Viernes, 19:55

«Tengo fiebre. Y tal vez es por la fiebre, pero tu texto me arde entre las manos».

Lo escribí hace seis años, si la memoria no me falla, en relación con un libro que me compartía un amigo dramaturgo. Una sensación parecida me ha recorrido el cuerpo desde hace algunas semanas, especialmente los viernes, antes de constatar que, si el país no ha ardido ya, no es porque no tengamos una bola de fuego bailando entre las manos, sino porque no hemos podido o sabido conectar los leños.

Aquel viernes era claro que ya no esperábamos que el arroz se cociera a fuego lento. Mientras tanto, siguen los pactos bajo la mesa. Es una sensación extraña saber que lo que vemos, sentimos o creemos real puede ser tan solo un espejismo. El viernes pensaba también que el fuego no es solo ira desatada. Alguna vez pensé, como Krauze, que el dolor silencia las palabras. Tal vez en algún momento pudo ser cierto. Te quedas muda. Pero pienso también que la palabra se paraliza por el miedo. Y finalmente no solo es el miedo a quedar afuera, excluida de todo, sino el miedo a la muerte, a no ser capaz de sobrevivir.

Son prácticas de violencia estatal que no solo erosionan las acciones colectivas, sino que se sitúan en paralelo con otras «negociaciones» ya encaminadas cual tácticas dilatorias.

Lo que hemos visto estas semanas en distintos espacios, bajo formas distintas de organización, con dinámicas locales, regionales y nacionales, expresa tanto el hastío y la impotencia como la rabia frente al despojo como una forma de violencia continuada. Decía Rosa Macz, investigadora de la Avancso, en la presentación del volumen 7 de los Escritos de Ricardo Falla, «Resortes de la organización en el campo, 1975-1980», que los arrestos, las acciones de represión de las diversas manifestaciones, los ataques a la prensa, los desalojos, la quema de cultivos y la criminalización de líderes campesinos o de defensores de derechos humanos no se entienden desde la óptica de esta violencia, sino como acción legítima de la fuerza pública. ¿De qué legalidad hablamos? ¿A quién sirve la justicia legal? Son prácticas de violencia estatal que no solo erosionan las acciones colectivas, sino que se sitúan en paralelo con otras negociaciones ya encaminadas cual tácticas dilatorias para terminar consolidando las redes de poder.

Un mes y cerramos. Hablo del 2020. He ido grabando, recolectando, mes a mes, instantes, recortes, imágenes de esta furia colectiva contenida. Al final de cuentas, ciertas grabaciones de la vida son de aquellas personas que recurren a lo no dicho para expresarse. Una etnografía del grito. ¿Qué aullidos estaremos enmudeciendo? Es viernes por fin. Es diciembre por fin. Y soñamos. Aún.

 

Det er den draumen.

Det er den draumen me ber på

at noko vedunderleg skal skje,

at det må skje

—at tidi skal opna seg,

at hjarta skal opna seg,

at dører skal opna seg,

at berget skal opna seg,

at kjeldor skal springa

—at draumen skal opna seg,

at me ei morgonstund skal glida inn

på ein våg me ikkje har visst um.

 

Ese es el sueño.

Ese es el sueño que traemos,

que algo maravilloso va a pasar,

que debe pasar:

que se abra el tiempo,

que se abra el corazón,

que se abran las puertas,

que se abra la montaña,

que broten las fuentes.

Que se abra el sueño.

Que una mañana nos deslicemos

hacia una bahía que desconocemos aún.

 

Olav H. Hauge

 

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