto es lo que me importa: el instante en el que se comparte con la familia; el agradecimiento de tener con vida a una abuela que nos une con su fiambre; la alegría compartida con los amigos; el momento en que los ojos de mi hermano se llenan de luz, porque está a un paso de casarse; la dicha de escribir, frente a la belleza que me regala el volcán Pacaya; la gratitud de poder contemplar los colores de este atardecer.

No hay «hubieras», ni vuelta atrás. Tal vez sea por eso que no me gustan los cementerios. Hoy lo único que me pertenece es este instante y nada más.  

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